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Se acaba el tiempo

Por ABC Cultural  ·  21.07.2012

La literatura de Burroughs parece tocada de algo que no es literatura y que no sabemos exactamente lo que es: vida, drogas, el contacto con realidades que no son humanas, la sombra de una conspiración que pervierte toda nuestra experiencia y que es necesario sacar a la luz. Burroughs ha leído algo, ha experimentado algo, sabe algo, y lo quiere contar. En sus libros hay autobiografía, fantasía surrealista, ciencia ficción de vanguardia. Al mismo tiempo, sus obras parecen flotar un poco más allá de los géneros, en una región salvaje de la psique que es previa a la forma y al lenguaje articulado. Hijo de los surrealistas, no quiere hacer literatura, sino crear sensaciones y experiencia en el límite, o quizá más allá del límite.

Quiere desmontar y comprender la forma en que la psique aprehende la realidad y también la forma en que los códigos de que disponemos para representar esa realidad han sido pervertidos y deformados maliciosamente a fin de dejarnos en un estado de ceguera y esclavitud. Literatura paranoica compuesta de destellos de genialidad en medio de mares de caos tras cuyas olas de imágenes frenéticas y violentamente sexuales percibimos el aire civil, frío y distante de ese Burroughs de las fotos, un hombre con chaqueta y corbata venido para anunciarnos el apocalipsis.

«Paseos de color»

De los tres textos que se reúnen en este volumen, el tercero, La revolución electrónica (1971), parece la fuente del último, Ah Puch está aquí. Se trata de un ensayo sobre el tema de la manipulación psicológica por medio de sistemas electrónicos, especialmente mediante el uso de grabaciones de voz. «Cuando el sistema nervioso humano descodifica un mensaje codificado, el sujeto tiene la sensación de que son ni más ni menos que sus propias ideas que se le acaban de ocurrir, que es lo que de verdad ha sucedido.» Encontramos en estas páginas muchas de las obsesiones de Burroughs; también la fuente de muchos de los ejercicios de percepción que les ponía a sus alumnos de escritura creativa, tales como los «paseos de color», que nos muestran la forma en que la percepción y la memoria seleccionan y reconstruyen los datos de los sentidos. La manipulación, la conspiración mundial, comienzan para Burroughs en nuestra psique.

El libro de las respiraciones es una especie de ensayo profusamente ilustrado por Robert F. Gale. Su tema: las conspiraciones políticas, desde la legendaria secta de los asesinos del Viejo de la Montaña hasta la CIA poniendo en el poder a Pinochet. Curioso el papel que Burroughs asigna al sexo en todo este fregado, siempre un sexo frenético, destructivo, violento. ¿Acaso no sabe que los grandes dictadores jamás han sentido el menor interés por el sexo?

El señor Hart

Ah Puch está aquí, la parte de texto de un cómic basado en los antiguos grabados mayas que nunca llegó a publicarse completo, es el pasaje más interesante de los tres. A caballo entre los géneros, a veces se lee como ensayo, a veces como guión, como diario, como apuntes, y casi todo el rato como novela. Una extraña novela contorsionada y apasionante cuyo título hace referencia al dios maya de la muerte (Ah Puch) y que describe cómo algo llamado CONTROL domina a la raza humana de forma implacable y desde los principios del tiempo.

CONTROL necesita tiempo, tiempo humano compuesto de sensaciones, tiempo que se acaba («tiempo es lo que se acaba») y por eso necesita un stock de humanos dispuestos a consumir tiempo. Todo el tiempo que consumimos y que nos consume es utilizado por CONTROL, pero el tiempo no es infinito y llegará un momento en que se terminará.

Hay un hombre, John Stanley Hart, obsesionado con la inmortalidad, que se dedica a buscar los libros mayas para aprender el control sobre la vida y la muerte. Comienza a estudiar todo tipo de sistemas para la manipulación y la invasión psíquica: el impuesto sobre la renta, los sistemas electrónicos, las falsas medicinas, hasta que encuentra el sistema perfecto, la creación de virus invasivos. Hay además un ser llamado Sin Dolor, un dios con cabeza de buitre, escalofriantes secuencias de imágenes, sexo y una droga denominada Muerte.

Para algunos lectores, como para quien esto escribe, todo esto resultará irresistible: para ellos, y solo para ellos, cinco estrellas.

Andres Ibáñez