Acostumbro equivocamente a hablar de mí generación como un bloque sólido, uniforme e inalterable. Hablé de ella como generación escarabajo y, a partir de ahí, descubrí que tiene diferentes formas pero todas ellas marcadas por las expectativas de nuestros padres. María Sánchez habla de mujeres caracol en el prólogo de El vientre vacío. Una generación con “el trabajo y la vida a cuestas” que ha ido cambiando la visión de sí misma hasta verse como crisálidas. Dispuestas a brillar pero sometidas a la espera para pasar de ser “niñas grandes o mujeres pequeñas” a “simplemente, mujeres” hasta que esta ha empezado a romperse. Mi generación son muchas generaciones y ya no me atrevo a hablar por ninguna, solamente puedo (debo) escuchar y luchar por todas.
El vientre vacío (Capitán Swing) es más una atalaya que un refugio. Sirve como lugar de protección, pero también en el que elevarse por encima de lo que no te deja ver y observar de forma que entiendas todo tu alrededor. Noemí López Trujillo habla de su piso donde su “vida entera está a la vista” y escribe un libro como culminación de esta idea. Porque no solo habla de lo que tiene, sino también de lo que quiere. Esto nos hace entrar en él entrando en su “vivencia, en los propósitos- en definitiva: en el lenguaje-” como dice Rodrigo García Marina en el prólogo de Excepción. Entrando en su vientre vacío entramos en su casa.
“Debemos pensar en la idea que tenemos de bienestar social. Casa, comer tres veces al día y poco más. Unas necesidades básicas sin más objetivo que vivir. Si no estás muerto, caricaturizando un poco, ya tienes bienestar. Puede que no haya solución repentina, pero podemos pensar y luchar por soluciones más equitativas e igualitarias. Creo en eso fervientemente y de ahí que piense que se puedan hacer pequeñas políticas que, poco a poco, mejoren las situación de las personas. Es complicado pero no debemos renunciar porque esa mentalidad la tienen personas más privilegiadas. Y eso existe dentro del precariado, donde hay también diferentes niveles. Existen las mujeres migrantes que crían a sus hijos solas o población en riesgo de pobreza. No luchamos solo por nosotras como individuo, es algo más global pensando en las personas más vulnerables. Tenemos que reconstruir la idea de bienestar”
La importancia del lenguaje y su utilización desde ciertos sectores poderosos marca la situación de la sociedad. Es imprescindible conocer el significado real de sus discursos para volverlo en su contra. El papel de la mujer como mano de obra explotada es una evidencia. Tener hijos genera riqueza sostenible, no tenerlos riqueza instantánea, pero siempre para el sistema y nunca para las que lo mantienen vivo. Noemí habla del derecho como algo que trasciende más allá de lo jurídico para llegar a lo teórico o filosófico. “Si nos ceñimos a lo legislativo, el derecho al aborto o la autonomía de los cuerpos no se plantearían”. Si todo lo que necesitamos estuviera en el papel no habría esperanza, por lo que para ser madre en condiciones dignas hay que convertir esa idea en un discurso potente. Traducirlo al idioma de los que presuponemos dirigentes de nuestra vida. Lo que nos retrotrae a las palabras de Cristina Almeida en Vostok 6, cuando coincide con López Trujillo y explica que en la Constitución no se habló nunca de aborto sino de igualdad y que aún así al día siguiente se levantó y se sentía igual porque nada había cambiado.
“Poner en entredicho esas contradicciones del sistema ya es un cambio. Aunque no nos tenemos que conformar porque ese no es el horizonte. Y ya lo estamos viendo con el Coronavirus. Este ha puesto en manifiesto que tenemos un sistema que entra en conflicto con la propia vida y los cuidados. Desde la privatización de la sanidad a cómo cuidamos cuando hay una crisis de este tipo. Evidenciar esas contradicciones del sistema, que por un lado te dice que tienes que tener hijos y por otro te lo está impidiendo, es positivo. Está bien y hay que hacerlo”
Esta comprensión del lenguaje que plantea Noemí se establece desde el principio del libro: “Si no soy madre es porque llevo años siendo precaria y no, así no quiero/puedo/debo ser mamá”. Esas tres palabras resumen la situación de las madres nulíparas que cuenta en El vientre vacío. Deben tener hijos y quieren tenerlos, pero la negativa constante del sistema ante sus necesidades hace que no puedan. Es un recorrido que se les marca y se les niega a la vez. Este uso descendente del lenguaje comienza a revertirse y, al utilizarlo desde abajo puede convertirse en un recurso ascendente que cambie las cosas poco a poco.
Sé que mis padres quieren tener nietos. Mi madre lleva meses haciendo visitas constantes a la nieta de mis vecinos y luego contándome lo simpática que es. Mi padre juega con los niños de mis primos con la misma energía con la que jugaba conmigo. También sé que no tienen mucha esperanza en que los tenga. Volver a casa con 26 años, en paro y con el único plan de futuro que coger el primer empleo que me ofrezcan no ayuda. No me compadezco de mí mismo, soy realista. Y más ahora, en mitad de un confinamiento de (mínimo) 15 días imposibilitando cualquier atisbo de solución.
El “siempre hay alguien peor que tú” no crea nuevas perspectivas cuando también “hay alguien mejor que tú”. Como hombre cis hetero, pocas veces me he planteado tener bebés. Ese tipo de conversaciones únicamente han surgido con mis parejas pero de forma totalmente casual y no porque no los quiera tener. En todas ellas el hecho de ser “jóvenes” ha sido la excusa perfecta para negar que con planes de vida mensuales es imposible planteárselo. Porque si muchos de nuestros padres “se convirtieron en adultos de manera rápida […] nosotros sentimos que esa juventud ya debería haberse agotado”. Esto lleva muchas veces a la envidia hacia el resto de personas (también precarias) de tu entorno, porque sientes que te vean como un fracaso.
Fui consciente de esto hace un año aproximadamente. Yo estaba en mi piso compartido de Madrid. Una amiga me escribió que tenía que contarme algo importante: “estoy embarazada de gemelos”. Embarazada, Adri, embarazada de su novio con el que ha comprado una casa mientras tú descongelas las lentejas de tu madre y buscas trabajo en Linkedin a las dos de la tarde todavía en pijama. Me sentí viejo. Me alegré por ella más de lo que parece y hablamos un rato largo sobre ello, lo juro. Se lo conté a mis compañeros de piso y entramos en un bucle de autofustigación en el que nos preguntábamos qué íbamos a hacer nosotros. Nuestro plan de futuro era bajar al bar esa noche a aprovechar la oferta de jarras de cerveza. Con todo ello, es cierto que la presión por ser padres es casi inexistente comparada con la de ser madres. En mi grupo de amigos alguno habla de su plan de tener hijos con sus parejas, pero nunca de congelar nuestro esperma. Nuestro reloj biológico funciona en ocasiones como esta, en la que alguien que conoces está avanzando y tú no. No nos planteamos los riesgos de gestar pasando la treintena porque nadie nos agobia con la pregunta de “¿Y tu? ¿cuándo vas a ser padre?”. Porque los hombres somos hombres siempre, pero las mujeres cargan con la idea de ser madres en cierto momento, ya sea por deseo o por presión.
“No creo que sea más correcto hablar de pérdida total de la identidad. No digo que sea incorrecto, digo que no creo que sea correcto para todos los casos. Creo que si hay casos en los que la identidad se duplica, hay una doble identidad. Ambas están intentando convivir internamente o compaginares: la identidad madre y la de mujer. Existen casos en los que la madre fagocita absolutamente la otra identidad y que, por supuesto, en eso hay una cuestión patriarcal que dice que cuando tenemos un hijo debemos de entregarnos a la maternidad a tiempo completo. Tu ser primigenio, el que eras antes de la propia maternidad, queda supeditado. En algún sitio que desconocemos un poco y al que solo puedes acudir cuando la maternidad, te deja algún espacio. Pero no creo que haya solo una maternidad”
A lo largo de la lectura de El vientre vacío me sobrevolaba la propuesta de pérdida de la identidad de una mujer al ser madre que hace Katixa Agirre en Las madres no (Tránsito). Noemí coincide con ella, pero cree que su idea de duplicidad es compatible con esta. Solamente se puede imponer una sobre otra en casos muy concretos y ese no es el objetivo. El fin del libro es que tengas una visión periférica y que, en base a eso, pienses en los casos que te pasan por delante y antes ignorabas. “Los seres humanos concebimos la realidad de manera sesgada” y solamente contemplamos aquella que aquella con la que no convivimos. Pero una vez que acabas de leer el libro, todas las realidades posibles te asaltan para hacerte cuestionar el funcionamiento del sistema.
“Cuando pienso en las dificultades de la maternidad, ahora que he terminado el libro si podría pensar más en madres solteras, pero en un primer momento no era la idea que tenía en la cabeza. A pesar de que si que me he planteado alguna vez ser madre soltera pero viendo que eso es imposible no he pensado en esa figura como el ejemplo de la precariedad. Pero creo que es necesario que nos preocupemos mucho más por esas madres porque es uno de los grupos de población con hijos en más riesgo de pobreza.”
Lo mismo sucede con familias precarias que, de una forma u otra, están en crisis. El adelantamiento de cuidados por parte de la hija a los padres acaba siendo algo normalizado y no se piensa en las consecuencias de ello.
“La falta de una supraestructura que entienda que los cuidados son también responsabilidad del Estado puede impactar en el bienestar de los menores. Pero no solamente en un caso tan concreto como el de parejas separadas con hijos que hace equilibrios para llegar a fin de mes por la división del núcleo familiar y tienen que mantenerse por separado. Yo haría referencia a algo más general, a momentos de crisis personal o familiar sea cual sea, el Estado no está ahí. Los inconvenientes se ven atravesados por el clima general de crisis estructural. Por eso la clase social, los recursos, etc. condicionan tu situación personal es más grave por la ausencia del sistema. Y ya no solo por el menor, imagina que uno de los progenitores fallece o se queda sin trabajo. Ante cualquier crisis se asume que el núcleo familiar tiene que responder y solventar la situación de forma independiente y eso es erróneo. Los seres humanos podemos cometer errores o nos pueden surgir imprevistos pero lo se nos puede despojar de derechos básicos”
Esto acaba por interpretarse como error de la pareja en lugar de como el fruto de una imposición por parte de la idea patriarcal de formar una familia. “¿Queremos ser madres porque buscamos ser felices con los códigos establecidos?” es una pregunta incontestable pero cimentada en unos ideales que, con la lucha feminista, están cambiando. Si bien es cierto que “nuestra generación ha tenido la oportunidad de reflexionar sobre si ser madres o no”, las de nuestras abuelas y madres “no han podido hacerlo porque era una imposición al estar la cuestión patriarcal siempre presente y es lo que tocaba. Somos una generación que se preocupa por cuestiones materiales y posmateriales”. Y aunque sea imposible contestar a la pregunta, la eterna duda hará que siempre esté en entredicho todo lo que nos rodea. Es la única forma de pensar en ti, asumir que hay cosas que escapan a tu control y hacer una concesión sabiendo que la haces no te convierte en culpable de nada.
El vientre vacío es el libro de Noemí, de María, de todas las que aparecen en él y de las que no. Virginia Woolf pensaría lo mismo que vosotras, querría “construir un hogar para él -o para ella- antes siquiera de que la palabra hogar cobre sentido”, se indignaría con la conversión a términos ingleses para convertir lo precario en cool, querría una maternidad “traducida al lenguaje milenial y con el filtro Valencia”, hincharía la barriga frente al espejo y escribiría flojito a ratos para que todas lo leyeran gritando siempre. Al no tener nada tampoco tendría miedo porque lo haría desde vuestro refugio. Desde vuestra atalaya.
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