“Me gusta pensar que este libro es una investigación llevada a cabo por un historiador del arte, escrita por un periodista, fruto de la indignación de un ciudadano”, así resume el periodista Peio H. Riaño Las invisibles. ¿Por qué el Museo del Prado ignora a las mujeres? (Capitán Swing, 2020), un ensayo en el que pasa revista al legado patriarcal que se ha ido perpetuando en la principal pinacoteca del país.
Propone en ‘Las invisibles’ una mirada crítica a un relato patriarcal de la historia del arte que, asegura, impregna el Museo del Prado. ¿En qué momento se configuró ese discurso?
Surge en plena emergencia feminista a mitad del siglo XIX, eran tiempos en los que había que enterrar a la mujer porque parecía ganar protagonismo y autonomía. Se impuso una narración que las invisibilizaba y privilegiaba al hombre.
Me quiere sonar esto…
Es que esa misma contraofensiva por parte de la ultraderecha la estamos viviendo ahora. Lo que sucede es que la ultraderecha de entonces estaba mucho mejor posicionada y copaba con su pensamiento retrógrado toda la cúpula cultural de este país. Así es como se puso en marcha un rodillo narrativo desde esa intelectualidad que impregnó todas las artes plásticas. El Prado contiene los vestigios de una sociedad indecente, pero el problema no es ese, el problema es que estos vestigios no están neutralizados, de modo que parece que el museo está dando por buena la propaganda del siglo XIX.
¿Lleva el Prado dos siglos de retraso?
Así es, tenemos un museo del XIX, gestionado por gente del XX, para un público del XXI, urge que este museo tenga una narración propia de nuestro siglo, no podemos seguir leyendo cosas inconcebibles como llamar a una violación mancillar, sorprender o raptar. No podemos no señalar un feminicidio cuando lo hay, la salas del Prado están llenas de imágenes de violaciones que no vemos; es algo mágico. Estamos ante un museo que actúa con vetos parentales sobre el ciudadano del siglo XXI, no se puede construir una institución pública con palabras prohibidas. Por eso es importante que llamemos violación a lo que es una violación y quien esté en contra se definirá en su rechazo, definiendo también al propio museo.
¿Qué propone entonces?, ¿rerelatar el museo?
No tenemos otra opción. El Museo del Prado tiene pendiente llevar a cabo un ejercicio de contexto, pero cuando se plantean aspectos como los de retitular o reescribir las cartelas, se cae siempre en el mantra de que no podemos mirar el pasado con los ojos del presente. No pretendo cambiar el relato de lo que hizo Rubens, lo que quiero es saber por qué pintó lo que pintó, conocer las condiciones económicas, sociales y políticas que activan ese cuadro, que actúan sobre él. No podemos pensar que el museo es un lugar que surge de la neutralidad, porque no es así. De hecho, no podemos decir que necesitamos que el museo se politice porque ya lo está, lo que se ha es de repolitizar, no olvidemos que el Museo del Prado está cuajado en una ideología de hace doscientos años, una ideología que sigue justificando y legitimando.
¿Cómo se articula eso?, ¿modificando las cartelas?
Por ejemplo. Si el título que aparece junto al cuadro no es el original, se cambia, a fin de cuentas se han cambiado decenas de veces, y si el titulo es el original, se respeta pero se cuenta por qué y quién lo autorizó y qué se pretendía. El arte no es inocente, nos creemos que venir al museo es una experiencia de deleite inofensivo, pero el arte es peligroso. Puedes disfrutar de la belleza de la materia, pero la materia no se ha construido sin el materialismo, de modo que para entender cómo se logró una pincelada es importante conocer un poco la biografía de quien la hizo. Pero parace que eso no interesa mucho.
De ahí lo que usted denomina la “salsarrosización” del museo…
Precisamente lo que busco utilizando un término pop es reclamar algo que lo pop no reclama; la necesidad de politizar la historia. Salsarrosizar la historia es contemplar un museo desde el punto de vista de lo naíf, parece que hoy día prima la contemplación del arte desde un estadio casi televisivo, en el que nada te haga daño. Creo que es importante acabar con esa figura de mero espectador en pro de un ciudadano que cuestione lo que ve.
Hay también un cierto ensimismamiento en la belleza, como si la obra de arte fuera ajena a su tiempo.
Y eso es porque el Museo del Prado no construye más allá de la pincelada, lo que ha terminado por expulsar a las mujeres de sus salas. No en vano esa pincelada sólo es propia del genio y este, a su vez, se lo debe todo a un determinado canon al que las mujeres no podían acceder porque no tenían la posibilidad de formarse y profesionalizarse. Por eso considero que hablar de genio en pleno siglo XXI es un anacronismo ridículo que expulsa a la mujer de las artes.
Por no hablar de la poca inversión en arte hecho por mujeres, ¿es una cuestión de escasez o de falta de interés?
Es una cuestión de que el dinero sigue siendo propiedad de los hombres. Es demencial que en el Prado en los últimos diez años se haya invertido en compra de obra de mujer 70.000 euros, lo que contrasta con los 30 millones que se han dejado en obras de hombres. Es demencial que hayan comprado obra de más de 120 hombres y sólo de tres mujeres. Es probable que el museo se haya gastado más dinero en la lona que ha colgado de las columnas de la entrada de Velázquez para celebrar el 8M, que en la compra de obra de mujeres artistas en la última década.
¿Cuándo se cae usted del burro, Peio?, ¿cuándo decide poner el foco en los silencios del Prado?
Siempre he tenido una conciencia de clase muy acentuada pero es a partir del 15M cuando entiendo que debía de asumir unas responsabilidades como profesional que en muchos casos no se educan. Desde entonces entiendo la realidad desde un suceso político, y ese compromiso ha derivado desde aproximadamente cinco años en una pregunta básica que no dejo de hacerme y que consiste en tratar de saber de qué modo puedo dejar de ser machista.
Lo que le ha llevado a convertirse en un “converso”…
Reverte tiene toda la razón; yo soy un converso, y te diré más, quiero ser un converso, quiero abandonar mi machismo y ser un hombre situado en nuestro siglo. Creo que cuando Reverte utiliza ese término como insulto se define muy bien como un machista que no quiere dejar de serlo. Yo no creo en el término aliado, creo que en el término converso, las mujeres a mí no me necesitan para nada, yo no pretendo hacer nada por ellas que no puedan hacer ellas solas.
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