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Por qué jugar en la naturaleza de niños mejora la salud mental de adultos

Por La Vanguardia   ·  14.08.2019

Cuando un niño está correteando por el parque probablemente se siente libre y feliz porque está jugando con sus amigos. Lo que no sabe es que, además, está cuidando de su propia salud mental, del mismo modo que lo haría si construyera un castillo de arena en la playa o observara el bosque desde una ventana. ¿Es posible que actos tan sencillos como éstos tengan una repercusión en nuestro organismo? 

La respuestas es sí, si atendemos al amplio estudio llevado a cabo en varias ciudades europeas que ha demostrado los beneficiosaportados por la exposición a entornos naturales durante la infancia, y que se concretan principalmente en una mejor salud mental durante la edad adulta. Asimismo la investigación, liderada por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), ha constatado que las personas que en sus primeros años de vida no tuvieron mucho contacto con entornos naturales son las que, al hacerse mayores, menos valoran el contacto con estos entornos y menos importancia les dan. Estas conclusiones van en consonancia con las de numerosos estudios previos que certifican los beneficios para la salud de las personas que están en contacto con entornos naturales

Según esta línea de investigación, la accesibilidad a los entornos naturales, así como el tiempo que los niños pasan en ellos, va asociada a una mayor autoestima, mejoras en la calidad de vida, la salud pulmonar, una mayor actividad física y un descenso en el índice de masa corporal. Además el contacto con la naturaleza proporciona, según diversos estudios, beneficios que influyen en el desarrollo cognitivo de los niños, a la vez que estimulan las capacidades creativas, la gestión de riesgos, mejora su estado emocional y los prepara para afrontar posibles problemas psicológicos.

Por el contrario, los niños que llevan una vida sedentaria y apenas salen de casa -un estilo de vida que se ha incrementado a lo largo de los años- muestran por lo general una conducta desfavorable, además de pérdida de autoestima, falta de concentración y una peor salud psicológica física. Más aún, estos problemas en la infancia pueden derivar en la vida adulta en un empeoramiento crónico de la salud psicológica y mental y el empeoramiento de las perspectivas económicas.

¿Significa esto que debemos hacer las maletas y salir corriendo hacia los Pirineos para salvar la salud de los más pequeños? No tan deprisa. Aunque vivir en la montaña o zonas rurales facilita mucho las cosas, el contacto con entornos naturales puede llevarse a caboigualmente en los espacios urbanos. Así lo explica Mark Nieuwenhuijsen , epidemiólogo ambiental en el ISGLobal y coordinador del proyecto Phenotype de la Comunidad Europea, en el que se engloba esta investigación: “Se puede ir a los parques o al bosque, pero también funciona teniendo árboles alrededor de nuestra casa, o jardines en tu entorno”. 

Estas condiciones, sin embargo, no se cumplen en todas partes: “Si te fijas en una ciudad como Barcelonano tenemos muchos espacios verdes”, explica, comparando la falta de vegetación con la gran extensión de asfalto dedicada a los automóviles. “Podemos reducir el espacio destinado a los vehículos y plantar más árboles” afirma este experto. Otro posible punto de actuación son los patios de las escuelas. “Apenas tienen lugares verdes”, comenta Nieuwenhuijsen, apostando por cambiar esta situación, pues además de afectar positivamente a los niños, “es bueno también para combatir el calor y los efectos del cambio climático”. 

Estas mejoras relacionadas con el contacto con el entorno natural, ya sean espacios verdes o medios acuáticos, no solo afectan positivamente a los más pequeños. También la salud de los adultos se ve beneficiada. Así lo certifica Nieuwenhuijsen refiriéndose a un estudio anterior realizado sobre la población de Catalunya, donde se mostraba que, a mayor presencia de zonas verdes en el entorno de los hogares, menos problemas mentales tenían sus habitantes. “Esta gente tomaba menos medicación contra la depresión y la ansiedad, reduciendo estos problemas entre un 20 y un 30%”. 

“El contacto con la naturaleza nos ayuda a ser mejores, esto se cumple en la misma etapa infantil”. Así de claro se muestra José Antonio Corraliza, catedrático de Psicología Ambiental en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). A través de sus estudios transversales ha llegado a conclusiones similares a las del trabajo del ISGlobal en referencia a la infancia, esto es, que los niños que disfrutan de niveles de naturaleza alta tienen mejor de salud y están menos estresados. “ Esto, obviamente, no quiere decir que si un niño que vive a diez minutos de un parque tiene un problema emocional, como una separación entre sus padres, no esté mal”, puntualiza. “Lo está, pero si tiene la naturaleza cerca, tiene mayor capacidad para superar este evento estresante”. Y esta capacidad es la que explicaría que estos niños, al hacerse adultos, “estén en mejores condiciones para hacer frente a situaciones estresantes”.

Pero ¿por qué un paseo por el bosque nos afecta positivamente? “Lo que sucede no es fruto de un aprendizaje cultural, no es que nosotros pensemos que la naturaleza es algo positivo, y que por tenerla lejos estamos peor”, explica Corraliza. “Es nuestro sistema nervioso el que echa de menos a la naturaleza”. Se trata de la hipótesis biofílica, según la cual tenemos “una preferencia generalizada por paisajes con vegetación y con agua”, porque estos elementos han sido cruciales para nuestra supervivencia. “Como consecuencia de ello, nos queda el regusto estético que nos lleva a echar de menos aquello que ha sido importante para nuestra supervivencia”.

El doctor Corraliza pone como ejemplo el atractivo que nos provocan las vistas panorámicas, como las que podemos contemplar desde una azotea al atardecer, y que nos despiertan “una sensación de plenitud injustificada”, algo provocado por las experiencias pasadas de la especie humana. “Cuando vivíamos en la sabana elegíamos los puntos altos de exploración”. De este modo se pueden ver los peligros de lejos, como el ataque de una manada de elefantes, y así “se es capaz de anticiparlo y defenderse”.

Los estudios que prueban las bondades del contacto con la naturaleza durante la infancia se acumulan desde hace años. La realidad, sin embargo, es que los niños viven cada vez más alejados del entorno natural. “Para las nuevas generaciones, la naturaleza es más una abstracción que una realidad”, afirma Richard Louv en Los últimos niños del bosque (Capitán Swing). Este escritor norteamericano lleva décadas estudiando el creciente desapego de las nuevas generaciones hacia la naturaleza, una tendencia que Louv ve impulsada por el estilo de vida de las sociedades occidentales: “Nuestras instituciones, un diseño urbano basado en la oposición entre centro y barrios residenciales y nuestras actitudes culturales asocian de manera inconsciente la naturaleza con la destrucción, al tiempo que desasocian el aire libre de la alegría y la soledad”.

Esta disociación entre las personas y su entorno ha derivado en lo que Louv denomina trastorno por déficit de naturaleza, un término que hace referencia a “los costes humanos por la alienación de la naturaleza, entre otros: uso disminuido de los sentidosdificultades de atención e índices más elevados de enfermedades físicas y emocionales”. Un déficit en el que tienen mucho que ver el crecimiento de la vida urbana y la expansión de las nuevas tecnologías, que han fomentado el aprendizaje indirecto, a través de las máquinas. “Estos jóvenes son inteligentes”, afirma Louv, “crecieron con ordenadores, se suponía que iban a ser superiores, pero ahora sabemos que algo falta”.

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