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Océanos sin ley: así se lucha contra los piratas y negreros del siglo XXI

Por El Mundo  ·  01.11.2020

Océanos sin ley: así se lucha contra los piratas y negreros del siglo XXI

Los corsarios de hoy en día roban toneladas de pescado, destrozan ecosistemas, esclavizan a
ciudadanos filipinos o indonesios y, sobre todo, se aprovechan de la ausencia de ley en aguas
internacionales, denuncia en su nuevo libro el periodista Ian Urbinam.
Rescate en alta mar en 2012 de varios marineros secuestrados por piratas maritimos.

Ecología. “Invertir en recuperar los océanos es un buen negocio”
No se sabe si Hammarstedt pensó mucho en Thomas Hobbes, filósofo inglés del siglo XVII,
durante el tiempo en que, en 2014, persiguió por los mares del ancho mundo al Thunder . Tiempo
tuvo de sobra para hacerlo: 110 días duró la persecución . Una de las más largas registradas en la
historia reciente del tráfico marítimo mundial.
Hammarstedt era el capitán del Bob Barker , pequeño barco de la combativa ONG Sea Shepard,
una especie de Greenpeace más radical e izquierdista. El Thunder era considerado el pesquero
furtivo dañino del planeta: un arrastrero de 71 metros de eslora que, después de pasar por varias
bandera de conveniencia, operaba entonces bajo pabellón guineano robando pescado, vertiendo
basura al agua, reventando bancos de pesca por doquier y destrozando la vida de su propia
tripulación , un puñado de indefensos indonesios. Durante cuatro meses, el Bob Barker marcó al
Thunder por océanos, estrechos y costas como si de Sergio Ramos se tratara encimando a Leo
Messi.
Hasta que el barco perseguido, uno de los Seis Bandidos que según las ONG del ramo esquilman
los mares del planeta sin que nadie haga nada por evitarlo, se quedó finalmente sin combustible. Y
murió, cazado por el Bob Barker como Ahab cazó a su manera a Moby Dick , con una
particularidad: fue hundido sin miramientos por su propio capitán para destruir todas las pruebas
posibles de sus fechorías .
Cometidas todas ellas en el estado de naturaleza que Hobbes describió hace tres siglos. Cuando
vino a decir: o nos damos leyes, o nos mataremos entre nosotros. Desde Hobbes los estados
hacen imponer la ley (supuestamente) en muchos países del mundo… «Sin embargo, todo cambia
en cuanto nos adentramos 13 millas náuticas (unos 24 km.) en el mar. Ahí, en las aguas
internacionales, ya no hay ley, todo el mundo se salta las normativas y al final el planeta sufre la
llamada maldición de lo comunal: lo que es de todos no lo cuida nadie».
Así explica el periodista Ian Urbina el vector principal de Océanos sin ley , su largo e interesante
catálogo del cúmulo de ilegalidades que se cometen hoy en día en los mares del globo , un libro
que publica ahora en España Capitán Swing. Urbina (Estados Unidos, 1972) se tiró cuatro o cinco
años cubriendo conflictos e historias marítimas con la potencia de fuego del New York Times , es
decir, saltando del Índico al Ártico como quien va de Barcelona a Teruel, subcontratando
periodistas y untando con dinero a los fixers (él mismo lo cuenta con un realismo muy de
agradecer) para llegar donde había que llegar.
Sus historias, en un entorno tan abandonado periodísticamente como es el de las aguas
internacionales, funcionaron tan bien que incluso fueron premiadas con primera página en el NYT .
En vista de lo cual, el hombre se cogió un año de excedencia, abrió un poco más de campo y
amalgamó sus reportajes para darles una coherencia, si no novelística, sí de periodismo profundo
en materia de historias, datos, perspectivas, denuncias y hasta emociones.
El resultado es un tocho de 520 páginas de letra bastante pequeña y temática a priori no
excesivamente sexy que finalmente se convierte en una lectura absorbente, dinámica e
inesperadamente interesante, con mucho gancho .
La pesca de altura ha crecido nada menos que un 700% en el último siglo
Ian Urbina
Y uno se entera por ejemplo de que uno de los peces más pescados ilegalmente por esos barcos
piratas es la horrífica merluza negra, un bicho de dos metros con doble hilera de dientes que
puede llegar a nadar a 1.000 metros de profundidad en la Antártida , cuyos ojos se salen de las
órbitas cuando los pescadores lo izan a la superficie, y la presión los hace volverse locos -la cosa
termina en algún restaurante trendy de Tribeca o Notting Hill, a 30 dólares el filete-.
También se entera uno de que en 2050 habrá más plástico que peces en el mar . Que más de la
mitad de las capturas son incidentales, es decir, no son lo buscado por los pescadores, pero su
captura tiende a romper todos los equilibrios ecológicos. «La pesca de altura ha crecido nada
menos que un 700% en el último siglo», dice Urbina.
Palaos: dos barquitos para proteger 100.000 kilómetros
Algunas historias del puzle por él compuesto son joyitas de periodismo acuático sólo factibles con
tiempo y dinero. Por ejemplo, su viaje a investigar cómo Palaos, un minipaís de los mares del sur,
intenta proteger la salud de sus aguas y sus peces con apenas dos barquitos que persiguen a los
piratas de las redes por un superficie 100.000 kilómetros cuadrados superior a la de España.
Otras historias explotan el pintoresquismo incontenible de tanta epopeya marina: por ejemplo, su
viaje a Sealand, la pequeña plataforma británica -no más que un campo de fútbol- convertida en
país por unos frikis en los 70 , aún hoy custodiada por un vigilante que a estas alturas, mientras
usted lee estas líneas, ha debido de volverse ya definitivamente tarumba.
O las insoportables condiciones de esclavitud de miles de trabajadores indonesios y filipinos en
barcos de todo el planeta, acostumbrados a no ducharse durante meses, a trabajar en turnos de
20 horas, comiendo pescado plagado de cucarachas y encima abandonados muchas veces junto
con los propios buques por armadores depravados , que incluso dejan a deberles meses o años
de curro.
«Los mares son inmensos y la mayor parte de ellos no pertenece a ningún país. El resultado es
que hay pocos policías por ahí», explica Urbina a PAPEL. « Y si hay reglas, lo que no hay es nadie
que las haga cumplir . Cuando la gente del mar sufre daños, hay pocos incentivos para investigar
o enjuiciar: la mayoría de estas tripulaciones son pobres y no pueden ni contratar abogados ni
llamar la atención de las autoridades».
El periodista describe con crudeza en Oceanos sin ley el resultado de este sindiós. Armadores sin
escrúpulos prefieren dejar abandonados barcos en destinos remotos a pagar multas que suben
como las espuma en cuestión de días. Las autoridades a menudo no saben qué hacer con naves
que se venden en un país, llevan bandera de otro y se encuentra en un tercero . El paganini es
siempre el mismo: el pobre currito, a menudo más solo que la una en su cárcel de agua, y el
medio ambiente, que como es de todos no es de nadie.
“La industria marítima es víctima y perpetradora”
«Es muy común también la opinión de que los océanos son indestructibles: los peces son
abundantes, pueden reponerse para siempre, y las aguas se están extendiendo y pueden diluir
casi cualquier cosa, ¿verdad? Mover la carga por mar es mucho más barato que por aire, en parte
por esa ausencia de ley , y al final las industrias de la pesca y el transporte marítimo son tanto
víctimas como perpetradoras de la anarquía en alta mar», sintetiza Urbina, que antes de andar
triscando por los mares estaba especializado en otro tipo de reclusiones: cubrió durante años
temas penitenciarios para el New York Times . «El 90% de todo lo que consumimos viaja en
barco, el 50% de nuestro oxígeno proviene del océano y el 70% de la proteína que consumimos
también: somos profundamente dependientes del océano», remata.
Por el libro, que aúna sabiamente fondo y forma, dato y sensación, desfilan personajes
fascinantes. Por ejemplo, Max Hardberger, un yanki loco, ex profesor de Historia y ex piloto
fumigador en avioneta, que vive en una caravana junto al Mississippi y es una mezcla de Indiana
Jones, el Lazarillo de Tormes y Kaiser Sozé: se dedica a recuperar buques en litigio por todo el
globo embaucando a su tripulación y sacándolos a alta mar para solventar litigios irresolubles por
la ausencia de ley en el mar.
La merluza negra es una de las capturas favoritas porque se cobra a 30 euros el filete
También mola bastante Rebecca Gomperts, creadora y factótum de Women On Waves, ONG que
se dedica a facilitar el aborto a ciudadanas de países donde esta práctica está penada, siempre a
más de 13 millas náuticas de su costa, dentro de su barco Adelaide -incluso en España: Urbina
cuenta cómo en su visita en 2014, en Valencia, la propia Gomperts tuvo que cortar unos cabos
lanzados por activistas antiabortistas que pretendían secuestrar la embarcación-.
¿Cómo comenzar a solucionar todo esto? ¿Cómo ponerle puertas al campo de los mares sin ley?
«Es difícil pero no imposible», defiende Urbina, saludablemente imbuido de esa función social que
se le supone al periodismo. « El marisco, por ejemplo, puede tener su momento de ajuste de
cuentas como antes los diamantes de sangre, donde las empresas y los consumidores aceptan
precios más altos para propiciar un entorno no esclavista ni nocivo para el medio ambiente. En
realidad, todos nos beneficiamos de esos costes que se ahorra el negocio con esclavismo, con los
abusos y las malas prácticas, pero si hay voluntad, las empresas y los gobiernos pueden lograr
este nivel de responsabilidad y transparencia», postula Urbina.
Menos combustibles fósiles y más control
«Además, la situación parece especialmente sombría si se concentra en si podemos ganar la
guerra más grande para salvar los océanos, pero no tanto si vamos poco a poco. El camino puede
ser crear áreas marinas protegidas fuera del alcance de la pesca, e intensificar las inspecciones
portuarias de los barcos a nivel mundial, junto a disminuir nuestra demanda de combustibles
fósiles al cambiar a fuentes alternativas de energía renovable, presionando que las empresas se
alejen de los plásticos de un solo uso, por ejemplo».
¿Cuánto tiempo se llega a tirar embarcado el corresponsal marítimo del NYT? «De un par de
semanas a varios meses, nada comparado con los marineros de pesca de largo recorrido, que
pueden estar dos años . Pero si me pregunta por cuánto tiempo tengo la intención de informar
sobre esto, tengo un compromiso de cinco años más».
Embarcado cerca de Filipinas con una paupérrima tripulación desconocida para él para investigar
la muerte de un pobre hombre, a Urbina le dio un inoportuno apretón intestinal tras media hora
compartiendo un tenso silencio con los marineros, siguiendo su táctica de siempre: «Con gente
que no conozcas, lo primero, estate calladito» .
El hombre se subió a la cubierta, al incierto cagadero a cielo abierto, a la vista de todos, y
comprobó la que se podía liar: aquello no eran más que dos tablones nauseabundos con un hueco
entre ellos, al que sus compañeros de travesía no siempre acertaban, por cierto. El suelo
resbaladizo hacía prever algùn patinazo, la hélice del barco estaba cerquita y la mar estaba picada
. Total, que Urbina, el señor corresponsal del NYT, se subió a semejante podio, se bajo los
pantalones de Coronel Tapioca a la vista de todos, soltó la pesa como buenamente pudo, e hizo
una inesperada reverencia dirigida a su público, que prorrumpió en una creciente ovación. «Las
risas brotaron y el hielo estaba roto», escribe en Océanos sin ley .
Trabajadores esclavizados y robos de salarios
De todas las injusticias observadas en sus travesías de estos años, dos ponen a Urbina
especialmente malo: «Por un lado, la cantidad de trabajadores cautivos en la industria pesquera
internacional, con situaciones análogas a la esclavitud o el asesinato, algunos cautivos con
violencia, a veces con cadenas reales: cuento la historia de uno al que le pusieron grilletes por el
cuello cuando no estaba pescando. El otro abuso es menos dramático, pero mucho más
generalizado: es el robo de salario. Muchos trabajadores son reclutados por agencias de dotación
de personal de países pobres, y trabajan meses con la falsa promesa de que les están enviando
su salario a su familia… Son abandonados luego en tierra y descubren que todo era falso». Eso,
junto a la clásica estafa de las deudas previas, por conceptos inventados, que se da
frecuentemente en la trata de mujeres para la prostitución.
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