Reseña de ‘Un fracaso heroico. El Brexit y la política del dolor’

Por Beers and Politics   ·  27.01.2020

The Italian Job, traducida al castellano en España como Un trabajo en Italia y en Latinoamérica como Faena a la italiana, con Michael Caine en el papel protagonista, se estrenó en 1969 y fue muy popular en el Reino Unido, donde se ha convertido en una especie de institución nacional; en el resto del mundo, también está considerada como una película de culto. En una de sus imágenes más icónicas, los protagonistas vuelan con explosivos un Fiat mini sin querer. El objetivo, como indica la célebre frase de Michael Caine en la película: “se suponía que solo tenías que volar las puertas”. En el libro Un fracaso heroicoEl Brexit y la política del dolor, el autor, Fintan O’Toole, cita esta frase como resumen de lo ocurrido. Se supone que se quería dar un aviso de malestar, no destrozar el futuro de generaciones. ¿Cómo se llegó a esto? ¿Cómo una gran nación acabó autolesionándose voluntariamente? Para entender el Brexit hay que leer sí o sí a O’Toole en este proclamado libro del año 2018 según The Times, fácil de entender, divertido y brillante, y que acaba de lanzarse en español desde Capitán Swing. Porque más que una explicación sobre el Brexit, nos permite entender a la sociedad inglesa, y es a partir de este análisis como se puede entender el resultado del referéndum.

O’Toole nos habla de una dicotomía clara en la sociedad inglesa (mucho más que británica). En primer lugar, un profundo sentido de agravio y en segundo lugar un profundo sentido de superioridad. Un nacionalismo crudo y un nacionalismo anti imperial; uno tiene como objetivo dominar el mundo, el otro quitarse de encima ese dominio. La incoherencia del nacionalismo inglés que hay detrás del Brexit reside en el querer ser ambas cosas simultáneamente. Por un lado, el Brexit está alimentado por fantasías de un imperio 2.0, un imperio comercial mercantilista global reconstituido en el que las viejas colonias blancas se reconectarán con la madre patria. Por otro lado, es una insurgencia a la extraña sensación de opresión, y por ello tiene que ser imaginario como una revuelta contra una opresión intolerable. Y para ello necesitaba un enemigo externo, que es la Unión Europea. Esa dicotomía es resumida por el autor como la autocompasión: el Brexit tiene sentido en una nación que siente pena de sí misma. El mismo misterio es, por tanto, por qué Gran Bretaña, o más precisamente Inglaterra, llegó no solo a experimentar ese placentero sentimiento, sino a definirse a partir de él. 

Podría parece extraño considerar que este colapso ha sido invisible, dado que en gran parte es obvio: las profundas incertidumbres acerca de la unión tras el acuerdo de Belfast de 1998 y el establecimiento del parlamento escocés al año siguiente; el consiguiente auge del nacionalismo inglés; las profundas desigualdades regionales en el seno de la propia Inglaterra; la divergencia generacional de valores y aspiraciones; el socavamiento del estado de bienestar y de sus promesas de una ciudadanía común (que proporcionaba a los jóvenes la sensación de que tiene un futuro y a los mayores la confianza de que no tienen que temer por el suyo: la vida de mis hijos será mejor que la mía); el desprecio por los pobres y vulnerables expresado por medio de la austeridad; el auge de una clase gobernante sensacionalmente autoindulgente y bufonesca. De todo ello el autor hace buenas descripciones en su texto.

El enemigo común, sin embargo, no son estos problemas, sino una Unión Europea que ya desde el principio no fue vista como ejemplo de unidad sino meramente como una necesidad económica. La UE generaba lealtades muy débiles entre los ingleses. La mayoría entendía la integración en la UE como una concesión realista pero a regañadientes, una cuestión más de aceptación resignada que de gozosa hermandad con los países del continente. 

Pero lo interesante es que los efectos colectivos de estos desarrollos interrelacionados apenas habían sido visibles en el sistema político hasta que David Cameron levantó la liebre al convocar un referéndum para conseguir más poder en su partido. Lo que vemos una vez se ha levantado la liebre es que el Brexit tiene que ver menos con la relación entre Gran Bretaña y la UE que con la relación de Gran Bretaña consigo misma. Es la proyección hacia el exterior de una agitación interna

A través de los diferentes mensajes políticos durante años, muchos de ellos surrealistas y cómicos, se extendió la idea de Gran Bretaña oprimida, y del Brexit como el símbolo de una colonia que está rompiendo las cadenas de la opresión imperialista. Esta transferencia de la victimización, la idea de que, en lugar de, como de hecho son, un grupo relativamente privilegiado son víctimas. Siguiendo con O’Toole, la extrema derecha es el #metoo del hombre blanco. No solo no soy culpable, sino que de hecho, soy una víctima. El Brexit tuvo que aprovecharse de la profunda ansiedad existente por la pérdida de estatus. De alguna manera, tenía que conjurar dos miedos: el más antiguo sobre la pérdida de estatus de Gran Bretaña en el mundo a partir de 1945 y el derivado de la erosión de los privilegios de los blancos. Eso es ansiedad, y es real. El Brexit pone al dolor un nombre y una localización: inmigrantes y burocracia de Bruselas. Contrarresta su sensación de impotencia con un momento de poder real; el Brexit es, después de todo, algo grande que se puede llevar a cabo.

El Brexit se explica a menudo como una forma de populismo, pero está impulsado más por lo que Timothy Snyder denomina en su libro El camino a la no libertad como sado populismo, en el que las personas están dispuestas a infligirse daño a sí mismas en la medida en que creen que, al mismo tiempo, están causando más daño a sus enemigos

Sus dos grandes fortalezas eran su carácter aparentemente tangible -tomaba la vasta y tediosa odisea de la UE y la reducía a cosas que la gente podía tocar y sentir, y, lo que es más importante, consumir: cerveza, patatas fritas, plátanos- y la conciencia de que todas estas cosas habían sido gigantescamente exageradas hasta convertirlas en iconos identitarios. Reducía Europa a un microcosmos de asuntos técnicos y después lo exageraba y lo convertía en un macrocosmos de opresión. Se veía al Brexit como revuelta popular.

Hay otra frase que resume el libro y que me encanta: el Brexit son aquellos que creen que no tienen nada que perder dirigidos por aquellos que pase lo que pase no van a perder nada. El Brexit es el resultado de un hundimiento invisible del orden político que ha venido ocurriendo desde hace décadas, aunque se vista de restauración; la restauración de Gran Bretaña como gran potencia y la Inglaterra como solía ser. Pero ninguna de ambas cosas es posible. Se logró el Brexit, pero a qué precio. Se logró el Brexit pensando en enviar un mensaje y pensando en “curar” a Gran Bretaña, devolverla donde siempre debía haber estado. El derrocamiento de un opresor imaginario no se puede entender como un acto de liberación nacional, sino de sado populismo. Si la elección era entre pegarte un tiro en la cabeza en el pie es que se estaba planteando una pregunta equivocada. “Se suponía que solo tenías que volar las puertas”, decía el pro-brexiter Michael Caine.

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