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Olivia Laing aborda en ‘La ciudad solitaria’ la vida y obra de artistas poco gregarios

Por La Vanguardia   ·  30.03.2020

Olivia llegó a Nueva York, hace tres años, por amor. Tenía 30 años y, cuando esperaba vivir la mejor etapa de su vida, se encontró con el desastre. Al poco tiempo su relación sentimental se rompió y, en lugar de un lugar de acogida, se vio en la más absoluta soledad en medio de una ciudad inmensa. Sin asideros. Vació todos sus fantasmas y el resultado fue La ciudad solitaria. Aventuras en el arte de estar solo. (Capitán Swing). Fue elegido libro del año, se ha traducido a diecisiete idiomas y vendido 100.000 ejemplares en todo el mundo. Ella ha sido directora de cultura de The Observer, escribe regularmente para The Guardian The Times Literary Supplement, entre otros.

Olivia Laing, escritora y crítica literaria, nos responde desde Cambridge, donde vive actualmente. Está en cama, con pleuritis. “En el Reino Unido el confinamiento empezó hace pocos días, mucho más tarde que ustedes, en España. Estoy con mi marido, que tiene más de setenta años. Ambos somos escritores, así que nuestro día a día no ha cambiado. Trabajamos, salimos a caminar al jardín y hablamos con nuestros amigos por teléfono. Estamos solos pero también nos mantenemos alegres”.

Le preguntamos qué diferencias hay entre “la soledad” de un extranjero, que ella explica en el libro, y la que muchos ciudadanos pueden sentir ahora encerrados en sus casas. “Obligar de forma repentina y abrupta al mundo entero al aislamiento es algo que no tiene precedentes y percibimos la soledad a una escala mucho mayor que de costumbre. Siempre es una experiencia dolorosa, pero en circunstancias normales uno también puede sentirse muy avergonzado; ahora esa vergüenza ha desaparecido”.

Es decir, ahora estar solo ya no da vergüenza. “El impacto de la soledad siempre es mucho mayor en personas vulnerables (mayores, extranjeros, excluidos) y, en esta crisis actual, los que tenemos la suerte de tener familia y amigos en cierta medida estamos protegidos de ella, incluso estando físicamente aislados. Debemos recordar que estamos en esto juntos y que tenemos la obligación de cuidar de nuestras comunidades lo mejor que podamos”.

¿Se está más solo en la ciudad que en un pueblo? “En una ciudad –al menos en los viejos tiempos previos a la plaga– una de las cosas más duras era sentirte rodeada de muchas personas pero con las que no podías necesariamente conectar. En las ciudades todo es ajetreo y rapidez, es muy fácil sentirse excluido. Ahora, sin embargo, las ciudades y el país en su conjunto se parecen: todos están dentro y todos dependemos mucho más de nuestros ordenadores y teléfonos”.

Artistas solitarios

Su libro revisa la vida de artistas solitarios. Algunos lo fueron de forma involuntaria, por excesiva timidez, trastorno mental o ocultación de su condición sexual. Nos habla de ellos. David Wojnarowicz, por ejemplo.“Era una persona increíblemente valiente. Un hombre homosexual que venía de una familia abusiva, contrajo sida a una edad temprana y produjo una obra hermosa y furiosa sobre qué significaba vivir soportando una plaga. Se negó a permanecer en silencio. Se negó a avergonzarse. Se dejó ver en toda su ira y desesperación. Murió muy joven, pero su trabajo pervive y cada vez que lo contemplo me hace sentir menos sola”.

An dy Warhol le aterraba el contacto físico, era algo patológico. “Es cierto. Warhol tenía mucho miedo de los cuerpos y de las enfermedades. Era un hombre homosexual que abordaba las relaciones físicas como si fuesen una batalla. De niño había estado muy enfermo y en los sesenta estuvo a punto de morir por el disparo de Valerie Solanas, que le perforó el vientre, así que tenía buenos motivos para que los cuerpos le resultaran temibles. Lo interesante es que utilizó la tecnología para salvar esa distancia que había entre los demás y él, como hacemos todos ahora. Estaba tan encantado con su grabadora que decía que era su mujer. ¡El iPhone le habría vuelto loco!”

La soledad no tiene nada de vergonzoso. Puede ocurrirle a cualquiera, en cualquier momento”

OLIVIA LAING

Y, por supuesto, Edward Hooper. ¿La soledad es creativa o destructiva? “Para Hooper era enormemente creativa. Era uno de ‘los solitarios’, y pasó su vida tratando de pintar ese sentimiento de soledad. No es una coincidencia que sus cuadros sigan apareciendo en los medios de comunicación estos días. Él nos muestra qué aspecto tiene la soledad, cómo te hace sentir: nos hace ver que es un lugar hermoso y a la vez aterrador”.

Olivia Laing también se acuerda de Jean Michel Basquiat, de Billie Holiday, de Hitchcock.“Basquiat era íntimo amigo de Warhol. Un artista extraordinario pero se volvió adicto a la heroína y murió muy joven. Parte de su soledad era la soledad del racismo, de ser explotado y tratado con condescendencia a causa del color de su piel. Sus cuadros están llenos de gente pero palpitan de soledad”.

Tras su investigación, ¿qué lección ha aprendido? “Que la soledad no tiene nada de vergonzoso. Puede ocurrirle a cualquiera, en cualquier momento. No significa que te pase nada malo; significa que estás vivo, eres humano y tienes un anhelo de amor. Además, y esto es muy importante, la soledad es también política. Es el resultado de la estigmatización y la exclusión social, y tenemos la responsabilidad compartida de oponernos a eso. Si hay algo que esta crisis en concreto nos enseña, es que nos parecemos mucho más de lo que pensábamos. Estamos en esto juntos y debemos ser amables unos con otros”

¿Sólo la cultura nos puede salvar de la soledad no deseada? “Creo que ahora mismo la cultura nos puede ayudar muchísimo. Todos estamos asustados y queremos estar con las personas que amamos. El arte nos puede ayudar en eso. A estar tranquilos, a saber que otras personas han sentido lo mismo a lo largo de la historia y en todo el mundo. No podemos tocar, pero podemos leer, mirar cuadros, escuchar música y ver películas. El arte es la forma en que el amor viaja entre los desconocidos. Y hará que estemos menos solos”.

Xavier Roca-Ferrer

“Estar todo el día conectados es una maldición”

Xavier Roca-Ferrer, notario y doctor en Filología Clásica, escritor y traductor barcelonés, es probablemente uno de los poco españoles (y europeos, añade él) que aún no tienen móvil. Igual esa circunstancia le ha permitido concentrarse en obras como la última que acaba de regalarnos: El mono ansioso (Arpa), donde repasa el significado de la angustia, la melancolía y la depresión en diferentes etapas históricas.

Nos contesta –aproximación a la soledad– desde su confinamiento. ¿Las virtudes de la soledad son verdad o pose? “Depende. La soledad (como el amor, la familia, la religión o la política) cada uno la vive a su modo. A mi no me disgusta y uno de los peores recuerdos que tengo del servicio militar es el hecho de no poder estar NUNCA SOLO”.

Ahora mismo, Roca-Ferrer, nacido en 1949, está confinado junto a su esposa y dos perros de la familia y comunicándose con sus tres hijos (dos viven en el extranjero) por Skype. “No me puedo quejar, estoy jubilado. No tengo obligaciones. Escribo, pinto, leo mucho, escucho música, veo películas. La única cosa que no hago es leer prensa porque es aburridísima”. Sólo echa de menos a sus nietas.

¿La soledad se ha interpretado, históricamente, como algo constructivo o destructivo? “Depende. En general, filósofos y poetas tienden (es casi un tópico) a valorarla positivamente. Famoso es de Horacio aquello tan imitado: “Beatus ille, qui procul negotiis /Bubus exercit suis paterna rura ….” que vendría a ser “Feliz aquel que, lejos del ruido de los negocios, se ocupa con sus bueyes de los campos del padre…”

También nos recomienda volver a Fray Luis de León, Vida retiradaOda I: “¡Qué descansada vida/la del que huye del mundanal ruido/y sigue la escondida/senda, por donde ha ido/ los pocos sabios que en el mundo han sido”.

Hamlet es el prototipo del solitario y Don Quijote también porque vive encerrado en un mundo propio que choca con el real, que le rodea y no entiende”

XAVIER ROCA-FERRER

¿Cómo hacer frente, estos días, al sentimiento de soledad? “Una cosa es la soledad de los ancianos de una residencia, que tiene mal arreglo y puede ser trágica, incluso sin coronavirus de por medio. Otra cosa es la de mis nietas –2, 3 y 6 años– que no pueden ir al colegio y por mucho entretenimiento que les propongas, acaban muertas de asco”. Queda la imaginación, el ejercicio físico, hobbies y aficiones de cada cual, añade.

“Hamlet es el prototipo del solitario y Don Quijote también porque vive encerrado en un mundo propio que choca con el real, que le rodea y no entiende”. En general, la filosofía antigua y renacentista –explica Roca-Ferrer– es favorable a la soledad.

También buscaba la soledad la iglesia medieval, como describe en su libro recién publicado, El mono ansioso , en su capítulo sobre la acedia. “De hecho, sólo se puede filosofar en soledad, pero la realidad o la sociología seguramente nos dirán otra cosa”. Repite el pensador que no hay soledad sino soledades. “Por desgracia, nuestro mundo actual, con la filosofía de estar siempre conectados, parece ser contraria a la soledad y nos mal acostumbra. Estar conectado todo el día vía móvil, tuit, sms… es, al menos para mi, una maldición que he evitado desde el inicio”. Hay otras salidas.

Álvaro Arbina

“Es una ilusión, un artificio mental”

Álvaro Arbina (Vitoria, 1990), acaba de publicar este mes Los solitarios (Ed. B), un thriller en un lugar remoto de la naturaleza, que escribió para conocerse mejor. Quiso deliberadamente dibujar un lugar sin bandera, sin nombre, vinculado telúricamente a la naturaleza. ¿La naturaleza nos ayuda a sobrellevar la soledad o nos aísla? “No es el planeta Humano, es el planeta Tierra, el que lleva aquí mucho más que nosotros. Ella nos lo da y nos lo quita todo. Ella está en la sombra, hasta que nos golpea. Esto parece una obviedad, pero vivimos como sino lo fuera”.

Arquitecto de profesión, en su libro explora las posibilidades de armonía o desazón entre los seres humanos y las casas que nos acogen. Más, en situaciones difíciles. Nuestro hogar, nuestro espacio, es el único lugar sagrado.

“La casa del libro es un cubo, que se mira a sí mismo y no a lo que le rodea”. El autor, para quien la arquitectura es un puro reflejo de la sociedad, cree que “no somos perfectos y jamás eliminaremos nuestra naturaleza egoísta pero podemos hacerlo mucho mejor”. Y en ese decorado sitúa la relaciones de diez personajes de muy distintas características.

Entonces, ¿podremos domar la soledad? “La soledad es una ilusión, un artificio mental –argumenta Arbina­– así que puedes vivir en el corazón mismo de una metrópoli y sentirte totalmente solo. Pero también puedes nacer de una madre muerta, en una isla llena de alimentos, y vivir tu vida sin conocer a nadie y sin descubrir jamás lo que es la soledad”.

El escritor, que nos responde desde su casa, donde convive con su pareja “descubriendo esta nueva forma de libertad”, nos deja una última reflexión: “Es verdad que estamos encerrados. Que no podemos salir ni a ver a nuestras familias. Pero hemos roto los grilletes de la rutina y de la rueda humana, que llevaban décadas sin detenerse. Podemos hacer otras cosas que antes no podíamos”. Hay que estar atentos a ellas, propone.

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