Los efectos del calentamiento de la Tierra se saben desde hace demasiado tiempo. La postura de esperar a ver qué pasa solo ha llevado a que el problema se agrave, pero conocer los errores del pasado tal vez ayude a afrontar el presente y el futuro. Así de contundente es la tesis de Perdiendo la Tierra, el nuevo libro de Nathaniel Rich
En 1979 ya disponíamos de toda la información respecto al cambio climático, incluso sabíamos cómo detenerlo. Así de contundente es la tesis de Perdiendo la Tierra de Nathaniel Rich, que lleva como subtítulo La década en que podríamos haber detenido el cambio climático.
El efecto invernadero, metáfora que se acuño a principios del siglo XX, llevaba implícito un concepto básico y fácil de entender: cuanto más dióxido de carbono arrojemos a la atmósfera, más subirá la temperatura del planeta. Y año tras año quemando carbón, petróleo y gas, la humanidad ha ido arrojando toneladas de CO2 a la atmósfera.
Pero, si en la década de 1979-1989 ya lo sabíamos todo: ¿Dónde estuvo el fracaso? ¿Dónde comenzó el negacionismo climático? ¿Por qué si de podía detener el cambió climático con buenas políticas correctoras, no se hizo? Las claves a estas cuestiones se dan en este ensayo, además de ofrecer líneas de pensamiento para plantearnos nuestro presente y qué se hace en él.
Este libro, editado por Capitán Swing, nos adentra también en los vericuetos de la administración estadounidense, el mayor negacionista climático de ayer y de hoy, además de ser uno de los países que más contaminan. Representado el pensamiento de “aquí no pasa nada” está su actual presidente Donald Trump, pero no fue el único, en mayor o menor medida, también Carter, Busch y Reagan, así que de esos barros estos lodos. Pero por Perdiendo la Tierra también pasan los científicos y políticos que arriesgaron sus carreras para convencer al mundo de que se actuara antes de que fuera demasiado tarde.Ficha técnica
La cruzada de Pomerance
Uno de los protagonistas de Perdiendo la Tierra es el activista medioambiental Rafe Pomerance que en 1979 por primera vez vio un informe gubernamental en su despacho de la asociación Amigos de la Tierra sobre el carbón. Ante la sorpresa de lo que leía, no daba crédito a que “nunca se hubiese hablado abiertamente” del problema que mostraba. “Ningún político ni medioambientalista había impulsado el tema”, explicaba.
Otro informe realizado por el metereólogo Jule Charney advertía, gracias a las simulaciones realizadas por Akio Arakawa, la mayor autoridad en computación de la época, que cuando se duplicara la cantidad de dióxido de carbono era inevitable el aumento de la temperatura en 3 grados. La última vez que esto sucedió fue en el plioceno, hace tres millones de años. Esta afirmación llevó a Pomerance a una cruzada para entender porqué nadie sabía de ello. Las opiniones políticas y medioambientales, comenzaron a cruzarse y los debates también.
Rich nos cuenta que “En una de las múltiples reuniones para analizar el problema Pomerance ya se percató de que se hablaba mucho pero que todo el mundo parecía dispuesto a permanecer de brazos cruzados. Pero no él, había que crear un movimiento y buscar un héroe”. Ese sería James Hansen, científico de la NASA. El informe de Charney, le planteo a Hansen varias preguntas: “Si la deriva del calentamiento podía ser revertida, ¿había tiempo de actuar? ¿Quién tenía el poder para hacer parar el uso de combustibles fósiles?”. Él no era político.
En 1980 Ronald Reagan llega al poder y, a pesar de las advertencias, creció la explotación de carbón e incluso se consideró la posibilidad de eliminar el Consejo de Calidad Ambiental. El presidente parecía decidido a revertir incluso lo poco hecho por alguno de sus antecesores, por lo que también declaró la guerra a la energía solar.
Ese año, la revista People publicó una foto del geofísico Gordon MacDonald en las escaleras del Capitolio de Washington, en la que aparecía señalando con la mano una altura por encima de su cabeza que era el lugar hasta donde llegaría el nivel del agua, en 2030, cuando los casquetes polares se derritieran. “Si Gordon se equivoca, la gente se reirá de él -decía el artículo- si no es así, tendremos que aprender a bucear”.
MacDonald pertenecía a un grupo de científicos de élite que unían sus fuerzas para resolver situaciones de crisis llamados los Jasons y autores del informe que leyó Pomerance, por lo que el activista tuvo claro que tenía que hablar con él del problema. Con estilo de novelista, Rich recoge el encuentro entre ellos dos:
– Me alegro de que usted se interese por este tema– dijo MacDonald, dirigiéndose al joven activista.
– Es imposible no estar interesado en esto– respondió Pomerance– Es un tema de interés para toda la humanidad.
MacDonald le contó que la primera vez que estudió el tema del dióxido de carbono fue cuando tenía su edad en 1961, mientras asesoraba a Kennedy. Un año y medio después de haber leído el informe, Pomerance había asistido a incontables conferencias y reuniones….pero nadie mostraba interés en lo que le preocupaba: cómo prevenirlo.
El 22 de agosto de 1981, Pomerance, nos cuenta Rich, se ilusionó al ver en la portada de The New York Times que iba a publicarse un informe de la revista Science, un documento firmado por siete científicos de la NASA que concluía con una recomendación: la civilización humana debería desarrollar fuentes alternativas de energía y los combustibles fósiles solo deberían utilizarse cuando no hubiera más remedio. El director del estudio era James Hansen.
Opiniones políticas
En 1982, los científicos lo tenían claro, pero en el Congreso estadounidense no había ni una ley para frenar la situación. Pero Hansen consiguió que sus hallazgos llegaran a los periódicos y a la opinión pública. Curiosamente fue también otro artículo en The New York Times el que echó un jarro de agua fría al interés por el cambio climático al publicar un artículo titulado Frenazo a la lucha contra el cambio climático en el se daba más importancia a la opinión de la Casa Blanca y al equipo del consejero científico de Reagan, George Keyworth. La idea que se mandaba era que la sociedad tenía tiempo suficiente para adaptarse tecnológicamente al cambio climático. Curiosamente esta opinión ha llegado intacta hasta nuestros días.
Por Perdiendo la Tierra pasan muchos políticos, que por estos lares no conocemos, aunque sí sabemos de Al Gore. Con el que lógicamente, tanto Pomerance como Hansen, hablaron para defender otro informe de 1983 Changing Climate, de la Academia Nacional de Ciencias en el cual se explicaba, entre otros, los datos extraídos de los polos y los océanos. “Podemos encontrarnos con problemas que ni siquiera hemos imaginado”, recoge Rich a modo de resumen del informe.
– Se que usted esta deseando decir algo, señor Pomerance– le dijo Gore
– Es el momento de actuar– respondió él, sabemos lo que tenemos que hacer.
Pomerance seguía con el mismo mensaje: actuar. Sin embargo la década iba pasando, con agujero de ozono incluido y políticos y científicos seguían sin ponerse de acuerdo, el truco de los políticos era apelar a una mayor investigación sobre estos temas.
Las alarmas llegaban por todos los lados. En 1987 el protocolo de Montreal había abogado por una reducción del 50% de las emisiones de CFC. Reagan y Gorbachov hacen una declaración conjunta que incluía una promesa de cooperación para detener el calentamiento global. “Pero una promesa no reduce las emisiones”.
Pero qué pasaba con el lobby del petróleo en esta década. Si analizamos sus respuestas, vemos que han llegado hasta nuestros días. El frenazo a los combustibles fósiles iría en su contra, así lo recoge Rich al hablar de ellos: “Sería útil poner énfasis en la inconsistencia de las conclusiones científicas sobre el efecto invernadero”. Charles DiBona presidente del Instituto Americano del Petróleo (API), organización en la que estaban representado 15 altos dirigentes de distintas compañías, argumentaba que “los científicos no sabían cuan rápido ocurriría, por lo que la industria debía permanecer unida”.
Negacionismo a sueldo
De hecho calcula Rich que “entre el año 2000 y el 2016, la industria invirtió más de 2.000 millones de dólares, o, lo que es lo mismo, diez veces el presupuesto de los grupos medioambientalistas, para hacer fracasar la legislación sobre el cambio climático”.
El libro de Rich revela más detalles del nacimiento del negacionismo climático y la génesis del esfuerzo coordinado de la industria de los combustibles fósiles para frustrar la política climática a través de propaganda de información errónea e influencia política. Es un buen material para hacer una película.
Lo descrito por Rich nos recuerda a muchas de las posiciones actuales, las de los héroes y las de los villanos ya que Perdiendo la Tierra conduce la narración al presente, lleno todavía, de las sombras de los fracasos pasados en esta lucha.
Rich escribe de forma habitual en la revista New York Times Magazine; sus ensayos sobre literatura aparecen regularmente en Atlantic, Harper’s y New York Review of Books, y sus piezas publicadas han aparecido en varias antologías, entre ellas, Best American Non-required Reading y Best American Science and Nature Writing.
En sus conclusiones el escritor dice: “Podemos llamar a las amenazas del futuro por su nombre. Podemos llamar villanos a los villanos, héroes a los héroes, víctimas a las víctimas y cómplices a nosotros mismos. Podemos darnos cuenta de que toda esta palabrería acerca del destino de la Tierra no tiene nada que ver con la tolerancia del planeta hacía las temperatura más altas, y en cambio tiene todo que ver con la gran tolerancia hacia el autoengaño de nuestra especie”. Utilizando sus palabras: “La alternativa no es esperar a que el sufrimiento se vuelva insoportable”. Esperar es el enfoque de los negacionistas, además de hacernos creer que tienen razón. Rafe Pomerance, nos cuenta Rich, cuando se siente desanimado, se pone una pulsera que le hizo su nieta, para así recordar por qué sigue luchando. Perdiendo la Tierra seguro que no desanima a nadie, queda mucho por hacer. Pero habrá que pasar a la acción. Y no hay que perder más tiempo.
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