l pasado viernes 19 de noviembre, nos topamos con la absolución de Kyle Rittenhouse. Para aquellos y aquellas que no lo recuerden, Rittenhouse estaba acusado de matar a dos personas y herir a otra durante las manifestaciones y altercados que se produjeron en agosto de 2020 en la ciudad de Kenosha, Estados Unidos (EEUU), a raíz del asesinato, a manos de la policía, de Jacob Blake, un hombre negro de 29 años. El ahora absuelto se unió a un grupo de asaltantes que, rifle AR-15 en mano, salió a las calles a poner orden junto a otro grupo de personas fuertemente armadas. Su absolución no puede dejar de ser vista como un ejemplo más de la parcialidad, la injusticia y el racismo del sistema legal norteamericano, una estructura creada y sostenida para legitimar la imposición del poder hegemónico blanco sobre la sociedad negra del país.
Un poder que se manifiesta de forma evidente en la obra de Patrisse Khan-Cullors y asha bandele Cuando te llaman terrorista. Una memoria del Black Lives Matter. El libro, publicado por Capitan Swing, relata las vicisitudes personales de Patrisse, desde su nacimiento en un barrio del centro de Los Ángeles, Van Nuys, de población mayoritariamente mexicana, hasta la fundación del movimiento Black Lives Matters y la llegada al poder, en 2016, del empresario ultraderechista Donald Trump en EEUU. En él, las autoras van desgranando, con saltos adelante y atrás en el tiempo, cómo es ser negro y vivir en una sociedad profundamente racista como es la norteamericana pero, también, cómo es hacerlo cuando te enfrentas a esa misma sociedad desde una postura abiertamente no heteronormativa sexualmente hablando y desde el activismo y la militancia política.
La historia de Patrisse no dista mucho de la de otras muchas personas y familias pertenecientes a las minorías étnicas norteamericanas que viven el día a día de un país donde las instituciones reflejan, en muchas ocasiones, el racismo de una parte importante de su población. Un hecho que se refleja, por ejemplo, en lo que Ángela Davis, autora además del prólogo al libro, ha venido en denominar “complejo industrial-penitenciario”, esto es, la relación existente entre el modelo productivo y la legislación penal vigente. Así, tal y como la propia autora recoge en el libro, cuando Ronald Reagan llega al poder en EEUU en el año 1981, reanuda la denominada guerra contra las drogas puesta en marcha a principios de los 70 por Nixon, algo que conlleva la militarización de la policía, una mayor presencia de las Fuerzas de Seguridad en barrios y ciudades y, finalmente, un incremento, entre los años 1982 y 2000, del número de presos en las cárceles del estado de California del 500%, esto es, de mano de obra barata y semiesclava e manos de las empresas gestoras de los complejos. El relato de Patrisse nos muestra, en carne y huesos, aquello que Loïc Wacquant denominara el Estado Penal, el cual ha venido a sustituir al Estado social de los años de posguerra.
El relato de Patrisse nos muestra, en carne y huesos, aquello que Loïc Wacquant denominara el Estado Penal, el cual ha venido a sustituir al Estado social de los años de posguerra
Este sociólogo francés, discípulo destacado de Pierre Bourdieu y heredero de la tradición sociológica de la Escuela de Chicago, señala que, a partir de la década de los noventa del pasado siglo, un nuevo concepto es presentado ante la opinión pública como elemento fundamental e insoslayable a la hora de luchar contra la exclusión y la desigualdad: el de seguridad. Si, durante las últimas décadas, el Estado había contado con diferentes estrategias para atajar este tipo de cuestiones, a partir de ese momento se decantaría, principalmente, por la penalización, esto es, la conversión directa de los pobres en delincuentes, algo que se presenta, de forma inseparable, al fomento y expansión de la ideología del libre mercado y la responsabilidad individual. Esta desaparición del Estado como actor fundamental dentro del ámbito social —eliminando sus políticas de servicios sociales- se vería acompañada de una ampliación de su capacidad de acción penal -instaurando nuevas leyes y regulaciones y ampliando el ámbito carcelario—. Esto no significaría una reducción notoria del gasto público, tal y como nos vienen diciendo los ideólogos del neoliberalismo (recortes, incrementos de impuestos, etc.), sino, más bien, una reestructuración de la inversión desde lo social a lo punitivo.
Porque es este, de manera intrínseca, el marco social y espacio-temporal que tan brillantemente describen Khan-Cullors y bandele en su libro: la realidad de la gestión neoliberal de la pobreza. A lo largo del libro hay momentos en que esto queda especialmente reflejado, como aquel en que se señala que “me crié en un barrio empobrecido y afligido que sufría todas las consecuencias que tienen en el mundo moderno dejar a las comunidades sin recursos, pero proporcionándoles instrumentos con los que ejercer la violencia”, donde se pone en relación la insensatez que supone dejar áreas urbanas completas sin la atención social, sanitaria o educativa necesaria, a la vez que se permite la proliferación, el tráfico y la posesión de armas. Pero también, cuando se pone el dedo sobre la llaga de lo que significan las cárceles en el estado de California, el complejo industrial carcelario antes comentado y que, para 2005, llegó a suponer el 16% del total del presupuesto estatal.
Porque es este, de manera intrínseca, el marco social y espacio-temporal que tan brillantemente describen Khan-Cullors y bandele en su libro: la realidad de la gestión neoliberal de la pobreza
Cuando te llaman terrorista es un relato duro y realista de los Estados Unidos contemporáneos; de la cotidianeidad de una parte importante de su población que sigue, muchas décadas después de abolida la esclavitud y promulgadas las leyes de derechos civiles, viendo como la igualdad política se distancia, cada vez más, de la igualdad social, económica y simbólica. Pero también, y quizás es uno de los elementos y enseñanzas fundamentales del libro, una historia de luchas y de logros; del nacimiento de multitud de movimientos; de la capacidad de autoorganización de los negros norteamericanos; de su articulación con demandas relativas a la diversidad sexual y afectiva, a la clase trabajadora, a los programas de vivienda, al control democrático de la policía, etc. Algo que no se consigue si no es mediante la politización de amplios grupos sociales (algo que, para la protagonista comienza en el Instituto Cleveland) y por la creación de amplias redes de autoayuda y soporte mutuo potenciado, a su vez, por los inicios de las redes sociales tan ampliamente conocidas hoy en día. Es imposible desligar el nacimiento mismo y la existencia de un movimiento tan potente como Black Lives Matter sino es debido a esta concepción de la lucha política ligada, por un lado a la consecución de cambios legales pero, también, al establecimiento de relaciones sociales y afectivas poderosas y estables.
Un último apunte antes de llegar a las conclusiones finales. Como antropólogo no ha dejado de sorprenderme la continua referencia de las autoras a lo hermoso, a la belleza, así como al uso de otros adjetivos relacionados cuando se hace referencia a las personas negras, miembros de su familia, relaciones personales, etc. Al principio de sumergirme en la lectura opté por pensar que estaba ante licencias literarias, usos estéticos de las palabras por parte de Patrisse y andele. Sin embargo, posteriormente me di cuenta de que se trataba, más bien, de un elemento de lucha cultural, de devolver el golpe, de recordar que los negros y las negras también son hermosas y merecen esas adjetivaciones. Así, después de años de maltrato y violencia física y simbólica, tales calificativos perseguirían subrayar que las personas negras no son monos, ni feas, ni atrasadas, sino bellas y dignas de admiración. Me acordé, así, de una noticia que encontré una vez en un periódico de Bombay; una campaña contra la lepra que mostraba unas ilustraciones de niños blancos en un contexto donde el blanco no existe; máximo ejemplo de violencia simbólica.
En definitiva, el libro de Patrisse Khan-Cullors y asha bandele se aparece como una oportunidad única para conocer mejor la realidad del gigante norteamericano, algo a lo que la editorial Capitan Swing ya nos tiene acostumbrado. No obstante, quería destacar un par de aspectos que me parecen importantes antes de dar por acabada esta reseña. Por un lado, el excesivo peso que ambas autoras le dan al propio sistema de valores, al conjunto de relaciones sociales que conforman el entramado estructural que cosifica y ejerce la violencia sobre la población negra estadounidense. Digo esto porque, a veces, parecen olvidar la capacidad de agencia que ellas mismas ejercen y de las cuales son un ejemplo fundamental. Entiendo que un libro de estas características tiene un objetivo más de denuncia que de análisis académico, pero este hecho me ha llamado la atención a lo largo de su lectura. Por otro lado, está el énfasis que se da en el mismo al concepto de comunidad, sinónimo, a veces, de barrio, otras de familia y amigos. En general, el planteamiento de las autoras apuesta por la constitución de una especie de contrasociedad que permita, en la medida de sus posibilidades, atender las necesidades de sus integrantes viendo el papel desertor que juegan las instituciones. Bien, este tipo de planteamientos, me parece, es correcto si con ello se pretende un cambio social general, es decir, si se usa como base para eliminar toda las restricciones y violencias en forma de regulaciones, leyes y normativas que ahogan al pueblo negro norteamericano. No observarlo como elemento instrumental, simplemente, podría acabar por generar simplemente un conjunto de barcos comunitarios que tratan de sobrevivir en la tormenta del mar neoliberal.
Un gran libro de un gran movimiento que, desafortunadamente, nos sigue haciendo mucha falta para todos aquellos que apostamos por una sociedad global más justa e igualitaria y no no queremos encontrarnos con episodios tan bochornosos como la absolución de Kyle Rittenhouse.
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