Es la historia de la cultura, un relato de hombres hecho para hombres en el que ellas no han contado. No cuentan. No han sido olvidadas: las han hecho desaparecer.
Nos lo cuenta otro hombre, el historiador del arte y periodista Peio H. Riaño en su ensayo Las invisibles, donde revisa el legado patriarcal en el negocio del arte que ha llegado hasta nuestros días y se plantea una pregunta controvertida: ¿Por qué el Museo del Prado ignora a las mujeres? Riaño afirma que “aunque hoy lo señalemos como injustificable y rechacemos cualquier práctica que amplíe la brecha entre hombres y mujeres”, la ausencia de la voz y la experiencia femeninas ha sido un estándar desde hace 200 años en la Historia del Arte universal y en, particular, en la de la pinacoteca española.
Pero recordemos que, durante siglos, las mujeres no tuvieron las mismas oportunidades que los hombres para aprender y practicar las artes del dibujo y la pintura, lo que explica que las obras realizadas por mujeres estén aún infrarrepresentadas, incluso en los grandes museos europeos. Además, han sido los hombres quienes mayoritariamente han ejercido como historiadores, críticos y conservadores, invisibilizando con frecuencia la presencia femenina en el arte, que solía considerarse menor o de escasa relevancia.
Por supuesto, esto repercute en la mirada sesgada que el arte devuelve a la sociedad, como un espejo, y esta mirada es profundamente masculina. En ella nos seguimos mirando y reconociendo. Como cuenta la escritora Lara Moreno en el prólogo de Las invisibles, todavía hoy a lo largo de las galerías de mármol de este y otros tantos museos, los marcos repujados y pintados en pan de oro encierran aquello que podría denominarse “el mundo mismo” que durante siglos se ha forjado para las mujeres: cosificación, hipersexualización, humillación, pedofilia, agresión sexual, maternidad, prostitución, asesinato machista.
Matrimonios concertados, la piel blanca y desnuda de cuerpos femeninos en ofrenda, violencia explícita del hombre hacia la mujer, una joven atravesando los bosques en huída, con nada más que su cabellera al viento como protección, el cuerpo caído de ella, hendido por una lanza en el suelo; mujer muerta a manos del hombre que la quiere poseer. Estamos hablando de cuan terrible era el mundo para las mujeres, de cuan terrible es todavía, privilegiadas en tantos sentidos, pero igualmente expuestas, es que nada de esto ha dejado de ocurrir.
Revisión histórica
Sin embargo, en respuesta a este movimiento crítico, últimamente se han promovido iniciativas desde esta y otras instituciones artísticas que están llevando a un cambio en el sector, principalmente en la recuperación y potenciación de obras firmadas por mujeres. En agosto del pasado año, Rosa Bonheur se convertía en la cuarta pintora con presencia en el Prado, después de que casi un siglo y medio después y tras un largo encierro de su obra en sus sótanos, el Museo del Prado se decidiese a recuperar y exhibir El Cid, demostrando una clara intención de hacer una revisión histórica con perspectiva de género. Apenas un mes después, dedicaba una exposición a Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana, reuniendo por primera vez los trabajos de dos de las artistas más notables de la segunda mitad del siglo XVI y devolviendo el foco a la invisibilizada presencia femenina en la Historia del Arte.
Esta fue la segunda retrospectiva que el Museo del Prado dedicaba en exclusiva a mujeres artistas, después de la muestra organizada en 2016 en torno a la figura de Clara Peeters, artista flamenca del siglo XVII. Próximamente, presentará la exposición Invitadas. Fragmentos sobre mujeres, ideología y artes plásticas en España (1833-1931), que abordará el papel de la mujer en el sistema español del arte en el siglo XIX y durante los primeros años del siglo XX, y que exhibirá principalmente fondos del museo. Asimismo, las reatribuciones y las correcciones en las cartelas del museo tampoco se han hecho esperar, aunque han tenido que esperar a que fuesen voces masculinas las que hacían las denuncias: concretamente, la rectificación de una de las obras había sido denunciada hacía años por el Instituto de Investigaciones Feministas y también desde la asociación Mujeres en las Artes Visuales (MAV).
En cualquier caso, los análisis exhaustivos de las obras seleccionadas por Riaño en su guía del arte desigual, ponen de manifiesto que la mirada tradicional que ha sido legitimada durante años no solo es obsoleta y parcial –y, por tanto, pide a gritos una transformación–, sino que cada una de las pinceladas de los cuadros que a diario admiran miles de locales y turistas, ocultan lo que es “infame” para nuestra sensibilidad. Y así debemos de interpretarlo.
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