10º Aniversario
¡El capitán cumple diez años!
descúbrelo

Noticias de un futuro posible

Por Alejandro Gándara  ·  22.03.2011

De este fango ya sólo nos saca la fuerza del corazón y no las buenas razones: el presente ha agotado todas sus justificaciones y el futuro espera a la humanidad libre. Los esclavos pueden quedarse. Éste es el mensaje sin contemplaciones que lanza William Morris, de la casta de los reformadores sociales de finales del XIX, en “Noticias de ninguna parte” (Capitán Swing, traducción de Juan José Morato).

Se acabaron las monsergas sobre las virtudes de la vida laboral, sobre la justicia derivada de la propiedad privada, sobre los programas educativos patrocinados por el Estado, sobre la proliferación de leyes y la burocracia legal, sobre la familia como célula de la sociedad, sobre el arte como pastoreo de públicos, en fin, todo este mercadeo encubierto que enaltece lo más imbécil de la naturaleza humana y que es campo abonado para tiranías de la más variada índole y de la más cotidiana versatilidad.

No es William Morris, precisamente, un marxista leninista, con sus intelectuales de vanguardia y su materialismo científico, ni un anarquista construido a base de absenta y barricadas. Es más bien un tipo que está hasta los mismísimos y que arroja sobre la cultura del capitalismo una mirada sin embozo y sin hipotecas de ninguna especie. Y eso que al pobre no le dio tiempo a ver casi nada. Si llega a toparse con esa horda de funcionarios sádicos que es el siglo XX o con estos reyezuelos contables y tronados con que ha empezado el XXI, se queda en el sitio de un parrús.

La novela, que recuerda mucho en sus andares a la “Utopía” de Tomás Moro, tiene la estructura de un sueño, evitando así toda la programática y toda la homilía que suelen corresponderse con estas posturas radicales que niegan de cabo a rabo todos y cada uno de los principios autoevidentes con que nos engañamos y suelen engañarnos. No pretende un análisis sociológico o político del presente, ni una construcción demostrativa de lo que sería una sociedad ideal. Es un salto al horizonte de la felicidad -o al menos de una desdicha menos completa- de la vida en esta tierra, impulsado por un anhelo transparente: cualquiera que sea el sistema que nos impongamos ha de organizarse en torno a la idea de que cada uno pueda hacer lo que le dé la gana.

Sólo de esta idea tan poco ingeniera puede surgir, si surge, alguna suerte de armonía social. Las pulsiones particulares siempre tienden a alguna forma de orden y equilibrio, de modo que dejémoslas en paz y echemos -antes, eso sí- a los legislantes y a los propietarios.

Ver artículo original