Lo cierto es que Capitán Swing se está erigiendo en una de las editoriales de referencia para todo lector inquieto. Acaba de sorprendernos -una vez más- con un libro fantástico y nunca suficientemente mentado: ‘Diario de Rusia’. A la pluma, el gran John Steinbeck; al objetivo, el sublime Robert Capa.
En 1946, el también Nobel de Literatura Wiston Churchill anunció que entre la Unión Soviética (¿recuerdan aquel entrañable término, ‘la URSS’?) y occidente había caído un ‘telón de acero’. Recién caído ese espeso muro que aisló a Rusia y sus países acólitos del resto del mundo, el autor de ‘Las uvas de la ira’ recibió el encargo de embarcarse hacia tierra soviéticas para servir de notario lírico de cuanto por esas frías estepas y rojos empedrados ocurría. Steinbeck y Capa aceptan el desafío y pespuntan no la historia de Rusia, sino una historia de Rusia, la que ellos vivieron, vieron, olieron.
Para el viaje, del cual más de uno dudó del regreso, llevaron dieciséis maletas (Capa cargaba con más de cuatro mil negativos, productos químicos y varias cámaras, así como múltiples lámparas de flash), controlados a la perfección por el régimen estalinista.
Se agradece la naturalidad con la que se transcriben los intereses, las curiosidades, los modos de vida de los campesinos rusos. Pero el interés es mutuo. Capa y Steinbeck destejen prejuicios, pero los rusos también. Y acampan ambos, ellos, los otros, en territorio común, humano, libre de guerras y cercos fríos. Un traductor oficial los acompañaba. El escritor no sabía ruso. El fotógrafo, tampoco. A pesar de que conocía numerosos idiomas, cada uno de los cuales hablaba con acento disperso y ajeno.
Viajan como dos anónimos, tratan de pasar todo lo inadvertido que la situación les permite, y se amoldan a lo que se les ofrezca: “esparcieron heno fresco para nosotros y pusieron una alfombra por encima, y nosotros nos echamos a dormir (…) El heno del pequeño establo era dulce. Los conejos que había en una jaula junto a la pared hacían ruiditos y mordisqueaban algo en la oscuridad”.
‘Diario de Rusia’ es un fascinante libro de viajes, con una prosa íntima, capaz de hacer que el lector se sitúa en esas escenas familiares de las que fueron disfrutando escritor y fotógrafo. Al fin y al cabo, los rusos no resultaban tan pérfidos como quisieron hacernos creer.
Esther Peñas