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¿Por qué las segundas olas de las epidemias son peores?

Por La Razón   ·  28.09.2020

Es recurrente. Cada vez que se desencadena y extiende una epidemia, hay una primera oleada y una segunda (en ocasiones hasta una tercera y cuarta). Es lo normal. Lo que indica la historia. Las crónicas históricas señalan que la segunda es la peor, la que más daños produce y la que deja más víctimas mortales. Si uno mira hacia el pasado, es fácil constatarlo. Por ejemplo, la llamada plaga de Justiniano, que muchos aseguran que fue peste bubónica, asoló el norte de África y Europa en sucesivas tandas entre 541 y 549, un largo periodo de tiempo en el que obligó a ampliar demasiados cementerios. Después regresó en 551 provocando igual desolación entre la población y extendiendo el miedo.

Cuando se repasan los documentos antiguos, en ocasiones, es difícil identificar la enfermedad con exactitud. Es lo que sucede con la epidemia que comenzó en Atenas el 430 a. de C. No apareció y desapareció sin más. Perduró, de manera intermitente hasta el 426 a. de C. La descripción de los síntomas todavía provoca escalofríos y las fuentes relatan que los que sobrevivían en ocasiones habían perdido un ojo o los dedos las manos o los pies. En uno de estos brotes perdió la vida un personaje tan célebre como Pericles. Huellas de esta clase de devastaciones se encuentran hasta en el Egipto antiguo, aunque la más famosa de todas es la peste Antonina, que apareció en el 165. a. de C. y que está considerada la primera pandemia. Esta epidemia se prolongó en el tiempo hasta el 180 d. de C. Es conocida también como la plaga de Galeno, porque fue este doctor quien la identificó, la describió y dejó noticia de ella en sus tratados. Comenzó ese año pero reapareció con extrema virulencia durante el invierno de 168-169 desanimando a médicos y gobernantes. Las legiones romanas sufrieron directamente su impacto y sus filas fueron diezmadas trágicamente.

Calles sucias

Durante la Edad Media también ocurrió lo mismo. En el siglo XIV, la peste apareció y barrió distintas áreas. Lo hacía de manera periódica, aunque su duración nunca era la misma. El problema es que cada vez que golpeaba a la población, ésta cada vez estaba en peor condiciones de encararla. ¿Por qué? Los habitantes de las ciudades estaban más debilitados porque generalmente estos brotes provocaban una disminución de los alimentos y afectaba a la economía. En este caso particular también habría que incidir en otros dos problemas esenciales: la suciedad de las calles y, segundo, el desconocimiento de la enfermedad y su naturaleza. Se tardó demasiado en identificar las causas y en tomar medidas realmente efectivas.

John Barry, que acaba de publicar «La gran gripe» (Capitán Swing), comenta que durante la mal llamada Gripe Española, el peor momento fue la segunda ola. Las causas esenciales fueron la Primera Guerra Mundial, el intento de ocultarla, y las malas decisiones de los políticos y los militares, que ayudaron a extender la enfermedad. La ocultación de su naturaleza, o sea, la verdad y tratar de disminuir su gravedad ante la población tampoco ayudó especialmente a combatirla. Esta segunda ola fue más virulenta porque llegó después del verano. Al ser una enfermedad respiratoria se cebó con la gente durante aquel invierno. Muchos creyeron que había desaparecido, pero lo que había sucedido es que el verano había paliado su incidencia. La estacionalidad de las distintas enfermedades han jugado malas pasadas. Se pensaba que estos azotes habían desaparecido y lo único que ocurría es que habían quedado latentes. De hecho, en Roma, que era azotada por el paludismo, se vio afectada por la peste en diversas ocasiones, generalmente en verano, el momento idóneo para su difusión.

Por eso hace unas semanas, la Organización Mundial de la Salud ha lanzado una alerta y ha dicho que seamos prudentes y no infravaloremos las segundas olas. De momento ya estamos viendo cómo esa advertencia empieza a materializarse con cuarentenas y confinamientos nuevos en ciudades como Madrid. Es cierto que ninguna sociedad del pasado ha estado tan preparada ni ha tenido tantos medios para afrontar una enfermedad de estas características, pero tampoco se las puede subestimar.

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