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‘Sitopía’: cómo el placer por la comida puede salvar el mundo

Por El Asombrario (Público)  ·  16.11.2022

La escritora inglesa Carolyn Steel empezó a investigar cómo se construyen las ciudades y se dio cuenta de que una necesidad biológica había pasado a ser una necesidad social. Comer, alimentarse, disfrutar con la gastronomía se ha convertido en mucho más que nutrirse. La capacidad de decisión de los consumidores moldea el mercado y los cultivos. La globalización y el capitalismo tiran de los alimentos para convertirlos en meras mercancías. La industrialización de la producción de comida ha generado una crisis medioambiental sin precedentes. Pero ¿puede que volver a valorar los alimentos como algo esencial y placentero mejore esta situación? Steel considera que sí y así lo cuenta en su último libro, ‘Sitopía’, traducido y editado en España por Capital Swing. Hemos hablado con la autora.

“No hemos sabido reconocer que vivimos en un mundo moldeado por la comida”, así explica la autora el nombre de su novela, compuesto por los términos griegos de sitos, comida, y topos, lugar. “Actualmente”, explica para El Asombrario, “vivimos en una mala sitopía, porque hemos olvidado el verdadero valor de la comida. Lo bueno es que, además de ser una necesidad, la comida es también nuestra mayor fuente de placer. Así que creo que nuestra ruta más directa para recordarnos la importancia vital de la comida es simplemente valorarla de nuevo y darnos tiempo y espacio para disfrutarla”.

La pandemia, una vez más, ha hecho que volvamos a los esencial. “Como descubrimos durante el confinamiento, muchas de las cosas que necesitamos para ser felices son en realidad muy básicas. En Sitopía, argumento que alrededor de este tipo de cosas es sobre las que tenemos que construir nuestra nueva idea de buena vida. Dado que la comida es lo que nos conecta más estrechamente entre nosotros y con la naturaleza, y también es nuestra mayor fuente de placer, tiene sentido reconstruir nuestras vidas en torno a ella”.

Una valoración que se juzga complicada a raíz de la comercialización y conversión en meras mercancías de los alimentos. Parece difícil comprender que haya hambrunas en el mundo cuando se producen más cantidad de alimentos que nunca. El problema viene del uso de esos alimentos –como el cultivo de soja para la ganadería o los cultivos para biocombustibles– o de la especulación sobre ellos. El documental español ‘The Price os Progress’ logra que representantes de lobbies de la industria alimentaria cuenten cómo manipulan las normas y leyes para que los beneficios estén por encima de la necesidad de alimentarse. Al ser preguntada Carolyn Steel sobre esto, se muestra contundente: “Está claro que no podría haber comida barata, ya que abaratar la comida es abaratar la vida. Sin embargo, eso es lo que hemos estado haciendo durante el pasado siglo y este, cultivando industrialmente y externalizando el coste real de comer así: cambio climático, pérdida de biodiversidad, deforestación, contaminación, sequía, erosión del suelo y las enfermedades relacionadas con esta dieta”.

Si el mercado marca las tendencias y la política internacional está cada vez más condicionada por los intereses económicos, ¿se puede hacer algo? “Cada uno de nosotros tiene que tomar decisiones cada vez que come”, explica la autora. Y matiza: “Por supuesto, algunos de nosotros podemos permitirnos pagar más que otros por los alimentos, pero si todos tomamos una decisión consciente de comprar los mejores alimentos que podamos, ya sea cultivándolos nosotros mismos o pagando a agricultores para producir alimentos –en palabras del fundador de Slow Food, Carlo Petrini– que sean ‘buenos, limpios y justos’, entonces todos podemos comenzar a construir una sitopía mejor”.

La autora del libro ‘Sitopía, cómo la comida puede salvar al mundo’, Carolyn Steel.

Alimentación en proximidad y productos de temporada. Una tendencia que choca con lo que el capitalismo nos ha ofrecido hasta ahora: productos de todo el mundo, en cualquier momento a un precio asequible. Cuando se le pregunta a la autora de Sitopía si todavía existe la comida auténtica cuando se puede comer lo mismo en Tokio, Nueva York o en  Pontevedra, Steel vuelve a su lado más antropológico y de análisis de la cultura: “¡Te sorprenderá saber que los franceses son ahora los mayores consumidores de Big Macs fuera de EE UU! Pero la cuestión de determinar qué es auténtico es mucho más complicada, ya que todas las grandes cocinas del mundo se han construido gracias al comercio mundial. Sin él, por ejemplo, no habría pizzas italianas o tortilla española, ya que los tomates y las patatas son originarios de América del Sur y no llegaron a Europa hasta el  siglo XVI”.

Esta tradición cultural, construida poco a poco y gracias a los cambios, está en un punto determinante para avanzar con los valores que muchos les reclaman. “Los platos que tienen cientos de años de historia son importantes, no solo en términos de la identidad cultural, sino también de la capacidad de la población local para vivir de manera sostenible en su región particular y tener soberanía sobre lo que comen”, comenta. Entonces, ¿cuestiones como los derechos laborales o los derechos animales pueden vivir en comunión con la tradición gastronómica? Para Carolyn Steel no solo es posible, sino que cada vez se avanza más en ese sentido. Aunque con muchos obstáculos.

“Es muy impactante que en la era moderna, cuando entendemos mucho más sobre los sentimientos de los animales, tratamos a los animales de granja industrial tan mal. Nuestra adicción a la carne barata significa que tenemos una especie de disonancia cognitiva masiva cuando se trata de las condiciones en las que se mantienen estos animales. Cualquier sociedad verdaderamente ética prohibiría por completo la producción ganadera industrial a gran escala, tanto por motivos compasivos como ecológicos”, sostiene.

Respecto a los derechos de los trabajadores y los márgenes justos para los productores, Steel defiende a los que verdaderamente alimentan el mundo: “Simplemente no pagamos lo suficiente por nuestra comida y, como resultado, muchos trabajadores agrícolas, incluso en Europa, todavía trabajan en condiciones de pseudo esclavitud. Hasta que reconozcamos que debemos pagar más por nuestra comida –y ajustar la fiscalidad en consecuencia, para que todas las personas puedan permitirse comer bien–, estas cosas continuarán”. Por eso defiende el llamamiento cada vez mayor de volver a los métodos agrícolas tradicionales, granjas más pequeñas y de uso mixto. “Una mayor transparencia en el sistema alimentario es una buena noticia tanto para los agricultores como para los animales, pero requerirá un cambio cultural”, explica.

Volver a la agricultura tradicional no tiene que estar reñido con los avances. La tecnología también puede ser un aliado para la agricultura ecológica –para monitorizar humedad y temperatura, ayudar a controlar plagas sin tóxicos, planificar cultivos, etc…–, aunque de momento avances como la manipulación genética de las semillas se ha usado solo para el beneficio privado de unas empresas. “¡Es una falsa dicotomía decir que o cultivamos de una manera industrial de alta tecnología o volvemos a ser campesinos medievales!”, explica la autora, que pone de ejemplo la agricultura computacional. “Es un campo emergente que utiliza robots, no para reemplazar a los agricultores, sino para ayudarlos a cultivar de forma más natural. Los sensores computarizados pueden monitorear la humedad y el contenido mineral del suelo, y les dicen a los agricultores exactamente qué campos y plantas necesitan su atención”.

Con una perspectiva de sobrepoblación, cambio climático y desertificación, está claro que los que alimenten el mundo serán superhéroes y superheroínas. La agricultura tiene mucha vida y mucho futuro, para Steel. “De hecho, sería una locura no emplear a tanta gente como sea posible en la agricultura y la alimentación. Cuando la sociedad valora la comida, hay pocas formas de vida mejores que ganarse la vida alimentando bien a las personas”.

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