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Robert Sapolsky: “Nadie puede demostrar que tenemos libre albedrío”

Por El Mundo  ·  26.03.2024

Una noche, cuando tenía 14 años, Robert se despertó de pronto a las dos de la madrugada. La crisis religiosa personal que últimamente sufría aquel adolescente estaba a punto de resolverse. Por fin veía una salida clara a la angustiosa pregunta que le cercaba: «¿Cómo es posible que Dios nos culpe por algo que hemos hecho si fue Dios quien nos hizo así?». Y la respuesta sólo podía ser una: «Oh, ya lo entiendo, no hay Dios». Pasaron diez segundos: «Oh, y entonces tampoco hay libre albedrío». Transcurrieron diez segundos más: «Oh, y, por tanto, el Universo es este lugar vacío, muerto, indiferente y sin significado».

«¡Y básicamente así he seguido pensando hasta hoy!», nos cuenta Robert Sapolsky (Nueva York, EEUU, 1957) por zoom. En San Francisco son las 22.30 ( «por la noche es cuando mejor funciona mi cabeza») y nos recibe repantingado en un sillón, después de la cena, con sus greñas rastafaris y su barba a lo Alan Moore. Le acompaña su mujer Linda y un perrillo que se cuela de vez en cuando en la pantalla y al que el neurocientífico de la Universidad de Stanford acaricia cariñosamente mientras refuta con rotundidad al periodista la clave de bóveda que sostiene nuestra humanidad según la milenaria tradición occidental. Nos referimos a la agencia, a la autonomía, al libre albedrío. Hablamos de la libertad.

Sapolsky en una superestrella mundial de las ciencias de la conducta humana en las que aterrizó tras convivir durante dos décadas en la sabana africana con los babuinos, como registró en sus memorables Memorias de un primate (2015). Después publicó un libro «agonizantemente largo», según el mismo lo describe, donde examinaba con minuciosidad por qué el Homo sapiens hace las extrañas cosas que hace: Compórtate (2018) Y ahora, firmemente aupado sobre los miles de páginas previas que recogen la investigación de toda una vida, se ha soltado la melena. Acaba de llegar a España, traducida por Mariano Guirao, su última obra, Decidido. Una ciencia de la vida sin libre albedrío (Capitán Swing, 2024). En sus páginas la libertad como una «ficción». Y no precisamente «útil», como suelen añadir algunos de sus colegas para consolarse.

Rechazar el libre albedrío, negar que los seres humanos somos responsables de nuestros actos es una idea radical y desasosegante para la opinión pública y directamente una blasfemia para la mayoría de los filósofos. Sin embargo, es hoy mayoritaria entre los científicos. ¿Se trata de una nota de distinción? ¿Tal vez de una marca tribal?

«Sí», responde Sapolsky. «El 90% de los filósofos son compatibilistas. Aceptan que estamos determinados por la biología y la sociedad, pero que también disponemos de libre albedrío. Mientras que la mayoría de los biólogos y neurocientíficos son incompatibilistas radicales, como yo, y niegan tajantemente el libre albedrío. Al menos cuando piensan en ello, porque suelen estar centrados en las mismas dos o tres neuronas que llevan estudiando desde que eran jóvenes. También son ateos, por cierto. No como los físicos. Todos los físicos creen Dios y Dios siempre les habla sobre ondas cuánticas y todas esas cosas, pero las personas que tenemos que lidiar con sistemas vivos, en fin, vemos demasiado bien los engranajes como para pensar que pueden surgir de la nada, sin un modelo previo. Y para aquellos que se concentran además en cuando los engranajes no funcionan bien, en la enfermedad… es emocionalmente intolerable pensar otra cosa».

Un atracador entra en banco con una pistola. Una neurona ordena a su dedo apretar el gatillo. Esa neurona está influida por el cansancio, el hambre o la frustración. Y antes por el violento suburbio en el que se crió. Y por sus hormonas y sus genes. Y por la historia. Y por la evolución. Y… No hay manera, asegura Sapolsky, de parar este retroceso infernal. No nacemos en el vacío, es evidente. ¿Pero hablamos de influencias o de determinaciones insoslayables? ¿No es el todo más que la suma de las partes?

El neurocientífico reconoce que está un poco cansado de discutir semejantes cuestiones. Opina que aquellas personas que aseguran que estar sometidos a influencias no refuta el libre albedrío viven presas de una ficción ridícula. Imaginan que dentro del cerebro hay un homúnculo, una personita frente a un panel de control que puede informarse bien y tomarse su tiempo antes de presionar los botones o no. Antes de decidir. «¡Demuestra que no existe el libre albedrío!», dicen. Y Sapolsky cree que ha llegado el momento de darle la vuelta a la tortilla. Deben ser ellos quienes exhiban un mecanismo libre de toda influencia que incite un comportamiento. Si lo hicieran, estarían demostrando el libre albedrío. «Pero no pueden».

¿No pueden? A finales de 2023, en uno de esos improbables azares de la historia de la ciencia, un libro importante de un neurocientífico de prestigio internacional que negaba el libre albedrío llegó a las librerías de EEUU casi al mismo tiempo de otro gran libro de otro neurocientífico internacional… que defendía que el libre albedrío es real. El primero fue Decidido (Determined), de Sapolsky. El segundo fue Free agents, de Kevin J. Mitchell, profesor del Trinity College de Dublin.

Parece razonable que el recrudecimiento del debate secular en torno al libre albedrío desde patrones estrictamente científicos venga motivado por los últimos avances en las ciencias cognitivas y neuronales, y por la espectacular irrupción de la Inteligencia Artificial gracias a ChatGPT. Con todo, ¿no indican estas dos elecciones radicales entre dos académicos con similar formación y las mismas pruebas a la vista que el libre albedrío sí existe?

«Todo esto es muy divertido», confiesa Sapolsky. «La versión de bolsillo de mi libro se imprimirá a principios de abril, así que tengo dos semanas más para incorporar cambios. Y uno de los cambios indudables tiene que ver con que después de que salió la primera edición, se publicó el libro de Kevin Mitchell. Y además tuvimos un debate. Demonios, en algún lugar tengo que decir algo al respecto. ¿Sabe qué? Creo que los dos podemos llevarnos bien y vivir juntos, aunque no sé si él diría eso, porque también es genetista y vive en el mundo de los lípidos. Afirma que podemos apretar el gatillo o no. Comernos el helado o dejarlo. Cree que podemos decidir. Yo no estoy de acuerdo, pero veo una neurobiología fascinante en lo que Mitchell defiende. Cómo los organismos simples que tenían que tomar una decisión de supervivencia recibiendo información de retroalimentación del mundo que los rodeaba fueron evolucionando a versiones más complejas legándonos al final el libre albedrío. Es precioso y genial. Aunque sigo preguntándome qué ocurrió antes de que ese elegante organismo unicelular decidiese. En fin, Kevin y yo podríamos llevarnos bien y cruzar sencillamente los brazos ante ciertos argumentos del otro».

No somos seres racionales por mucho que nos empeñemos. Nos genera menos dolor tomar la copa que nos emborrachará definitivamente, o jugar una vez más a la ruleta en la que perderemos todo, que no hacerlo. Somos, como escribe Sapolsky, «una especie jodida».

¿Por qué nos cuesta menos tomar malas decisiones?Bueno, cuando te pones a estudiar el cerebro humano versus el cerebro de los monos, versus el cerebro de los camarones, etc., cuando empiezas a comparar, lo que a la gente le fascina es cuánto córtex tiene el cerebro humano. Y si te enfocas en esto, pues acabas con conclusiones extremadamente incorrectas, como que somos seres racionales. Que todos somos lógicos, económicos, racionales en la toma de decisiones. Y lo que ignoran en el proceso es que la parte emocional del cerebro reside en el nódulo límbico… ¡y tenemos un nódulo límbico mayor que cualquiera de las otras especies! Tomamos decisiones estúpidas que son un desastre. Tomamos decisiones impulsivas que son valientes y ningún ser racional tomaría. La razón y la emoción son inseparables en el cerebro humano.

A diferencia de otros negadores del libre albedrío como el filósofo Daniel Dennett, que afirman, sin embargo, que se trata de una ficción útil, Sapolsky se niega a pedir que actuemos «como si existiese» el libre albedrío. Y está convencido de que es posible una ética y una moral sin su principal activo: la responsabilidad. No es verdad que sin Dios, o sin libre albedrío, ese sucedáneo laico, todo esté permitido. Al contrario, cree que las personas que llegan a estas conclusiones han reflexionado más al respecto que el creyente que las da por hechas y tal vez sepan diferenciar mejor el bien y el mal.

Sapolsky rechaza todo castigo y también toda retribución. Por supuesto que habría que retirar a los psicópatas y todo aquel que represente un peligro para la sociedad, pero como se retiran los coches con los frenos defectuosos.

¿La reinserción es que se basa el sistema penal occidental es una quimera?Más bien es una locura. Decidimos que algunas personas merecen dolor o perder su libertad, otras merecen retribución y nada de esto tiene sentido. Sigue siendo un sistema construido alrededor de la noción de que es posible que alguien haga algo. No tenían control sobre ellos mismos, pero es algo bueno y virtuoso castigarlos. Como si todo hubiera terminado en ese momento. Ese punto de partida es simplemente bárbaro y poco científico.Y ¿qué hacemos con el arte? ¿El genio creativo es también una ilusión? ¿Ni Picasso es responsable del Guernica ni un mal poeta es responsable de sus espantosos versos?Ay, Dios, ¿dónde encaja el arte? No tengo ni idea. Hay debate enconados sobre ello. Algunos explican el arte como un peculiar resultado de la evolución de la psique humana como también lo sería la teología. ¿Es tal vez un subproducto? No lo sabemos. Pero sí sabemos que cuando tienes un cerebro tan grande como el nuestro ocurren cosas. Si a un chimpancé le pusieras tantas neuronas, podrías conversar con él de teología y estética.

«Me gusta que me pregunte por Picasso. Crecí muy cerca del Museo de Arte Moderno de Nueva York y me tiraba allí las horas muertas mirando el Guernica. Me fastidió un poco cuando se lo llevaron, pero entendí que era una buena noticia porque significaba que España volvía a ser libre. Picasso fue un ser humano totalmente repugnante e hizo un arte increíble. La última amante de Picasso, Françoise Gilot, falleció hace unos años, a los 102. Después de morir Picasso, se casó con Jonas Salk, el científico que inventó la vacuna contra la polio. Yo pasé dos años como becario posdoctorado en el Instituto Salk, el Centro de Investigaciones Científicas fundado en su honor. ¿Qué hacemos con todo esto? ¿Qué haces con alguien que es un humanitario maravilloso y a la vez en casa es frío y sin amor? ¿Qué haces con alguien que ama desesperadamente a su esposa, como yo, pero resulta que se levanta todas las mañanas, se pone una corbata gris y dirige un campo de concentración? Somos criaturas complejas. La coherencia no es algo que puedas esperar de sistemas nerviosos tan complicados».

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