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Por qué las mujeres disfrutan más del sexo bajo el socialismo

Por Libros y Literatura   ·  10.11.2019

Ya les adelanto que Kristen Ghodsee no se pone con el sexo hasta que lleva ya más de cien páginas de libro (y de socialismo). Y para entonces o bien lo habrán quemado en la hoguera o bien no tendrán precisamente interés en imaginar a todas esas trabajadoras rusas, ucranianas o búlgaras en la cama. Así que si se acercan a este ensayo esperando un subidón erótico del Este, mejor busquen en Internet, que está lleno de ejemplos mucho más explícitos.
A cambio, lo que se plantea tras un título tan sugerente es un interesante ejercicio de recolección de datos sobre el bienestar de la mujer bajo distintos regímenes políticos y en diferentes épocas del último siglo y medio. Subyace una idea, planteada sin ambages desde el principio, y es que las mujeres consiguen (o conseguían) un mejor nivel de vida dentro del socialismo que el que tienen en el capitalismo, gracias sobre todo a la mayor independencia económica que adquirían tras el Telón de Acero. Pero un momento: ¿el capitalismo no iba de eso? De independencia personal, económica, de que cada una era responsable de su propia vida y contaba con sus propios recursos para llegar donde quisiera. Cierto, o al menos es lo que nos ha vendido la teoría neoliberal. Desmontar esta creencia, entre otras, es a lo que se dedica precisamente esta obra.
Tanto el “socialismo democrático” como el “socialismo de Estado” (lo que muchos conocemos como comunismo”) se caracterizan por una mayor carga impositiva y una mayor protección social. El socialismo, demuestra Ghodsee, estuvo a la vanguardia en la incorporación de la mujer al mercado laboral, en la concesión de permisos por maternidad, en la igualación de estos con la paternidad y en los beneficios para las familias, tales como guarderías públicas y ayudas para el cuidado de mayores y enfermos. Todo ello ayudó a una verdadera igualación en la entrada de hombres y mujeres en el mercado de trabajo, e hizo que las últimas pudieran desarrollar más libremente sus carreras profesionales. En última instancia, esta independencia se trasladó a sus relaciones de pareja, que dejaron de estar condicionadas por buscar una protección económica o un sustento, y no se vieron abocadas a un intercambio de sexo por ambas cosas.
A pesar de que su sesgo prosocialista, el libro también se detiene a criticar algunos de sus elementos más nocivos. La obvia falta de libertades políticas y sus discutibles medidas en torno al aborto son algunos de ellos, y que la autora los afronte abiertamente habla bien del conjunto de la obra. En su contra, por un lado, su una omisión casi completa de cualquier sexualidad no heteronormativa, algo que reduce su alcance. Además, llama la atención lo paradójico que resulta que mientras reniega abiertamente de la teoría de la economía sexual (aquella por la cual el intercambio de sexo está regulado por las leyes del mercado), finalmente esté en la base de todo su razonamiento. Y por último, los datos que presenta son desiguales y casi siempre contraponen el socialismo de Estado con Estados Unidos, sin tener muy en cuenta los países que llevaban a cabo políticas abiertamente socialistas sin llegar a ser dictaduras comunistas.
En todo caso, el ensayo de Kristen Ghodsee llega en el momento adecuado. Las sociedades capitalistas maduras atraviesan una crisis de natalidad, y si algo queda claro es que el mercado no está usando su mano invisible para crear niños y niñas. Además, aunque la presencia femenina en el trabajo cualificado está cada vez más asentada, continuamos teniendo techos de cristal, discriminación salarial y severas carencias en la representatividad política de las mujeres. El pasado, en este caso socialista, nos demuestra que hay caminos para superar estos obstáculos y que ello no implica volver a los gulags, a las purgas y al Politburó.
Por qué las mujeres disfrutan más del sexo bajo el socialismo es en gran parte un texto para convencidos de la causa. Pero queda buen poso después de la lectura, y deja un montón de argumentos para futuras discusiones. Sin embargo, también deja el típico aire de desconcierto que siempre surge tras cada conversación trascendental, tras cada noche salvando el mundo entre copas de vino: si intuimos cuál es el camino correcto, ¿por qué llevamos tantos años alejándonos de él?

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