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Rashid Khalidi, un nuevo relato del drama palestino

Por The Objective  ·  17.05.2023

mes primaveral adquiere cierto tono tristemente conmemorativo. Ellos lo llaman la Nakba o «catástrofe», el día en el que recuerdan el inicio del gran éxodo, cuando parte de la población autóctona de la región (se calcula que en torno a 750.000 personas) fue expulsada por la fuerza hace ya 75 años. Cada experiencia es distinta, pero a todos les une ese origen, recuerda alguien en Casa Árabe, durante la intervención del historiador y escritor estadounidense Rashid Khalidi, que se encuentra en España estos días presentando Palestina. Cien años de colonialismo y resistencia (Capitán Swing). Son muchos los hijos de aquella tragedia. Muchas las caras de un mismo drama. 

Khalidi, probablemente, sea de los afortunados. Nacido en Estados Unidos, y no en un campamento de refugiados como otros muchos, su historia es una más de las aristas de este conflicto. Hace apenas tres semanas que descubrió una carta de su madre, fechada en 1946, en la que expresaba su deseo de volver a Palestina después de que su marido completara sus estudios en Nueva York.

«Mis abuelos, por supuesto, nunca recibieron a mi padre allí –comparte el historiador–. Él nunca pudo volver y ellos mismos tuvieron que dejar su hogar. Nunca volvieron a Jaffa». Su padre tampoco regresó a Palestina, se quedó en Nueva York, terminó su carrera y trabajó durante toda su vida para el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. «La Nakba fue un episodio traumático que destruyó la sociedad palestina tal y como existía antes de 1948, un episodio que forzó a más de la mitad de la población a huir de sus hogares sin derecho al retorno y que causó estragos en la vida de todos los palestinos y en todo el mundo árabe. Sus repercusiones siguen activas incluso hoy, hasta tres o cuatro generaciones después».

Naranjas en el desierto

Profesor de la Universidad de Columbia y asesor de las Conversaciones de Paz de Madrid de 1991 y de Washington de 1993, en Palestina. Cien años de colonialismo y resistencia Khalidi se basa en su propia experiencia, en la historia de su familia y de otras personas para abordar el conflicto palestino-israelí desde una perspectiva más accesible y menos académica que el resto de sus trabajos, con historias como la de su tío tatarabuelo, el alcalde de Jerusalén Yusuf Diya al–Khalidi, y la carta que le escribió al teórico del sionismo Theodor Herzl, cuyas palabras dan inicio a esta obra. 

«Escribí este libro –confiesa– sobre todo porque quería ofrecer una respuesta a la desinformación, a todos estos mitos y mentiras que han predominado en la narrativa occidental. Palestina no era ese desierto que el sionismo hizo que floreciera. Esta es una mentira que se ha ido repitiendo desde la Nakba. En 1914, los recursos de Palestina eran ya buenos. Teníamos 44 millones de exportaciones de naranjas ese año. No podíamos hacer eso desde un desierto».

En cuanto al tono, continúa, «todos mis libros los escribí desde el punto de vista del historiador objetivo, con datos y sin ser parcial. Sin embargo, ahora lo que he hecho ha sido escribir la experiencia de mi familia, lo que me contó mi padre, que trabajaba en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Y hablo de lo que yo mismo viví ahí y de cuando tuve que recoger a mis hijos de dos escuelas distintas en Beirut –donde vivió alrededor de 20 años– mientras Israel estaba bombardeando la ciudad. Hablo de las experiencias traumáticas de otras personas y también de mi experiencia en Madrid, como asesor de la delegación palestina de las negociaciones de paz, que después continuaron en Washington». 

Una guerra colonial

Experto en el conflicto al que ha dedicado toda su vida, Khalidi se muestra claro y contundente sobre su naturaleza. «No escribo de la guerra como una guerra entre dos bandos, sino una guerra sobre Palestina –señala–. Y no solo la originan Israel y las milicias sionistas, esta es una guerra que inició Gran Bretaña. Desde 1936 hasta 1939 miles de tropas británicas, la marina real y todas sus fuerzas se implicaron para aplacar una revuelta nacional y acabaron con una gran parte de la población masculina adulta palestina. Otros muchos se exiliaron. Los sionistas, de hecho, tuvieron un papel bastante reducido hasta 1948. Por lo tanto, no hablo de un conflicto entre israelíes y palestinos, hablo de un conflicto en el que Israel siempre ha tenido el apoyo de la gran potencia colonial del momento, ya fuera Gran Bretaña hasta la Segunda Guerra Mundial, o después Estados Unidos o la Unión Soviética».

De hecho, el historiador sitúa el inicio del conflicto con la Declaración Balfour de 1917, cuando el Gobierno británico declaró públicamente su apoyo a que el pueblo judío se estableciera en la región de Palestina en un manifiesto donde, a pesar de que los palestinos ocupaban el 93% del territorio, la palabra árabe no aparecía ni una sola vez. «Toda esta guerra se inicia con el colonialismo de Gran Bretaña y esta declaración –explica–. Antes no había ningún conflicto entre palestinos e israelíes. Este es un conflicto nuevo resultante del imperialismo y del auge del nacionalismo tanto por la parte palestina como de la sionista que es un movimiento nacionalista y además un proyecto colonial».

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Pero si la Declaración Balfour fue el inicio, Khalidi no podía pasar de puntillas por la Nakba y la resolución de la ONU sobre la partición de Palestina. «En 1945, la carta de las Naciones Unidas consideraba como uno de los principios más elevados de las relaciones internacionales el derecho de la autodeterminación. Eso es lo que debería haber ocurrido. Los árabes eran mayoría y deberían haber podido alcanzarla. Sin embargo, con la intervención de Estados Unidos y la Unión Soviética se repartió menos del 50% del terreno al 65% de mayoría árabe. Es decir, se le negó la autodeterminación. Eso era una violación a la propia carta de las Naciones Unidas», señala. 

De hecho, enfatiza, «la resolución del Consejo de Seguridad, que básicamente es la base para todos los esfuerzos de paz en Oriente Medio, nunca menciona ni a Palestina ni a los palestinos. En la resolución 242 no se mencionan, no existen.  Solo hace una mención indirecta al señalar que es necesario conseguir una solución justa al problema de los refugiados. Y así una causa nacional de autodeterminación, de repente se transforma en un problema humanitario, de refugiados».

Desmontando mitos

A lo largo de su libro, el historiador deconstruye además algunas de las ideas más consolidadas sobre este conflicto que va camino de alcanzar los cien años. Consciente de que quien gane la narrativa del relato habrá ganado más de media guerra, Khalidi puntualiza algunas de las cosas que hoy más se repiten. Por ejemplo, la idea de que Israel es la única democracia en Oriente Medio. «Israel es un estado que ha mantenido a los palestinos bajo mandato militar sin derechos durante décadas, diciendo que era una ocupación temporal. ¿Qué tipo de democracia hace esto? », plantea, al tiempo que aborda uno de los principales tabús del asunto: el antisemitismo. 

«El antisemitismo es una creación de Europa, es la expulsión desde el siglo XIII de los judíos, que fueron expulsados de Reino Unido, de Francia, también conocen su propia historia en España. Son los pogromos, es Mussolini, son los nazis, dedicados a la persecución y al exterminio. Esto, históricamente, es un antisemitismo milenario en Europa. El problema del antisemitismo no es la crítica a Israel ni la oposición árabe a la transformación de Palestina –advierte–. Cualquiera que diga que el apoyo a la causa Palestina es antisemitismo está quitándole todo mérito a la lucha de una población por sus derechos humanos». 

En ese sentido, recalca, tampoco existe una equivalencia entre ambas partes del conflicto. «Para nada –subraya Khalidi–. Unos son los colonizadores y otros los colonizados. Unos son los ocupantes y otros los ocupados. Unos tienen el apoyo inquebrantable e ilimitado de Estados Unidos y los otros no tienen ningún apoyo. Si acaso de los países árabes, pero la mayoría es de boquilla». Ni se trata de un colonialismo al uso. «No tiene nada que ver con lo que pasó en Sudáfrica o Argelia, por ejemplo. Allí no fueron a sustituir a la población nacional sino a imponerles un mandato. Eran proyecciones del país colonialista –argumenta–, mientras que Israel fue un proyecto completamente distinto donde se creía una identidad aparte completamente independiente en la tierra de Palestina. El problema radicaba, como decía la carta de mi tío tatarabuelo, en que ya existía ahí una población. Y los colonos tenían que olvidarse de esa población, eliminarla en mayor instancia para poder tener una población mayoritaria judía en Palestina. El sionismo no ha ido a compartir Palestina con sus nativos, el sionismo ha ido a hacer lo que decía Vladimir Jabotinsky, a transformar Palestina en la tierra de Israel». 

El conflicto hoy

Sea como sea, el paso del tiempo no ha arrojado luz sobre este conflicto, que no parece tener una solución temprana a la vista y que proyecta sobre el presente un escenario desolador. Hoy, afirma Khalidi, «tanto a los líderes del actual gobierno, como a los líderes del movimiento sionista, ya no les da ni un mínimo apuro decir lo que te pretenden. Para aquellos que lo pongan en entredicho el sionismo siempre ha tenido una naturaleza colonialista. Ellos mismos se llamaron colonialistas y hoy tenemos líderes en el gobierno israelí que son abiertamente racistas. Son mucho más agresivos en sus políticas hacia la población palestina y los ocupados. Son supremacistas judíos que creen que solo puede haber un pueblo. Pero en esto Europa es como Estados Unidos, no hace que Israel rinda cuentas ni por su colonialismo ni por su ocupación ni por el asesinato de los líderes palestinos. Han asesinado a miles de líderes palestinos. Y la mayoría no sabían usar un arma. Muchos eran intelectuales, escritores, figuras importantes del ámbito literario. Es algo que llevan haciendo desde hace muchísimos años, pero ahora lo hacen de forma más abierta y más agresiva. Y debería de haber una rendición de cuentas».

Mientras tanto, en el lado positivo, el historiador celebra que hay cambios importantes sobre la compresión de lo que ocurre en Palestina. «Creo que la generación más joven tiene más voluntad de escuchar la narrativa palestina, por las redes sociales y porque son más abiertos al mundo que la generación anterior y no se creen la propaganda sobre Israel y Palestina». En ese sentido, reconoce, «está habiendo un cambio drástico». Algo que respaldan algunas encuestas recientes en Estados Unidos. «Según esos datos, solo el 23 por ciento de los demócratas simpatizan más con los israelíes que con los palestinos. Esto supone un terremoto en la opinión pública. Y aunque no hay demasiado cambio en la opinión republicana, esto ya es indicativo de que la narrativa no la domina la parte israelí». 

El impacto de todo esto, explica, ya se ve en el Congreso de los Estados Unidos. «Nunca ha habido más de uno o dos miembros del congreso que se atrevieran a hablar más de dos palabras de Israel. Ahora hay como 30 miembros que apoyan una medida que previene a Israel de detener a niños palestinos, que me parece que es lo mínimo. Cuando menos, podemos pedir que no se utilicen nuestros dólares para encarcelar a los menores. Es un ejemplo de cómo poco a poco de forma gradual ese tipo de solidaridad puede alzarse al plano político. Queda mucho camino por recorrer, por supuesto. Estos representantes tampoco tienen el apoyo suficiente», reconoce.

Sin soluciones a la vista

Con todo, lamentablemente, «estamos muy lejos de cualquier solución hoy por hoy», opina Khalidi. En primer lugar, arguye,  porque Israel no quiere negociar. «Israel lo quiere todo y nadie quiere obligar a este gobierno, ni al anterior, ni al anterior, a que se siente a la mesa a negociar. Nadie está dispuesto a forzarle a deshacer todo lo que está haciendo desde el 67. Una solución de dos estados ya es  imposible. Existen más de 150.000 colonos judíos en zonas ocupadas, que están ahí para impedir esa solución. ¿Cómo se va a dar marcha atrás a más de 70 años de ocupación? ».

Pero es que además, señala, la propia realidad política palestina lo imposibilita. Por otro lado, «no es que no haya un socio, es que están divididos. Ni Hamás en la franja de Gaza ni la autoridad palestina en Cisjordania tienen una visión clara de una solución. Y el hecho de que existan estas dos entidades políticas es parte del problema –reflexiona–, como lo es la ausencia de una unidad, el hecho de que no haya democracia. Que no haya elecciones desde 2006 es un regalo a Israel. Tenemos esta división absurda y ambas partes van en contra del pueblo palestino. Pero más allá de eso tenemos que tener una estrategia renovada. Hablar simplemente de resistencia, como hace Hamás, y tener pactos secretos con Israel no es una solución, es bueno para Hamás, pero no para el pueblo palestino. En ambos casos, la división lo que hace es contribuir a la capacidad de Israel de la ocupación. Y es una tragedia en sí misma, es algo que tiene que cambiar el mismo pueblo palestino».

«Israel siempre ha tenido el apoyo de la gran potencia colonial del momento, ya fuera Gran Bretaña hasta la Segunda Guerra Mundial, o después Estados Unidos o la Unión Soviética»

En esta misma línea, Khalidi asume que la liberación depende de uno mismo, no de otras personas. «Necesitamos apoyos, pero para obtener esos apoyos tenemos que tener una visión clara de lo que queremos. Por ejemplo, el nacionalismo irlandés es un modelo muy bueno de eso. Incluso el sionismo también. El sionismo era un proyecto colonialista pero también nacionalista, económico, militar y propagandístico. Herzl lo comprendía, Ben-Gurión era brillante en su compresión, pero creo que el liderazgo palestino de los años 20 y los 30 no lo entendió tan bien, querían apelar a las buenas intenciones británicas y se equivocaron. Sí que se entendió, en los 70 y en los 80, lo importante que era apelar a la opinión pública internacional. Ese fue una de las grandes victorias del movimiento palestino en toda su historia. La primera Intifada también fue un buen ejemplo, surgió desde el movimiento comunitario, no desde las altas esferas, sino de las más bajas. La sociedad es la que tiene que actuar, pero tienen muchísimas limitaciones. Hay redadas todos los días en todos los territorios ocupados. Cuando alguien abre la boca puede ser directamente detenido». 

A todo eso hay que añadir un tercer factor que, según el experto, también contribuye de manera determinante a encontrar una solución. «Hay una potencia totalmente sesgada que monopoliza el proceso de paz. Estados Unidos favorece literalmente a Israel hasta el punto de que destina todos los años un presupuesto de 3.800 millones de dólares solo para ayudarles. No puede ser un árbitro imparcial», puntualiza. Por todo ello, concluye, «no hay una solución a corto plazo, lamentablemente. La única solución verdadera, sostenible y justa tiene que basarse en la justicia y en la igualdad de derechos. Los derechos de libertad de culto, por ejemplo, tienen que ser iguales para todos. Que luego sean uno o dos estados o lo que sea da igual», tercia. 

El irresponsable papel de Europa

En cuanto al papel de Europa en el proceso de paz, Khalidi señala a su responsabilidad. «Es el mayor socio comercial de Israel. Así que tienen poder de ejercer presión. Además, los israelíes quieren tener reconocimiento europeo, quieren participar en Eurovisión o en la Eurocopa de fútbol, quieren tener buena acogida. Y muchos países europeos, incluida Francia, apoyan abiertamente lo que hace Israel, aún cuando la mitad de la población israelí está en contra de lo que hace su propio gobierno. Europa podría cambiar las tornas. Algunos lo hacen. Irlanda está haciendo mucho más que ningún otro país europeo. Y si lo puede hacer un país pequeño como Irlanda, cómo no lo va a poder Francia, Reino Unido o Alemania», asegura. 

«Y con esto no quiero decir que haya que ser abiertamente hostiles, pero sí señalar cuándo una política es inaceptable, si debería ir al Tribunal de Guerra o a la Corte Penal Internacional. Hay que hacer que Israel responda por sus crímenes de guerra. Los catorce años de ocupación de Crimea por parte de los rusos le preocupan mucho a Europa. Lo que ocurre en Ucrania también, lógicamente. Pero una ocupación de más de 50 años, no importa. Una ocupación es terrible y por la otra hay que besarles la mano. Si imponemos sanciones a uno, ¿por qué no a los otros? Será imposible que toda Europa lo haga. Desde luego, los húngaros se van a oponer y los polacos también. Que se opongan. Pero, ¿el resto? Son los europeos los que tienen que decidir si quieren ser o no cómplices de lo que ocurre en Palestina». El cambio, concluye, empieza también desde la comunidad. «Dentro de cada país europeo debería ser posible iniciar estos esfuerzos. Tenemos soberanía independiente. Ursula von der Leyen no nos gobierna. Puede hablar de hacer florecer el desierto hasta que se quede sin aliento, pero no puede decir a las distintas naciones europeas lo que deben hacer».

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