10º Aniversario
¡El capitán cumple diez años!
descúbrelo

Raymond Roussel, sólo yo os pongo los ojos borrosos

Por Un blog supuestamente divertido  ·  20.02.2012

Se puede proponer que la literatura avanza o se pervierte, se renueva o contamina, por el afán de gloria de los autores. A Raymond Roussel se le adjudican estas desproporcionadas pretensiones: “Alcanzaré las más altas cotas; nací para alcanzar una gloria deslumbrante. Puede que tarde en llegar, pero alcanzaré una gloria mayor que Víctor Hugo o Napoleón… Ningún autor ha sido ni será superior a mí.”

Roussel se suicidó el 14 de julio de 1933. En enero de 2012, la editorial Capitán Swing recuperó en castellano su obra más conocida, Locus Solus. Han pasado ochenta años. Me pregunto si esto era la “gloria”.

Locus Solus nos descubre a un autor obsesionado con los objetos. La descripción de un objeto, normalmente un mecanismo que sólo existe en la mente de Raymond Roussel, a la manera de las invenciones de Julio Verne, puede durar tres y cuatro y cinco páginas, para luego ponerse en funcionamiento durante otras tantas y desempeñar una función maravillosa, de cientifismo ficcional y resultados trascendentales. Revivir, conectarse con una estrella, interactuar con seres fantásticos.

En su tiempo, ni los intelectuales ni el público consiguieron tomarse en serio a Raymond Roussel. Ayudaba a marginarlo su estrafalaria forma de vida, que se desarrollaba entre su mansión y un hotel italiano, al que acudía en su propia rulot de lujo, cuya fabricación había dirigido él mismo. Sus novelas y piezas teatrales partían de caprichosos sistemas combinatorios exclusivamente lingüísticos que generaban textos tan crípticos como aburridos. Podría adjudicársele a Roussel ese juego de palabras tan potencial del rapero Kase.o, ese que dice: Sólo yo os pongo los ojos borrosos.

La gente no entendía nada de sus libros.

Fue a mediados de siglo XX cuando su obra empezó a ser reivindicada. Los fundadores del nouveau roman vieron en él a un digno precedente, y algunos miembros de OULIPO entendieron también glamurosamente primitivo el quehacer literario de Raymond Roussel. En la edición de Capitán Swing se acomodan casi veinte epílogos, signados por las cabezas más ilustres del pensamiento y la teoría literaria franceses: Deleuze, Foucault, Blanchot… La palabra que más se repite en estos panegíricos es “genio”. Sin embargo, parece que el clamor por reparar el olvido que pesa sobre la obra de Roussel no ha hecho más que legitimar esa proscripción, convertir su figura en el punto de encuentro del snobismo y en la piedra de toque de la exquisitez intelectual.

Roussel mantuvo sus anhelos de inmortalidad artística entregándose a las drogas. Durante un tiempo, pudo seguir trabajando en sus demenciales libros y alimentar su fe en el éxito. Finalmente, se empachó de farmacopea y fue encontrado muerto sobre un colchón tirado en el suelo.

El Museo Nacional de Arte Contemporáneo Reina Sofía de Madrid le ha dedicado recientemente una extensa exposición. Quién sabe si ese era el “éxito”.

Alberto Olmos

 

Ver artículo original