“Los conflictos armados, desde situaciones de degradación general de la seguridad hasta guerras abiertas, se están tragando Oriente Próximo y el norte de África”.
Así de contundente comienza el libro de Patrick Cockburn, uno de los periodistas que mejor conoce la región de Oriente Medio, con un seguimiento sobre el terreno y un manejo de fuentes de primera mano sobre algunos de sus más intensos conflictos.
Escrito a modo de diario y artículos entre 2001 y 2015, el autor presenta los acontecimientos desde una doble óptica: primero, desde la descripción “de lo que está pasando”; y segundo, desde una “explicación retrospectiva” y, también, un análisis actualizado.
Método que proporciona al lector una necesaria perspectiva histórica; además de permitirle advertir cuán acertado o desencaminado estaba el autor en sus diagnósticos y análisis, sorprendiendo –en no pocas ocasiones– cómo se han impuesto las peores predicciones o escenarios.
Características comunes de los conflictos que asolan la región son la debilidad y el desmoronamiento del poder central, la emergencia de fuerzas insurgentes (además de terroristas), la confrontación civil y las intervenciones externas.
Semejante situación de caos y conflictividad amenaza con extenderse por toda la región, desde “el noroeste de Pakistán hasta el noroeste de Nigeria”. De momento, el núcleo principal se concentra entre “la frontera iraní y el mar Mediterráneo”.
Teme Patrick Cockburn, con razón, que esta lucha por el poder se prolongue de manera indefinida, reconfigurando inexorablemente la región. De hecho, sostiene que difícilmente algunos de los Estados más afectados volverán a ser “un Estado unitario”. El nacionalismo y las ideologías políticas contemporáneas parece que se han diluido, dejando paso a la reemergencia de un atávico sectarismo.
Semejante destino ha corrido en paralelo al de los regímenes nacionalistas y laicos que predominaron durante las décadas de los sesenta y setenta, pero que se vieron ensombrecidos por sus propias limitaciones y degradación: Estados policiales, dictaduras nepotistas, corrupción, desigualdad y reducción de su base de apoyo social.
No menos importante fue el desafío a su liderazgo regional por las petromonarquías del Golfo, con una inmensa riqueza petrolera y propagación de una interpretación rigorista y retrógrada del islam, que retroalimentó las opciones más radicales o yihadistas.
Como trasfondo que acompañó esta deriva, destaca la transformación de la estructura de poder en el sistema internacional. Si la bipolaridad permitía cierto equilibrio de poder y contrapesar a la superpotencia rival, la unipolaridad articulada por la supremacía estadounidense –al concluir la Guerra Fría y desaparecer la Unión Soviética– dejó a los regímenes nacionalistas en una situación de mayor vulnerabilidad.
Por último, el autor se interroga por la responsabilidad de tamaña desolación. La respuesta no es fácil, no puede ser de otra manera por la enorme complejidad que entrañan los mencionados conflictos; a lo que se añade su interconexión (regional, trasnacional e internacional) y solapamientos (en un mismo país se registran varias guerras a un mismo tiempo).
Si bien Cockburn identifica las dictaduras, las sucesivas intervenciones externas y, no menos, los movimientos opositores “salvajemente sectarios”, también se aleja de cualquier tentación o explicación maniquea.
En esta dinámica, recuerda la debilidad del nacionalismo, de la idea de nación o Estado-nación que contrasta, en su lugar, con la fortaleza adquirida (o que bien siempre tuvo o fue deliberadamente retroalimentada o ambas cosas a la vez) por las lealtades subestatales, de obediencia comunitaria, ya fueran confesionales o étnicas.
No menos pesimista se expresa respecto al futuro y resolución de la conflictividad regional, debido a su carácter extremadamente embrollado, con la implicación de numerosos actores, “motivos” e “intereses” que, a su vez, se muestran “diversos” y “contradictorios”.
El texto de Cockburn se lee de manera amena y ágil, pese al número de países que aborda (Afganistán, Iraq, Siria, Yemen, Libia y Bahréin), sin dejar de prestar atención a otros importantes actores internacionales (Estado Unidos, principalmente), regionales (Irán, Turquía, Arabia Saudí, etc.) y transnacionales (el autoproclamado Estado Islámico o Dáesh); además de situaciones trascendentales como las creadas por las revueltas árabes y su férrea represión.
Con el añadido de trasladar al lector a hechos y acontecimientos que han mantenido su vigente continuidad en el tiempo; y todo ello desde una doble perspectiva: descriptiva y analítica, retrospectiva y actual a un mismo tiempo.
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