Rebeca Solnit tiene 60 años, es una de las pensadoras más influyentes de nuestro tiempo y existe más que nunca. Lumen acaba de publicar en España sus memorias tituladas Recuerdos de mi inexistencia y Capitán Swing, La madre de todas las preguntas, un repertorio de sus ensayos. Antes de estos dos publicó otros veinte libros sobre feminismo, la esperanza, el poder de la gente, la historia de la cultura occidental y los indígenas de Estados Unidos, los desastres naturales, caminar y otros muchos temas. Su ensayo Los hombres me explican cosas dio lugar al termino mansplaining, del que luego nació el whitesplaining y que se repite en cada silenciamiento cultural: el que silencia le cuenta al silenciado cómo son las cosas del silencio.
Solnit, en la reciente rueda de prensa virtual que dio para presentar sus memorias al mundo de habla hispana, explicó que “tener voz no es una capacidad de formular sonidos. Tener voz supone representarte a ti misma, poder participar en la sociedad, establecer límites, poder decir que sí o que no”. En su libro añade que la feminidad es “un acto de desaparición constante […] Una eliminación y un silenciamiento para dejar más espacio a los hombres; un espacio en el que nuestra existencia se considera hostil, y nuestra inexistencia, una forma de gentil sumisión”.
En la extraña conferencia de prensa por plasma, a través del tiempo y del espacio, dejó más perlas sin despeinarse ni alterarse ni un poquito. El oráculo Solnit parece una mujer casi diría fría. Sobre su ciudad, San Francisco, protagonista ambiental de su relato afirmó tranquila: “Fue el centro de la liberación gay […] la cuna del movimiento. Pero 55 años después de mudarme aquí me siento parte de la capital mundial de la distopía tecnológica. Nos ha absorbido Silicon Valley […] El boom tecnológico ha expulsado a mucha gente pobre, incluidas muchas de comunidades negras y latinas. La ciudad ha perdido su alma. Se ha vuelto un sitio carísimo, un lugar menos amigable y agradable. Las redes sociales y Google son monstruos del capitalismo con capacidad ilimitada para vigilarnos […] Vivo en el centro de una de las fuerzas más destructivas del mundo y eso me hace sentir muy incómoda”.
Sobre las discrepancias entre feministas y trans dijo que lleva años compartiendo baños con ellas y que no pasa nada, que allí hay niñas trans que van al colegio y todo funciona, que sus testimonios sobre cómo les trataban cuando eran hombres y cómo cambió cuando se hicieron mujeres nos ayudan y que “un feminismo que te obliga a elegir entre ser hombre o mujer, que te dice que tienes que encajar en una de las dos categorías, es anticuado y no resulta liberador para nada”.
Sobre la prostitución no quiso declararse abolicionista ni regulacionista. Explicó que es un tema demasiado complejo como para simplificarlo. Cree que necesitamos “palabras nuevas” para definir a las mujeres que se dedican al trabajo sexual “por voluntad propia” y las que están siendo “esclavizadas”, y relacionó esa actividad, el trabajo sexual, con el poder económico e imaginó un reparto del poder distinto: “Creo que en un mundo donde las mujeres tuvieran más dinero, no tendrían que prostituirse. ¿Cómo sería un mundo en el que la mujer controlara la riqueza, donde fuera ella la poderosa? No creo que esto pase pronto, pero en seis generaciones quizá las mujeres puedan controlar la mayoría de recursos económicos y financieros. Cabe preguntarse cómo será el sexo en ese mundo. ¿Se consideraría a la mujer como una cosa, o quizás en ese mundo sería el hombre el considerado objeto?”
Sobre las nuevas masculinidades dijo que, aunque conoce hombres “genuinamente feministas” que se “están esforzando mucho”, detecta también un fenómeno que se da en los “círculos de izquierda progresista en EEUU, no sé si también en España”, en el que los hombres utilizan el feminismo como “una nueva forma de decirles a las mujeres lo que tienen que hacer y cómo tienen que pensar […] Intentan guiar el feminismo como algunos blancos intentan liderar los movimientos contra el racismo”.
Sobre por dónde seguir avanzando lo tiene clarísimo: “La revolución feminista no vendrá de las leyes, lo importante es la cultura. Lo que se enseña a los niños en los colegios, lo que se les enseña en casa. Si bien en algunos ámbitos está mejorando, vemos que en la pornografía en internet se están reforzando los antiguos relatos”, concluye sobre este asunto.
Aun así, se declara “optimista” con respecto al feminismo porque conoce “la profundidad de los cambios que se han producido en los derechos de las mujeres, en numerosos aspectos, en muchos países” desde que nació. Sin embargo, también señala que las heridas siempre pueden volver a abrirse como les ocurría a los marineros de los barcos que sufrían escorbuto. La falta de colágeno abre heridas ya cicatrizadas. Siempre se puede volver hacia atrás, advierte sobre el peligro.
En sus memorias, esta mujer extraordinaria, que se confiesa averiada desde niña, no da muchos detalles de su avería aunque tampoco la esconda: su madre, ella y sus hermanos sufrieron malos tratos. y Solnit huyó con 19 años de aquella casa. Pero, más allá del hecho que resume en una frase, prefiere centrarse en lo que hizo con aquello y en cómo se dedicó y se dedica a intentar mejorar su existencia y el mundo mientras está viviendo. “He tejido un paracaídas con todo lo que se ha roto” es una frase de William Stafford que incluye entre sus conclusiones.
Los libros fueron sus primeros mejores amigos, después su barrio negro y pobre, más adelante encontró artistas, activistas y maestros, que le apoyaron en la búsqueda de esta voz que hace tiempo que suena fuerte y clara.
Solnit describe un espíritu de travesía, de búsqueda fuera de los estándares, de hermandad en los intereses comunes, en la comunión con los que le importan y le interesan –su auténtica familia–, una existencia como camino de activismo, de lucha y de encuentro, de no perseguir la trascendencia sino ser “compost” que alimente la máquina de seguir mejorando.
Su periplo trasciende incluso al feminismo, a través del ecologismo y de su lucha contra los racismos y otras desigualdades. Su última frase lo dice: “un brindis por la liberación de todos los seres”. Y da las gracias porque está “aquí por las fuerzas que protegen a los vulnerables, alientan a los excéntricos y educan a los ignorantes”. Brindemos por esas fuerzas. Las que tanto necesitamos para coger el testigo que nos ofrece: Solnit nos pide a las mujeres, sin decírnoslo, que lo hagamos mejor que ellos; nos pide que usemos su experiencia en el poder para hacer con él algo distinto.
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