«Las invisibles» (2020, Capitán Swing), del historiador del arte y periodista Peio H. Riaño, dispara las alarmas sobre las deficiencias del Museo de Prado en cuanto a perspectiva de género, una realidad que, por desgracia, sobrepasa los límites del territorio nacional. Con la obra, acudimos a un recorrido alternativo del museo que nos descubre la postura de invisibilización de la mujer que impera en la institución.
Esta denuncia se manifiesta en el libro a través del tratamiento de diferentes aspectos como el escaso número de obras realizadas por artistas femeninas presentes en la colección (once pinturas), de las que ofrece una visión más justa, y las dinámicas en las que se ven envueltas las obras femeninas adquiridas por los museos; el trato denigrante a las mujeres artistas que conseguían destacar y el afianzamiento de la idea del artista masculino como genio, la visión patriarcal del rol de mujer que ofrecen las obras presentes en la colección o las desviaciones de la realidad que proclaman muchas de sus obras en perjuicio de la mujer.
Hablamos de «Las invisibles» con su autor, Peio H. Riaño, para acercarnos a una obra que evidencia la urgente transformación a la que el Museo del Prado debe someterse para adecuarse a una sociedad que reclama igualdad en todos su niveles.
¿En qué momento decides escribir “Las invisibles”?
Hay un encuentro con “Juana”, del pintor Fernando Pradilla, en el que comprendo que el cuadro representa el techo de cristal que padecen las mujeres y me pongo a investigar sobre el cuadro y, sobre todo, el contexto histórico que determina y condiciona la construcción creativa de ese asunto. Por supuesto, antes de ese encontronazo hubo lecturas de historiadoras como Griselda Pollock y Linda Nochlin, además de Marián Fernández Cao. Es un paso más en una tradición recién nacida que reclama la intervención de la perspectiva de género en el relato de los acontecimientos, porque son los acontecimientos lo que el museo no está explicando. No atiende a lo que sucede más allá del marco de la pintura y no lo da a conocer al visitante. La falta de contextualización permite que el mensaje político original perviva sin cuestionamiento: las mujeres no están capacitadas para gobernar lo que no sea su casa, en el caso del cuadro de Pradilla. Es algo anacrónico y fuera de lugar.
Con este libro desarrollas una nueva mirada con la que apreciar el Museo del Prado, ¿cuáles han sido las mayores dificultades para construirla?
En el método de investigación no hubo complicaciones porque todo se desarrolló en la biblioteca del propio museo. El ejercicio de contexto histórico y materialista que trato de divulgar está construido a partir de la información que conserva la propia institución. Es decir, todo lo que expongo ya lo conoce el museo, pero no actúa en consecuencia desde hace décadas. Desde hace años, tienen un informe desarrollado por tres historiadoras en el que se indica la exclusión de la mujer del relato museográfico. No lo han atendido. Sin embargo, cuando ha sido un hombre el autor de la queja han reaccionado. Esto es lo más indignante del asunto. Ha sido importante que Capitán Swing confiara en un libro como este, difícil porque abre un debate que estaba siendo invisibilizado y que afecta y altera al corazón narrativo de la institución cultural española más importante.
Muchas de las obras realizadas por mujeres han pasado más tiempo en los almacenes que expuestas en el museo o han ido formando parte de diferentes exposiciones temporales alrededor del globo, ¿crees que es este el objetivo final que tienen en mente cuando se decide comprarlas o, como también planteas en tu libro, crees que es un modo de defenderse de las críticas por las deficiencias de género de los museos?
Lamentablemente no creo que el Museo del Prado, como tantos, hayan tenido ni siquiera la sensación de que debían corregir el rumbo. La ceguera de género es compartida por la mayoría de los museos de todo el mundo. Algunos ya han creado líneas de trabajo con equipos dispuestos a rectificar, como la National Gallery. A favor del Prado hay que señalar que la actual dirección ha puesto en marcha una serie de exposiciones temporales dedicadas a las mujeres que esquivan el conflicto, pero que no lo enfrentan. Mientras la colección se sigue mostrando bajo parámetros excluyentes, en las temporales se cubre el cupo. Pero sabemos que el cambio no sucede así.
La falta de representación femenina en los museos tiene una correspondencia en los contenidos que se estudian en las escuelas, institutos y universidades, donde en algunos periodos las mujeres parecen no existir, ¿crees que la responsabilidad recae en los museos que han contribuido a crear una historia del arte imperantemente masculina o es una responsabilidad compartida? ¿podemos esperar un cambio en tiempos breves?
Los museos tienen unas responsabilidades sociales asumidas en tanto que entidades públicas, protegidas, amparadas y financiadas por la propia sociedad. Desde 2007, este país cuenta con una ley de igualdad que determina y define el rumbo de los españoles y sus instituciones. Ese paso debería haber sido suficiente para que los museos entendieran el compromiso que deben asumir para corregir un camino que se inició hace dos siglos, en el caso del Prado, y que deberían permitirle muchos más. Si el Prado insiste en ignorar a las mujeres morirá en breve. Porque acabará convirtiéndose en un lugar ajeno a la sociedad que representa. El cambio llegará. Ojalá la actual dirección entienda que es el momento de hacerlo.
Muchas de las artistas tratan temas o proponen perspectivas que muchos de los artistas hombres no se han atrevido o no han querido contemplar, ¿en qué medida crees que con la invisibilización del arte femenino nos estamos perdiendo una parte de la realidad y de la historia?
La negación del arte femenino es, para empezar, una grave falta científica que el museo está cometiendo. Hubo mujeres artistas -las que pudieron a pesar del rechazo patriarcal a que lo fueran- y hay que rescatarlas. También hay que revisar los catálogos y los inventarios que durante siglos han sido secuestrados por los hombres cuando se dudaba de la atribución. Pero, sobre todo, el rescate debe ser desde una perspectiva de género, en la que el museo no haga sentirse ignorada a las mujeres que lo visitan. Como hombre tampoco quiero que se excluya a la otra mitad de la población y mayoría en las salas de los museos. Mi idea de sociedad democrática progresa en otra dirección a la que defiende el museo.
Cuando finalmente una mujer era aceptada como artista y se le prestaba atención, la crítica solía centrarse más en los detalles personales que en su valor artístico, algo poco frecuente en los hombres, ¿crees que esto ha contribuido a crear el mito del “genio” en el artista masculino?
La categoría de la genialidad ha servido a los hombres para perpetuar su privilegio en las artes creativas. Ellas fueron expulsadas de este recinto que es el canon historiográfico y se lo apropiaron ellos. Estaban seguros en su particular mundo. La historia del arte se ha comportado como uno de esos clubes en los que sólo se admiten hombres y hay 130 azafatas para atender sus apetitos. Una casta sin ejemplaridad. Hasta que la mujer no sea tomada en consideración en el Museo del Prado, no podremos dejar de decir que es un club cipotudo.
Hemos visto cómo frecuentemente los hombres, historiadores, autoridades y artistas invisibilizaban a las mujeres poderosas como, por ejemplo, el caso del pintor Pradilla que con su obra de “Doña Juana la Loca” contribuye a reducir su figura a la de una mujer enamorada que se volvió loca por amor, una débil. ¿Por qué esta insistencia? ¿miedo de un cambio de roles en la sociedad, del empoderamiento de la mujer?
Es la insistencia del patriarcado: no quiere perder sus privilegios, no quiere asumir la realidad que ha negado desde hace siglos, no quiere aceptar a la mitad que ignora porque podría poner en cuestión un método de vida incuestionable. Por eso es tan importante el sistema de cuotas, porque motu proprio el hombre no va a entregar lo que no es suyo y se apropió. Eso en nuestros días. En época de Pradilla, la insistencia por hacerlas desaparecer estaba instalada en lo más alto de la intelectualidad. La Academia no tenía ningún reparo en dictar contra ellas y ahí están los discursos de Pedro de Madrazo -la figura más influyente en el relato cultural de la segunda mitad del XIX- para quien quiera leerlos. El arte es débil frente al poder político, el poder religioso y el dinero. Los necesita para poder ser y eso ha hecho muy vulnerables a los pintores que trataron de medrar: para sobrevivir debían aceptar las instrucciones ideológicas de la época, aunque hicieran desaparecer a la mujer. Hubo algunos artistas como Antonio Fillol que se negaron. Y lo que “Las invisibles” propone es que el Museo del Prado y sus especialistas asuman de una vez por todas el feminismo y acaben con el machismo y el racismo de la institución. Quizá así cunda el ejemplo en el resto.
En tu libro expones la necesidad de empezar a llamar a las cosas por su nombre en el museo, poniendo como ejemplo el caso de “rapto” por “violación”, idea que también expresaste por redes y te acarreó las críticas de un miembro de la RAE, ¿cómo valoras este tipo de intervenciones provenientes de personas que cubren una posición de prestigio?
Solo son souvenires del pasado que se resisten a desaparecer. Los últimos ejemplares de una especie que tiene sus días contados.
Teniendo en cuenta esto último, ¿cómo defiendes el cambio del título de obras que llegaron hace cientos de años?
Bien sencillo: llegan de hace cientos de años. Y por lo tanto defienden unos intereses políticos e ideológicos que no nos corresponden. La mayoría de ellos no son los originales y estos son los que debemos rectificar, los que se han construido y reconstruido decenas de veces antes de los que hoy cuelgan de esas paredes y que hemos heredado del siglo XIX. Como sociedad debemos expulsar de nuestro seno cualquier conducta que no tenga que ver con nosotros. Y sólo podemos esperar que el museo vaya por delante, no por detrás.
Imaginemos un Prado más justo con el género femenino y con la historia, menciona algunas artistas que merecerían ocupar un lugar.
Todas las artistas que aparezcan en el mercado y sean adquiridas, todas aquellas que sean susceptibles de entrar a formar parte de la colección de la manera que sea. Hay tantas pendientes como oportunidades. Sólo falta voluntad política para abrirles el espacio que se les ha negado. Ten en cuenta que en los últimos diez años, el museo ha comprado obra de tres mujeres por un valor de 70.000 euros en total. En el mismo periodo ha adquirido obra de más de 120 artistas hombres, con una inversión de más de veinte millones de euros. Los nombres son importantes -Rosario Weiss debe estar en sala ya- pero es mucho más importante la inversión en ellas. Ni siquiera dedicaron a compra de mujeres pintoras el premio metálico que el Premio Princesa de Asturias le concedió, 50.000 euros. A mí esto me parece un escándalo.
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