10º Aniversario
¡El capitán cumple diez años!
descúbrelo

Nuevo Belgrado, la ciudad del antiguo futuro en el corazón de Yugoslavia

Por JOTDOWN  ·  01.07.2022

Pese a que no hay fecha de ingreso en la Unión Europea a la vista, es apreciable cómo va cambiando Belgrado. La situación del país, en una especie de vía muerta hacia Bruselas, se define por la ambigüedad. Basta ver cómo el presidente Vucic tiene que sumarse a las acciones europeas contra Putin, pero tampoco mucho, ya que el ruso no deja de ser el hermano fraternal al que se han dedicado toneladas de propaganda para sostener la arquitectura nacionalista del actual gobierno. Se está nadando entre dos aguas. 

Sin embargo, viendo como el país va creciendo (en 2020 recuperó el PIB de 2008, año de la crisis y de la declaración de independencia de Kosovo) en esa situación periférica, con aspiración a ingresar en la UE sine die, se podría decir que han puesto en marcha un innovador experimento: la eterna candidatura a la UE como sistema político en sí mismo. Un posicionamiento que recuerda a la época de los no alineados y la autogestión yugoslava. 

En su día, esta tercera vía comunista era muy admirada en sectores de la izquierda occidental. Se ponía frecuentemente como ejemplo, sobre todo a raíz de las vergüenzas soviéticas que podía percibir cualquiera que tuviera ojos y orejas. Cuando, desde 1980, la autogestión se reveló como un cascarón vacío que no podía afrontar la crisis de deuda que el propio sistema había generado, ya no resultó tan sexi el ejemplo. Un poco más adelante, después de la guerra civil que dividió la federación en siete nuevas repúblicas, nada menos, se siguió poniendo de ejemplo a Yugoslavia, pero para comparaciones menos atractivas. 

En un libro recientemente publicado por Capitán Swing, Paisajes del comunismo, de Owen Hatherley, el autor señala Nuevo Belgrado como el gran ejemplo en el campo socialista tanto de cómo debe desarrollarse una nueva ciudad como de lo que no hay que hacer. Este barrio en la ribera izquierda del río Sava iba a concentrar todo el simbolismo de la federación. Es decir, tenía que demostrar el éxito del sistema y reflejarlo. Desde el primer momento, fue concebido como un lugar representativo. A juicio del autor, si queremos entender qué fue la autogestión, habría que empezar por aquí. El problema que tuvo la uniformidad y coherencia del nuevo barrio es que hubo muchas fases políticas en ese periodo y, algunas de ellas, en franca contradicción entre sí.

Hasta 1950, lo que ahora es un barrio enorme, antes no era más que un pantano. Inicialmente, se planteó como un eje cívico, pero este no llegó a construirse. Conforme el Estado se fue descentralizando a todos los niveles, al menos a escala formal, se cambió la idea de una gran administración central para toda Yugoslavia y se fueron incluyendo viviendas, cuya escasez tras la guerra era notoria, en lugar de unas oficinas gubernamentales que se quedaron en las capitales de las respectivas repúblicas. Así, el barrio se convirtió en «un curioso híbrido entre pancarta política y dormitorio gigante». 

Hatherley destaca que el único nexo de todo Nuevo Belgrado es su red de carreteras, hostiles para el viandante, que convierten cada edificio en una isla. Esta impresión suya es relativa, pues es bien necesario que entre el sol gracias a esas amplias avenidas en un país con un invierno tan duro y, en cada manzana, hay zonas verdes que comparten los edificios con canchas deportivas, parques infantiles y pequeños comercios que se encuentran a salvo del tráfico. Lo que demuestra que por muy arquitecto que sea uno no basta con un visitar un lugar para analizarlo, a veces también hay que vivirlo.

Sin embargo, el autor remata «si esta es la ciudad autogestionada —o, más bien, los restos de la ciudad autogestionada—, tal vez sea apropiado decir que se trata de una combinación de dirigismo y caos». Lo cierto es que, salvando las distancias, en la división entre bloks de Nuevo Belgrado hay ecos del concepto de arquitectura urbana leninista de los microdistritos. Precisamente, un modelo cuyo mejor ejemplo es Pyongyang —porque tuvo que construirse de cero tras los bombardeos— basado en la autosuficiencia de los barrios. Una idea nada alejada de la 15 minutes city que se intenta implantar actualmente. 

Aquí, el edificio administrativo más grande, el antiguo Palacio de la Federación, ahora de Serbia, fue pensando con mentalidad estalinista. Tito exigió a los arquitectos en los requisitos del concurso que pareciera «un barco que se abre paso entre las olas» y que tuviera «la belleza eterna de las columnas griegas», pero tras la ruptura con los soviéticos, Mihailo Jankovic lo rediseñó con menos pompa, aunque siguiera siendo monumental. Dentro, al entrar hay un mural picassiano con una batalla partisana, el mito fundador de la nación.  Cada república tenía una sala decorada ad hoc. Uniéndolas todas, estaba la de Yugoslavia, con pinturas expresionistas abstractas de Petar Lubarda y Lazar Vujalklija y más mosaicos relativos a los partisanos. 

No obstante, el quid de la cuestión está en las viviendas. Por ley, las tenían que proporcionar las empresas autogestionarias a cada trabajador. Esto condujo a una situación grave porque el Estado no era intervencionista como en los otros países comunistas. De hecho, en Yugoslavia había paro, algo impensable en los demás modelos de socialismo real. En consecuencia, la escasez de vivienda fue un problema crónico. Al otro lado del Sava, en la periferia este de Belgrado, apareció el barrio de Kaludjerica, que era el mayor asentamiento de chabolas de todos los Balcanes. Una verdadera favela. Otro problema derivado de la falta de inversión en infraestructuras fue que Belgrado fue, y sigue siendo, la única gran capital socialista sin metro. 

En contraposición, en el escaparate de Nuevo Belgrado estaban las mejores viviendas de toda la federación. Sigue siendo, de hecho, un barrio muy cotizado. Obtener un apartamento aquí dependía de la empresa en la que se trabajase, aunque ahora abundan familias en las que el abuelo fue militar o diplomático. Si llegamos desde el aeropuerto Nikola Tesla, la torre Genex preside la entrada al distrito, un monumento al brutalismo kitsch de la era espacial diseñado por Mihailo Mitrovic. Ha aparecido en cuentas de brutalismo de redes sociales hasta la saciedad. Es un rascacielos de hormigón visto de treinta y cinco pisos formado por dos torres conectadas por una pasarela. Arriba, tenía previsto un restaurante giratorio, pero nunca llegó a girar. Una de las torres es residencial y la otra estaba prevista para oficinas. Iba a ser el símbolo de las cotas de desarrollo alcanzado por el socialismo, pero ha atravesado periodos de semiabandono y ahora básicamente sirve para colocar anuncios de grandes dimensiones. 

Pasada esta puerta, se entra en lo que durante muchos años un enorme descampado por fuerza mayor. Hay que tener en cuenta que los comunistas nunca tuvieron claro del todo si debían mantener la capital en Belgrado. Era una ciudad estrechamente ligada a la dinastía de los Karadjordjevic, los reyes del Reino de Yugoslavia que, aunque reventara por la doble invasión fascista, también lo hizo porque las tensiones interétnicas abrieron la puerta a nazis e italianos. 

Para simbolizar que ya había llegado la reconciliación y se iniciaba una era que dejaba atrás el pasado, que se estaba en el tiempo del nuevo hombre, el que nacería del socialismo, el lugarteniente de Tito, Milovan Djilas, propuso llevar la capital a Sarajevo. Bosnia era un territorio multiétnico, pero incluso hoy sigue siendo una ciudad de difícil acceso situada entre montañas y se rechazó la idea. Del mismo modo, Belgrado también era simbólica. Sus ríos marcaban la separación entre el Imperio austrohúngaro y el otomano, frontera que separaba en dos al pueblo eslavo. Yugoslavia simbolizaba su unión, la capital ahí también tenía un sentido. A una orilla de la confluencia del Sava y el Danubio estaba Zemun, la austrohúngara, y al otro, la vieja Belgrado, dominada por los turcos. Entre ambas, fundamentalmente intercambiaban cañonazos. Por eso, entre medias, había una tierra de nadie. 

Los comunistas heredaron esa húmeda explanada. En 1930, se construyó ahí la feria de Belgrado, pero era como una gota de agua en el mar. Durante los años 40, los nazis aprovecharon las instalaciones para montar sus campos de exterminio en los que fueron asesinadas miles de judíos y serbios. Era una buena ocasión para que la infamia fascista fuese sucedida por el desarrollo de la civilización socialista. Por eso se quiso situar ahí el corazón de Yugoslavia. Así lo narraba en 1948 el escritor Jovan Popovic, el mayor exponente del realismo yugoslavo: 

La ciudad de nuestro socialismo, (…) Nuevo Belgrado, surge de las riberas desoladas, en el lugar donde los enemigos fascistas mantuvieron uno de sus campos de exterminio, encarnando el significado de la nueva Yugoslavia en esa parte de Europa en la que la democracia popular ha sido alcanzada. Nuevo Belgrado debería ser un ejemplo de lo que es independiente y libre y los pueblos pueden lograr… pueblos guiados por el Partido Comunista y Tito.

El propio Djilas supervisaba su construcción. Los terrenos fueron drenados por trabajadores, pero sobre todo por voluntarios, un término muy relativo, aunque de nuevo seguía siendo simbólico que se hiciera así, con la «alegría» del pueblo, no solo con obreros remunerados. La mayor parte de las tareas fueron durísimas y se hicieron manualmente por falta de maquinaria. No obstante, cuando mayor era el entusiasmo, cuando se trabajaba al son de canciones que aludían a construir de nuevo Belgrado a imagen de Moscú, se produjo la ruptura con Stalin. No es objeto de este artículo explicar sus complejas razones, pero sí que el país perdió los lazos que le unían a sus socios comerciales naturales, los países comunistas, entró en una profunda crisis y las obras se detuvieron en 1951. Uno de los esqueletos más visibles que quedaron a la vista fue el del inacabado hotel de Nuevo Belgrado. Estaba previsto como instalación de lujo para recibir a las delegaciones extranjeras y que admirasen la transformación yugoslava. En ese momento, solo era unas vigas rodeadas por un andamio muerto de risa. Hasta 1969 no pudo inaugurarse, aunque ahora sigue a pleno rendimiento. Es el Hotel Jugoslavija. 

Cuando a mediados de los 50 se reanudaron las obras de Nuevo Belgrado, el país era otro. La enemistad con el mundo capitalista ya no era tan acentuada. El propio socialismo era mucho más light, de hecho se llamaba autogestión. El plan de Nuevo Belgrado, como espacio aislado y glorioso, símbolo del paneslavismo, se tuvo que dejar atrás. La administración federal estuvo muy descentralizada y este espacio urbano se trató de integrar con naturalidad en la capital. El nuevo modelo dejó de ser la monumentalidad de Moscú y pasó a ser la modernidad de Brasilia, también obra de un gobierno socialista. Además, los nuevos edificios administrativos elevados, como las oficinas del Comité Central, ahora tomarían los neoyorquinos como ejemplo. El toque comunista se redujo a que con las luces de las ventanas se podían escribir eslóganes políticos en toda la fachada como si fuera una gran pantalla. 

Así se llega a otro de los que iba a ser edificios emblemáticos del barrio, el museo, que iba a ser de La Revolución de los Pueblos y Nacionalidades de Yugoslavia. Fue diseñado por el croata Vjenceslav Richter, su objetivo era mostrar ahora la «seriedad, optimismo y orgullo» de la revolución yugoslava. El problema fue que quedó inconcluso. Solo se veían las columnas. Durante años, no hubo fondos para acabarlo. Lo simbólico empezó a ser la situación. La federación no tenía dinero para acabar uno de sus edificios más emblemáticos y que mostraba, precisamente, la unión de sus pueblos. 

Sí se acabó el Museo de Arte Contemporáneo entre 1959 y 1965, de Ivan Anjtic e Ivanka Raspopovic. Un espacio cerrado hasta hace muy poco, pero que recientemente ha vuelto a la vida. En esos años, la federación ya estaba completamente inmersa en la política exterior de los no alineados. El papel ahora de la nueva ciudad era recibir mandatarios extranjeros y organizar grandes conferencias internacionales, como las de la OSCE del Consejo de Seguridad y Cooperación Europea. Para este tipo de saraos, se concibió el Centro Sava. Un equipo de arquitectos dirigidos por Stojan Maksimovic dio la vuelta al mundo recogiendo influencias para el gran pabellón. Las referencias más notables fueron las de la arquitectura Hi-Tech del Centro Pompidou de París. 

La intención esta vez era mostrar la modernización de Yugoslavia. Y efectivamente, el edificio parece de otro planeta. Por ahí pasaron encuentros del Banco Mundial, el FMI, la UNESCO y tocaron desde Miles Davis a la Filarmónica de Moscú… Los belgradenses de entonces tenían motivos para sentirse el centro del mundo. Entretanto, las constructoras yugoslavas importaron las ideas que los gobernantes extranjeros podían ver en el escaparate de Nuevo Belgrado a países como Liberia, Irak, Indonesia… Fueron los años de mayor estabilidad del sistema y los que ahora echan de menos las generaciones castigadas por la guerra y la juventud que no los vivió. 

Residencialmente, los edificios de apartamentos, que en teoría tenían todas sus necesidades satisfechas, habían estado aislados unos de otros por la falta de infraestructura básica. En la década de los 70, los programas de construcción de vivienda se pusieron delante de las prioridades económicas, como pasó en muchos otros países comunistas, como la RDA, y en los 70 se construyeron catorce mil viviendas. La guinda del pastel sería la construcción de un gran polideportivo en el centro de Nuevo Belgrado. La intención era que se inaugurase celebrando el Mundial de Baloncesto de 1994, pero no llegó a estar terminado. Además, la ONU vetó la participación de Yugoslavia en competiciones internacionales y el campeonato se fue a Toronto. Cuando iba a acabarse, fue la guerra de Kosovo la que impidió que se inaugurara con el campeonato del mundo de tenis de mesa. No fue hasta 2004 que estuvo operativo y, por fin, pudo acoger el EuroBasket, la Final Four, la Copa Davis… hasta Eurovisión. 

La crisis se cebó con los restos de Yugoslavia hasta bien entrado el siglo XXI. La degradación de las fachadas por falta de mantenimiento se hizo evidente. Los vecinos, siempre que pudieron, alquilaron sus grandes edificios para publicidad en neón. Es contradictorio decirlo, pero las farolas blancas, las fachadas brutalistas y el neón tienen un encanto especial. Parece sonar «Heroes» de David Bowie en cada esquina si caminas de madrugada. Actualmente, las que eran las oficinas del Comité Central, lo que tienen detrás es un centro comercial enorme, el USCE. Los 90 fueron los años de la De-socialisation, un periodo que, como tantos otros en la región, volvieron a arrojar al país a un limbo. La llegada del consumismo convivía con viejas estructuras comunistas que se negaban a desaparecer, unas por fundamentales para la cohesión social, otras por expresión burocrática del poder. Ese fue el remate final para la ensalada de Nuevo Belgrado, un lugar en el que cada calle no solo explica la historia de un país, sino la geopolítica mundial. Sin duda, un espacio único en el mundo para pasear. 

Ver artículo original