Marie Bonaparte ayudó a Sigmund Freud a escapar de los nazis cuando Alemania se anexionó Austria en 1938. El padre del psicoanálisis, en cambio, no pudo echarle una mano a la sobrina nieta de Napoleón, quien recurrió a él para intentar alcanzar el orgasmo a través de la penetración vaginal.
La escritora y psicoanalista había llegado a la conclusión, después de encuestar a 243 mujeres, de que no podía tener —en su terminología— un orgasmo vaginal porque su clítoris estaba muy alejado del orificio vaginal. No dudó en recurrir a un cirujano para que se lo reubicara más cerca de la abertura, de manera infructuosa.
“La pobre princesa María nunca llegó a tener un orgasmo vaginal y acabó con un clítoris que debió de quedar colgando como un botón suelto. Pobre, pobre María”, escribe la historiadora Kate Lister en Una curiosa historia del sexo (Capitán Swing), donde traza la historia del órgano sexual femenino en el capítulo titulado Buscar al “grumete del barco”.
Precisamente, ese es uno de los pocos sinónimos coloquiales para denominar a la “campana”, al “botón”, a la “brida para el coño” o a la “almendra azucarada”, términos recogidos en Roger’s Profanisaurus, una enciclopedia humorística de expresiones vulgares y obscenas. La escasez refleja el desprecio a la sexualidad femenina.
Porque hay innumerables maneras de llamar al pene e, incluso, a la vulva, aunque en este último caso Lister critica que muchas sean peyorativas. Pese a que el Profanisaurus suma, en una edición posterior, los sinónimos “reloj” o “botón del pánico”, el clítoris sigue siendo el gran olvidado. O, mejor dicho, ignorado.
“La sequía coloquial en torno al clítoris es universal”, escribe la profesora de la Escuela de Artes y Comunicación de la Leeds Trinity University. “La invisibilización del placer del clítoris está entretejida en el lenguaje mismo del sexo”. En español, tampoco abundan los vocablos, algunos de ellos localismos: almendrita, pepa, pepitilla, pipirigallo…
Si bien su observación podría extrapolarse a otros glosarios, Kate Lister cree que el Profanisaurus es falocéntrico, pues “prioriza el placer que da la vulva, más que el que puede recibir”. Y si hay sinónimos populares de esta, como señalábamos antes, es por el deleite que proporciona al pene, sostiene la autora de Una curiosa historia del sexo.
“La omisión del clítoris, cuya única función es dar placer a su dueña, es reveladora. En la cultura occidental, el clítoris se ha pasado por alto porque el placer sexual femenino ha quedado históricamente en segundo plano frente al placer masculino”, apunta Kate Lister, quien detalla el esfuerzo de la medicina por tratar de comprenderlo y de “curarlo”.
Hasta el siglo XX, un clítoris grande era considerado “responsable del lesbianismo y del apetito sexual anormal en las mujeres”, una obsesión más cultural que biológica. “Dada la fascinación por cortar los clítoris ofensivos, no es de extrañar que la pobre cosa haya tratado de pasar desapercibida a lo largo de la historia”, ironiza la autora.
En muchos países todavía se practica la ablación genital con el fin de controlar la sexualidad de la mujer. Lister cree que, de alguna manera, Freud también las mutiló cuando afirmó que el orgasmo clitoriano era sexualmente inmaduro: “Puede que no circuncidara el clítoris, pero sus ideas tuvieron el efecto simbólico de cercenarlo de la sexualidad sana”.
El neurólogo austriaco andaba tan despistado como las lumbreras de una discográfica que tergiversaron el título del gran éxito de Anita Ward, Ring My Bell, número uno en las listas de Estados Unidos, Canadá y Reino Unido. En español, la portada del single rezaba Llama a mi puerta, cuando en realidad la cantante de Memphis pedía que le tocaran la campana.
“Atacar al clítoris es algo más que frenar el deseo femenino, es proteger la primacía del pene. El clítoris proporciona placer sin penetración, por lo que no hace falta que un hombre tenga el mando”, concluye Lister, quien en su repaso histórico del sexo aborda la masturbación, el vello púbico, la menstruación, el aborto, la virginidad o los vibradores.
Influenciada por Freud, Marie Bonaparte se empeñó en investigar sobre su “frigidez”, pues desconocía que “todos los orgasmos son clitorianos”. Al final, el austriaco terminaría reconociéndole, de algún modo, su torpeza: “La gran pregunta que nunca recibe respuesta y que yo no estoy capacitado para responder, después de mis treinta años de estudios sobre el alma femenina, es: ¿qué desea una mujer?”.
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