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“Solo la revolución feminista destruye por completo los sistemas de opresión”

Por Revista 5W  ·  05.09.2019

Por un momento pensó que estaba loca. Nadie se atrevería a manosearle el culo en el lugar más sagrado del islam. Calló y siguió caminando. La tradición establece que en la peregrinación a La Meca los musulmanes deben dar siete vueltas a la Kaaba —el edificio sagrado construido por Abraham e Ismael, hacia donde rezan los fieles cinco veces al día—, por lo que tuvo tiempo suficiente para comprobar que no se equivocaba: alguien la estaba tocando. Aunque se apartó, los dedos de ese hombre volvían al mismo sitio una y otra vez. El calor asqueroso de una mano sobre su cuerpo es el recuerdo más vívido que guarda de ese día en el que, todavía adolescente, decidió callar por miedo a ser juzgada.

Han pasado 36 años y Mona Eltahawy —pelo rojo brillante, falda de colores y anillos y pulseras que muestra cuando, con gesto seguro, mueve los brazos para hablar— lo explica sin ningún miedo. Fruto de su experiencia en La Meca, y sabiendo que no era la única que había sufrido algo así, la periodista lanzó en febrero de 2018 el hashtag #MosqueMeToo, una iniciativa que alienta a las musulmanas de todo el mundo a contar sus experiencias de acoso sexual en la ciudad sagrada. En 24 horas ya se contaban más de 2.000 tuits denunciando agresiones machistas durante la peregrinación.  

Peregrinos musulmanes rodean la Kaaba, el edificio cúbico en la ciudad sagrada de La Meca, en agosto de 2018.  Dar Yasin / AP

Eltahawy nació en 1967 en Port Said (Egipto) y con ocho años se fue a vivir al Reino Unido. Tras pasar allí casi dos lustros, su familia se trasladó a Arabia Saudí. “Llegar a Arabia Saudí fue como si se apagaran las luces”, dice en una entrevista en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB). En el reino saudí descubrió una misoginia que no había vivido hasta el momento. Allí se convirtió en feminista “a la fuerza”, aunque no fue hasta los 19 años —a esa edad encontró unos ensayos sobre feminismo que alguien había dejado en la biblioteca de Yeda— cuando empezó a investigar sobre el movimiento que todavía hoy lleva por bandera. En su libro el El himen y el hiyab: por qué el mundo árabe necesita una revolución sexual (publicado en España por Capitán Swing), Eltahawy descubre diferentes formas de violencia machista en los países de Oriente Medio y el norte de África.

EL TRIÁNGULO DE LA MISOGINIA

Había pasado un mes desde la caída del presidente egipcio Hosni Mubarak, en febrero de 2011, pero, en vista de que el régimen militar no cumplía sus promesas, las manifestaciones en El Cairo se alargaron. El 9 de marzo de aquel año los militares arrestaron, torturaron y apalearon a los manifestantes en la plaza Tahrir. A un grupo de mujeres, además, las cachearon desnudas. Las separaron en dos filas, según si estaban casadas o no, y a las 17 que estaban solteras las obligaron a someterse a pruebas de virginidad: el objetivo era evitar que los acusaran de violación, por lo que, según los militares, debían demostrar desde el principio que no eran vírgenes. Eltahawy pensó que aquellos abusos iban a causar una nueva revolución centrada en el género. Nada más lejos de la realidad: a Salwa el Hosseiny, la primera mujer en denunciar públicamente las pruebas de virginidad —que habían sido aprobadas por Abdelfatah al Sisi, el actual presidente—, la acusaron de mentir.

“Cuanto más hablaba sobre la necesidad de una revolución feminista, más me decían los hombres que, con 60.000 presos políticos, ese no era el momento de hablar de feminismo. Si una persona te da largas, es que no tiene planeado tomarte en serio nunca. Me pareció obvio que si seguíamos pensando de este modo la revolución fallaría”.

Cuando las revueltas empezaron en Túnez en 2010 y se propagaron a diferentes países del mundo árabe, mujeres y hombres salían juntos a la calle. Eltahawy, que en ese momento estaba afincada en Nueva York, empezó a plantearse cuál era la actitud de estos manifestantes cuando volvían a casa. ¿Eran los hombres que tomaban las calles también revolucionarios en sus casas, en sus trabajos, en bares y restaurantes? Pronto se dio cuenta de que, si bien el Estado oprime a hombres y mujeres, son ellas las que sufren una opresión mayor: por parte del Estado, en la calle y en sus hogares y dormitorios. A esta triple opresión la bautizó como el triángulo de la misoginia.

“La lucha de los hombres es en contra del Estado y es solo una lucha entre hombres por un poco de poder. Esta no es mi revolución: solo la revolución feminista destruye por completo los sistemas de opresión”, dice.

Grupos de voluntarios crean una “zona segura” entre hombres y mujeres para evitar abusos sexuales durante una protesta en la plaza de Tahrir, en El Cairo, en julio de 2013. Amr Nabil / AP

LA TRADICIÓN FEMINISTA ÁRABE

Eltahawy no duda al presentarse como feminista laica, en contraposición al llamado feminismo islámico, cuyo discurso no abandona el islam sino que busca reinterpretarlo para llegar a la igualdad entre la mujer y el hombre en el ámbito público y privado.

Uno de los actos clave en la historia del feminismo laico o secular en el mundo árabe tuvo lugar en Egipto en 1923, cuando la activista Huda Sharawi se arrancó públicamente el velo que le cubría el rostro en la estación de tren de El Cairo. Sharawi fue la fundadora de la Asociación Intelectual de Mujeres y la Unión Feminista Egipcia, luchó por la educación femenina y consiguió que las mujeres se manifestaran por la independencia del país. Siguieron sus huellas una larga lista de mujeres como Doria Shafik, que en 1951 irrumpió en el Parlamento egipcio con la ayuda de 1.500 compañeras para reclamar el sufragio femenino; Hikmat Abu Zayd, la primera mujer egipcia en el Parlamento; o la médica, escritora y activista Nawal el Saadawi. Todas ellas feministas seculares, y todas ellas egipcias.

Para Eltahawy, “todas las religiones y los libros sagrados son misóginos, en especial las religiones abrahámicas. Creo que es porque reconocen que deben controlar a las mujeres si quieren que el patriarcado continúe”. Sostiene que la manera más común de ejercer ese control es poniendo en el centro el cuerpo de la mujer: “En concreto nuestro sistema reproductivo. Por eso les digo a los fundamentalistas musulmanes, cristianos y judíos: ‘Alejaos de mi vagina a menos que yo os quiera allí’”.

Aun así, es consciente de que ella, igual que las primeras mujeres feministas en Egipto, burguesas e ilustradas, está en una situación privilegiada: “El feminismo secular requiere de un poder que algunas personas no tienen”. Sin llegar a compartir las ideas del feminismo islámico, cree que puede ser un aliado para las mujeres que no quieran abandonar la religión. El patriarcado existe tanto dentro de la religión como fuera, insiste, por lo que asume que toda ayuda es bienvenida y necesaria en la lucha por combatirlo.

LA ETERNA DISCUSIÓN EN TORNO AL HIYAB

La escritora, periodista y activista Mona Eltahawy en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona.Àngel Garcia

En árabe, hiyab significa “barrera” o “partición”. La práctica de llevar este velo creció en el mundo islámico a finales de los años setenta, en un contexto de auge de la popularidad de los Hermanos Musulmanes, la revolución islámica en Irán y la influencia del wahabismo –la corriente ideológica ultraconservadora del islam suní– en la región.

“Los conservadores han hecho del hiyab el sexto pilar del islam, pero el islam es mucho más que taparse la cabeza. El Corán habla del velo y también de placer sexual para las mujeres y hombres casados. Los hombres eligen lo que quieren de la religión a su antojo. Eso es un recordatorio de que el patriarcado coopta la religión y la utiliza para el beneficio del hombre”.

En su libro, Eltahawy explica que los motivos por los que las mujeres musulmanas visten hiyab son muy diversos: porque creen que el Corán lo exige, para ser identificadas a simple vista como mujeres musulmanas o para no sentirse observadas y pasar desapercibidas en los espacios dominados por hombres. Su familia representa a la perfección esta diversidad: su madre lleva velo porque lo considera una obligación religiosa, su hermana para provocar a los racistas, y ella decidió no utilizarlo. “Lo llevé durante nueve años y me costó ocho quitármelo. Yo misma decidí llevarlo y también decidí quitármelo. ¿Por qué es más fácil una elección que la otra?”, reflexiona, en alusión a lo complicado que fue para ella tomar la decisión de quitárselo.

La activista sostiene que las mujeres musulmanas están entre la espada y la pared, ya que hay una tendencia creciente por parte de racistas e islamófobos de utilizar el velo como herramienta política. “La discusión entre la derecha, la izquierda y los hombres de mi comunidad es sobre mi cuerpo, cubierto o no”, dice. “Ellos no se preocupan de que estemos seguras en los espacios públicos y en casa, ni de nuestra capacidad de trabajar y de ser educadas. Todo lo que ven son velos e hímenes. Pero somos mucho más que lo que está en nuestra cabeza y entre nuestras piernas”.

¿Cuál es el posicionamiento que debe tomar la izquierda occidental respecto al uso de los símbolos religiosos islámicos?

“La mejor manera de ayudar a las musulmanas no es abrazar a los conservadores islámicos, sino escuchar los argumentos de las musulmanas. Por eso siempre digo, en lo que respecta al hiyab o al niqab —el velo facial integral, del que ella está totalmente en contra, y que está prohibido en países como Francia, Bélgica y Holanda—: callaos y escuchad. Callaos y escuchad a las musulmanas, porque nuestra experiencia vital es complicada”.

Para Eltahawy, desde fuera puede parecer que el hiyab es una elección. “Pero alrededor de la decisión hay mucha presión social, familiar y religiosa. Para alguien que no es musulmán, esta presión no siempre es obvia”.

Decía la escritora afroamericana Audre Lorde que las mujeres son poderosas y peligrosas. “Mis silencios no me protegieron. Tu silencio no te protegerá”, advirtió a las negras, a las lesbianas y a las olvidadas. Parece que Eltahawy tiene grabadas a fuego estas palabras, que recoge en El himen y el hiyab. A pesar de que sabe que los islamistas la criticarán y que la extrema derecha utilizará sus argumentos en contra de los musulmanes, callar no es, para ella, una opción válida. Si algo ha aprendido la periodista en sus más de cincuenta años de vida es el poder de la palabra.

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