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Por qué nos parecemos a las flores más de lo que queremos admitir (y necesitamos recuperar la oscuridad)

Por El Periódico de España  ·  18.10.2022

Las consecuencias de la crisis climática ya son más que obvias: el verano más cálido de todos los tiempos nos avisa, entre otras cuestiones, de que necesitamos consumir menos electricidad si queremos salvar el planeta. A eso se le suma que vivimos en medio de una crisis energética generada por una guerra que obliga a los gobiernos a reducir el consumo de gas. Pero aún hay que añadir otra pieza más al puzzle: inventar la electricidad fue un avance sin precedentes para la humanidad pero, quizás, nos hemos pasado de rosca con su uso.

“El ser humano inventa algo que cree que es bueno, pero luego lo empuja hasta el límite. Inventamos la electricidad, pero necesitamos ver que la oscuridad también es necesaria”. Lo dice la periodista y escritora noruega Sigri Sandberg, y este es uno de los puntos de partida de su obra Oda a la oscuridad, un libro editado en España por Capitán Swing.

“Nos parecemos más a las flores de lo que nos gustaría admitir”. La frase, recogida en el libro, es de Tone Elise Gjotterud Henriksen, una médica noruega que investiga sobre la relación entre la luz artificial y los trastornos mentales derivados de la falta o los problemas de sueño.

La luz artificial es un problema para las aves y los insectos, que pierden su rumbo en el vuelo, atraídos por la luz. Otros animales, como los depredadores, se distraen mientras cazan con un exceso de claridad. A las tortugas marinas recién nacidas en las playas les cuesta más llegar hasta el mar. Y las plantas iluminadas con esta luz reciben un 62% menos de insectos polinizadores que las que disfrutan de cierta oscuridad natural.

Cuando hay menos luz en invierno y los días se vuelven más cortos, explica Henriksen, el organismo humano se vuelve especialmente sensible y necesita más oscuridad para producir melatonina. “El ser humano está hecho para vivir en un clima subtropical, con luz de día y ausencia de luz en la noche. El cuerpo no funciona bien si esto no ocurre así”, razona Sandberg.

¿QUÉ ES LA MELATONINA Y POR QUÉ ES TAN IMPORTANTE?

“La melatonina es una hormona nocturna que nos hace sentirnos cansados por la noche y querer irnos a dormir”, explica la escritora. Es un antioxidante que protege a las células de mutaciones dañinas y ayuda al sistema inmunitario a activar los glóbulos blancos durante la noche. Esto es vital para que el cuerpo pueda seguir funcionando y ejecute sus tareas de mantenimiento mientras descansamos. Las personas que no producen melatonina y están más expuestas a la luz artificial tienen más riesgo de sufrir obesidad mórbida, cáncer de mama, diabetes y depresión. Así lo recogen diferentes estudios científicos citados en el libro de Sandberg.

Henriksen explica en Oda a la oscuridad que la melatonina sincroniza el ritmo del cuerpo, como si todas las células tuviesen pequeños relojes y la hormona fuese la responsable de que sigan sincronizados para que cumplan su función. Sin melatonina, el cuerpo comienza a funcionar de otra manera, y muchas de las funciones que tenían que realizarse durante el día empiezan a ocurrir de noche y al revés, lo que causa problemas en el organismo.

La solución que la Medicina está encontrando para estos problemas derivados del exceso de exposición a la luz, apoyada en la industria farmacéutica, es sintetizar melatonina artificial y medicar a los pacientes que sufren estos trastornos. ¿No sería más sencillo regresar a una solución natural, como reducir la exposición a la iluminación artificial, y volver a fabricar melatonina de manera natural?

QUÉ ES LA CONTAMINACIÓN LUMÍNICA Y POR QUÉ ES UN PROBLEMA

Dice Sandberg que, después de inventarse la bombilla, el sueño se redujo una media de 1,5 horas. Y la cantidad de luz en el planeta no ha dejado de crecer exponencialmente en los últimos años. En lugares como Noruega, con zonas en las que no hay luz natural durante meses por su situación geográfica, disponen de espejos que reflejan la luz del sol para alumbrar el centro de las ciudades que se encuentran más al norte, además de grandes lámparas que iluminan de manera artificial.

La luz artificial es un agente contaminante (con la capacidad de resultar excesiva o superflua) porque tiene la capacidad de propagarse en todas direcciones a una gran velocidad cuando se desplaza por el vacío: 300.000 km/s. Lo explica Alicia Pelegrina, investigadora y una de las creadoras de la Oficina de Calidad del Cielo del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA) del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en La contaminación lumínica, un libro publicado por el CSIC y la editorial Catarata.

Canarias, objeto y partícipe de los hitos de la investigación mundial

Desde que aparecieron las luces led (en 2012 se prohibieron en la Unión Europea las bombillas incandescentes), el problema ha aumentado porque consumen menos energía y ofrecen más potencia. El tipo de luz que emiten las led más usadas es el azul, que incide directamente en el cerebro por tener una temperatura distinta y una longitud de onda más corta. Parpadea en lugar de fluir.

Explica Sandberg que la luz azul pone en marcha el sistema nervioso del estrés, el mismo que se activa con el miedo, por lo que un único segundo mirando la pantalla del móvil por la noche hace que el cerebro reciba una señal de alarma y el organismo deje de producir melatonina, algo que puede tardar un tiempo en recuperarse.

Las luces led están por todas partes. Hoy en día es posible encontrarlas en la iluminación exterior, en farolas y otras luces de la calle, escaparates, edificios públicos y monumentos; pero también en la interior, en bombillas en hogares, oficinas o comercios, televisores, ordenadores y móviles.

El Nuevo atlas mundial del brillo del cielo ya advertía en 2016 que el 80% de los habitantes del planeta vive bajo cielos contaminados y que un tercio de la población mundial no puede ver la Vía Láctea. Si nos fijamos en Europa o en Estados Unidos, los números se disparan: el 99% de la población no puede disfrutar del paisaje de un cielo estrellado.

Las lámparas menos contaminantes, explica Pelegrina, son las que emiten luz del espectro visible al ojo humano con mayores longitudes de onda, es decir, luz anaranjada. Es la que menos se dispersa en la atmósfera. En ella puede estar una solución a la contaminación lumínic

QUÉ SE PUEDE HACER PARA REDUCIR LA LUZ ARTIFICIAL

Sandberg es optimista: se puede hacer mucho contra el exceso de luz artificial, tanto a nivel individual como colectivo, y no tienen un alto coste económico. El objetivo fundamental que ella plantea es reducir la luz. “Creo que debemos hacernos una pregunta muy simple: ¿qué necesitamos? ¿Necesitamos tener iluminados los monumentos de las ciudades toda la noche? ¿Los escaparates de las tiendas? ¿Podemos reducir la intensidad y potencia de las luces de nuestros hogares?”, lanza en la entrevista.

Hay algunas medidas individuales que la escritora menciona como de “higiene personal lumínica”: cambiar las luces led azules por otras ámbar, disponibles en el mercado, o ponerles pantallas a las lámparas para que difuminen la luz y reduzcan su intensidad. Otras ideas son cambiar las bombillas a otras de menor potencia, o instalar reguladores de intensidad (que es posible encontrar en cualquier ferretería o tienda de iluminación), además de poner una hora límite para ver la televisión, la pantalla del ordenador o la del móvil (una hora antes de ir a dormir).

En Oda a la oscuridad, la doctora Tone Elise Gjotterud Henriksen explica que en su propia casa han comenzado a utilizar gafas naranjas de manera gradual (nunca más de dos horas antes de irse a dormir ni mientras se conduce) para ir acostumbrando al cuerpo a la falta de luz y facilitar la transición hacia el sueño y la producción de melatonina. Es algo que se puede hacer a nivel individual, pero Henriksen también explica que las gafas naranjas se utilizan en terapias con personas con trastornos asociados al sueño en diferentes partes del mundo.

¿Y a nivel colectivo? Definitivamente, se pueden apagar las luces que no son necesarias en la ciudad: las que iluminan monumentos o edificios, pero también las de escaparates de tiendas que cierran de noche. “Deberíamos también poder cambiar la iluminación de las calles. Cambiando el ángulo, la potencia y la calidad, además de colocar luces ámbar en lugar de azules, podría reducirse mucho el exceso de luz”, dice Sandberg.

En España no hay ninguna ley que ponga límites a la contaminación lumínica. Existe un proyecto de ley, el Real Decreto por el que se aprueba el Reglamento de ahorro y eficiencia energética y reducción de la contaminación lumínica de instalaciones de alumbrado exterior y sus instrucciones técnicas complementarias. Pero no se ha avanzando nada en él después de un trámite de consulta pública en 2021. En cualquier caso, se considera insuficiente para reducir la cantidad de luz artificial por la Red española de estudios sobre la contaminación lumínica (integrada por diferentes investigadores de numerosas universidades españolas e instituciones como el Observatorio Astronómico Nacional, la Estación Biológica de Doñana o el Instituto de Astrofísica de Canarias).

En La Palma sí existe una ley, llamada Ley del Cielo, que regula la luz artificial por la noche, por la presencia en la isla del observatorio astronómico. Esta normativa ha conseguido que se reduzca la potencia de las farolas al 50% a partir de medianoche, cuando su luz se vuelve más anaranjada y se enfoca hacia el suelo.

Sandberg propone una medida adicional: una alarma de estrellas. “Algo como apagar la ciudad 15 minutos, o media hora, para que todo el mundo pueda ver desde sus ventanas el cielo estrellado, imposible ahora en cualquier ciudad. ¿No sería alucinante ver la Vía Láctea desde Madrid cada noche?”, concluye con una sonrisa.

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