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¿Qué más nos falta leer sobre sexo?

Por El Asombrario  ·  01.06.2022

Aunque parezca increíble, con todo lo producido y gracias a la escritura de las mujeres sobre el tema en los últimos años, siempre quedan asuntos por abordar, autoexplorar y volver a gozar lo gozado, ya sea en la teoría como en la práctica. Hablamos de nosotras, de lo que nos aportan los descubrimientos de otras y otros, y de un libro recientemente publicado de la historiadora Kate Lister. 

Lo primero que se me ocurre preguntarme cuando veo la bella cubierta rosada de Una curiosa historia del sexo, de Kate Lister, (Capitán Swing2022), con hoja de parra bien verde y en relieve (cubriendo la vulva de una mujer dieciochesca y media mano de su partenaire) es: ¿para qué leer sobre sexo?

Quizá fue una pregunta que me hice muchas otras veces a lo largo de más de una década escribiendo sobre sexualidad y afectos, pero el simple hecho de quedarme absorta imaginando las sensaciones de los dedos escondidos del hombre bajo las nervaduras enhiestas de la hoja cuyo tallo llega hasta el escote de la dama ya me da la primera respuesta. Nos encanta indagar en nuestro placer (y volver a sentirlo en otras descripciones y explicaciones). Entregarnos a la idea, y también su realización.

Nos encanta saber del origen de nuestro deseo, que siempre está ahí latente (o latiendo), porque, según dice la autora en la introducción: “Nuestra vida secreta es la más honesta”. Más verdadera y elocuente que nuestra vida pública y está más cerca, mucho más cerca del corazón salvaje (gracias, Clarice Lispector) que el privado recato, ya que en ambos casos “inventamos categorías para intentar controlar nuestros impulsos –gay, heterosexual, monógamo, virginal, promiscuo–” y ninguna “encaja en las casillas creadas”, sino que “las desborda” y se vuelven complejas. Por eso leemos sobre sexo, porque cuando la “niebla rosa desciende, las personas se arriesgarán al terremoto para lograr un orgasmo”.

Nos encanta confirmar que “penes, lenguas y dedos han ido probando bocas, vulvas y anos en busca de orgasmos desde que los humanos salieron arrastrándose por primera vez del lodo primordial” y saber que “lo que cambia es el guion social que dicta el modo en el que se entiende culturalmente el sexo y la manera en que se practica”.

Tanto “en la búsqueda como en la negación del orgasmo”, hay una pregunta abierta sobre la sexualidad, un debate honesto o pudoroso (puede ser con nosotras mismas), negador o político, incluso una búsqueda por relativizar esto de la atracción erótica o un intento por dejar de banalizar el sexo o situarlo en un lugar profundo y a la vez leve, el de esa vulnerabilidad que nos aligera, que nos deja gozar sin complejos de esa bruma que podría ser de cualquier color, y también rosácea.

Contagiar sensualidad

Pienso en el cuadro de Ernst Kirchner (qué tentadores esos grandes amantes, de 1930, que contagian sensualidad), aunque también se me ocurren respuestas más pedestres a la razón por la que leemos sobre sexo. Por ejemplo, para dejar de atosigar a las amigas con la descripción de detalles de nuestra última cita en busca de argumentos para su actitud o la nuestra (ojo: ninguna especulación dará en el blanco), esos porqués y para qués infinitos, neuróticos y aburridos… o para dejar de dar vueltas obsesivas a las mismas imágenes, mirando el techo, y pensando en su boca, en sus dedos, en cómo hice eso sí o ¿por qué no?, en el momento exacto en que sonrió o pareció alejarse… En fin, para alimentar esas imágenes, situándolas en contextos más amplios –antropológicos, históricos, psicológicos–, por ejemplo, y volver a hablar con las amigas, pero aportando nueva información más amplia, que incluya a más seres humanos y más periodos de la historia o zonas del cuerpo.

Antes de continuar, un consejo de vuelo bajo, como de gallináceo: leed de sexo, pero procurad no apabullar al próximo o a la próxima partner con vuestros conocimientos adquiridos sobre el origen del beso, o el significado de tal o cual posición, ni sobre su razón histórica, o anatómica, o de mandato social de género; mucho menos, sobre si la fidelidad existe desde la prehistoria o lo que explica que las mujeres también seamos antropológica y probadamente promiscuas. No la/lo acobardéis antes del primer roce, ni durante. Por el momento, reservémonos las explicaciones para nosotras y para nuestro relato del disfrute (o el disfrute del relato).

Como sea, la autora nos advierte que Una curiosa historia del sexo es apenas “una gota en un océano” y, es verdad, cada tanto aparecen nuevos libros sobre sexo que podremos leer como si fuera la primera vez que nos acercamos al tema. Porque los enfoques humanos, si son legítimos y nacen de algo más que la llamada comercial o burocrática, suelen ser tan personales, caleidoscópicos y diversos que pueden sorprendernos toda la vida: en materia de sexualidad, práctica y teórica, siempre habrá algo que desconocíamos o que nos impulsa a explorar por nosotras mismas.

Un elogio a la vulva, y su condición alimenticia

En su caso, Lister –que es historiadora y profesora en la Escuela de Artes de Leeds Trinity del Reino Unido– este trabajo está en conexión con su investigación llamada Whores of Shore (las putas de Shore), aunque la palabra “puta” tiene, aquí, más vida propia que la de su investigación literaria y desjerarquizadora sobre el trabajo sexual: “Utilicé puta aludiendo a la sexualidad transgresora, no para referirme a una mujer que vende sexo. Siempre he considerado que la palabra es mucho más amplia que eso”. Muy pronto nos enteramos de que puta, en tanto concepto, no es universal, ya que “los pueblos de las naciones originarias de Canadá y los nativos hawaianos no tienen una palabra para puta, ni tampoco para prostitución”.

Cuando las chicas (buenas) hablamos de sexo, también recurrimos a esa palabra para hablar de nosotras mismas o describir cosas, estados, momentos, maneras de conducirse con alguien. Aunque puede que hablemos con menos detenimiento de nuestras vulvas, o del onomatopéyico cunt, en inglés, que, según la autora, podría tener una raíz etimológica próxima a la del saber: “Cunning significaba originalmente sabiduría o conocimiento, mientras que can y ken se convirtieron en prefijos de cognition y otros derivados”. ¿De ahí que D. H. Lawrence le concediese una importancia psicológica suprema y los poetas beatniks le dedicaran aullidos?

Ernst Kirchner. ‘Los grandes amantes’, 1930.

Hay muchos ángulos de los genitales femeninos puestos en juego en el libro de Líster, y (casi) todos resultan frescos (menos el de la artista que hizo pan de masa madre, leudado con su colonia de cándidas, que también tiene su gracia, pero más bien tibia). Luego están las ostras, los berberechos, la profilaxis histórica y el capítulo dedicado al sexo colonial, el de las ferias de frikis y la tergiversación victoriana, desde la fetichización racista hasta las interpretaciones ciegas, sordas y sexistas del placer femenino.

El resto es un paseo divertido, no complaciente ni moralista, de unas 400 páginas, con ilustraciones y fotos (algunas excitantes, otras informativas), sobre los tajos a los que nos abre el sexo. Por último, Líster aborda la genealogía del “No es no” y hace una apología de la desvergüenza, para que sigamos disfrutando de la “niebla rosa”.

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