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Rebecca Solnit: “Ninguna ley puede cambiar el pensamiento, eso sólo lo hacen las historias”

Por El Cultural   ·  09.02.2021

Con apenas 19 años, una joven Rebecca Solnit (Bridgeport, Connecticut, 1961), que dos años antes ya se había ido a vivir a París, se mudó a San Francisco, ciudad multicultural y tradicionalmente activista, donde se asentó en un barrio pobre y negro. Allí, entre sus vecinos afroamericanos, homosexuales y activistas medioambientales nacería el germen de la Solnit actual, combativa columnista en el diario británico The Guardian y en Harper’s Magazine —donde es la primera mujer en escribir regularmente la columna Easy Chair, fundada en 1851—, y una de las ensayistas más reputadas del mundo anglosajón tratando temas que abarcan desde la situación de las mujeres y el medio ambiente a reflexiones sobre política y arte.

Aunque su fama se hizo absoluta a raíz del libro Los hombres me explican cosas, del que nacería el término viral mansplaining, la escritora lleva cuatro décadas defendiendo los derechos de todo tipo de colectivos y criticando con dureza la violencia y la falta de voz a la que se ven sometidos. A ese pasado seminal, a los orígenes de sus desvelos creativos, viaja la autora en Recuerdos de mi inexistencia (Lumen), unas memorias donde despliega su habitual estilo particular de prosa que refracta la historia, la política, la experiencia personal y la crítica a través de una lente poética, y bucea en aquella chica que fue para mostrar un presente más luminoso en el que todavía acechan sombras que disipar.

Pregunta. En este libro narra la historia de cómo encontró su voz como escritora en un mundo donde se le imponía el silencio. ¿Por qué elige entonces la palabra inexistencia?

Respuesta. Porque para una mujer joven, existir es estar en peligro de ser aniquilada por la violencia de género, por lo que tienes que elegir entre no participar, no perseguir aventuras, no hablar —en cuyo caso ya te han borrado— o arriesgarse a un borrado violento. Y a través de esa violencia, —como comentó una amiga que cito en el libro, “ser una mujer joven significa estar siempre animada a imaginar su propio asesinato”— eres tratada como incompetente, como un juguete o una sirvienta. Así era, al menos, cuando yo era joven.

P. Su literatura siempre es profundamente personal, pero en este caso cruza una línea más. ¿Por qué escribir estas memorias?

R. He estado escribiendo sobre la violencia contra las mujeres durante treinta y cinco años, pero me di cuenta de que lo que no había logrado captar el impacto psíquico real de vivir en un mundo donde un gran número de personas te quiere dañar o degradar. Algo que ocurre incluso si no te sucede algo terrible, porque todas las mujeres se ven afectadas por este clima, se den cuenta o no. Afecta a nuestras decisiones básicas: ¿esta calle es segura, es una hora razonable para salir? ¿Debería vigilar a ese hombre? ¿Por qué está sentado a mi lado? Eso una especie de impuesto por ser mujer.

“La violencia contra las mujeres es siempre violencia contra las voces. Contra esa parte central de nuestra humanidad”

P. ¿Cuánto hay de nostalgia en el libro por esa “joven con una camioneta, viajando por el oeste de Estados Unidos y participando en luchas medioambientales” que no sabía nada de internet y tenía todo el tiempo del mundo para escribir?

R. ¡Esa fue mi edad de oro, cierto! Releyendo una carta que escribí en 1995 veo que estaba manifestándome con una extraordinaria líder de la resistencia nativa americana, Carrie Dann, teniendo un montón de aventuras y un mundo de pronto abierto a mí. Extraño la calidad del tiempo y el espacio que tenía entonces y la conexión con los paisajes del oeste americano, pero hay otras formas, más interiores, en las que mi vida ha mejorado. Además, en ese momento de la historia el debate sobre género y violencia aún no había empezado en serio. Lo haría hacia 2012, y ese es un avance que no querría perderme.

P. Intercala aquí pasado y presente y explora la fiabilidad de la memoria. ¿Qué hay de real en los recuerdos?

R. Mi memoria es bastante fiable, no recuerdo todo, pero lo que recuerdo lo recuerdo con razonable precisión. Esta es una posición política porque el gaslighting, como llamamos en inglés a ser intimidado para creer mentiras y rechazar la evidencia de nuestros recuerdos, es una parte común del abuso. Si se convence a alguien de que no confíe en sí mismo y en los demás se habrá socavado su capacidad para hablar, buscar ayuda y tener una historia que contar. El núcleo de mi tesis en este libro es que la violencia contra las mujeres es siempre violencia contra las voces. Tradicionalmente, las mujeres han sido descreídas y castigadas por hablar. Por alzar la voz, que es una parte central de nuestra humanidad, la capacidad de definirnos a nosotros mismos y decidir lo que sucederá a nuestro alrededor.

Un cambio en proceso

P. Estos días también se publica en España La madre de todas las preguntas (Capitán Swing), donde la clave es el silencio, “la condición universal de la opresión”. ¿Están superados hoy esos intentos de borrado y silenciado?

R. Hace poco The Guardian informó sobre la violencia doméstica en España durante la pandemia y la difícil situación de las mujeres atrapadas con sus abusadores durante el confinamiento. Un estudio mostró casi 9.000 llamadas por violencia doméstica en abril, en comparación con las 6.000 normales. El feminismo ha mejorado enormemente la vida de las mujeres, pero deshacer miles de años de patriarcado es un proyecto que acaba de comenzar. El objetivo final no es castigar a los perpetradores, sino crear sociedades en las que nadie tenga el deseo o crea que tiene derecho a dañar a otros de esa manera.

P. ¿Estamos en el buen camino para lograr una igualdad a nivel de voz, de relato?

R. El proceso está en marcha. Llámame dentro de cien años y te diré si funcionó (risas). Pero es cierto que ya se han producido cambios profundos. Una de las cosas que pueden ser difíciles de reconocer para los lectores más jóvenes en Recuerdos de mi inexistencia es que en los 80 muchas formas de discriminación y opresión aún no se habían reconocido, o se habían ignorado, como el acoso sexual. Sin embargo, mi vida es muy diferente a la de mi madre en términos de cómo puedo esperar que me traten o qué roles y recursos están disponibles para mí. Y para las más jóvenes lo es aún más.

“Volver a ver películas antiguas que nos encantaron y encontrarlas ofensivas muestra los cambios sutiles y paulatinos que ha sufrido la sociedad”

En este sentido, Solnit, cuya escritura se apoya en ejemplos que intercalan las anécdotas cotidianas con otros extraídos de la tradición literaria y cultural, asegura que una de las experiencias más interesantes para advertir esto es “volver a películas antiguas que pensábamos que nos encantaban y encontrar en ellas formas de opresión (tratar la violación y el acecho como bromas divertidas, por ejemplo) que no reconocimos en su momento”. Según explica, o son racistas u homofóbicas, o se burlan de otros colectivos de formas que ya no son aceptables. “Cosas como estas nos muestran que hemos cambiado en lo que ya no podemos aceptar, y que los cambios fueron sutiles, paulatinos, no un despertar repentino”.

P. Adquirió mucha fama a raíz del término mansplaining. Más allá de este vocablo, ¿cuál es la importancia del lenguaje, del relato que contamos, para cambiar la mentalidad social?

R. La poeta radical Muriel Rukeyser dijo una vez: “El mundo no está hecho de átomos, está hecho de historias “. La política tiene lugar en la superficie de la cultura, por lo que cambiar la cultura cambia la política. Y los cambios en la cultura ocurren cambiando la historia. Cuando era niña, los homosexuales eran tratados como criminales o como enfermos mentales. ¿Cómo cambió eso? Las leyes solo pueden cambiar lo que estamos obligados a hacer, no lo que pensamos que es correcto o razonable. Fue cambiado por innumerables personas que contaron sus historias a sus familias, amigos y compañeros de trabajo o públicamente, asumiendo el riesgo de hacerse visibles. Este ejemplo es extensivo a la brutalidad policial, el abuso sexual o la discriminación racial. Vivimos y morimos por las historias. Mi trabajo ha tratado de amplificar historias nuevas y rompedoras para desacreditar las viejas y dogmáticas. Mediante esta creación y ruptura de historias es cómo cambia el mundo, porque los cambios prácticos solo siguen a los cambios en las creencias y los valores.

El futuro por escribir

P. Uno de sus últimos libros en España fue Un paraíso en el infierno, que cobra nueva relevancia en estos tiempos de pandemia. ¿Realmente podemos emerger de esto con una sociedad más cohesionada, solidaria y preocupada por otros valores?

“La pandemia nos ha demostrado que el individualismo es una ficción, que todos estamos conectados”

R. No sé de qué modo seremos diferentes cuando termine esta crisis, pero en ese libro encontré sociedades que cambiaron para mejor. A menudo, porque la autoridad institucional fracasó mientras que la sociedad civil triunfó. Una crisis rompe lo que ya era débil e ilumina lo que es fuerte y valioso. Por ejemplo, como activista por el clima, estoy emocionada con que esta crisis haya eliminado la excusa principal para no abordar el cambio climático: que no podemos hacer cambios radicales y repentinos en nuestra forma de vida. Acabamos de hacerlo ante el Covid-19. También ha servido, en concreto en mi país, para que mucha gente se dé cuenta de que llevaba tiempo siendo manipulada por teorías conspirativas y embaucadores como Trump. Otra lucha actual, que parece encauzada, es la de devolver a la gente la capacidad de pensar en libertad y de reconocer que el individualismo es una ficción, que todos estamos conectados.

P. Ha contado que en Wanderlust comenzó a “perderse escribiendo”, a utilizar poéticamente asociaciones personales. ¿En qué otros autores encuentra esa mezcla? ¿A quién lee?

R. Me vienen a la mente escritores antiguos como Thoreau y Virginia Woolf y muchos otros contemporáneos: Jia Tolentino, Alexander Chee, Terry Tempest Williams, Robert MacFarlane, Roxane Gay. Pero los cuatro años de Trump me dieron lo que llamo “hipervigilancia de la información”. Con tantas cosas locas y peligrosas sucediendo todos los días he estado leyendo noticias constantemente. Ahora espero tener semanas y semanas sin grandes escándalos para leer.

P. Junto a la marea de desinformación del mundo actual, cada vez ganan más peso y espacio voces periféricas. ¿Considera que se está abriendo el debate social, que cada vez hay menos silencios?

R. Creo que sí, como se ha visto en el nuevo gabinete de Biden. Aunque lo que me enseña el registro histórico es que en cada época hay condiciones, situaciones, opresiones que aún no fueron reconocidas y, sin embargo, la sociedad pensaba que estaba bien despierta y muy consciente. Estoy segura de que quedan muchas cosas por ver y que los jóvenes abrirán más nuestros ojos.

“En cada época hay opresiones no reconocidas aunque la sociedad se creyera muy despierta”

P. Cuando tuvo que cancelar su viaje a Reino Unido dijo que le apenaba mucho no poder charlar con Mary Beard. ¿Qué le gusta de ella y qué otras figuras similares destacaría?

R. ¡Oh, hay mucho por lo que alabar a la doctora Beard! Es una poderosa erudita y narradora de la historia antigua, y ha utilizado esa perspectiva para hablar sobre feminismo de manera brillante. ¡Y con humor! En cuanto a quién destacaría: Chanel Miller, Adrienne Maree Brown, Angela Davis, Susan Griffin, Silvia Federici, Mona Eltahawy, la congresista Alexandria Ocasio Cortez, la senadora Elizabeth Warren… Pero también a las mujeres anónimas que luchan por sus derechos.

P. Dice que viendo los cambios de los últimos 50 años mantiene la esperanza en el futuro. ¿Qué motiva ese optimismo?

R. La perspectiva a largo plazo suele ser alentadora. El mundo en el que nací hace casi sesenta años estaba dividido por la Guerra Fría. Parecía que la Unión Soviética duraría para siempre, y algunas formas de colonialismo aún existían, al contrario que el feminismo, los derechos de homosexuales y negros y la conciencia medioambiental. El asombroso cambio desde entonces, una transformación de valores, así como de situaciones prácticas, me anima a creer que iremos a más. No hay garantía de que lo hagamos, pero tampoco de que no. El futuro, como me gusta decir, aún no está escrito.

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