Oreskes: «Si dejas a los mercados operar con sus normas, algunas personas terminan siendo muy ricas y otras terminan empobrecidas»

Por El Confidencial  ·  10.06.2024

Esta historiadora de la ciencia en la Universidad de Harvard ha excavado en los archivos para
llegar a los orígenes del mantra neoliberal por excelencia: el mercado lo resuelve todo Para un
estadounidense a principios del siglo XX, era mucho más probable morir trabajando en una fábrica
que combatiendo en la Primera Guerra Mundial. Así de grave era la llamada «crisis de los
accidentes» , un problema que cien años más tarde está absolutamente olvidado hasta que Naomi
Oreskes, profesora de historia de la ciencia en la Universidad de Harvard, encontró en los archivos
mientras se documentaba para escribir El gran mito: cómo las empresas nos enseñaron a
aborrecer el Gobierno y amar el libre mercado . Oreskes, junto a su coautor, Eric Conway -del
Instituto de Tecnología de California – han investigado durante varios años de dónde viene ese
mito que Ronald Reagan describió mejor que nadie en un discurso de 1981: lo que tienen en
común «las sociedades que han alcanzado los progresos más espectaculares» es «su disposición
para creer en la magia del mercado «. De hecho, originalmente pensaban que aquel mantra nació
en los setenta, pero su investigación les llevó varias décadas más atrás. El libro, que estos días
aparece en castellano editado por Capitán Swing, analiza cómo un grupo de empresarios
estadounidenses trajo desde Europa a los principales defensores de este fundamentalismo del
mercado , Ludwig von Mises y Friedrich Hayek . En el caso de este último, contra la voluntad del
departamento de economía de la Universidad de Chicago, institución que acabaría formando el
principal grupo de académicos en constituir los fundamentos de esta ideología, a través del
llamado Free Market Study. Algunos de ellos, como Thomas Friedman o el propio Hayek, se
acabarían alzando con el Nobel de Economía en 1974 y 1976. Los integrantes de la Escuela de
Chicago hicieron célebre aquella cita extraída de La Riqueza de las Naciones , de Adam Smith:
«No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento,
sino la consideración de su propio interés «. En El gran mito , Oreskes descubre que el Smith que
ha llegado hasta nuestros días es, en realidad, una versión apocopada del volumen original de
1776 , que los economistas neoliberales de Chicago se encargaron de reeditar, potenciando las
partes donde Smith alababa el individualismo y suprimiendo otras donde aconsejaba la regulación
de ciertos sectores como el bancario. A lo largo de sus más de 700 páginas , ambos historiadores
exponen que, si todas estas ideas han llegado hasta personas de a pie de todo el mundo, es
mediante su exitosa difusión en productos de cultura popular, algunos tan obvios como las novelas
de Ayn Rand y otros tan sorprendentes como La casa de la pradera, con la crucial participación de
la hija de Laura Ingalls , Rose Wilder Lane, una periodista de tendencias libertarias que ayudó a
redactar estos poderosos alegatos a favor de la autosuficiencia y en contra de políticas de gasto
como el New Deal de Roosevelt. Oreskes y Conway publicaron otro libro muy sonado en 2010,
Mercaderes de la duda , donde mostraban cómo bastaba con un pequeño grupo de científicos
discordantes -pero alineados con los intereses de alguna industria- para enturbiar toda la
investigación sobre un tema , ya fuera los efectos perniciosos del tabaco o el cambio climático, y
demorar la adopción de soluciones. PREGUNTA. En Mercaderes de la duda ustedes ejercían de
historiadores de la ciencia en sentido estricto. Lo que hacen aquí, con las ideas sobre el
fundamentalismo de mercado, es algo más complicado, ya que el objeto de estudio tiene partes de
ciencia pero también de religión. ¿Cómo afrontaron esta tarea? RESPUESTA. Este libro no es una
secuela de Mercaderes de la duda , pero es una continuación lógica porque estábamos tratando
de entender por qué personas muy inteligentes y educadas rechazaban la ciencia climática. No
era sólo que la gente fuera ignorante. Eso es lo que nos llevó a analizar sus marcos ideológicos. Y
así, al final de aquel libro dijimos: «Si observan lo que dicen sobre su propio trabajo, sin tener que
especular o interpretar, sino mirando sus propios escritos, todos creen que si se permite a los
Gobierno regular el mercado, entramos en una pendiente resbaladiza hacia el totalitarismo».
Mercaderes de la duda acababa con ese análisis, pero realmente no entramos en la cuestión de
dónde procedían esas opiniones. Por eso, en este libro intentamos comprender mejor de dónde
surgieron las ideas sobre el fundamentalismo de mercado, quién estaba detrás de ellas y cómo las
promovieron. Especialmente, cuando se ve cómo muchas de estas afirmaciones van en contra de
la evidencia. Por poner sólo un ejemplo, pensemos en la Seguridad Social o el estado de
bienestar. Sabemos que, si simplemente dejas a los mercados operar con sus normas, algunas
personas terminan siendo muy ricas y otras terminan empobrecidas, incluso en una nación
próspera como Estados Unidos o España. Por eso, las democracias sociales europeas
desarrollaron el estado de bienestar. En Estados Unidos no llegamos tan lejos, pero desarrollamos
programas como la Seguridad Social, que ha sido extremadamente exitoso: prácticamente ha
eliminado la pobreza entre las personas mayores y al pueblo estadounidense le encanta. Obtiene
un índice de aprobación del 80 al 90% en las encuestas, lo cual es sorprendente. Es un programa
exitoso, resolvió el problema que fue diseñado para resolver y a la gente le gusta. Entonces, ¿por
qué no aceptarías eso? Bueno, porque tienes una mentalidad que te dice que el Gobierno
involucrándose en el mercado es algo malo y, por lo tanto, construyes una historia para apoyar
esa ideología. Este libro trata realmente de cómo estas personas construyeron la historia para
respaldar ese modelo mental. P. Muchas de estas ideas, como que el ser humano es competitivo
por naturaleza y esto es solo una consecuencia, son vistas casi como análogas al capitalismo,
más que como una corriente de pensamiento más dentro de él. Ya que hicieron el trabajo de
rastrear estas ideas hasta la década de 1920, ¿pudieron constatar si hubo una sola mente detrás
de esto, o era una idea flotando en el ambiente que un grupo de empresarios sacó adelante? R.
Como historiadores, sería fantástico poder decir «oh, aquí está esta persona», pero no es una sola
persona. Quiero decir, lo que mostramos es que es una red, y en parte por eso este libro es largo
y denso, porque es una historia complicada. No se puede reducir a una persona, pero sí atribuirlo
a un único argumento, sobre el trabajo infantil y la crisis de los accidentes. Por eso el libro
comienza ahí. Esta es una historia asombrosa porque está completamente olvidada. Como
historiadora , me encanta cuando encuentro cosas que fueron realmente importantes en su época
pero que ahora todo el mundo ha olvidado por completo. «No debería ser responsabilidad del
gobierno decir a los propietarios cómo dirigir sus negocios. Eso es socialista». A veces pregunto a
mis alumnos cuántos han oído hablar alguna vez de la crisis de los accidentes. Nadie. Pero a
principios del siglo XX se debatió ampliamente y había líderes empresariales progresistas que
estaban preocupados por el hecho de que un gran número de trabajadores estuvieran muriendo
en el trabajo. Esto obviamente no era bueno, no era bueno asesinar a tus trabajadores. No era
bueno para sus familias y ni siquiera era bueno para la fábrica tener unas tasas extremadamente
altas de lesiones y accidentes. Las personas que miraban la situación objetivamente miraban a
Europa, particularmente al Reino Unido y Alemania, también naciones altamente industrializadas,
pero con tasas mucho más bajas de accidentes y mortalidad en el lugar de trabajo. Entonces, las
personas que lo examinaron concluyeron que la razón por la que era diferente en estos países era
porque tenían programas de compensación laboral, esencialmente programas de seguros.
Cuantos más accidentes hubiera en una fábrica, mayor sería la prima de su seguro. Por tanto,
había un incentivo para que los propietarios de fábricas intentaran hacerlas más seguras. Y lo
hicieron. Y así fue adoptado en los Estados Unidos y apoyado por Teddy Roosevelt, un
republicano progresista. Sin embargo, hubo sectores de la comunidad empresarial que
contraatacaron. Y es en esa lucha donde vemos las raíces de esta historia, en los líderes
empresariales que dijeron: «No, depende solo de mí cómo administro mi fábrica. No debería ser
responsabilidad del Gobierno decirle a los propietarios cómo dirigir sus negocios. Eso es
socialista. Eso es antiestadounidense y nos pone en una pendiente resbaladiza». P. ¿Cómo un
pequeño grupo de empresarios logró llevar estas ideas a la academia? R. En la década de 1930,
estas personas se acercaron a los economistas austriacos, en particular a Ludwig von Mises,
considerado uno de los fundadores de lo que ahora llamamos neoliberalismo . Von Mises
realmente tenía una serie de argumentos que encajan perfectamente con lo que sostenian estos
líderes empresariales. Lo que no pudimos precisar en nuestro libro fue si tuvieron estas mismas
ideas de forma independiente, y luego descubrieron y contrataron a Von Mises para que les
ayudara a articularlas en una teoría. O si, quizá, lo sacaron todo de von Mises. Lo más cerca que
hemos podido llegar apunta a que en realidad, más o menos, tenían estas ideas por su cuenta.
Más tarde se dieron cuenta de que los economistas austriacos tienen un argumento que les
funcionaba muy bien y entonces empezaron a cultivar esa relación, apoyaron con su dinero traer
tanto a von Mises como a von Hayek a Estados Unidos. P. Lo cual no deja de ser una forma de
adulterar ese mercado que, según ellos, se autorregula. Es curioso porque uno siempre piensa en
estos procesos como algo natural: tenemos a Keynes como tesis, la tesis falla y otros pensadores
la disputan y ocupan su lugar. Pero en este caso hubo una maniobra de ingeniería para colocar
ahí esa corriente de pensamiento. R. Si, exacto. Y, por supuesto, aquí es donde nuestra
experiencia como historiadores de la ciencia realmente ha sido importante para este proyecto,
aunque no se trata de ciencia en el sentido tradicional. En ciencia, lo que uno espera, lo que cree
que sucede, es que la teoría que mejor explique los acontecimientos sea la teoría que gane. Pero
en este caso lo que vemos es que eso no es lo que pasó, la teoría predominante no es la que
mejor explica los hechos. De hecho, a medida que pasa el tiempo, se ve que la teoría falla de
manera bastante notoria en algunos aspectos muy importantes. Pero las personas que la
promueven, en cierto sentido, ignoran la evidencia empírica a favor de la teoría. Y eso es parte de
lo que hace que esto no sea científico. Nosotros, como historiadores de la ciencia , estudiamos
tanto las cosas que son científicas como las que son anticientíficas. P. En realidad con el
neoliberalismo sucede lo mismo que con el comunismo o cualquier otra ideología, pese a los
fracasos que se han registrado en el pasado al seguir sus preceptos, como el ejemplo que detallan
en el libro con el mercado eléctrico en EEUU o con la crisis financiera de 2008, sus seguidores no
suelen adaptar los principios, como haría un científico, sino que siempre persiguen la misma
utopía que se perseguía en 1950. R. Esa es la definición misma de ideología. Es el contraste clave
entre las teorías científicas y los marcos ideológicos. En una teoría científica, revisarías tu teoría a
la luz de la evidencia. Y como señala, esta es una teoría que se ha demostrado que falla en
múltiples ocasiones, por ejemplo en mercados desregulados o inadecuadamente regulados.
Tenemos ejemplos muy llamativos. El cambio climático es un gran ejemplo, o mejor dicho, el
marco ideológico que obstaculiza la acción sobre el cambio climático. Y luego, por supuesto, está
Chile. Solo mencionamos a Chile brevemente en el libro, pero algunos colegas me han enviado
mucha más información. Se suponía que Chile sería el laboratorio. Y Milton Friedman estaba muy
entusiasmado con Chile y apoyó a Augusto Pinochet, aunque más tarde mintió al respecto y
afirmó que nunca le dio su apoyo, pero eso no era cierto. Tenemos cartas que lo demuestran. El
caso es que había un grupo de economistas alrededor de Pinochet que se habían formado en el
pensamiento de la escuela de Chicago. Por supuesto, sabemos lo que pasó allí: miles de
personas fueron asesinadas y el país no se convirtió en democracia hasta después del
derrocamiento de Pinochet. P. ¿Por qué cree que los partidarios de esto que llama
«fundamentalismo del mercado» necesitaban tanto a Adam Smith como referencia? En España le
conocemos como economista, pero quizás no somos conscientes del impacto cultural que tiene en
la sociedad estadounidense. R. Es una gran pregunta, y creo que tiene razón en que si fueran
europeos, probablemente Adam Smith no les habría importado tanto. Creo que está relacionado
con dos cosas. Una es que Estados Unidos está muy obsesionado con la idea de nuestros padres
fundadores. Tenemos la noción de que nuestro país fue creado por un grupo relativamente
pequeño de pensadores profundos como Thomas Jefferson, James Madison y algunos otros. A
menudo miramos hacia estos padres fundadores: hoy en día la gente todavía lee las notas de
Jefferson sobre el Estado de Virginia… ¡ Aunque no utilizan la Biblia de Jefferson, lo cual creo que
deberían hacer ! Así que tenemos a Jefferson, Madison y tal vez a John Locke como el tipo de
fundadores intelectuales en el lado político. Así que necesitábamos un padre fundador en el
aspecto económico, un modelo para el capitalismo democrático. Así, Adam Smith se convirtió en
el equivalente económico de Thomas Jefferson. «Adam Smith es un pensador mucho mejor que
esa versión acartonada que la Universidad de Chicago ha hecho de él» Luego, creo que la otra
parte tiene que ver con el individualismo estadounidense. Cuanto más profundizo en estas
historias, más pienso que el individualismo estadounidense es realmente una gran parte del
argumento y lo que realmente hace que la historia sea diferente en Estados Unidos con respecto a
otros países. Este es un país radicalmente individualista, ya seas de derechas o de izquierdas.
Creemos en el individualismo y definimos la libertad en términos de agencia individual, en
contraposición a proteger la comunidad o el bien común. Porque existen interpretaciones
alternativas, obviamente legítimas, de la libertad según las cuales si eres pobre no eres realmente
libre. Pero si una comunidad prospera, nuestras libertades aumentan. Por eso, vemos la libertad y
los derechos en términos muy individuales. Adam Smith funciona muy bien para defender la
libertad económica y la elección individual en el mercado. P. En resumen, es una forma de decir
que esas ideas sobre el mercado estaban, de alguna manera, en las raíces de la democracia
estadounidense. R. Es una interpretación radicalmente individualista, un marco ideológico para el
que Adam Smith, con su famosa frase que se repite una y otra vez sobre el interés del individuo,
funciona muy bien. Realmente Smith es un pensador mucho, mucho mejor que esa versión
acartonada que la Universidad de Chicago ha hecho de él. P. El libro representa a Hayek o
Friedman como peones de un movimiento orquestado, sin embargo acabaron ganando sendos
premios Nobel de Economía en 1974 y 1976. ¿Cuál es la intrahistoria detrás de estos
reconocimientos? R. Bueno, creo que hay un libro diferente que escribir sobre eso. Es
extremadamente difícil de entender. Estos comités son muy reservados y es importante mencionar
que el Premio Nobel de Economía es diferente de los que fueron otorgados por el patrimonio de
Alfred Nobel. Pero incluso para el Premio Nobel convencional es muy difícil encontrar algo. Robert
Marc Friedman obtuvo algunos permisos y escribió un libro muy interesante sobre el Premio Nobel
y toda la política que hay detrás involucrada, incluso en los premios de ciencias como física y
química. Se podría pensar que la química sería relativamente apolítica, pero por supuesto no lo
es. Por tanto, podemos suponer que el Premio Nobel de Economía está ligado a la política…
quiero decir, pensemos en el término economía política, la cuestión central en cuanto a cómo
valoramos la economía se basa en cómo se va a distribuir el dinero, que es esencialmente una
cuestión política. A primera vista, solo mirando los resultados, obviamente fue una decisión muy
política, tomada por personas que estaban en el comité de selección del Premio Nobel y
apuntaban bastante hacia lo neoliberal. Era un club de expertos que, hasta donde yo sé,
compartía muchos de estos puntos de vista y por ello premiaron y promocionaron a estas
personas. Dicho lo cual, he preguntado a muchos economistas sobre eso, y casi todos me dicen
‘bueno, al principio de su carrera Friedman hizo un trabajo muy importante sobre el monetarismo y
por eso recibió el premio’. No sé, puede que sea cierto y que Friedman tenga algunas
contribuciones fundamentales a la economía que puedan distinguirse de sus argumentos más
políticos sobre la libertad y el capitalismo. Quizás esa sea la explicación. P. El otro día estuvo de
visita en España la economista Mariana Mazzucato y se reunió con la Ministra de Sanidad, Mónica
García. Ambas, mujeres reconocidamente progresistas. Me llamó la atención que estuvieron
debatiendo sobre estrategias de colaboración público-privada en sanidad, algo que hace 20 o 30
años sería impensable en un ámbito de izquierdas. Cuando antes se debatía cómo hacer con los
impuestos para poder financiar la sanidad pública, hoy no se puede prescindir del sector privado.
Al leer su libro, me di cuenta de cómo estas ideas han ido permeando hasta llegar al otro lado del
espectro político. R. Es exactamente correcto y es también nuestro punto, se ha extendido tan
lejos y tan ampliamente que apenas se puede imaginar una conversación en muchas áreas que no
dé por sentado, como usted dice, que de alguna manera el sector privado tiene que participar en la
atención sanitaria. A pesar de que hemos visto todo el daño que han causado en el pasado. Esta
semana The Wall Street Journal publicó un artículo sobre la compra de servicios y consultorios de
salud en Estados Unidos por parte del capital privado, y ya deslizaban algunas prácticas
anticompetitivas, como comprar a casi todos los anestesiólogos existentes para rebajar los
precios, expulsar al resto y luego volver a subir los precios. Es el clásico comportamiento
monopolístico que ahora está sucediendo en todas partes. Y obviamente, es extremadamente
malo para los pacientes. Pero esto me lleva a la pregunta anterior. Decía que el Premio Nobel
probablemente era un club de información privilegiada, lo cual creo que probablemente sea cierto,
pero también es posible que la respuesta sea en realidad lo que usted acaba de decir, que estas
ideas permearon tan ampliamente, con tanta fuerza, y se volvieron tan dominantes en el mundo de
los economistas profesionales que parecía lógico que estas personas fueran vistas como figuras
públicas increíbles que merecían recibir el Nobel. Eso, en cierto modo, valida nuestra tesis del
éxito que han tenido estas personas a la hora de persuadir a tanta gente, no solo a economistas.
P. Su historia comienza en la década de 1920 con el sector industrial y luego, a medida que la
economía estadounidense se mueve hacia lo financiero y ahora hacia el sector tecnológico, Silicon
Valley, etc. ¿Cómo se han ido adaptado estas ideas sobre la omnisciencia del mercado? R.
Definitivamente están ahí. Quiero decir, se ve tremendamente en Silicon Valley, que está lleno de
neoliberales, libertarios que odian al Gobierno… quiero decir, mire a Elon Musk . Obviamente, una
persona súper talentosa e inteligente, pero que en los últimos años… ahora ha dicho que va a
apoyar a Trump . Pero él es sólo un ejemplo. Hay muchos de estos tipos que combinan los
negocios con la ideología antigubernamental. Y algunos como Peter Thiel también la
antieducación, con su teoría de que los niños no necesitan ir a la universidad para convertirse en
emprendedores. Por supuesto, eso funciona para algunas personas, pero no para la mayoría.
Quiero decir, hay una razón por la que se inventaron los colegios y universidades. Entonces sí,
estas ideas están muy extendidas. Jamie Dimon, el director ejecutivo de JPMorganChase , tiene el
argumento de que no se puede tener una sociedad democrática sin alguna forma de libre
mercado, lo cual podría ser cierto. Pero le dan la vuelta a eso y argumentan que el capitalismo, por
lo tanto, protege la democracia. Y sabemos que eso es falso, y eso es lo preocupante. P. De
hecho, se vio cuando la quiebra del Silicon Valley Bank, pero como hablábamos antes, el mensaje
siguió siendo el mismo. Nadie aprende nada nunca. R. Aquello ocurrió justo en el momento en que
se publicó el libro. Y pensé, bueno, es un buen argumento para nosotros. Quiero decir, estas
mismas personas apenas unos meses antes habían estado tratando de lograr que el Congreso
debilitara las regulaciones bancarias. Y luego, cuando su banco quebró, empezaron a pedir ayuda,
a pedir que lo rescataran, a pesar de que sabían que la mayoría de esos depósitos no estaban
asegurados por la FDIC [Corporación Federal de Seguro de Depósitos] porque excedieron el
límite. Ellos lo sabían. Sus inversores lo sabían. Pero de repente es como, » ¡ Oh, pero debes
ayudarnos, debes protegernos, debes salvarnos ! «. Quieren que el Gobierno les pague cuando
cometen un error. El bancario es un sistema financiero muy débilmente regulado, y algunas
personas se benefician enormemente de ello. Luego piden ayuda cuando cometen errores que
amenazan la salud y la seguridad de todo el sistema, ¡ que es exactamente sobre lo que advirtió
Adam Smith ! P. El libro contiene mucha información que, hasta donde yo sé, es bastante
desconocida por el gran público. Incluso recibos de la Universidad de Columbia para realizar
cursos de economía que la industria pagó para que tuvieran un enfoque pro-mercado. ¿Cómo fue
todo este proceso de indagación en archivos, sabía lo que quería hallar o se lo fue encontrando a
lo largo del camino? R. Bueno, una cosa que he aprendido sobre la vida en general -de hecho una
de mis historias favoritas es La Carta Robada de Edgar Allan Poe, donde la carta está escondida a
plena vista- es cuánto se esconde a simple vista. Especialmente sobre este tipo de cuestiones en
las que la gente no quiere ver la verdad. Pasé mucho tiempo en archivos y, a veces, tuve que
profundizar mucho en ellos para encontrar cosas. Muchos de los materiales estaban clasificados,
por lo que tuve que presentar una solicitud e ir a archivos bastante oscuros. Pero gran parte de
todo esto no fue realmente profundo, eran cosas que estaban ahí a las que la gente no había
prestado atención, las había olvidado, o tal vez otros habían escrito sobre ello, pero sólo en
revistas académicas. Siempre tratamos de ser muy claros acerca de dónde estamos tomando
prestado el trabajo de otras personas. Por eso el libro tiene muchas notas a pie de página y damos
crédito a quien lo merece. Por otro lado, la investigación es divertida. Empiezas con un plan hasta
cierto punto, pero luego tienes que seguir el hilo, y a veces te lleva a lugares a los que no
esperabas ir. Cuando empezamos este libro, pensamos que comenzaría con Ronald Reagan.
Pero muy rápidamente nos dimos cuenta de que Reagan aparece después de los dos primeros
tercios de la historia. Y que esta historia más antigua incluye cómo Ronald Reagan se convirtió en
político y pasó de ser un demócrata partidario del New Deal a un republicano antigubernamental.
P. Esa parte es fascinante. Para poner en contexto a los lectores de El Confidencial, Reagan
trabajó para General Electric y pasó de ser un líder sindical a ser cobijado por uno de los
mandamases de la compañía, que empezó a meter en su cabeza las ideas correctas para, años
más tarde, llegar a enfrentarse a Nixon con un discurso mucho más duro, perder ante él y, años
después, acabar convertido en presidente. R. Hasta ahora nadie había contado esa historia,
incluidos sus biógrafos, quienes simplemente se la saltaban. Era como ‘oh, y luego agitó una varita
mágica y se transformó mágicamente’. Bueno, la verdad es que nos encantó poder seguir esas
pistas hacia atrás en el tiempo. Y el principio del siglo XX me pareció un buen punto de partida
porque, bueno, para entonces ya llevábamos cubiertos unos 100 años de historia. En realidad
podríamos haberlo llevado hasta un poco antes, la década de 1890, con la aprobación de la Ley
Sherman Antimonopolio y el surgimiento del movimiento sindical, donde comienza a haber un tipo
diferente de argumento sobre el costo social del capitalismo. Ese era el argumento que quisimos
retomar y llevar adelante.

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