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Olivia Laing: “Hay que combatir el estigma que rodea la soledad”

Por El País Semanal  ·  17.12.2017

POR EL RÍO OUSE, donde ella nadaba en verano y Virginia Woolf se suicidó, discurrió el comienzo de la carrera literaria de Olivia Laing (Reino Unido, 1977), una de las voces más interesantes del panorama literario anglosajón actual. Laing dejó aparcado su trabajo como periodista hace ocho años y emprendió su primer viaje narrativo en torno a la autora de Las olas, mezclando pasado y presente, paisaje y literatura en To the River: A Journey Beneath the Surface (Canongate). Ese mismo camino, un deambular por historias en las que se cruzan análisis, datos, lecturas y la experiencia real y directa, desembocó poco después en un segundo libro, El viaje a Echo Spring (Ático de los Libros), en el que esta ensayista trazó una ruta por Estados Unidos para tratar de desentrañar la relación tóxica de media docena de escritores con el alcohol. El título lo tomó de una frase de la obra de teatro La gata sobre el tejado de zinc, un eufemismo para referirse al mueble bar en el que se ahogaron y desahogaron desde Hemingway hasta Cheever, pasando por Tennessee Williams, Raymond Carver, John Berryman y Scott Fitzgerald.

Laing llegó después a Nueva York arrastrada por una historia de amor que fracasó. Náufraga en la Gran Manzana, el desamparo que sintió, el radical aislamiento que la consumía, están en el centro de La ciudad solitaria (Capitán Swing), el ensayo, aclamado por crítica y público, en el que se acerca a la plaga contemporánea de la soledad en un mundo hiperconectado, al anhelo insatisfecho de conectar realmente, al creciente miedo al mundo físico. Para ello toma como eje a un puñado de artistas estadounidenses que retrataron o padecieron distintas soledades y que encontraron en el arte una vía para romper la barrera, para conmover, comunicar. Los icónicos cuadros de Edward Hopper, la soledad multitudinaria de Andy Warhol, la vida en los márgenes de David Wojnarowicz o el extraño Henry Darger se mezclan con, por ejemplo, los desgarradores experimentos de Harry Harlow —que demostraron en los años cincuenta la necesidad de afecto y calor aunque produzca daño— para reivindicar la empatía como única cura posible y defender la tolerancia frente a la diferencia. “Es distinto estar a solas y sentirte solo. La soledad a la que yo me refiero tiene que ver con querer compartir tu intimidad y tener una relación que no tienes. Esto no depende de cuánta gente te rodea”, explica sentada a lo indio en el sofá de su casa de Cambridge. “La verdadera cura para la soledad son dos cosas. Por un lado, deshacerte de la vergüenza y entender que no hay nada malo en sentir que deseas tener más amor. Por otro, empezar a construir relaciones, divertirte y jugar. No tienes por qué estar en una relación sentimental o meterte en Tinder”. Jovial, distendida y risueña, Laing confiesa que no quería terminar el libro contando que había encontrado pareja porque aquello le parecía un cierre en falso. Este verano se casó con el académico de Cambridge Ian Patterson y ahora prepara su primera novela.

Como ocurre con la pena, la alegría o la angustia, ¿la soledad es intrínseca a la condición humana?
Es absolutamente inevitable sentirse solo en algún momento de la vida. Sin embargo, hoy tratamos ese sentimiento como algo aterrador. La soledad surge a partir de cosas como mudarse de casa, cambiar de trabajo o perder a un ser querido. Por eso hay que normalizarlo, y combatir el estigma y la vergüenza que rodea la soledad. Es muy difícil decir que te sientes solo, pero si cae ese tabú podremos verlo como una experiencia más.

¿Qué caracteriza la soledad en el mundo actual?
Las redes sociales e Internet hacen que la gente sienta que el resto del mundo tiene una vida social mucho mejor que la suya. Te parece que los demás siempre están en sitios preciosos rodeados de amigos, y todos ríen. Tu vida te parece un fracaso.

La experiencia de estar solo, ¿es distinta para una mujer que para un hombre?
Hay algo heroico en la figura del hombre solitario, como en las películas de Bogart, el hombre solo en la ciudad de Hitchcock, es cool. Una mujer sola, sin embargo, levanta sospechas, tiene un halo de fracaso. Es tremendo, pero hay algo cultural que nos hace ver a una mujer sola como alguien que no ha conseguido triunfar. Es tóxico.

Escribe sobre el primer estudio científico acerca de la soledad de Frieda Fromm-Reichmann en 1959.
Esta doctora estaba fascinada con el tema y trató una y otra vez de escribir sobre ello. Cuando murió, encontraron en su escritorio este ensayo que ella no lograba rematar. Se tardó mucho en estudiar la soledad. Freud, contemporáneo de Fromm-Reichmann, no abordó este asunto en absoluto. Y los psicólogos que empezaron a hacerlo explicaron lo duro que resultaba: les producía cierta repulsión, miedo, resultaba difícil que los pacientes hablaran sobre este tema, y ellos tenían prejuicios. La acuciante necesidad de establecer una conexión que tiene una persona que se siente sola intimida a los demás, genera rechazo. Los estudios hoy señalan que esto se debe a que la soledad es algo profundamente contrario a nuestro instinto gregario, a nuestra naturaleza social.

Paradójicamente, sentirse solo es algo que afecta a muchos. Y sin embargo cada uno lo siente como si fuera el único.

¿La soledad alimenta la autocompasión? Biológicamente, cuando empiezas a sentirte solo entras en un estado de hipervigilancia. Si alguien es un poco borde contigo en la calle, lo magnificas. Sientes que el mundo es un lugar inhóspito y tratas de protegerte. No sé si autocompasión es la palabra correcta, es más bien que te concentras solo en tu dolor y te sientes incapaz de reconstruir la relación con el mundo exterior. Lo que más miedo da de todo esto es que realmente no eres consciente de lo que te está pasando, de que tu cerebro altera tu percepción de la realidad.

¿Internet confunde aún más la percepción de lo real?

Hoy pasamos tanto tiempo en las redes discutiendo y contestando comentarios de gente que pueden ser bots… Vivimos en un mundo muy extraño. Si hubiera escrito La ciudad solitaria hace 30 años, hablaría de la soledad de una forma distinta.

Trae parte de su experiencia personal a sus libros. ¿Cómo decide qué incluir?
Son escritos muy personales. Hubiera sonado falso escribir sobre alcoholismo y no decir que el motivo por el que estaba desesperada por entender aquello era porque lo vi de cerca, crecí en una casa con una persona alcohólica y aquello me marcó. Escribir una historia cultural de la soledad explorando la vida de otros sin decir que yo también había pasado por eso sería hacer trampa. Además, usar la primera persona te permite conducir al lector por vericuetos, ayuda a construir la historia.

Trata la soledad en Nueva York, una ciudad en la que está muy aceptada.
Cuando me mudé allí y veía a la gente cenando sola pensaba: “¡Guau!”. Había algo sofisticado en que la gente se sintiera tan a gusto estando sola. Pero es una ciudad que puede ser muy alienante, en la que a la gente le cuesta mantenerse conectada. Hay otras ciudades que facilitan la cercanía.

Al hablar de la soledad como una dificultad para comunicarse escribe sobre Andy Warhol, un artista muy gregario y reservado, pero ¿solitario?

Hay una especie de ansiedad subterránea en torno a la comunicación. Pasé por un momento en que me resultaba complicado comunicarme verbalmente, no entendían mi acento en Nueva York y aquello me aislaba aún más. Vi unos vídeos en los que Warhol intenta hablar directamente al entrevistador, pero susurra al oído de otra persona. Ahí vi reflejado lo solo que te sientes al no tener claro que otra gente podrá oírte y entenderte. Empecé a pensar sobre cómo los artistas usan los objetos que crean para comunicarse. Hacen una pieza y la mandan al mundo para hablar de una manera que cara a cara no podrían. Construyen otra forma de intimidad.

En el caso de Warhol, uno podría pensar que tiene más que ver con la extrema timidez que con estar solo. Pero si eres tímido, puedes acabar solo.

La gente aceptó a Warhol, le querían; sin embargo, él no lograba tener la relación de amor que deseaba. No era capaz de dejar que la gente se acercara o de acercarse él, mantuvo su distancia, y aquí surge la tecnología, las grabadoras, cámaras y polaroids que usó para atraer a la gente. Muchos querían que les fotografiara o grabara Warhol y esto le permitió estar escondido detrás de la cámara, mantenerse en un espacio seguro donde nadie le iba a rechazar. Warhol fue pionero en el uso de la tecnología como escudo que hoy vemos a todas horas.

¿Las pantallas y cámaras aumentan el filtro irónico?
Te permiten tener más control y distancia. Leí hace poco un artículo sobre una chica de 22 años que explicaba cómo su generación ya no habla por teléfono y no llama a la puerta de las casas. Se comunican por Snapchat o Whats­App. Los nativos digitales desean tener cercanía, pero están aterrorizados. Alguien llama a su puerta y piensan: “¿Por qué? ¡Voy a cerrar las cortinas!”. Esto es tan Warhol.

¿Cuánto de este anhelo es un deseo de llamar la atención?
El narcisismo es un término que evita en su libro. Llamar a alguien narcisista es una manera de distanciarte. Sospecho de ese tipo de acusaciones, porque es una manera de decir: “Ellos son así, no se parecen a nosotros”, de encajarlo todo en una patología. Puede que haya un elemento de narcisismo, pero yo quería reflexionar sobre qué hay debajo. Cuando la gente se saca fotos una y otra vez, uno está tentado de preguntar: “¿Piensas que no existes? Pues existes, no hace falta que lo sigas probando”.

Se detiene en varios parias que vivieron en los márgenes como Valerie Solanas o David Wojnarowicz. ¿Por qué etiquetarlos como solitarios?
Ellos se definen así. El caso de David ilustra las distintas maneras en que alguien puede acabar solo y aislado. Tuvo una infancia llena de abusos y es gay en un mundo homofóbico. Así que esta soledad estructural y política a causa de su sexualidad está separada de su experiencia en la infancia. En el mundo del arte encuentra una comunidad, pero pronto contrae el sida. A través de esta enfermedad llega el estigma social y político. La soledad va más allá de que una persona se sienta triste: la sociedad echa a alguna gente fuera y no asume la responsabilidad. En este caso es el sida, pero se podría decir lo mismo de los refugiados o la gente sin hogar. Cualquier grupo que queda demonizado experimenta niveles increíbles de soledad.

También de solidaridad.
Sí, es una forma de resistencia, un antídoto contra la soledad. La solidaridad política es un reactivo.


Señala que las mujeres corren el peligro de volverse superfluas por su deseo.

Me daba mucha envidia la libertad sexual de Wojnarowicz, esas relaciones con desconocidos que le permitían construir una esfera íntima. Como mujer no puedes merodear por la ciudad con esa misma libertad, o puedes hacerlo, pero eres mucho más vulnerable físicamente y cargas con estereotipos sociales todo el rato. Da igual cómo te sientas al respecto y cuánto quieras rechazarlo, eso está ahí. Las mujeres vivimos en un mundo diferente al de los hombres y ellos ni siquiera se dan cuenta.

¿Eso está cambiando? ¿Tú lo crees?
Yo no. Cuando mis amigos me preguntan si a las mujeres les da miedo caminar solas de vuelta a casa, tengo que decirles que sí, que es así para todas las mujeres siempre, y me parece alucinante que no lo sepan. Da igual lo segura que seas, como mujer tienes que calcular los riesgos a los que te expones. Esta es una de las cosas que diferencian el acercamiento de los hombres y las mujeres a las ciudades.

Escribe sobre el deseo de romper con la tiranía del mundo físico.
Trataba de analizar los motivos por los que nos sentimos tan atraídos por el mundo de Internet aunque sabemos que no es muy satisfactorio. Ahí nos encontramos a salvo. Las interacciones físicas implican un peligro que como especie tratamos de evitar. Muchos de los diseños tecnológicos son maneras de evitar las realidades físicas.

¿Por qué da tanto miedo el contacto?
Si amas a alguien, te expones a un nivel de pérdida que es aterrador. Si no has establecido vínculos sólidos desde el principio, algo que le pasa a mucha gente, haces cualquier cosa para evitar la experiencia de pérdida, aunque esto implique no tener el amor o el calor que anhelas.

¿Cómo afecta el mundo mediado por pantallas al arte que se está produciendo?

Se hacen muchas cosas horribles. Pero también es cierto que en esta era la gente está atenta a un tipo de belleza que a veces es narcisista y superficial, pero otras veces es maravillosa. Pensar que tantos quieren tomar fotos bonitas, conservarlas y compartirlas tiene algo de utópico, no es solo infernal. Me gusta mirar las instantáneas de jóvenes que se están disfrazando todo el rato. ¿En qué es esto distinto del trabajo de la artista Cindy Sherman?

Apunta en el libro a la gentrificación de los sentimientos, no solo de las ciudades.

En The Gentrification of the Mind (University of California Press), Sarah Schulman describe la gentrificación de una forma amplia que va más allá de que las tiendas y cafés de moda se trasladen a vecindarios deprimidos. Ese libro analiza cómo de lo que se trata es de vivir en burbujas donde no tenemos que enfrentarnos a la pobreza o al dolor. Al leerlo pensé que hay una gentrificación también en el plano emocional. Queremos tener siempre experiencias agradables y felices, nos avergonzamos de sentimientos más oscuros, como la ira o la soledad. No queremos hablar de ello. Creo que hoy es algo radical reclamar estas emociones.

En política, estos sentimientos viscerales parecen haber tomado la escena.
El odio, sin lugar a dudas, está en el aire. Pero el deseo de demonizar a determinado grupo sigue esta idea de construir un muro para aislarnos. La gente ve a refugiados andrajosos y con pinta de enfermos, y su respuesta no es “ven que te doy de comer”, sino “vas a venir a robarnos, te odiamos”. Queremos borrarlos. Y así también es como se trata a la gente que se siente sola.

¿La sensibilidad extrema es el gran problema de los artistas?
Es lo que hace que sean maravillosos, su habilidad para ver y sentir de una manera más penetrante. Pero es muy difícil vivir así. Me interesa la complejidad, que una persona puede ser muchas a la vez. Nadie es una única cosa.

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