«Dormir es una pérdida de tiempo».
«Ya dormiré cuando me muera».
Ay, mi madre, qué barbaridades se oyen por la calle.
A Matthew Walker le deben dar hasta calambres al escuchar estas cosas.
El neurocientífico, psicólogo y director del Centro para la Ciencia del Sueño Humano dice lo contrario: soñar nos hace más creativos y nos ayuda a resolver problemas. Y para soñar hay que dormir, al menos una siesta: esas breves visitas al sueño que tanto gustaban a Leonardo da Vinci y Thomas Edison.
Mientras dormimos pasamos por sueño ligero, sueño profundo y sueño REM. Los que llevan una fitbit en la muñeca pueden verlo en un gráfico al despertar. Desde que existe esta tecnología de medir los pasos y los vasos (de agua tragada), el tiempo ya no se mide en el día y la noche, la luz y la oscuridad, la vigilia y el sueño. Ahora el día es vigilia y la noche, vigilancia (onírica).
Estas estadísticas de automonitoreo muestran el cuánto: líneas que van de una fase a otra y porcentajes de sueño ligero, profundo y REM. Pero los científicos saben el qué: lo que ocurre en cada fase. Matthew Walker explica que, durante el sueño REM, el cerebro ve conocimientos que, despiertos, ni olemos, y mezcla datos que, en vigilia, ni nos atrevemos a acercar. «El hecho de soñar durante la fase REM se convierte en una alquimia informativa», escribe en su libro Por qué dormimos (Capitán Swing).
Todos los estudios elaborados por él y por otros científicos le han llevado a una certeza: «El cerebro soñador de la fase REM muestra un absoluto desinterés por los enlaces insulsos y de sentido común de las asociaciones: ataca los enlaces obvios y favorece la relación de conceptos distantes. La protección lógica abandona el cerebro cuando este sueña en la fase REM, y a partir de entonces serán los lunáticos los que dirigirán, de forma maravillosamente ecléctica, el manicomio de la memoria asociativa. Los resultados sugieren que mientras se sueña en la fase REM casi todo vale, y cuanto más extraño sea, mejor».
Walker lo explica con una imagen: una persona mirando por un telescopio. Mientras está despierta, miraría por el lado opuesto y apenas vería unas pocas posibilidades de relacionar datos almacenados en la memoria. Dormida, miraría por el lado correcto, el «gran angular de los sueños», y ahí vería la constelación completa de la información almacenada en su cerebro y todas las combinaciones posibles. De ahí emana la creatividad.
«El sueño construye conexiones entre elementos de información distantes cuya relación no es obvia a la luz del día», escribe el británico. «El sueño REM permite que tu cerebro vaya más allá del aprendizaje para alcanzar la comprensión».
Lo que constata ahora la ciencia, poniendo electrodos en la cabeza, lo dice desde hace siglos la cultura popular. Los que hablan inglés, francés y suajili duermen sobre el asunto que quieren resolver: I’ll sleep on it, dormir sur un problème, kulala juu ya tatizo. Los españoles, más cotorros, prefieren consultar con la almohada. O dicho en palabras del Premio Nobel de Literatura John Steinbeck: «Un problema que parece difícil por la noche se resuelve a la mañana siguiente después de que el comité del sueño haya trabajado en él».
QUÉ HAY MEJOR QUE UN CEREBRO QUE TRABAJA DURMIENDO
«Nada ilustra mejor la inteligencia de los sueños durante la fase REM que las sofisticadas soluciones a todo lo que conocemos». Matthew Walker relata en su libro Por qué dormimos algunos destellos de genialidad que aparecieron en sueños. Y cuenta que el poeta surrealista francés St. Paul Boux, cada noche, cuando se iba a dormir, colgaba en la puerta de su habitación un letrero que decía: «No molestar. Poeta trabajando».
DMITRI MENDELÉIEV, el autor de la tabla periódica
Dmitri Mendeléiev tenía una obsesión: poner orden en los elementos de la naturaleza. No tenía sentido que el calcio, el yodo, el selenio, anduvieran por ahí desparramados sin orden ni concierto.
El químico ruso daba vueltas y vueltas al asunto. Hizo bocetos, mil tachones y creó una baraja de cartas en la que cada naipe representaba un elemento. Dedicó años a ponerlas para arriba, para abajo, hacia acá, hacia allá, y no había forma de poner cordura a aquello.
Un día, exhausto de tanto pensar, cayó desplomado. Su cuerpo parecía muerto, pero su cerebro seguía trabajando. En aquel momento, visto desde fuera, parecía dormir como un lirón, pero, en realidad, alcanzaba el instante más lúcido de su vida: hallaba la respuesta que tantos años había buscado.
Mendeléiev lo contó así: «Vi en sueños una mesa donde todos los elementos encajaban como debían. Al despertar, inmediatamente lo escribí en un pedazo de papel. Más tarde constaté que solo parecía necesario hacer una corrección». Y Matthew Walker le da esta explicación: «Fue su cerebro soñador, no su cerebro despierto, el que percibió una disposición organizada de todos los elementos químicos conocidos. Dejó que el sueño de la fase REM resolviera el desconcertante acertijo de cómo se unían todos los componentes del universo conocido».
OTTO LOEWI, el Nobel que descubrió los impulsos nerviosos
A mitad de una noche, en la primavera de 1920, Otto Loewi se despertó. Encendió la luz, escribió unas notas en un papel que pilló a mano y volvió a dormir. A la mañana siguiente no entendió un carajo. Tenía la sensación de que era algo importante, pero no podía descifrar su propia letra.
A la noche siguiente, a las 3.00 de la mañana, la misma idea lo despertó. «Era el diseño de un experimento para determinar si la hipótesis de la transmisión química que había planteado 17 años antes era correcta», relató el neurocientífico después. «Me levanté inmediatamente, fui al laboratorio y realicé el experimento con el corazón de una rana».
Aquel sueño le indicó cómo podía probar su idea de que las células nerviosas se comunican mediante químicos (neurotransmisores) en vez de señales eléctricas. «Tan profundo fue ese descubrimiento derivado de un sueño», escribe Walker, «que le valió un Premio Nobel».
Un sueño de KEITH RICHARDS escribió Satisfaction
El guitarrista de los Rolling Stones, Keith Richards, ponía una guitarra y una grabadora al lado de su cama cuando se iba a dormir. Decía que, a veces, lo despertaba alguna melodía que andaba por sus sueños.
La noche del 7 de mayo de 1965 volvió a su habitación del hotel Clearwater, en Florida, y se fue a dormir. Entonces ocurrió algo que Richards ha contado muchas veces después: «Como de costumbre, me fui a la cama con mi guitarra, y a la mañana siguiente, me despierto y veo que la cinta ha llegado al final. Y pienso: “Bueno, tal vez presioné un botón cuando estaba dormido”. Así que rebobiné la cinta hasta el principio y le di al play, y allí, en algún tipo de versión fantasmal, estaba la primera línea de Satisfaction. Estaba todo el verso. Y después de eso, había cuarenta minutos más con mis ronquidos. Pero ahí estaba el embrión de la canción: realmente soñé con esa mierda».
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