Hace más de dos años, Capitán Swing publicaba La ciudad solitaria un ensayo de la periodista y escritora inglesa Olivia Laing. Por entonces, nadie sospechaba que, en aquellas páginas, encontraríamos la descripción del estado de soledad y aislamiento en el que muchos se encuentran en estos días de confinamiento. Aquella ciudad desierta es hoy la nuestra y nosotros somos aquellos que tenemos que hacer frente a esa soledad, históricamente estigmatizada y que tanto miedo despierta.
Le escribo desde el confinamiento motivado por la pandemia que asola el mundo. ¿Cree que, a partir de la experiencia del confinamiento a causa del COVID-19, aprenderemos a revalorizar nuestras vidas, a vivir de otra manera?
Esta es la peor crisis que he vivido en toda mi vida. No tengo la menor duda de esto. Además, está crisis conlleva la terrible pérdida de muchas vidas. En estos días, nos hemos visto obligados a hacer algunos de esos drásticos cambios que los ambientalistas llevan muchos años pidiéndonos. Hemos tenido que cambiar radicalmente y muy rápidamente nuestros hábitos y nuestra forma de vida En esta horrible situación, albergo la esperanza de que podamos salir de ella más decididos aun a poner fin a la crisis climática y más conscientes de que las diferencias entre nosotros realmente no son, al fin y al cabo, tan grandes.
Desde siempre hemos estigmatizado la soledad, ¿cree que estos días de forzado aislamiento nos enseñarán algo? ¿Nos harán darnos cuenta de nuestro error?
Espero y mucho que así sea. Creo que, en estos días todos nos estamos dando cuenta de que la soledad es algo a lo que cualquiera de nosotros puede enfrentarse, en la medida en que se enfrente a determinadas circunstancias: perder el trabajo o hacer frente a un duelo, por ejemplo. Además, la soledad es también una cuestión política, algo que nos atañe a todos. En general, los grupos vulnerables y estigmatizados tienen muchas más probabilidades de sufrir soledad que cualquiera de nosotros. Por esto, la soledad es una responsabilidad colectiva y espero que la crisis actual nos haga darnos cuenta de lo fácil que es sentirse solos y, sobre todo, que nos haga darnos cuenta de que somos responsables de la soledad de los otros, de que, en cuanto comunidad, somos responsables los unos de los otros.
La estigmatización de la soledad se debe a que ¿el ser humano es por naturaleza gregario? ¿No hemos nacido para estar solos?
Creo que la soledad está estigmatizada porque a todos nosotros nos parece aterradora la idea de estar solo. Somos, efectivamente, animales sociales. Y, al mismo tiempo, somos mortales. Es decir, inevitablemente, en algún momento de nuestras vidas, perderemos a alguien que amamos. Como decía, no podemos vivir completamente blindados frente la soledad, sin que nos importe cuántos amigos podamos tener. Pero, al mismo tiempo, creo que lo verdaderamente sabio es darse cuenta de que la soledad es parte del tapiz de la experiencia humana.
Imagen vía Capitán Swing.
Estos días, en la televisión salen muchos psicólogos dándonos consejos sobre cómo sobrellevar la soledad. Sin embargo, a través de la figura de Frieda Fromm-Reichmann observa de qué manera la soledad no ha interesado a la psicología. ¿Por qué este desinterés?
Fromm-Reichmann creía que la razón por la cual los psicólogos no prestaron atención a la soledad hasta la década de 1950 fue porque la soledad les resultaba demasiado aterradora para estudiarla. Fromm-Reichmann consideraba que el estar solo era un estado casi extraño. Hoy, muchas personas se lo discuten, pero muchas veces, en discutírselo, caen en el error de estigmatizar la soledad y centrarse solamente en cómo evitarla tan pronto como sea posible. No se dan cuenta de que la soledad es un elemento común a todos e inevitable de nuestras vidas y que, incluso, tiene utilidad, sobre todo, para la creatividad.
Nueva York, París, Madrid o Barcelona son ciudades grandes en las que, aún estando rodeados de gentes, es fácil sentirse solos. Ahora, encerrados en casa, estamos redescubriendo la importancia de los lazos vecinales.
Vivimos mucho tiempo dentro del mundo virtual, trabajamos muy duro y tenemos muy poco tiempo libre. Ahora, estas circunstancias nos permiten darnos cuenta de que también vivimos en un mundo físico y que las personas de nuestro entorno más inmediato son tan importantes como lo son también las personas que retiran la basura, reparten el correo y hacen el pan cada día.
Por tanto, ¿cree que estos días son una oportunidad para replantearnos la importancia de las relaciones interpersonales?
¡Sí! Espero que salgamos de esto con una apreciación renovada de nuestros entornos físicos reales, aunque, por favor, ¡no piensen que no estoy muy agradecida a la existencia del correo electrónico o de WhatsApp!
A propósito de las comunidades y de los barrios, usted habla de la gentrificación de los sentimientos.
Demasiadas veces se nos pide que demostremos públicamente felicidad y disfrute, sobre todo se nos pide que lo demostremos en las redes sociales, pues se nos dice que de esta manera no solo pareceremos simpáticos, sino que ganaremos muchos likes. Sin embargo, la vida no es así: en realidad, en la vida humana hay muchas más emociones y estados de ánimo, algunos de ellos mucho menos atractivos y no tan cómodos de revelar. Lo interesante de la crisis actual es que todos estamos viviendo una situación difícil y nos enfrentamos a estados de ánimos muy similares: miedo, ansiedad, soledad o desesperación. Ahora es cuando nos damos cuenta de que, más allá de la piel, de la mera apariencia, somos tan vulnerables como todos los demás también.
Hablamos de la soledad resultado del confinamiento, pero estamos hiperconectados a través de Facebook, WhatsApp, videoconferencias… ¿la pantalla nos acerca o nos aleja los unos de los otros?
En el pasado, he sido bastante escéptica hacia lo que implicaba internet, pero ahora estoy muy agradecida a todo lo que nos ofrece. El mundo, de hecho, estaría mucho peor si no tuviéramos la red de internet. En estos días de confinamiento envío correos electrónicos, mensajes de texto, hago llamadas y, sobre todo, vídeo llamadas a través de WhatsApp para así poder ver a mis amigos, para enviarnos fotos o chistes. Si no tuviera todo esto, estaría realmente perdida. Además, gracias a internet podemos comprar alimentos desde casa. Sin embargo, todos estos beneficios no nos deben hacer pensar que la red puede substituir el contacto físico. Hoy nos damos cuenta de esto, somos conscientes de cuán cruciales son las relaciones físicas reales. No puedes tocar a través de Internet. Los emojis son geniales, pero no son un abrazo.
Asimismo, resulta curioso que nos de tanto miedo la soledad cuando en Estados Unidos, el número de personas que viven solas se ha duplicado durante el último medio siglo?
Y no solo en Estados Unidos. El número de personas que viven solas es también muy alto en España. Sin embargo, vivir solo no es lo mismo que estar solo o sentirse solo. Sentirse solo implica querer tener más gente a tu alrededor con la que estar en contacto. Puedes vivir solo y estar muy contento, es decir, no sentirte solo. Y, sin embargo, puedes estar en una fiesta con mucha gente o vivir dentro de un matrimonio y sentirte sola. Cada uno entiende por soledad algo distinto, grados de intimidad o de cercanía con otras personas distintos. De ahí que para algunas la soledad forzada de estos días sea mucho más dura para algunos que para otros.
El otro día, Donald Trump se refería al COVID-19 como el “virus chino”. ¿No le recordó lo del “cáncer gay” de los primeros y más duros años del SIDA?
Lo que dijo Trump me recordó mucho a la crisis del SIDA. Se la tachaba despectivamente como una enfermedad de hombres homosexuales, de drogadictos o de inmigrantes. Debido a que todas ellas ya eran de por sí poblaciones estigmatizadas, la respuesta de salud pública fue increíblemente lenta, que es una de las razones por las que la crisis se afianzó. Con COVID-19, hemos visto una respuesta mucho más rápida y comprometida en todo el mundo. Este virus no parece estar limitado a ciertos grupos, aunque sabemos que tiene un efecto mucho más perjudicial en las personas mayores y vulnerables. Estoy segura de que algunas personas, como Trump, lo usarán para impulsar el racismo. Sin embargo, creo que si nos enseña algo el COVID-19 es que somos muy parecidos, independientemente de la nación en la que vivamos o de la cultura a la que pertenezcamos.
A través de la figura de Andy Warhol o de Klaus Nomi, observa de qué manera la soledad, en el caso del SIDA, estaba asociada tanto al miedo como al sentirse protegido -muchos de los que murieron por SIDA murieron solos, por miedo y vergüenza a compartir lo que estaban viviendo. ¿De qué manera conviven el miedo y la protección con la soledad?
El miedo y la soledad a menudo están entrelazados. Desde un punto de vista existencial, la soledad es un estado aterrador. Estar solo es estar desapegado del grupo e, históricamente, esto ha sido para nosotros una especie de estado muy peligroso. Pero, al mismo tiempo, los grupos pueden ser despiadados a la hora de excluir o de expulsar a ciertos miembros. Esto es más que evidente en los discursos racistas, homófobos… etc. Creo que todos, como comunidad, tenemos que resistir al miedo y tolerar la diferencia. Esa es una de las formas en que podemos resistir la soledad. No se trata solo de que la persona solitaria salga más o intente hacer amigos. Se trata de que todos hagamos un esfuerzo por dejar de asustarse frente a los demás.
A partir de la figura de Henry Darger, Valerie Solanas o David Wojnarowicz, me gustaría preguntarle sobre la relación entre soledad y marginalidad, sobre todo en el mundo del arte.
Todos ellos son figuras marginales y a través de sus vidas puedes ver cómo la soledad puede crecer y volverse más arraigada con el tiempo. Todos fueron niños maltratados, con una educación insuficiente y criados en la pobreza. Todas estas privaciones los llevaron, en la edad adulta, a mantenerse al margen de la sociedad. Y, sin embargo, los tres fueron artistas enormemente talentosos, que anhelaban conectarse con el otro a través del arte. Crearon obras que ayudaron a aliviar su propio aislamiento y que ayudan a aliviar el aislamiento de cualquiera que las contemple.
De hecho, usted observa a partir de artistas como Warhol y Hopper cómo el arte nos ayuda a afrontar la soledad. ¿El arte, al revés de las redes sociales, nos traslada una imagen real de la soledad, sin engaños?
La soledad tiene muchas facetas y el arte es como un mapa de todos sus diferentes estados de ánimo. El arte también nos recuerda que la soledad puede ser un lugar hermoso y aterrador. Mira las pinturas de Hopper. Los que ahí son retratados, están todos tan tristes, tan melancólicos, tan llenos de amor y anhelo. Así es la soledad. Es un lugar muy tierno.
Muchos artistas necesitan de la soledad para crear y, por esto, algunos dicen que estos días de confinamiento traerán consigo mucha creatividad. ¿Usted también lo cree?
Si. Tenemos dos opciones ante estos días de confinamiento: podemos pasar estos días con ansiedad, lo que no nos ayudará, o podemos apagar las noticias durante una o dos horas y leer, dibujar, escuchar música, escribir. Cualquiera puede llevar un diario u observar desde su ventana. La creatividad es curativa y calmante. Es un antídoto para la ansiedad que estamos viviendo adentro.
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