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Resurrección

Por El País  ·  08.02.2020

En la novela Cero K (Seix Barral), el escritor norteamericano Don DeLillo nos presenta a un personaje que es inversor principal de un centro científico —situado en Kazajistán— donde se realizan “suspensiones vitales”.

La nanotecnología, aplicada a la regeneración celular, va a servir para suspender los cuerpos enfermos hasta que se descubra la cura de su mal. Todo es una cuestión de tiempo, parece decirnos DeLillo en su novela; una ficción científica que desafía el sentido común y donde se nos invita a reflexionar acerca de la relación entre la vida y la muerte, y cómo dicha relación se puede romper a favor de la vida, haciéndonos inmortales. Porque las buenas novelas —al igual que los avances científicos— siempre desafían el sentido común.

En la novela Cero K, la realidad deja de convertirse en hipótesis para hacerse veraz desde el momento en que DeLillo se inspira en esa misma realidad, que retuerce y presenta como ficción. Porque el centro científico de Kazajistán en realidad existe, está en Arizona y se llama Alcor Life Extension. Es una fundación donde se practica la criónica o preservación de cadáveres en nitrógeno líquido a la espera de nuevos avances científicos que los devuelvan a la vida.

Bien mirado, la invención de la rueda o del ferrocarril han sido retos de lo imposible en distintas etapas de nuestra civilización, de igual forma que lo han sido los viajes espaciales o Internet. Quién podría imaginarse, hace no muchos años, que algún día podríamos leer las noticias del periódico a tiempo real desde una pantalla táctil. Cada invento, cada avance no es otra cosa que el anhelo de salirnos fuera de nosotros mismos, de escapar de nuestro cuerpo; una especie de viaje astral que nos desplaza sobre la curvatura del espacio-tiempo hasta trasladarnos a otra dimensión.

Cada invento, cada avance no es otra cosa que el anhelo de salirnos fuera de nosotros mismos, de escapar de nuestro cuerpo

Condicionar nuestro destino siempre ha sido la primera misión de la ciencia y, algo así nos viene a decir el periodista dublinés Mark O´Conell en su ensayo titulado Cómo ser una máquina (Capitán Swing) cuando nos lleva hasta las instalaciones de Alcor, “un edificio en forma de bloque gris y achaparrado, construido con el propósito de preparar y almacenar cuerpos muy parecidos a los nuestros para su futuro regreso a la vida”.

A los cuerpos inertes conservados en nitrógeno líquido se les denomina “pacientes” y no están muertos; tan sólo están suspendidos. Todo es cuestión de dinero, parece insinuar Mark O’Conell cuando transcribe la conversación que mantuvo con el encargado del centro, un voluminoso hombre llamado Max y que cuenta cómo es el proceso, saliendo más barato conservar la cabeza separada del cuerpo ya que ocupa menos sitio en el almacén. Por decir no quede que para amontonar cabezas se utilizan unos cubos metálicos, lo más parecido a papeleras como las que vende IKEA para el cuarto de aseo.

Todo es cuestión de dinero, parece insinuar Mark O’Conell cuando transcribe la conversación que mantuvo con el encargado del centro

Pero lo mejor de la conversación del tal Max llega cuando asegura que lo más aconsejable a la hora de aplicar la criónica es padecer cáncer o alguna enfermedad degenerativa. En estos casos, el cadáver se puede coger a tiempo para aplicar bajas temperaturas y así ir preparando la textura para después sumergirla en nitrógeno líquido, donde el cuerpo quedará suspendido hasta nuevo aviso científico. Lo peor son las muertes por accidente.

El mismo Max cuenta el caso de un hombre que había invertido en su seguro de vida para que fuese criogenizado cuando llegase la hora, conservado en nitrógeno líquido a la espera de resucitar en el futuro. Murió asesinado en el atentado terrorista ocurrido en Nueva York, el 11-S. Y es que, por mucho que se empeñe la ciencia en condicionar nuestros destinos, el azar nunca estará sujeto a cálculo alguno.

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