En su libro, la periodista irlandesa plasma sobre papel el trabajo de 7 años rastreando el viaje de las personas migrantes que anhelan llegar a Europa.
Que las aguas del mar Mediterráneo son el mayor cementerio del mundo es algo que saben hasta en el Vaticano. Lejos de coloquialismos, esta es una afirmación en su sentido más literal. El 6 de agosto del año pasado, el papa Francisco expresó su preocupación por la dramática situación que se vivía entonces en el desierto entre Túnez y Libia, donde miles de personas sufrían en silencio después de haber sido abandonadas por traficantes, ante la mirada pasiva de los Estados africanos y europeos.
Seis meses después de aquello, los crímenes en la ruta migratoria más letal del mundo no han cesado, pero en España, al menos, ahora podemos poner nuevos nombres al compendio de historias que narran el viaje de los refugiados para llegar hasta la Europa de los derechos. La periodista Sally Hayden (Dublín, 1989) publica este año la edición traducida al castellano de Cuando lo intenté por cuarta vez, nos ahogamos (Capitán Swing, 2022), donde da voz a cientos de personas que en su intento de llegar al viejo continente fueron enviadas a centros de detención en Libia.
Lo que ocurre en estas instalaciones se parece más a la dinámica de un campo de concentración que a lo que quienes las dirigen aseguran de ellas. Aunque oficialmente están dirigidas por el Gobierno, en realidad “son las milicias de Libia” las que poseen su control. De hecho, incluso los centros que están bajo el mando de la Dirección de Lucha contra la Migración Ilegal de Libia (DCIM) —con la que colabora la Organización Internacional para las Migraciones (OIM)— acaban siendo administrados por los grupos armados al mando de los vecindarios donde se ubican.
En su entrevista con ENCLAVE ODS, preguntamos a Hayden cuántos centros existen actualmente en Libia. En 2019, la cifra confirmada era de 23. La realidad es que “los números siempre están cambiando” y muchas prisiones aparentemente cerradas siguen funcionando en secreto. En ellas, asegura la periodista, los reclusos guardan en sus retinas imágenes de “tortura, trabajo forzoso, mujeres que deben dar a luz sin atención médica, personas usadas como escudos humanos”, entre otras múltiples humillaciones que ella lleva haciendo públicas desde aquel agosto de 2018 en el que un mensaje de Facebook cambió su vida.
“Hola, hermana Sally, necesitamos tu ayuda. Vivimos en malas condiciones en una prisión de Libia. Si tienes tiempo, te contaré toda la historia“, adelantaba el texto. Lo enviaba el hermano de un hombre eritreo que había quedado atrapado en el centro de detención de Ain Zara en Trípoli. Era conocedor del trabajo periodístico de Hayden en Sudán y había buscado sus datos para pedirle ayuda. Por él y por los cientos de refugiados que permanecían allí, escuálidos por la falta de sustento e indefensos en pleno estallido del conflicto en la capital, que había hecho a los guardias abandonar el complejo, bien para “escapar o para unirse a la lucha”, explica en el libro.
El refugiado había cruzado dos fronteras y recorrido 3.000 kilómetros para llegar a Libia. Pero, como quienes le acompañaban, había sido capturado y pedía una señal de auxilio por parte de la comunidad internacional. Tras 24 horas de investigación contra reloj, Hayden corroboró su historia. En el centro habían conseguido ocultar el teléfono que les dio un traficante “para que pudiese pedir auxilio desde la lancha cuando esta, inevitablemente, empezara a hundirse y lo rescataran”, adelanta en el arranque de su obra, destapando en tres renglones la realidad más cruda y honesta de cómo es la migración en el Mediterráneo.
“Ellos son conscientes de que pueden morir en el mar, pero no de la posibilidad de quedar atrapados y encerrados en estos campos”, explica la periodista. En Libia, tras más de una década de guerra, la mayoría hoy quiere huir usando la ruta del Mediterráneo central. ¿Por qué asumir el riesgo? “Supongo que porque tienden a tener esta idea de Europa como el hogar de los derechos humanos, donde se valora la vida humana. Eso es lo que da esperanza a las personas que hacen estos viajes, el deseo de encontrar un sitio en el que estar a salvo y construir una vida”.
Los migrantes que se juegan la vida en el mar dependen, principalmente, de la intervención de barcos humanitarios como el Open Arms o el Astral para ser rescatados. En caso contrario, pueden fallecer naufragados en su intento de llegar hasta Lampedusa en busca de una vida mejor, o, en un caso igualmente dramático pero menos conocido, caer en manos de los guardacostas libios y terminar en uno de estos centros de detención como el de Ain Zara.
La periodista asegura que esta realidad que la llevó a escribir su primer libro —premiado, por cierto, con el Premio Orwell de literatura política en 2022— “se hizo más común después de 2017, cuando la Unión Europea comenzó a apoyar a la Guardia Costera de Libia para llevar a cabo las interceptaciones. Desde entonces, casi 130.000 personas han sido capturadas, obligadas a regresar a Libia y encerrados indefinidamente”. Ella se ha dedicado a dar voz a sus historias.
Primero lo hizo en la red X (antes Twitter), donde se viralizó por algunas de sus denuncias, y después en medios con los que colaboraba como freelance. El libro llegó mucho después, pero, en todo ese proceso que nos lleva hasta su publicación, Hayden cuenta que tuvo que enfrentarse a múltiples amenazas a su vida y derecho a informar. “Incluso fui acusada de ser traficante de personas, lo cual era obviamente falso, pero hubo un año en el que temí que pudieran arrestarme en cualquier momento“.
En cualquier caso, lo que más le preocupaba era, asegura, “poner en peligro la seguridad de mis fuentes, que estaban arriesgando sus vidas de manera heroica para asegurarse de que estas pruebas se hacían públicas. El libro no existiría sin ellas, por eso quiero que la gente lo lea”. También lanza un reclamo a sus compañeros periodistas: “Tenemos que preguntarnos qué voces escuchamos. Cuando recibimos declaraciones sobre determinadas situaciones trágicas, ¿nos dirigimos a organizaciones poderosas o a las personas que se ven directamente afectadas?”, pregunta.
Un relato que traspasa fronteras
Cuando lo intenté por cuarta vez, nos ahogamos es una orquesta de voces organizadas bajo el formato del ensayo para desvelar al lector la crudeza oculta en estos centros. Una que ni siquiera resulta del todo imaginable para quienes tienen la capacidad de ayudar, lamenta Hayden: “La ONU no sabe todo lo que pasa en ellos, ni las oenegés, porque para tener acceso deben ponerse en contacto con las milicias, que mienten sobre las condiciones que hay en el interior. No hay una línea de comunicación real entre la comunidad internacional y los migrantes encerrados”.
En cuanto a la Unión Europea, con la que la narración es especialmente dura, la autora la culpa de “eludir deliberadamente el derecho internacional” al, según ella, “estar apoyando estas interceptaciones y no monitorizar adecuadamente lo que le sucede a la gente”. Por ejemplo, la normativa comunitaria no permite que un barco europeo devuelva a los migrantes a Libia, pero la Guardia Costera sí puede hacerlo. Hayden asegura que la UE vigila el Mediterráneo y da esa información a los guardacostas “para que obliguen a la gente a regresar”.
El trabajo de Hayden, además de materializarse en el texto que medios como The Financial Times y The New Yorker han considerado el mejor libro político del año, ha sido mencionado en varios informes sobre derechos humanos. También, esto lo recuerda ella misma, se ha utilizado como prueba en una denuncia presentada ante Tribunal Penal Internacional en la que se pedía que altos cargos de la UE fueran investigados por crímenes contra la humanidad por las muertes en el Mediterráneo.
Pero la irlandesa, en realidad, no dirige su obra a las instituciones —a las que condena su inacción— ni a los milicianos —cuyas acciones son, asegura, financiadas por las primeras a través de “políticas antimigratorias que han tratado de impedir que las personas lleguen a nuestros territorios cueste lo que cueste”—. Es una investigación encaminada a “que el público europeo se dé cuenta de las políticas que se están llevando a cabo en su nombre“, aclara.
Durante la conversación, al hablar de posibles soluciones a las interceptaciones a largo plazo se reafirma en que “no soy activista, sino periodista. Quiero proteger esta posición y que la gente sepa que la información que proporciono no proviene de un sesgo, por eso mismo no soy quien debe proponer las políticas”. Lo que sí opina, y cree necesario matizar, es que “hay muchos problemas con el encuadre” de la crisis migratoria en el Mediterráneo, que en realidad “es una crisis de desigualdad global”.
“Muchas de las situaciones que están haciendo a las personas huir vienen enmarcadas por nuestras propias acciones. El cambio climático, como sabes, está generando una crisis enorme en África cuando el continente apenas produce emisiones. La sobrepesca en la zona occidental está llevando a la destrucción de las formas de vida tradicionales. Y el gasto en políticas antimigratorias está creciendo, como muestran mis informes, mientras los caudillos y las dictaduras también aumentan los motivos a largo plazo por los que las personas necesitan huir hoy”, reflexiona.
Por eso, Hayden plasma en su obra la necesidad de apostar por una “reformulación adecuada y sin deshumanización” de lo que supone la migración para una Europa “envejecida” que, a su juicio, aún no logra ver más allá de los números. Recuerda que tras ellos se encuentran familias, parejas, niños y jóvenes entusiastas que están “desesperados por encontrar oportunidades” para rehacer su vida en alguno de los 27 países idealizados al otro lado de nuestra costa mediterránea.
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