Hablamos de rastreadores, de mascarillas, de transporte público, de médicos de familia, de higiene de manos, de todas las respuestas que podemos ofrecer a nivel individual y colectivo para contener y frenar una pandemia. La urgencia, sin embargo, no deja paso a lo estructural: por qué y cómo surgió la crisis del covid-19 y qué podemos hacer para que, en unos años, unas décadas o mañana mismo, volvamos a enfrentar un problema similar. Muchas interpretaciones lo asocian al azar: un virus que anida y circula entre animales y, fruto de una mutación aleatoria, se convierte en capaz no solo de contagiar a humanos, sino de contagiar entre humanos. Y que, también por algún tipo de designio cuasidivino, no solo es fácilmente transmisible sino que los asintomáticos, sin saberlo, pueden pasar el agente patógeno a otras personas. Sin embargo, un factor pasa casi desapercibido en el debate público: la manera en la que producimos y consumimos carne, en granjas enormes donde los animales viven hacinados y en un mundo globalizado que cada vez exige más y más, ha aumentado en el último siglo la frecuencia de nuevas gripes peligrosas y lo seguirá haciendo. La ganadería industrial es un problema en cuanto al maltrato animal, a su impacto medioambiental y climático y en cuanto a la salud pública.
«No importa si el brote comenzó en el infame mercado de animales vivos de Wuhan o en otra terminal periurbana. Lo que necesitamos es reajustar nuestra visión conceptual de los procesos por los cuales los organismos vivos se convierten en mercancías y convierten cadenas de producción completas –animal, productor, procesador y minorista– en vectores de enfermedades«. Son palabras del biólogo evolutivo y filogeógrafo de Salud Pública estadounidense Rob Wallace. Su libro, un recopilatorio de artículos y reflexiones titulado Grandes granjas, grandes gripes, cuya primera edición data de 2017,ha sido traducido y redistribuido en español por Capitán Swing. El autor ha incluido un prefacio en la edición en castellano en el que viene a entonar un ya os lo dije: ya estaba ampliamente documentado que nuestro way of life hacía cada vez más probable el desastre. «La producción de monocultivos –tanto de plantas como de animales– propulsa la deforestación y un desarrollo que, juntos, incrementan la tasa y el alcance taxonómico de la propagación de patógenos de la fauna silvestre a los animales destinados a la alimentación y a la mano de obra que los atiende».
¿Por qué? No hay respuesta fácil, como no la hay en nada relacionado con el covid. En primer lugar, los cerdos, los pollos o las vacas que se crían para el engorde y el sacrificio no se alimentan solos: la mayor parte de los terrenos agrícolas del planeta se destinan a dar de comer al ganado. Los cultivos generan deforestación que acerca a especies silvestres al ser humano, favoreciendo la transmisión de zoonosis: enfermedades que pasan de unos animales a otros, incluyéndonos a nosotros. Antes los separaba la espesura del bosque. Y, finalmente, el hacinamiento de cientos animales de la misma especie en espacios cerrados es el caldo de cultivo perfecto para que un virus salte de un ser vivo a otro y se produzca una mutación fatal. Así pasó con otras alertas sanitarias que, finalmente, no se convirtieron en el inmenso desastre del covid, pero que dejaron cientos de fallecimientos por el camino: las gripes aviares y porcinas. También provienen de animales el VIH, los virus del Ébola, el Zika, el SARS y el MERS (primos hermanos del SARS-CoV2), el que causa la fiebre del Nilo occidental, y con menor incidencia la triquinosis, la salmonella, la tuberculosis, la brucelosis o la toxoplasmosis o la famosa en su momento enfermedad de las vacas locas.
«Entre el 60 y el 65% de agentes que causan enfermedades infecciosas provienen de animales, y ese porcentaje ha crecido en los últimos años«, explica el epidemiólogo del Hospital de Asturias Pedro Arcos. Y «se conoce bien», asegura, el papel de la ganadería industrial en este proceso. Es, en primer lugar, una «cuestión de agregación»: el 60% de los mamíferos vivos sobre la Tierra son ganado. Hay más animales, por lo tanto, más posibilidad. En segundo lugar, las grandes empresas del sector de la alimentación generan productos que llegan más lejos, por lo que la diseminación de un problema es mucho más rápida que antes. Y en tercer lugar, hacinar seres vivos es una puerta abierta a una posible mutación peligrosa del virus. «Funcionan con ensayo y error», asegura Arcos: cada vez que un virus entra en contacto con otro cuerpo, intenta adaptar su estructura genética para sobrevivir. «Es como aprender idiomas», ejemplifica: asimilarás mejor otra lengua si te relacionas en un entorno de 400 hablantes.
Wallace, en su libro, no solo pone estos datos sobre la mesa, conocidos de sobra por epidemiólogos y zoólogos: también explica cómo el sistema económico ha impuesto el modelo de ganadería intensiva frente a la extensiva, más sostenible y menos peligrosa, mientras que las administraciones no solo han abierto todas las puertas, sino que se han hecho cargo, gracias a los impuestos de todos los ciudadanos, de los problemas que generaban. También los relativos a la salud pública. «El coste financiero de estos brotes corre a cargo rutinariamente de Gobiernos y contribuyentes de todo el mundo. ¿Por qué debería molestarse entonces la agroindustria en poner fin a prácticas que paralizan repetidamente las economías y que producirán algún día un virus que mate a cientos de millones de personas? Las empresas suelen verse obligadas a invertir en la vacunación del ganado y en la bioseguridad –aunque sea insuficiente–, pero si los costes totales de los brotes se incluyeran en sus balances, dejarían de existir sus operaciones más voluminosas tal y como las conocemos«.
«Producirán algún día un virus que mate a cientos de millones de personas». El covid-19 lleva ya un millón, y aún vamos por la segunda ola y sin vacuna. El artículo de la cita en cuestión es de noviembre de 2010. Efectivamente: el biólogo es una de las muchas voces que llevaban años advirtiendo de que esto podía pasar, y que nuestra relación con la naturaleza y sus ecosistemas, así como la globalización y la intensa movilidad entre países, lo hacía cada vez más probable. Hasta ahora, más bien, habíamos tenido suerte: los virus que han saltado de los pollos o de los cerdos no se transmitían con la suficiente facilidad o sus síntomas no provocaban tan a menudo la muerte de las personas de riesgo.
El problema no son los cerdos, somos ‘nosotros’
Pero Wallace se niega una y otra vez en la obra a estigmatizar a países por ser el origen de los brotes –»el virus de Wuhan», sigue diciendo la extrema derecha española– o, aún más absurdo aún, culpabilizar a las especies. El tonto que mira al dedo en vez de a la Luna: algo falla en el sistema agroindustrial. Hablando de la gripe porcina o gripe A, que dejó más de 400 muertos en España: «Los cerdos tienen muy poco que ver con la aparición de la gripe. No fueron ellos los que se organizaron en ciudades de miles de cerdos inmunocomprometidos. No fueron ellos los que selecionaron artificialmente la variación genética que podría haber ayudado a reducir las tasas de transmisión a las que se propagan las cepas más virulentas de la gripe. No fueron ellos los que se organizaron en guetos junto a miles de aves de la avicultura industrial. No son ellos los que se transportan a sí mismos miles de kilómetros en camión, tren o avión. Los cerdos no vuelan de manera natural». Sigue: «La responsabilidad debe recaer en las decisiones que tomamos nosotros los humanos al tratarlos de ese modo. Y, seamos claros, cuando decimos ‘nosotros’, nos referimos a cómo ha tratado a los cerdos y a las aves de corral la agroindustria».
Lo veían venir. Y Wallace ya avisaba: de llegar una pandemia de un virus altamente transmisible y con capacidad para colapsar los sistemas sanitario y económico, ningún país estaría preparado al 100%. «Las pandemias anteriores nos enseñan que la opción prudente es prepararse para lo peor. La alternativa es tomar medidas únicamente frente a una pandemia verdaderamente mortal. Es coste de pensar que no es posible la inminencia de una pandemia es catastróficamente mayor que el de equivocarse al pensar que se acerca una pandemia que no llegará a producirse». Y, efectivamente, lo pagamos. El biólogo defiende que hay que abordar las cuestiones estructurales, de fondo, en la salud pública, antes de que sea tarde. «La detección temprana no comienza con la identificación de un nuevo patógeno. Eso entra muy tarde en juego. En su lugar, necesitamos centrarnos en la caracterización de los escenarios que es probable que promuevan la aparición de la enfermedad».
Arcos llama a seguir mejorando continuamente la trazabilidad y los controles biosanitarios, pero la globalización suele imponer su norma. «La Unión Europea es muy estricta, pero hay zonas que no tienen tantos mecanismos regulatorios. Y al final, puedes tener a tu alcance productos seguros y productos menos seguros». El movimiento vegano, por su parte, considera que es el enésimo argumento para que las sociedades más desarrolladas desde un punto de vista industrial consuman mucha menos carne, a ser posible ninguna. «Los alimentos vegetales reducen nuestra dependencia de los animales como base de nuestra alimentación. Por lo que pedir y trabajar para transformar el sistema alimentario mundial hacia uno más sostenible y seguro se hace más urgente que nunca», considera la organización ProVeg.
¿Vino el covid-19 de una granja?
Los científicos aún no se ponen de acuerdo sobre cómo y cuándo saltó el nuevo coronavirus de los animales a las personas. Han entrado en las apuestas las civetas, el pangolín o los murciélagos. Y el mercado de animales salvajes de Wuhan lleva meses en el punto de mira, pero no hay aún certezas. El Fernando Simón alemán, el virólogo Christian Drosten, señaló en abril a los perros mapache o tanuki: «Son una industria masiva en China, donde son criados en granjas y capturados en plena naturaleza por su piel», declaró para The Guardian. Investigaciones posteriores han señalado a los visones, toda vez que se ha demostrado que el virus que circula en granjas peleteras entre los animales es similar al humano, y se han reportado casos de contagio animal-hombre en instalaciones de Países Bajos. Dinamarca ha decidido que sacrificará a 17 millones de ejemplares de ellos, ya que las autoridades del país escandinavo han detectado una nueva cepa que podría poner en peligro la vacuna. Dos indicios más de que el sistema agroindustrial, que consume los recursos, ocupa la tierra y explota a los animales en su beneficio, ha sido y es una bomba de relojería. Científicos chinos advirtieron en septiembre de este fatídico 2020 de un nuevo brote peligroso de gripe porcina.
No es casual. «La problemática, mucho menos sus soluciones, está conducida por el capital. Cuidado con las preguntas que resultan molestas, científico», sugiere Wallace.
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