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Pequeño catecismo para la clase baja

Por Sergio D'Antonio  ·  01.12.2009

Pequeño catecismo para la clase baja es un libro peculiar por varias razones, de las cuales sólo algunas de ellas -lamentablemente- podrán tener mención, sucintamente, en estas páginas.

Strindberg es un personaje conocido por su teatro, novelas, pintura, polémicas, mordacidad y demás características. Muchas de ellas experiencias límite, intentando ir “más allá” de la época; si damos crédito a las palabras de Albert Camus cuando afirma que todo intelectual necesita ir contra su época, sin duda estamos tratando con todo un exponente de la intelectualidad en cuanto registro su voz se expresó. Kafka sostuvo que nuestro autor “ganó la genialidad de sus palabras a fuerza de puñetazos”. Por suerte el libro que reseño contiene más, bastante más que éstos calificativos. Nos encontramos con una recopilación y selección de textos que arropan el Pequeño catecismo para la clase baja que nos conduce a él, y luego nos permite, con las selecciones posteriores, volver sobre los mismos desde diferentes distancias. El texto no tiene una lectura lineal, sino que cada capítulo introduce un matiz nuevo en las problemáticas  ya  tratadas, a la vez que éstas toman una nueva forma a medida que avanzamos en la lectura. No huelga reconocer este mérito del traductor y seleccionador de la obra, tratándose de un autor cuya obra completa “comprende 71 volúmenes, a los que hay que añadir 20 volúmenes con las 10.000 cartas que se conservan”(pág. 7). Luego de una excelente introducción, Strindberg hace su aparición.

Un primer germen causa del descontento general. Desde el inicio nos encontramos con la afirmación de una situación extraña que se ha normalizado por el influjo de que sobre la clase baja ejerce la clase alta. “En el desarrollo de la sociedad el primer tropiezo irritante fue la división del trabajo llevada demasiado lejos” (pág. 25). Strindberg es consciente que ello implica tantos puntos de vista como posiciones exista; no es ajeno a lo que en estos días se entiende como conocimientos situados. Desde esa perspectiva realiza una de las tantas distinciones drásticas que podremos encontrar en la obra: la sociedad se divide entre la clase útil (närande; nära = alimentar, nutrir) y la clase inútil (tärande; tära= gastar, derrochar) (pág. 206). Una clase es la que se ocupa de alimentar a la sociedad mientras que la otra es encargada de derrochar. Pero este derroche es más productivo y constituye las aspiraciones de todas las personas; aquí encuentra Strindberg un segundo tropiezo de la sociedad. Su carácter fisiocrático no es sólo económico, sino sociocultural; en un primer momento podría ser claro que la economía es la piedra de rosetta que nos permite comprender las demás esferas de la sociedad; sin atreverme a negarlo, en el libro se encuentran sugerentes matizaciones.

A través de varios registros literarios es como se nos va haciendo partícipes de un recorrido en el cual la sociedad se encuentra invertida, junto con todas las instituciones y prácticas que se han visto involucradas a lo largo del desarrollo de la sociedad burguesa. Es a partir de aquí desde donde se hace inteligible que todo saber o conocimiento justo y útil sea aquel que intenta enmendar lo hecho hasta ahora, o retornar a la sociedad en su verdad, donde verdad es “cómo ocurrieron realmente las cosas” (pág. 153). Encontramos clásicas críticas a las instituciones de la educación, la cultura, las Academias como representantes de la clase dominante y del matrimonio. Una vez más, lo tajante de un texto es matizado por los “vacíos” significativos de otro, nos encontramos con derivas y frentes que enriquecen las iniciales definiciones que, reiterando a Kafka, avanzan a puñetazos a través de las páginas.

Ese es el ritmo que impone a su crítica hacia la Academia Sueca, y en la que apreciamos cómo todas las instituciones y asociaciones culturales son desenmascaradas en su precariedad (por utilizar la terminología actual); y sobre cómo esa precariedad redunda en beneficio de la clase dominante, dado que toda la sociedad se instruye siguiendo los avatares de unas personas superficiales que se encuentran bastante lejos de la gente de la clase baja, a quienes, por otra parte, dicen representar.

Es el “Prólogo para casarse”(Giftas) donde Strindberg hace algunas de las afirmaciones que, probablemente, menos se correspondan con lo políticamente correcto. Se ha respondido a las acusaciones de misoginia excusándolo dadas sus malas experiencias con las mujeres que formaron parte de su vida. Creo sinceramente que se trata de una mala excusa, a la vez que hasta cierto punto innecesaria. Innecesaria porque es tan cierto que en principio relega a la mujer a una situación determinada -las típicamente rurales- como que con posterioridad realiza algunas afirmaciones que, para  1884, no pueden calificarse de menores: derecho de voto, igualdad de educación en escuelas mixtas, derecho al trabajo, a  retribución por el trabajo realizado en el hogar, por ejemplo. Sería un error no abordar el libro bajo el pretexto de su misoginia. Strindberg, con toda su radicalidad, se resiste a simples categorizaciones.

Pienso que la crítica de las instituciones -la Academia y el matrimonio- se basan sobre la noción de poder social extraño como forma de pervertir la realidad. Pero, una vez más, podremos encontrar a lo largo de la selección párrafos donde afirmen lo dicho, y párrafos que nos intentan conducir hacia otros derroteros. Por citar sólo uno de los ejemplos, en el ya mencionado Prólogo de Casarse, encontramos que nos dice: “el más fuerte es siempre quien tiene la razón, sea hombre o mujer”. (pág. 119).

Justamente podría considerarse a Strindberg como un clásico al que siempre merece retornar con el fin de descubrir nuevas cosas que antes se nos habían escapado; la virtud de los clásicos reside no tanto en aquello que escribieron, sino en lo  que dibujaron con sus letras, aquellas impresiones a las que su pensamiento nos conduce. En este libro encontramos una excelente excusa de abordar el pensamiento de Strindberg de una forma ágil y siempre sugerente.

En ésta ocasión, la editorial Capitán Swing nos brinda la posibilidad de disfrutar de la prosa de Strindberg en una excelente edición. La traducción y selección ha corrido a cargo de Francisco J. Uriz, Premio Nacional de Traducción en 1996, que ha vivido gran parte de su vida en Suecia y ha traducido innumerable cantidad de títulos, entre las que también se encuentran obras de teatro de nuestro autor. El fetiche físico del soporte se completa con una calidad de edición, un cuidado de la forma del libro, del tamaño de la letra y un precio que debe ser reconocido en esta época por aquellas personas que, como nosotros -y como Strindberg sin ninguna duda- seguimos apreciando el encanto que tiene un libro nuevo, tan alejadas de las nuevas frialdades comerciales que nuestro protagonista ha demolido, a puñetazos, página a página.

Sergio D’Antonio Maceiras.
Madrid, Diciembre de 2009.