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Por qué siempre nos tragamos las historias en las que los rusos parecen idiotas

Por El Confidencial (entrevista)  ·  13.05.2022

A finales de abril, coincidiendo con los dos meses del inicio de la invasión rusa de Ucrania, Vladímir Putin anunció que su servicio de Inteligencia, el FSB, había desarticulado un comando neonazi dirigido por las autoridades ucranianas con el objetivo de asesinar a Vladímir Solovyov, un presentador de televisión absolutamente alineado con los intereses del Kremlin, sancionado por la Unión Europea y famoso por presentar el ‘late night’ de la cadena Rossiya 1.

Además de materiales sospechosos, como la peluca verde o la camiseta con la esvástica, que incitan a pensar en una operación de falsa bandera de la Inteligencia rusa, pueden observarse tres copias de ‘Los Sims’, la popular serie de videojuegos. Este hecho hizo que muchísima gente en España y otros países interpretaran que a los agentes del FSB les encargaron colocar tarjetas SIM, pero se confundieron y acabaron colocando estos videojuegos. Otra imagen mostraba las palabras en ruso “firma ininteligible” en un manuscrito, por lo que se interpretó también que a alguien le pidieron añadir una firma ininteligible y lo escribió tal cual.

¿Son tan idiotas realmente los miembros de la Inteligencia rusa? No. Expertos en desinformación y movimientos de extrema derecha, como Aric Toler, del colectivo Bellingcat, dudan de la credibilidad del atentado, pero explican que “firma ininteligible” no es un error, sino la forma tradicional que el grupo NS/WP Crew, a quienes se atribuyó el supuesto intento de atentado, firma sus ‘posts’ en Telegram o VKontakte, la red social rusa. Para Michael Colborne, también de Bellingcat, este grupo neonazi es real, pero no así la conspiración para matar al presentador.

Es decir, con seguridad todo esto fue un intento ruso de justificar esa ‘desnazificación’ por la que Putin está destrozando Ucrania, pero eso no significa que quienes lo perpetraron sean los desnortados agentes de la TIA que representamos desde Occidente en medios y redes sociales. No es el único caso: la narrativa de que el Ejército Rojo está formado por reclutas patosos y generales inútiles al mando subyace tras los vídeos de tanques destrozados o barcos hundidos que se viralizan estos días.

Todo esto puede parecer una forma extraña de introducir el libro ‘La ciencia de contar historias‘, escrito por el periodista británico Will Storr y que llega este mes a las librerías españolas de la mano de Capitán Swing, pero verán cómo pronto todo encaja. Originalmente, Storr quiso hacer una guía de escritura creativa para aspirantes a escritores, pero tras entrevistar a varios neurocientíficos y expertos en narrativa, descubrió que, en el fondo, cada uno desde su púlpito estaba diciendo las mismas cosas: todos somos contadores de historias, esto no es un don de novelistas o periodistas; algunos serán Shakespeare y otros apenas contaremos chistes malos, pero a fin de cuentas, hasta el último de nosotros llevamos preinstalado en nuestro cerebro el ‘software’ necesario para narrar.

PREGUNTA. En el libro, cuenta cómo los seres humanos siempre nos hemos contado historias: desde los primeros tiempos en una tribu alrededor de un fuego les fuimos añadiendo complejidad, las convertimos en religiones o en relatos que sirvieron para fundar naciones. Es decir, tiene un componente de tradición, pero al mismo tiempo un niño de dos años cuando tiene una pesadilla está componiendo una historia involuntariamente con comienzo, nudo y desenlace. Entonces, ¿esa capacidad para narrar es algo natural o aprendido?

RESPUESTA. El hecho de que los niños tengan pesadillas está conectado con que todo lo que experimentamos en la vida lo hacemos de una forma narrativa, así es como evolucionaron nuestros cerebros. No es algo que aprendamos completamente desde cero. Más bien, cuando nuestro cerebro comienza a estar ‘online’, en los primeros años, cuando empezamos a tener consciencia de que somos un individuo en este mundo, comenzamos a tener sueños que reflejan eso.

Lo que creo que no tenemos a esa edad es una narrativa en el sentido que emplearían la mayor parte de contadores de historias, sería una forma de ‘storytelling’ no arquetípica, como las películas de David Lynch o las novelas posmodernistas, no tienen esa causalidad, no hay causa y efecto en la que una cosa lleva a otra y a otra y a otra. Es algo difícil, porque tienes que elaborar cómo los diferentes elementos de esa historia conectan con tu, digamos, parte consciente de la mente. Estoy de acuerdo en que los sueños tienen cualidades narrativas, pero de alguna forma se comportan como las historias que experimentamos al estar despiertos, porque al final tienen que estar basados en la realidad.

P. Claro, evidentemente.

R. También es cierto que, cuando soñamos, una de las cosas que el cerebro hace es dar cuenta de los problemas. Ya sabe, llegamos a un punto en el que nos ocurre algo malo y tenemos que afrontar cómo resolverlo. Las pesadillas están hechas de ese tipo de historias porque el cerebro está muy interesado en los problemas y cómo salimos de ellos, por eso creo también que el cerebro utiliza las pesadillas para comunicarnos que ha tenido algún problema. Una de las cosas que escribo en el libro, por ejemplo, es cuando estamos dormidos y sentimos uno de estos espasmos involuntarios; el cerebro de repente nos cuenta una historia en la que te caes de un edificio y no puedes evitarlo. Piensas que es una historia hasta que te levantas y entiendes que era algo diferente.

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P. Exacto. A lo que me refería también es que no puedes editar una pesadilla, tu cabeza la ensambla de una forma salvaje, como si elaborara un argumento en el que sabe dónde añadir ese suspense o ese sentido de amenaza. Las herramientas para contar historias están ya ahí dentro, lo único que hacemos luego es emplearlas conscientemente.

R. Sí, sí, también creo que es así.

P. El libro sobre la ciencia del ‘storytelling’ iba a ser inicialmente un manual para aspirantes a escritor. ¿Cómo acabó tomando esta forma?

R. Hace 10 años, estaba escribiendo un libro que se llamó ‘Los herejes’, era una investigación sobre por qué la gente inteligente cree cosas locas. Para llegar a entenderlo, tuve que empezar por descubrir por qué cualquiera puede creer cualquier cosa. ¿Por qué creemos en las cosas que creemos? Eso me hizo hablar con muchos psicólogos y neurocientíficos, leer muchos libros… Y la idea que no dejaba de aparecer es que el cerebro no es un buscador de verdades, no está particularmente interesado en lo que es cierto. Le interesa la historia que le cuentas sobre el mundo, le interesa sentirse heroico, hacer que saltes de la cama por la mañana y quieras cumplir objetivos que te ayuden a sobrevivir y reproducirte.

No tiene un interés en la verdad más allá de la supervivencia. Lo que esto significa es que no importa cómo de inteligente seas, el cerebro es muy bueno aceptando cualquier hecho que adule el sentido heroico que tenemos de nosotros mismos y rechazando cualquier hecho que amenace ese sentido heroico. Aquella fue la conclusión de ‘Los herejes’, pero además, como escritor, me fascinó descubrir que los neurocientíficos y los novelistas decían exactamente las mismas cosas sobre el ‘storytelling’.

R. ¿Qué tipo de cosas?

P. Por ejemplo, cómo la percepción está enraizada en el cambio, ya sabe, esperamos un cambio en las cosas que hacemos, tratamos de predecir el mundo y tratamos de hacer cosas nuevas que son inesperadas. Y así es exactamente como comienzas una historia, a partir de estos cambios inesperados. Entonces comencé a ver todas estas conexiones interesantes, y creo que eso fue lo que me llevó a continuar, pensé que había mucho más que decir al respecto, especialmente para los escritores.

P. En el libro, cita a menudo pasajes de obras literarias, de multitud de escritores de diferentes países y épocas. ¿Ha encontrado elementos comunes en la forma de narrar que surjan de repente en lugares inconexos?

R. Creo que sí. Quiero decir, hay una gran variedad en la narración, especialmente cuando vas de Oriente a Occidente. En Occidente somos individualistas, ya sabe, en Europa Occidental estamos muy interesados ​​en el mí, en el yo, en historias heroicas de héroes como las de la Antigua Grecia, ese tipo de historias. En el sudeste asiático son mucho más comunitarios, allí todo tiene que ver con el grupo. De hecho, en China ni siquiera han tenido autobiografías durante 2.000 años.

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P. Se consideraría inelegante.

R. E incluso cuando ha habido autobiografías, el personaje del que iba el libro no estaba en el centro de la acción. Sin embargo, sí que existen elementos comunes a todas las culturas, y para encontrarlos tienes que buscar aquello que resulta esencial para la humanidad. Lo que existe más allá de cualquier cultura. Y creo que hay dos cosas que están integradas en la narración: la conexión y el estatus. Entonces, en cualquier historia, el héroe quiere algo, quiere su premio. Así que tienen objetivos delineados en la superficie de la trama, pero en el subconsciente de la historia siempre quieren dos cosas: conexión y estatus, o como dicen los psicólogos: llevarse bien y salir adelante. Todos los humanos quieren descubrir cómo llevarse bien y salir adelante, por eso somos tribales, tenemos cerebros tribales dentro de simios altamente cooperativos. Y, ya sabe, para sobrevivir tenemos que llevarnos bien con nuestra tribu y ser aceptados y sentirnos conectados. Y una vez que hemos hecho eso, tenemos un aumento de estatus que es valioso para un miembro de esa tribu. Y eso es universal, vayas donde vayas y sin importar las historias que escuches, vas a escuchar versiones locales de un manual de instrucciones que te dice cómo llevarte bien y cómo salir adelante.

P. Pero luego, dentro de eso, las historias toman formas diferentes en función de dónde se cuenten.

R. Eso es. Esta es la parte universal, pero luego puedes comportarte de distintas formas: en Asia te conviertes en un héroe cuando te sacrificas por el grupo y en Occidente cuando vas y matas al dragón. Hay muchas formas de lograr ese estatus.

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P. Eso es muy interesante, porque demostraría que no hay una buena historia en abstracto, sino que siempre dependen de un público y un propósito.

R. No hablo de esto en el libro, pero como parte de mi investigación encontré un libro que se publicó en Estados Unidos en los años cincuenta, era una guía que decía sobre qué cosas debías escribir y de cuáles no. Una de ellas decía “no debes escribir sobre grandes empresas siendo malas, porque la gente adora las grandes empresas”, otra era “nunca escribas una historia sobre parejas interraciales, la gente lo encuentra desagradable”. Lo leí y pensé “oh Dios mío, y esto era en los años cincuenta”. Si ves Netflix hoy, todo va prácticamente de eso, qué malas son las grandes empresas y qué buenas son las parejas interraciales. Es decir, cuando vas dando la vuelta al mundo o a través del tiempo, las instrucciones codificadas dentro de las historias cambian, son simplemente reflejos de quiénes éramos y cuáles eran nuestros valores en ese momento.

P. En esta época de ‘fake news’, es importante prestar atención a la estructura de las historias que leemos en redes sociales o en la prensa. Muchas veces, veo cosas que se viralizan y pienso “es una historia demasiado perfecta para ser verdad”. Como que las historias reales siempre tienen alguna imperfección que estropea el relato.

R. Bueno, es una de las cosas que aprendes cuando eres periodista. Cuando una historia es demasiado limpia, no te la creas. Porque raramente las cosas son tan sencillas y todo lo bueno está a un lado y todo lo malo al otro. Cuando entras en una historia totalmente convencido y de repente hablas con los malos, piensas “espera un minuto, tienen sus argumentos”, y eso es la vida. La coherencia en una historia real es muy, muy sospechosa. Pero al mismo tiempo es muy tentadora, a la gente le encanta escuchar historias que alaban su visión del mundo, su identidad. Cuando te cuentan historias de ángeles y demonios, no te están contando la verdad, incluso aunque ellos crean que lo están haciendo.

P. ¿No pasa esto a menudo ahora, con la guerra en Ucrania? Como odiamos a los rusos por lo que están haciendo, digamos que no ponemos muchos reparos a la hora de creer historias que los señalan como imbéciles o malvados. Bajamos cualquier barrera de sospecha y entramos en eso que en inglés llaman ‘suspension of disbelief’.

R. Exacto, en Reino Unido es justo lo que está pasando, pensamos que la guerra que están llevando a cabo es un desastre, que son estúpidos… Pero ahí están, combatiendo. Y la razón de por qué funcionan esas historias es porque somos, sobre todo, seres emocionales. Respondemos al mundo inmediatamente de una forma emocional, y la historia va detrás. El trabajo de la historia, 99 de cada 100 veces, es confirmar la emoción, justificarla. Cuando vemos un tuit que dice que el Ejército ruso es idiota pensamos “sí”, y cualquier cosa que vaya detrás será cierta.

“El trabajo de la historia, 99 de cada 100 veces, es confirmar la emoción, justificarla”

Pensar que quizás estemos equivocados sobre algo requiere un esfuerzo cognitivo. Es difícil contrarrestar esa respuesta emocional, pero es bueno darse cuenta de que nuestro instinto estaba equivocado. Nuestro instinto se equivoca bastante a menudo, de hecho.

P. Como estudioso del ‘storytelling’, supongo que esta será una parte clave: cómo inyectar contenido emocional para hacernos más crédulos. Bueno, es como una de las recetas más tradicionales del populismo.

R. Cuando los psicólogos estudian esto, tienen un concepto llamado ‘transportación’. Cuando eres transportado a una historia, se te olvida que estás leyendo o viendo una película, pierdes la noción del tiempo o qué estabas haciendo. Y encontraron que cuando somos transportados somos también muy vulnerables a ser influenciados por los valores de esa historia.y por las lecciones que la historia intenta enseñarnos. Por supuesto, eso puede ser peligroso, pero también puede ser bueno. Hay algunos estudios realizados en Estados Unidos en los que medían cómo influía la exposición a diferentes series de televisión en la percepción sobre los musulmanes: el grupo de control veía ‘Friends‘, donde no aparecen musulmanes, y el de estudio veía una ‘sitcom’ canadiense llamada ‘La pequeña mezquita de la pradera’. Hallaron que en el segundo grupo las opiniones sesgadas o negativas sobre los musulmanes decrecían, pero en el primero no. Lo volvieron a medir tres meses después y encontraron que el efecto seguía siendo significativo. Tal es el poder del ‘storytelling’ y sí, a veces puede emplearse para hacer el mal.

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Will Storr. (Cedida)

P. Dado el efecto que tiene esta parte emocional en las historias, ¿cree que esos programas de inteligencia artificial como GPT-3 serán capaces de igualarnos a la hora de componer relatos? ¿O que los harán técnicamente perfectos pero sin giros imprevistos ni sorpresas?

R. Bueno, existe este test de Turing en el que una IA puede lograr conversar con un humano, pero creo que para ser de verdad tienes que saber contar una historia propia. Y no creo que eso vaya a ocurrir pronto, si es que ocurre. Realmente, tienes que entender lo que significa ser humano, esa forma fundamental y experimentada que impulsa el deseo de conexión y de estatus. Tienes que entender los temores humanos, los miedos, las preocupaciones. No puedes contar una buena historia sin entender realmente lo que es ser humano.

Y luego hay otro factor, muy complicado de conseguir, que es ser muy específico para acabar diciendo algo universal. Las mejores historias de la literatura universal son en realidad muy particulares, una persona muy particular con un problema particular. El ‘machine learning‘ trata de sacar una inferencia general de todo eso. Entonces, ¿cómo vas a contar una historia como ‘ Cuento de Navidad ‘ de Charles Dickens a partir de eso? No puedes hacerlo. Eso para mí es el auténtico test de Turing. ¿Puedes contar una historia convincente? No digo que sea imposible, pero no creo que lo vayamos a ver en nuestras vidas.

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