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Represión y liberación: cuando el arte se usó para aleccionar a las mujeres (y cómo ellas le han dado la vuelta)

Por El País  ·  04.03.2020

El periodista Peio H. Riaño acaba de publicar ‘Las invisibles’, una guía-ensayo feminista para comprender el museo que nos invita a pensar en lo político del arte. Tomamos el testigo y hacemos un recorrido por algunas obras en las que el patriarcado queda retratado.

Una mujer rechaza los avances de su pretendiente que, desesperado, se suicida. Tras la muerte de ella, ambos son condenados a repetir durante años una escena en la que él la asesina salvajemente en el bosque. Una y otra vez, cada viernes sin falta, sucede el crimen. El políptico Nastagio degli Onesti (1483), de Sandro Botticelli, se considera una de las obras más hermosas que pueden verse en el Museo del Prado, pero debería ser una de las más horribles para el visitante contemporáneo. Encargada como regalo de bodas, tenía un claro propósito aleccionador para la joven esposa.

Peio H. Riaño, periodista e historiador de arte, la cita en su libro Las invisibles. ¿Por qué el Museo del Prado ignora a las mujeres? como uno de los múltiples ejemplos de moralidad patriarcal en el arte. “La pintura representa un feminicidio, y lo peor de todo es que el museo no lo cuenta como tal”, explica. “La mayoría de las pinacotecas no se han movido de un discurso anacrónico, que sigue operando desde el siglo XIX”. Una conclusión similar puede extraerse de un detalle de la Mesa de los pecados capitales (c.1505), de El Bosco, donde una dama contempla su belleza en un espejo sostenido por un demonio. “Aquí la lección es que las mujeres que optaban por cuidarse dejaban de pensar en Dios e incurrían en el pecado de la soberbia y eran, además, la perdición del hombre”.

‘Nastagio degli Onesti’ (1483), de Sandro Botticelli

Como el instrumento de propaganda que siempre ha sido, el arte ha reflejado en cada momento los valores morales imperantes. Así que, si lo contemplamos desde una mirada crítica, aprenderemos mucho sobre el sometimiento que han sufrido las mujeres a lo largo de la historia. Todos esos castigos ejemplares, esa glorificación del suicidio y la crueldad, y esa culpabilización del cuerpo femenino resuenan hoy de manera muy distinta. “Con la historiografía feminista ha habido un movimiento de tierras que también está reeducando a las personas que dirigen museos y, de hecho, ya se aprecian algunos pasos en la National Gallery de Londres, la Tate Liverpool o el Musée d’Orsay”, aprecia Riaño.

Las invisibles nos invita a pensar sobre las veces que el arte se usó (y se usa aún hoy) para reprimir a las mujeres. Pero, ¿y aquellas otras ocasiones –por desgracia, también invisibles– en que les sirvió para rebelarse contra esa represión? A continuación proponemos una mirada distinta de la que hasta ahora se ha difundido sobre algunas obras de arte. Un recorrido hasta la actualidad por piezas que presentan, por un lado, las actitudes que toda mujer debería contemplar según el aleccionamiento patriarcal, y otras obras sobre las que no se han posado tantos focos precisamente porque reivindican su soberanía y libertad. Hay que decirlo: esto último ha ocurrido sobre todo cuando las autoras eran ellas.

‘Lucrecia’ (1534), de Lucas Cranach el Viejo

Según los historiadores de la Antigua Roma, la joven patricia Lucrecia fue violada por Tarquinio el Soberbio, último de los reyes etruscos. La salida que entonces se consideraba más sensata a semejante situación, la única que preservaba la honra de la mujer, era el suicidio. Así que, después de explicar lo sucedido a su padre y a su esposo, se quitó la vida clavándose una daga en el pecho. Por mucho que todo esto se contemple como una barbaridad desde los ojos actuales, Lucrecia se convirtió en un ejemplo de virtudes para el mundo romano, y también para el renacentista.

‘La muerte de Acteón’ (c.1559-1575), de Tiziano

La cosa evoluciona en la representación del mito griego de Acteón. La diosa Artemisa estaba bañándose desnuda en un río, cuando descubrió al cazador Acteón espiándola. Como castigo, ella lo convirtió en un ciervo, y sus propios perros de caza lo devoraron sin compasión. La historia dio para muchos cuadros renacentistas y barrocos, la mayoría centrados en la parte en la que la diosa y sus compañeras muestran su desnudez (entre ellos, alguno del propio Tiziano). Esta obra alude al terrible castigo aplicado por una diosa sedienta de venganza, dando la vuelta a los casos anteriores. Por algo se empieza.

‘Judit y Holofernes’ (1595), de Lavinia Fontana

Para mujer empoderada, la Judit del Antiguo Testamento. Tras seducir al general asirio Holofernes, que se disponía a destruir su ciudad, Betulia, y colarse en su tienda haciéndole creer que allí va a haber tomate, le corta la cabeza. Las representaciones artísticas más conocidas son las de Caravaggio y la de la pintora Artemisia Gentileschi, pero quizá la más original es esta de Lavinia Fontana en la que Judit parece una superheroína de Marvel, y la cabeza de Holofernes una ridícula máscara de carnaval. ¿Burla avant la lettre de la masculinidad tóxica? En todo caso, es un interesante giro de guion para una historia más sobre mujeres fatales.

‘Susana y los viejos’ (1610), de Artemisia Gentilsechi

Esta otra historia de la Biblia nos recuerda a distintos elementos de las de Nastagio, Lucrecia o Acteón. La casta Susana habría rechazado a dos ancianos que la espiaban mientras se bañaba, y los tipos, como venganza, la denunciaron por adulterio. Como en el mundo antiguo la mujer poseía nula credibilidad, la sentencia la condenó a morir por lapidación. Por fortuna, el profeta Daniel vino en su ayuda y al final fueron los viejos quienes finalmente resultaron ejecutados. Gentilsechi, que poco después de pintar este cuadro fue violada, pudo comprobar en el correspondiente juicio que por desgracia las cosas no habían cambiado mucho desde tiempos tan antiguos

‘Belleza revelada’ (1828), de Sarah Goodridge

Considerado pecaminoso, tentador o bien un simple objeto de deseo, es raro que antes del siglo XX el arte mostrara el cuerpo desnudo de la mujer como algo más complejo. Por eso es una maravillosa rareza este autorretrato de la miniaturista estadounidense Sarah Goodridge, que pintó sus propios pechos en un acto de afirmación femenina muy poco decimonónico.

‘La aparición’ (1876), de Gustave Moreau

En cambio, representar a la mujer como mujer fatal, destructora arbitraria de los hombres, sí fue algo muy habitual en el siglo XIX. Este cuadro del simbolista Moreau es una obra tan fascinante como misógina, en la que la cabeza de San Juan Bautista se le aparece a Salomé, la mujer que la había hecho cortar. Hay al menos cierta ambigüedad en una escena llena de erotismo, porque no sabemos si ella está horrorizada por la aparición (que sería su castigo) o bien se muestra encantada ante la posibilidad de un amor más allá de la muerte.

‘El espejo psiqué’ (1876), de Berthe Morisot

De nuevo, un tópico machista subvertido. La vanidad de la mujer que se mira en el espejo se convierte aquí en introspección psicológica. No es casualidad que la autora sea también una mujer, una de las pocas pintoras impresionistas. Otras artistas han vuelto una y otra vez a la imagen de la mujer ante el espejo, convirtiéndola casi en un género en el que ha destacado la excelente fotógrafa Nan Goldin.

‘Amor y dolor (El vampiro)’ (1895), de Edvard Munch

Esta obra, de la que Munch pintó varias versiones, ha sido objeto de muchas disquisiciones. Muchas de ellas han visto en la mujer una especie de mantis religiosa que aprisiona al hombre con su abrazo. De hecho, aunque en principio su título no hacía referencia al vampirismo, el escritor y crítico Stanisław Przybyszewski decidió cambiar el nombre de lo que él interpretaba como un hombre sumiso ante el oscuro poder femenino.

‘Lady Lilith’ (1897), de Dante Gabriel Rossetti

Otra mujer que contempla su propia belleza ante el espejo. Además, su título hace referencia a la que, según la tradición hebrea, habría sido la primera mujer de Adán (antes que Eva), para después convertirse en una bella y temible diablesa asesina de niños. Como mujer fatal no se puede llegar más lejos.

‘La alcoba / Autorretrato con Nico Papatakis’ (1941), de Leonor Fini

La pintora surrealista Leonor Fini hizo aquí lo contrario que el Manet de Déjeuner sur l’herbe al mostrar a una mujer cubierta (ella misma) junto a un hombre jovencísimo y deseable que muestra más piel. Papatakis, por cierto, sería después objeto de deseo de Jean Genet, abriría un cabaret, emprendería una carrera como cineasta de vanguardia, se casaría sucesivamente con las actrices Anouk Aimée y Olga Karlatos y tendría un complejo romance con la cantante Nico. Se convirtió en todo un homme fatale, algo que ya avanza la mirada visionaria de Fini.

‘Lee Miller en la bañera de Hitler’ (1945), de Lee Miller y David E. Scherman

Irrumpir en el cuarto de baño de Hitler y hacerse una foto dentro de su bañera el día mismo en que él se suicidó es, entre otras cosas, una performance extrema. Pues eso es lo que hizo el 30 de abril de 1945 la fotógrafa norteamericana Lee Miller. Hay que fijarse en los detalles de la puesta en escena, desde las botas embarradas ensuciando la alfombrilla hasta la foto del genocida sobre la repisa. Con esto, Miller no solo bailaba figuradamente sobre la tumba de un dictador sino que, de alguna forma, también se vengaba del lado más oscuro de la masculinidad, que ella había sufrido en sus propias carnes desde niña, cuando fue violada.

‘Tapp-und Tastkino’ (1968), de Valie Export

La austriaca Valie Export fue una pionera de la performance corporal y el discurso artístico feminista. En una de sus creaciones más osadas, colocaba una especie de escenario teatral portátil alrededor de su cuerpo desnudo, y así salía a la calle, invitando a los hombres (también a mujeres y niños) a que la manosearan a través de los cortinajes. Podría pensarse que con ello ponía en peligro su integridad física. Lejos de eso, lo que sucedía era que muchos de los hombres se amedrentaban, pues la sexualidad femenina abierta y desatada supone una flagrante amenaza para el patriarcado. Export fue incluso llamada “bruja” por algunos medios, un término por supuesto lleno de connotaciones.

‘Rape scene’ (1973), de Ana Mendieta

Ana Mendieta, artista cubano-estadounidense nacida en La Habana en 1948, fallecería en 1985 en circunstancias no aclaradas durante una discusión con su pareja, el también artista Carl Andre. Él sería acusado de la muerte, pero un jurado lo absolvió por “duda razonable”. Y esa duda sigue pendiendo sobre el caso. Entre las obras tempranas de Mendieta destaca esta acción inspirada en el impacto que le produjo la violación y asesinato de una estudiante. Al reproducir al detalle la escena del crimen, sangre incluida, Mendieta nos exponía al horror puro para remover nuestras conciencias.

‘Interior scroll’ (1975), de Carolee Schneemann (Fotos de Anthony McCall)

Si la exposición cruda del cuerpo de la mujer siempre ha resultado ofensiva: pensemos en El origen del mundo de Courbet, que desde la mirada masculina del siglo XIX, sigue perturbando por distintos motivos. Schneemann dio un paso más en el arte de la ofensa con esta performance que incluía la extracción de un largo rollo de papel del interior de su vagina. La diferencia es que ella era una mujer, y que esta reapropiación de su propio cuerpo multiplica la capacidad subversiva de la obra.

‘Interior scroll’ (1975), de Carolee Schneemann (Fotos de Anthony McCall)

‘Autorretrato como fuente’ (2001), de Cabello / Carceller

El binomio de artistas españolas Cabello / Carceller logró una de sus piezas más reconocidas (aún estuvo en este último ARCO) con esta foto que las muestra utilizando unos urinarios teóricamente reservados a los hombres. Con ello cuestionaban la asignación de roles sexuales y sociales, y además realizaban una mordaz alusión a la Fuente de Duchamp –una obra que investigaciones recientes han atribuido a una artista femenina–, y también a una célebre foto de Bruce Nauman con el mismo título.

‘Autorretrato como fuente’ (2001), de Cabello / Carceller

‘Mear en espacios públicos y privados’ (2001-2012), de Itziar Okariz

Esta serie de acciones documentadas en vídeo en las que Okariz orina de pie en diversos espacios vendría a ser el complemento perfecto de la foto de Cabello / Carceller. Ofensiva para muchos, decididamente reivindicativa, la artista vasca marca su territorio como tradicionalmente solo se le había permitido a un hombre.

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