Pequeños miedos esposados

Por El Cuento del Loco  ·  13.04.2012

Más poderoso que el dinero y más ambicioso que todo capitalista: el miedo.

Todos lo padecemos. Hasta los tristes enriquecidos. Es, sin duda, el sentimiento/emoción más universal que existe. Globalizado/a también; compartido/a, cómo no.

Usted se despierta por la mañana. Se ducha, se viste, desayuna, coge el coche o el transporte público, va a trabajar o hace como que trabaja, vuelve a casa, ve la tele, habla, discute, calla, asiente, protesta, lee o duerme y ¿piensa en sus cosas?, no, piensa en sus gigantescos miedos. Qué vida más aburrida, ¿verdad?

Pero un día cualquiera acude a una oficina bancaria para realizar una transacción. Da igual de qué naturaleza. Espera usted en la cola. Vista al frente. Le sudan las manos. La de atrás habla como una cotorra por el móvil. El de adelante huele a un par de días sin ver el jabón. Algo de calor, también. Cuando menos se lo espera, ¡oh!, irrumpe un ladrón. Oiga, sí, parece que por un día voy a tener algo de emoción. Como en las pelis. Pero no, qué mala pata. Esto no es como me lo habían contado.

El ladrón no parece violento. No es de los que pegan tiros ni tampoco de los que se lleva dinero. Efectivamente, no desea su dinero, porque carece de valor. Usted no vale nada en este lugar ni en otros muchos, se lo aseguro. Es un ente infravalorado, una marioneta para uso y disfrute de los dominantes. Usted, dominado por garras invisibles es vulnerable. Claro, como todos.

Pero no se preocupe porque este peculiar bienhechor sólo quiere que cada uno de los presentes en el acto de humanidad (ad hoc), le entregue el objeto más valioso que porte en ese momento. Para un día que me toca un atraco, encima con buenas maneras. Vaya.

«Estoy usando un montón de metáforas hoy. Escuchen, tengo un poco de prisa, así que déjenme concluir. Cuando salga de aquí estaré llevándome conmigo el 51 por ciento de sus almas. Esto acarraerá extrañas consecuencias en sus vidas. Pero lo más importante, y lo digo bastante en serio, es que o encuentran la forma de lograr que vuelvan a crecer o morirán».

Se marcha. Nadie sabe adónde. Todos confusos. Todos nosotros. Los miedosos. De momento inmóviles. Ahora, se abren las páginas.

Esta novela corta de Andrew Kaufman es un exuberante manual existencialista sobre la capacidad del ser humano para manejar la peor de sus pesadillas. Fobias encadenadas por esposas sin una llave aparente con la que abrir y conseguir la más preciada de todas las libertades.

Los personajes/(víctimas) no saben que el ladronzuelo es (un dios menor), un elegante usurpador de almas (intranquilas) que lejos de hacer el mal pretende urgar en lo más sencillo y a la vez complejo del ser humano: la emoción. Manipular, pues. Sí, con valores que no cotizan en bolsa pero sí suben y bajan por el estómago de cada vecino. No se engañen.

Todo lo que se lleva de cada (ser) lo convierte en diminuto y, de esta forma, mediante una singular y mágica extrapolación consigue que el miedo más potente de cada vida se vuelva pequeño, tanto que usted lo podrá manejar, mover, pasear, llevar de un lado a otro y convivir con él a su antojo. De repente el gigante se hace enanito. Pero cuidado, las cosas pequeñas también se rompen.

Gran oportunidad, pues. Enfrentarse al miedo en una versión a escala particular de cada uno. La capacidad de manejo aumenta, claro, y convierte así, cada vida en un sincero traje a medida donde poder cohabitar con el temor de turno.

Como todo pequeño ser o criatura, los protagonistas deberán educarlos, hijos de un dios menor, tendrán la capacidad de amoldarlos y convertirse en cómplices de ellos mismos para así vencerlos y una vez hayan crecido poder convertirlos en simples compañeros con los que (convivir).

Esta obra maestra es un ejemplo de lo que el ser humano puede hacer cuando ve materializadas todas sus fobias. Ver, sentir, tocar… sencillos actos que más allá de lo cotidiano se alían en una atmósfera ataviada con la mejor de las fábulas posibles para llevarnos al fantástico viaje del humano poder contra todo.

Kaufman deambula por simples y llanas escenas que convierte en (parábolas) cargadas de simbología urbana para diseccionar una sociedad dominada por los temores más fácticos posibles.

Un complejo de personajes difuminados en el rostro del (monstruo) cruzan una peligrosa y mágica linea donde el equilibrio entre la voluntad y el azar juegan una arriesgada (batalla) anclada en nuestras siempre resbaladizas acciones.

Tan sencillo es temer como vivir.

Aunque morir aquí es lo de menos. La muerte es tan segura que nos da toda una vida de ventaja. No nos exige nada, tan sólo estar. Lo demás, no.

Vivir con miedo es doloroso, nos invade y paraliza.

Pero si alguien lo comprime, y nos lo sirve en pequeñas dosis, es la mejor de las curas posibles.

Para más información consultar el libro arriba citado.

Quizá algún día, ¿quién sabe?, estaremos todos fuera de peligro. Mientras tanto seguiremos buscando refugio en la literatura y en maravillosas creaciones como «La esposa diminuta».

Diego Moya

 

Ver artículo original