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Pound, el derrumbe excelso

Por El Mundo  ·  22.06.2011

Alguien diría: Ezra Pound fue un loco que se creía Ezra Pound. Nadie puede negar la belleza de gran parte de su poesía, su inmensa, voraz cultura, aquel implacable apetito lector y renovador, que le llevó desde la lírica arcaica griega o el latino Propercio, hasta China y Japón (y su estudio de los ideogramas chinos) pasando por Dante y Cavalcanti y los trovadores provenzales y los cantares de gesta medievales, lo que le trajo a titular la parte final y más polémica de su obra (esa acaso frustrada épica del siglo XX) en español, Cantos o Cantares.

Ezra Pound (1885-1972) fue el norteamericano enamorado de Europa. Lideró la modernidad poética anglosajona, corrigió La tierra baldía de Eliot, asesoró a Hemingway, fue amante de Nancy Cunnard y de todo arte moderno, incluido Joyce…

Pero en 1924 Pound abandonó París (antes había vivido en Londres) y se instaló en Rapallo, en la costa de Liguria y en la Italia fascista. Pound se enamoró del fascismo y nunca dejó de sentir que Benito Mussolini era un hombre genial al que en su Guía de la Kultura (1938) equipara con Confucio, a menudo. En los últimos años de la guerra, Pound dirigió a los estadounidenses, desde Radio Roma, unas arengas tan caóticas y vibrantes, que le dieron fama de loco, antisemita, traidor a su patria y desequilibrado. Justo Navarro acaba de publicar una novela, El espía (Anagrama), trazada hasta casi el final como una crónica objetivada, donde ve a este último Pound y a sus incomprensibles proclamas radiofónicas como un espía y más probablemente un espía doble. ¿No servirían los caracteres chinos de las Analectas de Confucio, libro que Pound manejaba en esos días, como código para descifrar sus mensajes? Es un libro atractivo.

Yo siempre he admirado mucho a Pound, y tuve la suerte de ver al viejo
mudo en Venecia, en 1970, dos años antes de su muerte. El culturalismo refinado de Pound era la sangre de mi joven ánima. Pero sus libros de ensayo, aunque riquísimos, nunca tienen la claridad de los de Eliot, por ejemplo. Pero tampoco Eliot se atrevió a mezclar a Joyce con Brancusi, a Mencio con Cicerón o a Marx con Thomas Hardy o los líricos griegos. En cierto modo genial y con fragmentos brillantes, su Guía de la Kultura (editada ahora en español por Capitán Swing) donde la K mayúscula significa la importancia alemana de la Kultur, que pronunciará Kulchur, de donde el singular título inglés Guide to Kulchur, es en verdad un libro difícil cuando no posiblemente indescifrable para muchos.

A Pound se lo llevaron por loco y traidor a un manicomio de EEUU donde estuvo hasta 1958, entonces volvió a su Europa con el final de los Cantos, sus a menudo estremecedores Pisan Cantos o Cantos pisanos… En los acaso inconclusos Cantos la poesía se suicida en traje de tragedia, como lo hace la prosa en el FinnegansWake de Joyce.

Pero Pound, que llegó más lejos que él mismo y que odió el capitalismo por odio a la usura (un tema tan de hoy) ¿estaba loco de veras? ¿O era sólo un hombre airado, a menudo incomprendido, un tanto profético –como muestran sus fotos de viejo– simplemente un vate, un adivino iracundo? Yeats dijo que era testarudo y genial. Obviamente es un gran símbolo de la cultura del siglo XX, de la fecundante tradición y no sé si de la aún rara modernidad…

Por Luis Antonio de Villena

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