En febrero de 2014 tuvo lugar una misteriosa manifestación a las puertas del cuartel general de Google en Mountain View (California). Los militantes llevaban pancartas en las que pedían a la empresa tecnológica que “resolviera la muerte”, que lograra la “inmortalidad, ya”. Google acababa de fundar otra compañía, Calico, con el propósito fundamental de alargar la vida hasta el límite; de hackear, en la medida de lo posible, la caducidad humana. ¿Quién era esta gente que salía a la calle con una reivindicación tan infantil? Aquella fue la primera protesta pública del transhumanismo, un movimiento que predica el uso de la tecnología para controlar la evolución de nuestra especie. Aceptan todo lo que anule el envejecimiento, desde la fusión (física) con las máquinas a la criogenización. Sus fieles están por todas partes, no solo en Silicon Valley, como ha podido comprobar el periodista irlandés Mark O’Connell. Tampoco se trata exclusivamente de friquis que se hacen implantes subcutáneos en el garaje de su casa mientras vapean marihuana. Hay gente de mucho peso detrás, como los fundadores de Tesla o de PayPal, y millones y millones de dólares para ayudar a conquistar lo que consideran su último desafío, derrotar a la muerte. En el libro “Cómo ser una máquina”, de la editorial Capitán Swing, O’Connell cuenta sus aventuras entre cíborgs, utopistas, hackers y futuristas.
-¿Cuál es el papel de empresas como Google en el transhumanismo?
-No puedes hablar de transhumanismo sin hablar de Google. De hecho, la primera persona que me habló de este movimiento fue un periodista de EE UU. Me contó cómo escuchó a los fundadores de Google, Larry Page y Serguéi Brin, decir en una fiesta en Silicon Valley que, después de todo lo que habían logrado y el dinero que habían ganado, lo único que les quedaba por hacer era solucionar el problema de la muerte. Me quedé alucinado, nunca había oído nada tan extremo y absurdo en mi vida. Esto ocurría alrededor de 2010 y solo tres años más tarde, en 2013, creaban Calico, una empresa de investigación y tecnología bastante misteriosa. No se sabe mucho de lo que hacen allí, no lo han contado, pero su aparición causó mucho revuelo. Lo que sí sabemos seguro es que Page y Brin son transhumanistas, que tienen la ambición de prolongar la vida hasta el extremo, aunque aún no sabemos lo que han conseguido.
-Sus nombres dan empaque a algo que parece de ciencia ficción.
-Totalmente. Gente como Peter Thiel, el creador de PayPal, o los cerebros de Silicon Valley dotan de gran legitimidad al movimiento. Los creadores de Google también han fundado “The Moonshot Factory” para, en sus propias palabras, “crear nuevas tecnologías que solucionen algunos de los mayores problemas de la humanidad”. Y no hay ninguno más grave que la muerte.
-¿Qué cree que piensa la comunidad científica de ellos?
-El escepticismo es enorme, sobre todo porque la ciencia ni siquiera considera la muerte un problema.
-Entonces, según esta corriente, ¿somos los humanos un formato obsoleto?
-Para ellos el cuerpo humano es un formato muerto que ya ha alcanzado su límite evolutivo, así que el siguiente paso es integrarlo en la tecnología. Creen que es la única forma de sobrevivir con la llegada masiva de la Inteligencia Artificial. No hay duda de que es un movimiento extremista, aunque en absoluto minoritario. Casi cada semana escuchamos en los medios de comunicación referencias de este tipo de gente tan solvente, al menos en apariencia, como Elon Musk, uno de los fundadores de Tesla, o Peter Thiel. Están a la orden del día. Y sé que pueden sonar extrañas y casi de ciencia ficción.
-¿Cómo es de mayoritario? ¿Está creciendo?
-Hay dos formas de verlo. Como un fenómeno compuesto por personas que se identifican totalmente con el transhumanismo, que se asocian y se reúnen para hablar de ello, y que se reconocen como tales. Este grupo aún no es muy numeroso fuera de Silicon Valley. La otra perspectiva, y es algo de lo que me di cuenta rápido cuando empecé a investigar para el libro, es que mucha gente que ni siquiera es consciente de lo que significa está de acuerdo con una parte importante de la filosofía. Creen que, efectivamente, nuestro futuro como especie pasa por convertirnos en cíborgs. Un buen ejemplo es el último libro de Yuval Noah Harari, “Homo Deus”, en el que, de alguna manera, acepta la premisa de que acabaremos fusionándonos con la tecnología.
-¿Cuál es su caso? ¿Se ha vuelto menos escéptico?
-Traté de meterme en el tema con los menores prejuicios posibles porque no hay nada más aburrido que investigar solo para confirmar tu escepticismo a cada paso. No obstante, tengo que admitir que no vi la luz en ningún momento, que no me convertí, aunque obviamente la investigación te transforma porque empiezas a asociar las ideas con caras y nombres concretos.
-De alguna forma, esta fusión tecnológica ya está ocurriendo. Por ejemplo, hay empresas que ofrecen a sus empleados la implantación de chips subcutáneos.
-No está muy extendido aún y la gente que lo hace atrae una gran atención mediática. Y no solo en EE UU, estoy seguro de que ya hay cíborgs también en España. Un ejemplo es Neil Harbisson, un artista que se ha convertido, oficialmente, en el primer cíborg reconocido por un Gobierno. Tiene una antena implantada en el cerebro que le permite recibir ciertos estímulos directamente a su mente.
-No sé si ha visto la serie británica “Years and Years”, pero retrata el mismo escenario que su libro.
-No, aún no. Todo el mundo me habla de ella. Creo que el director ha declarado que se inspiró en parte en mi libro para escribir el guión. Una de las cosas que encuentro más interesantes del transhumanismo es que muchas de sus ideas vienen de la ficción futurista, que es donde aparecieron en primer lugar. La mayoría de las personas que conocí en este ambiente reconocía que se había hecho transhumanista mucho antes de saber lo que era eso, cuando eran pequeños, a través de las películas y la literatura.
Mucha gente cree que nuestro futuro como especie pasa por convertirnos en ciborgs
-Dado que el motivo último es vencer a la muerte, ¿no se asemejan a una religión?
-No se puede afirmar taxativamente, pese a que, desde luego, comparten características. Ellos te dirían que, en el caso del transhumanismo, lo que ofrecen es algo real. No una promesa de inmortalidad o eternidad.
-¿Quién ofrece un discurso más creíble de toda la gente que ha entrevistado para su libro?
-La gente con la que pasé más tiempo fue la más radical, como el grupo de Pittsburg del que hablo en el libro. Pero desde un punto de vista científico, diría que los que están investigando sobre maneras de prolongar la vida y de reducir o revertir el envejecimiento, como Laura Deming, me parecieron los más plausibles.
-Es curioso que este movimiento parezca tan alejado de la medicina, que es, al menos hasta ahora, lo único que conocíamos para combatir la muerte.
-Efectivamente. Me llamó muchísimo la atención que los que se sintieron más atraídos por mi libro fueron artistas. De hecho, muchos han desarrollado obras a partir de su lectura. Y la otra profesión más concernida ha sido la médica. La revista científica “Lancet” formó una comisión el año pasado sobre el valor de la muerte y me llamó para participar. Casi todos eran médicos que trabajan en cuidados paliativos o con gente muy anciana y fue muy interesante escuchar sus opiniones al respecto. La enorme mayoría cree que el transhumanismo o la cruzada por la inmortalidad están mal concebidos, e incluso lo que ya se está haciendo ahora, prolongar la vida hasta el extremo o mantener a la gente respirando sin ninguna calidad de vida, lo ven con grandes reservas.
-¿Y qué responden ellos?
-Los transhumanistas dicen que lo que ahora nos parece tan chocante mañana será parte de la medicina básica.
-¿En qué sentido?
-La verdad es que tiene cierta justificación histórica. Si hace 200 años le hubieras dicho a alguien en España que iba a vivir más de 80 años te habría tomado por loco.
-¿Cuál es la transformación más disruptiva que propone esta gente?
-La mayoría de lo que hablo en el libro son solo ideas, planes de fusionarnos con la tecnología que aún no sabemos si se aplicarán en el futuro. En Pittsburgh sí que pude ver cíborgs, gente que realmente lleva implantados dispositivos tecnológicos en su cuerpo, bajo la piel. Fue bastante intenso e inquietante al mismo tiempo.
-¿El transhumanismo tiene color político?
-Creo que los hay en todas las tendencias ideológicas, aunque es evidente que tiene un componente liberal. En mi opinión, es un movimiento completamente individualista que no está pensando en la comunidad o en la sociedad como conjunto. El terror último, lo peor que les puede pasar, es su propia muerte.
-Tienen un punto supremacista, incluso. No toleran la enfermedad o la discapacidad.
-No creo que sean racistas, lo que sí tienen es una falta de empatía total. Son muy lógicos, con mentes racionales llevadas al extremo.
-Son intolerantes con lo que nos hace humanos.
-Sí, a ellos les preocupan peligros remotos como que la Inteligencia Artificial tome el control y nos borre del planeta, pero el cambio climático les trae sin cuidado. O la pobreza o una crisis de Sida en África. Tienen ese narcisismo tan propio de Silicon Valley, creen que solo la tecnología nos puede salvar.
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