«Sí tenemos derecho a ser madres»

Por La Marea  ·  23.09.2019

Había perdido a su primer hijo, su mujer solo tenía pan y cebolla para alimentar a su otro crío y él se moría de pena, hambre y frío en prisión. Y buscando razones para creer que habría un futuro, Miguel Hernández recaló en el vientre femenino, donde posaría unas palabras que, inevitablemente, escuchamos en la voz de Serrat. 

Ochenta años después, es la periodista y escritora Noemí López Trujillo la que ahonda en su propio vientre y en el de muchas otras mujeres para explicarse y explicarnos cómo el nuevo sistema económico hegemónico, el de la precariedad, empieza por lo laboral para terminar atravesándolo todo, atravesando cada una de las facetas de la vida, robando incluso la posibilidad de crear una nueva, la de ser madres.

En El vientre vacío (Capitán Swing) su autora nos lleva de viaje a un lejano pasado: es 2006 y la entonces ministra de Vivienda, María Antonia Trujillo, financia una campaña en la que se regalan zapatillas a los jóvenes para que busquen piso. La crisis no había estallado, pero los menores de 30 años tenían suerte si no eran mileuristas, muchos no podían emanciparse por el alto precio de la vivienda –el gobierno de Zapatero proponía como solución minipisos– y la posibilidad de tener hijos sonaba a chiste. Doce años de derrumbamientos concatenados después, la situación solo ha hecho empeorar y muchas de las mujeres que a lo largo de este tiempo pospusieron su maternidad a la espera de que algo mejorara, ya nunca podrán decir hijo o hija mía. Y ahí había una fosa de renuncia y de dolor por la que nadie ha rendido cuentas aún, y que López Trujillo ha dejado al descubierto “para que en un futuro no puedan decir que esto no ocurrió”. 

En su libro disecciona las consecuencias de la precariedad laboral y del encarecimiento de la vivienda en el retraso de la maternidad. ¿Quién se beneficia de este nuevo orden económico en el que por no tener no se puede tener ni hijos? 

El Estado nos vende el relato del invierno demográfico que, supuestamente, está perjudicando a nuestra sociedad, pero no toma medidas para mejorar las condiciones. A su vez, la empresa se beneficia de que nosotras hayamos asumido que la maternidad nos va a penalizar, por lo que la retrasamos hasta lo que la escritora Silvia Nanclares, autora de Quién quiere ser madre, ha llamado ‘el tiempo de descuento’. 

En el libro muestra el ingente negocio que suponen ya las clínicas de fertilidad, precisamente por el retraso de la maternidad.

Están jugando con nuestros deseos y temores, que son dos emociones muy fuertes, para privatizar nuestros cuerpos con esta crisis de fertilidad. Al final, solo unas pocas privilegiadas van a poder permitirse congelar los óvulos o tener bebés in vitro, mientras el resto llegaremos a los 40 esperando estar en situaciones menos precarias, o simplemente conservar el empleo, porque ya ni siquiera aspiramos a romper el techo de cristal, sino a conservar un trabajo. Y estas clínicas están capitalizando esta situación mientras el Estado se lava las manos. 

No me gusta el lema “La maternidad o paternidad no es un derecho” porque puede jugar en nuestra contra. A lo que no hay derecho es a pasar por encima de los derechos de otras mujeres, a precarizarlas y comerciar con un bebé, como ocurre con la maternidad subrogada. Pero sí creo que tenemos derecho a ser madres y padres, a que el menor no herede nuestra precariedad y a que nosotras no tengamos que ejercer la maternidad desde la pobreza o la ansiedad.

En El vientre vacío aborda cómo la derecha se ha apropiado del concepto de familia, mientras las izquierdas no prestan atención a cuestiones como este retraso de la maternidad, ni plantea un modelo económico alternativo que revierta esta sistematización de la precariedad. 

No creo que el discurso tenga que ser natalista. De lo que estamos hablando es de vidas precarias. Y entre la izquierda hay cierta cobardía para establecer debates sobre las consecuencias de la crisis laboral, de vivienda, sobre cómo afecta a que no podamos tener hijos, pero también a que el día de mañana no pueda cuidar de mis padres si quiero conservar el trabajo, o que si me tengo que mudar, ya no estaré cerca de mis amigas que podrían cuidarme si enfermo… Porque la familia no es solo procrear, sino tejer unas redes, que se están desconectando. 

En el libro, usted va guiando el relato a través de su voz y de testimonios de otras mujeres que han ido posponiendo la maternidad por la precariedad, pero también de poemas, de noticias, de recuerdos… Es un relato muy generacional en su forma y atravesado por esta ola feminista gracias a la que ya no necesitamos encorsetarnos en el patrón heteropatriarcal que marcaba qué era y cómo había que contar lo importante.

Me acabo de dar cuenta de que la cuestión feminista es la que hace que ahora nos contemos a nosotras mismas a través del relato colectivo y nos inventemos nuestras propias reglas para hacerlo. En el libro también hay una impronta de improvisación, porque es la forma de materializar lo rápido que va todo y por qué lo tenemos que contar ya.

Ese visión feminista también se materializa en la valentía para exponer su (nuestra) vulnerabilidad, entendida como una fortaleza cuando la ponemos en común y nos descubrimos como interdependientes. ¿Cómo le ha influido esta conciencia feminista a la hora de recorrer esta década de precarización y el posponer su deseo de ser madre?

Cuando llegué a Madrid tenía la sensación de que mostrarme vulnerable o débil significaba, profesionalmente, ponerme al final de la cola. Pero como dice Rafaela Pimentel [trabajadora del hogar migrante y activista de Territorio Doméstico), si nos acuerpamos pasamos de ser enemigas a compañeras. Cuando entiendes que todas estamos o hemos estado en una situación parecida, desaparecen las jerarquías, construyes desde lo colectivo y encuentras alivio. 

Hay discursos que cuestionan la maternidad biológica porque vivimos en un planeta sobrepoblado en crisis climática, porque la interpretan como un afán por la perpetuación genética cuando hay muchos menores esperando ser acogidos… ¿Qué respondería?

Que hay temas que se enfocan mal: ¿de verdad el hecho de que nosotras no tengamos hijos va a revertir el cambio climático? Es una cuestión de reparto de recursos, pero al final desde la izquierda -que son las que difunden estos planteamientos- siempre estamos señalándonos entre nosotros, en lugar de señalar hacia arriba. Es agotador tener que estar siempre disculpándonos por cada mínimo deseo porque va en contra de lo que la izquierda verdadera cree. 

La precariedad en un modelo económico que ha llegado para ser la norma. ¿Cómo gestionamos toda la frustración que provoca? 

Pues yo con este libro he buscado visibilizarla, no porque vaya a generar un cambio de inmediato, sino para que el día de mañana no puedan decir que nos lo hemos inventado, que no era para tanto. Si tú emites una queja quien la desoye incurre en la negligencia. La gente de V de Vivienda ya alertaba sobre el encarecimiento de los alquileres en 2007 y no se ha hecho nada. Los que gobernaban entonces y los que vinieron después no se pueden lavar las manos. Y quizás, mañana podamos pedir responsabilidades, que es el primer paso para que las cosas cambien. 

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