Imagínate esta situación: Rebecca se encuentra en una fiesta y allí comienza a charlar con un señor, él le pregunta a qué se dedica y ella le explica que es escritora y que de hecho ha escrito varios libros, pero no tiene tiempo de contar mucho más ya que su interlocutor la interrumpe explicándole con todo lujo de detalles el último libro que ha leído. La situación se vuelve más cómica cuando ella es precisamente la escritora del libro que él le intenta describir, un libro que por cierto ni siquiera él se ha leído (sino del que solo había leído una reseña) sin embargo el mero hecho de haber consultado una reseña parece que le ha otorgado del poder suficiente como para suponer que sabe más que ella sobre el tema. Una vez que él se entera de que ella es efectivamente la escritora del libro sigue explicándole cosas. Rebecca Solnit lo tiene claro «los hombres me explican cosas, a mí y a otras mujeres, independientemente de que sepan o no de qué estén hablando. Algunos hombres».
Puede que también hayas sufrido en tus propias carnes este fenómeno acuñado por Solnit: mansplaining. De hecho puede que te resulte familiar el escenario, asistir a una charla y que cuando se abre el turno de palabra los primeros en tomarla casi siempre sean hombres. O incluso, asistir a eventos donde las mujeres son invitadas como moderadoras y ellos como expertos. El hecho de que personas de determinados espacios culturales (solo por poner un ejemplo) se cuestionen la falta de mujeres ya es algo, pero no suficiente. Aún queda mucho por hacer. No hemos llegado todavía a cuestionar cuál es el papel que juega cada cual dentro de la mesa. ¿Son invitadas ellas como expertas o cómo moderadoras? En mi día a día me encuentro con pocas mesas en las que hablen expertas y estén moderadas por hombres. Esto hace que bajo mi punto de vista la mediación y el trámite de las voces sea algo relegado habitualmente a las mujeres pero la sabiduría, el conocimiento y la capacidad de crear relato y sentido común se les haya presupuesto (y además con éxito) a los hombres. Nosotras (algunas) dudamos en todo momento sobre si nuestra opinión es lo suficientemente buena como para compartirla, mientras ellos han sido educados en la aprobación constante. Así, no es de extrañar que ellos nos expliquen cosas. Es uno de los muchos síntomas del patriarcado. Una bestia de mil cabezas.
De la misma forma todas hemos experimentado con mayor o menor frecuencia situaciones parecidas. En mi caso, cuando estudiaba la carrera de filosofía, asistí a muchísimas charlas, debates y seminarios en los que nunca me sentí cómoda, o al menos no lo suficientemente cómoda como para hacer comentarios. Mis compañeros debatían sobre cualquier minucia y yo me preguntaba una y otra vez si mi pregunta era lo suficientemente pertinente o si sonaba estúpida. Estoy segura que si hubiera llegado antes al feminismo no hubiera dudado tanto, hubiera tenido sin duda más herramientas, más seguridad, pero lo cierto es que requiere de tiempo y trabajo personal enfrentarse a los miedos aprendidos.
Más allá de tomar o no la palabra, lo cierto es que es habitual ver cómo en cualquier situación algunos hombres toman a la ligera lo que sabemos sobre cualquier tema, presuponiendo que saben más que nosotras. Nos presuponen vacías y como receptoras de sus conocimientos, muy pocos nos ubican a su mismo nivel intelectual, de ahí su frecuente condescendencia. Experiencias de este estilo son comunes en talleres de coches, bicicletas, en temas de informática u otras disciplinas, para Solnit «decirle a alguien, categóricamente, que él sabe de lo que está hablando y ella no, aunque sea durante una pequeña parte de la conversación, perpetúa la fealdad de este mundo y retiene su luz».
Volviendo al libro Los Hombres me explican cosas , éste lleva el nombre del primer ensayo de los nueve que lo componen. Solnit habla de la profunda desigualdad entre hombres y mujeres desde un feminismo crítico que denuncia la violencia hacia las mujeres instaurada de una y mil formas en nuestras sociedades. Solnit se refiere a la violencia hacia las mujeres como una pandemia global que en palabras de la autora «engendra miseria en el perpetrador y en las víctimas». Así, la violencia hacia las mujeres es una lacra social que afecta a la sociedad en su conjunto «somos libres juntos o somos esclavos juntos» afirma la autora norteamericana. «Las vidas de media humanidad son acosadas, consumidas y algunas veces segadas por esta persistente variedad de violencia. Pensemos de cuánto tiempo y energía dispondríamos para dedicarnos a otras cosas que importan sino estuviésemos tan ocupadas sobreviviendo».
Este libro es sin duda un indispensable de tu biblioteca feminista y uno de esos libros que te mueven por dentro, te indigna y te motiva a explicar cosas a partes iguales. Y, por qué no decirlo también vendría bien que lo leyesen los hombres.
Ahora que tanto se habla en nuestro país de feminizar la política, no les vendría nada mal a todos esos que se asombran de que no haya mujeres en sus espacios y asambleas hacerse con un ejemplar y leerlo a conciencia. Hacer uso de la palabra es un acto democrático, me atrevería a decir que el más básico: ser capaz de defender lo que piensas, con todo el derecho a equivocarte. Hace falta reflexionar sobre ello ya que tomar la palabra, es tomar también el escenario laboral, social, cultural, es cambiar la discusión, es dibujar otras posibilidades: es abrir el mapa. Es considerar que las mujeres somos la mitad de la población, una idea revolucionaria por evidente pero que parece que no por obvia esté tan interiorizada como nos gustaría. Gracias Rebecca Solnit por explicarnos cosas.
Autora del artículo: Irene Bebop
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