Nunca antes se había publicado un libro así sobre ‘Los sentidos de las Aves’. El famoso ornitólogo británico Tim Birkhead lo ha hecho. Y en España lo ha editado recientemente Capitán Swing con el atractivo subtítulo que hemos llevado al titular: ‘Qué se siente al ser un pájaro’. Te lo contamos desde esta sección, ‘El Asombrario Recicla’, en la que tratamos de acercarte de una manera asombrosa a la naturaleza, aprovechando que el pasado viernes conocimos que la codorniz común ha sido declarada Ave del Año 2020 por votación popular organizada por SEO/BirdLife
¿Cómo es volar a más de 100 kilómetros por hora? ¿Qué pasa por la cabeza de un ruiseñor mientras canta? ¿Qué pasa con el sentido del gusto, el olfato, el tacto o la capacidad de las aves para detectar el campo magnético de la Tierra? ¿Sienten orgasmos, placer, cuando se aparean? ¿Cómo son capaces las aves del desierto de detectar la lluvia a cientos de kilómetros de distancia?
En El Asombrario Recicla ya habíamos escrito sobre la inteligencia de las aves y cómo en muchos aspectos nos dan mil vueltas a los humanos, a propósito del libro El ingenio de los pájaros, de Jennifer Ackerman. Tim Birkhead, especializado en trabajos con araos comunes, ayuda a apuntalar con este libro la línea de pensamiento que últimamente se ha asentado: que siempre hemos subestimado lo que sucede en la cabeza de un pájaro, porque nuestra comprensión del comportamiento de las aves está bastante restringida por la forma en que la observamos y estudiamos. Lo dice ya en el prólogo: “En su famoso ensayo ¿Qué se siente al ser un murciélago?, publicado en 1974, el filósofo Thomas Nagel argumentaba que no podemos saber qué se siente al ser otra criatura. Los sentimientos y la conciencia son experiencias subjetivas, y por eso no pueden compartirse ni ser imaginados por otro (…) En cierto sentido, Nagel tiene razón: no podemos saber exactamente qué se siente al ser un murciélago o, en efecto, un pájaro, porque, como dice, aunque imaginemos qué se siente, no es más que eso, imaginar qué se siente”.
Y así va repasando los cinco sentidos que compartimos, más el sentido magnético y otro capítulo dedicado a las emociones. Toda una aventura de sensaciones recorrer las páginas de este libro. Queremos compartir con vosotros algunas de las curiosidades más llamativas que relata. “Los sentidos de las aves trata de cómo perciben el mundo los pájaros. Se basa en toda una vida de investigación ornitológica y en la convicción de que hemos subestimado sistemáticamente lo que ocurre en la cabeza de un ave”.
Vamos allá. Por cierto, recordaros que el Ave 2020 declarada por SEO/BirdLife es la codorniz común (el Ave 2019 fue el chorlitejo patinegro), cuyo declive simboliza el empobrecimiento de nuestros paisajes rurales y nuestra agricultura, con una gestión poco favorable para conservar nuestra biodiversidad. Y un consejo: para ambientar la lectura de este artículo podéis optar por la música de algunos de los discos inspirados en aves que nos recomendaba Javier Rico en esta revista hace un año. Yo elijo este mientras escribo: ‘Joy’, de Hackedepicciotto
Si lo miras con el ojo izquierdo, te resultará más atractivo
Empezamos con el sentido de la vista, y la disparidad en el papel de cada ojo, algo que puede costarnos entender, pero que está empíricamente comprobado. “Los pollos de gallina doméstica utilizan el ojo izquierdo para acercarse a su progenitora. Los machos de cigüeñuela común son más proclives a dirigir las exhibiciones de cortejo hacia hembras a las que ven con el ojo izquierdo que hacia las que ven con el derecho. (…) Cuando los halcones peregrinos están cazando, se dirigen hacia su presa trazando un amplio arco, en vez de en línea recta, y usan principalmente el ojo derecho”.
Vamos ahora con el oído: En los años sesenta un ingenioso experimento realizado con una lechuza común en cautividad en una sala completamente a oscuras por Roger Payne, de la Sociedad Zoológica de Nueva York, demostró cómo esta rapaz nocturna por lo que se guía para cazar con tanta precisión en la noche es por el sonido: “Tras ir reduciendo la luz a lo largo de varios días consecutivos, la lechuza –a la que observaba con luz infrarroja (invisible para las rapaces nocturnas)- era capaz de atrapar ratones en total oscuridad con solo apuntar hacia el sonido que estos producían al hace crujir las hojas que cubrían el suelo. Para comprobar a qué apuntaba la lechuza, Payne realizó un experimento en una sala con el suelo cubierto de gomaespuma y con un ratón con una hoja seca que crujía atada a la cola. La lechuza se abalanzó sobre la hoja (la fuente del sonido) en vez de sobre el ratón, lo que disipaba la idea antes propuesta de que las lechuzas podrían tener visión infrarroja o algún otro sentido, y confirmaba que el sonido era la única señal que recibía”.
Tocarse para tranquilizar a la pareja
Seguramente el capítulo más suculento del libro sea el del tacto: “Los primates y las aves sociales tienen mucho en común. En los primates, a cualquier tipo de interacción estresante, como el ataque de un individuo más dominante, a menudo le sigue de inmediato la búsqueda de acicalamiento por parte de la víctima, como si necesitase consuelo. Las personas hacemos lo mismo: tocamos a la gente suavemente en el brazo o en el hombro como gesto de consuelo o aliento. Entre las urracas comunes que estuve estudiando en Sheffield, el acicalamiento social solo se producía entre miembros de la pareja, pero lo más interesante es que solo ocurría después de que otra urraca hiciera una incursión agresiva en su territorio. Por lo general, la intrusión llevaba a una escaramuza territorial, tras la cual la pareja se retiraba a lo alto de un árbol, se posaban juntos y la hembra se ponía a acicalarle las plumas a su pareja, muy rara vez al revés”.
Aquí otro de los comportamientos de la avifauna relatados por Birkhead que más boquiabierto me han dejado: “Es bien sabido que los pollos de cuco común eliminan a todo competidor empujando los huevos o pollos hospedadores fuera del nido directamente. (…) Antes de que Edward Jenner realizase una observación directa del comportamiento de expulsión del polluelo del cuco, en 1788, mucha gente pensaba que era el cuco adulto el responsable de la desaparición de las crías y huevos hospedadores. Es más, a mucha gente le pareció prácticamente inconcebible que un pollo de cuco recién salido del cascarón pudiera comportarse de una manera que se antojaba tan maligna. Sin embargo, una vez que Jenner les hubo alertado, los escépticos enseguida presenciaron el comportamiento con sus propios ojos. Una “monstruosa atrocidad para el afecto materno”, en palabras de Gilbert White en La historia natural de Selborne. Unas horas después de romper el cascarón, el pollo de cuco empieza a maniobrar para colocar los huevos y crías hospedadores, uno a uno, en una pequeña depresión que tiene en medio de la espalda, entre las escapulares. Apoyándose con las patas contra los lados del nido, el joven cuco levanta a cada una de sus víctimas hasta arrojarlas fuera del nido. Aunque no se ha investigado, la depresión en la espalda del joven cuco tiene que estar plagada de receptores táctiles que desencadenen la respuesta de expulsión cada vez que algo del tamaño de un huevo o de un polluelo la toque”.
El estrés desarma los lazos comunitarios
Ahora un apunte sobre el estrés y cómo altera el comportamiento, para que también nos apliquemos el cuento (los humanos, sí): “Los araos también cuidan de las crías de los demás de otro modo. Si un progenitor deja a su polluelo desatendido, un vecino suele empollarlo, para mantenerlo calentito y a salvo de los gaviones depredadores. (…) Pero con los araos que se reproducen en la isla de May, en la costa este de Escocia, en 2007 pasó algo extraordinario. Había gran escasez de las anguilas de arena de las que dependen para alimentarse ellos y para alimentar a sus pollos, y no había nada más. En cientos de temporadas de trabajo de campo, de observación de araos por parte de docenas de investigadores en multitud de colonias diferentes, no se había visto antes nada igual. A medida que las aves progenitoras en la isla de May se debatían por encontrar comida para sus famélicos pollos, su comportamiento normalmente armonioso se desvaneció en el caos. Muchos araos adultos se veían obligados a dejar a sus pollos desatendidos mientras iban a buscar alimento a zonas más lejanas, pero sus vecinos, en vez de acoger y proteger a los polluelos desatendidos, los atacaban. Kate Ashbrook, que estaba estudiando a los araos allí, me contó lo siguiente: “Recuerdo que vi horrorizada cómo a un pollo, que se había metido a trompicones en un charco para escapar de los ataques de los adultos, le metía la cabeza en el agua embarrada una y otra vez otro adulto a base de picotazos. Tras un par de minutos, el atacante desistió y el pollo a duras penas consiguió levantarse, pero estaba demasiado débil y murió poco después. Se convirtió en uno de los muchos cuerpecitos llenos de barro que plagaban las cornisas donde crían los araos. A otros pollos los cogían los vecinos y los zarandeaban en el aire antes de arrojarlos por el acantilado. Los ataques eran espeluznantes”.
Una codorniz común. Foto: Victor Tyakht-shutterstock
Monogamia y fidelidad sexual: no es lo mismo
Terminamos con algo más agradable, mucho más agradable, en el capítulo de las emociones: “También las aves son célebres por su monogamia, y con esto quiero decir que son un caso excepcional entre los animales por reproducirse en pareja –un macho y una hembra que aúnan fuerzas para criar a la descendencia juntos-. En un estudio llevado a cabo en los años sesenta, David Lack calculó que más del 90% de las 10.000 especies de aves conocidas se reproducen de esta manera”. “Aunque Lack tenía razón cuando afirmaba que la mayoría de las aves criaban en pareja, la monogamia no implica una relación sexual exclusiva. Las cópulas y la descendencia fuera del vínculo de pareja son comunes y los ornitólogos ahora distinguen entre lo que llaman monogamia social (criar en pareja) y monogamia sexual. Esta última es un acuerdo de apareamiento exclusivo en el que no hay infidelidad y sirven de ejemplo al cisne vulgar y un número relativamente pequeño de otras especies. (…)”.
“Los gansos suelen ser longevos y tienen vínculos de pareja duraderos y fuertes lazos familiares –los juveniles permanecen con los progenitores durante varios meses y la familia incluso migra junta-. Cuando los miembros de la pareja están temporalmente separados, acostumbran a realizar una exhibición, o ceremonia de saludo al reencontrarse. Estas exhibiciones están muy extendidas entre aves longevas y son especialmente prolongadas cuando los miembros de la pareja se reencuentran tras haber estado separados todo el invierno, en aves como pingüinos, alcatraces y araos. A lo largo de la época reproductiva, los miembros de la pareja se saludan, incluso tras una ausencia relativamente corta, cuando un ave regresa de buscar comida”. “En circunstancias normales, esta ceremonia de saludo dura uno o dos minutos, pero Sarah Wanless, que estudió los alcatraces en los acantilados de Bempton, al norte de Inglaterra, observó un caso particularmente largo. En uno de los nidos que tenía controlados, la hembra de la pareja desapareció, dejando solo al macho para cuidar del pollito, y él, contra viento y marea, lo cuidó. Una tarde, la hembra regresó tras una notable ausencia de cinco semanas y, por suerte, Sarah estaba allí para presenciarlo. Para su sorpresa, las dos aves realizaron una intensa ceremonia de saludo que duró ¡17 minutazos!”.
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