Noemí L. Trujillo: “Si no sabes si en unos meses tendrás curro o piso, ¿cómo te vas a embarcar en un proyecto como es la maternidad?”

Por Vogue  ·  31.10.2019

Ser o no ser –madre–, esa es la cuestión. Bueno, o quizá no. Ser o no ser –madre precaria–, esa es la verdadera cuestión. La decisión a la que se enfrentan aquellas mujeres que desean quedarse embarazadas pero apenas llegan a fin de mes, atrapadas entre trabajos temporales, sueldos mínimos y alquileres inflados. En el reciente ensayo El vientre vacío (Capitán Swing), la periodista Noemí López Trujillo (Bilbao, 1988) –redactora de la web Newtral– analiza, con numerosos datos y testimonios punzantes, el clima de incertidumbre profesional y emocional que condiciona (e incluso llega a anular) para muchas la posibilidad de ser madres. Sin olvidar, claro, el nuevo mercado reproductivo que se ha generado al respecto.

Vogue.es: “La precariedad ha dinamitado la posibilidad de visualizar nuestro futuro”. ¿Cómo afecta la inestabilidad laboral y la constante amenaza de crisis económica a la maternidad en España?

NLT: Cuando las cuestiones materiales no están aseguradas, extrapolas la incertidumbre a muchas otras áreas, como los deseos propios. El miedo no es una parcelita acotada e inamovible, el miedo y la desconfianza lo impregnan todo. Aquí el problema es la falta de garantías: si no sabes si en unos meses tendrás curro o piso, ¿cómo te vas a embarcar en un proyecto para toda la vida como es la maternidad? Es normal que dé pánico, y que muchas de nosotras lo vivamos como una irresponsabilidad. Además, creo que hay una sensación generalizada de que las cosas se acaban pronto, de que las cosas no duran (de nuevo, los trabajos o los alquileres), y esa sensación de corta duración, de cortoplacismo, inevitablemente la tenemos también con nuestras relaciones personales. Nada va a ser para toda la vida, ni siquiera la propia vida. Y lo que en principio puede ser casi algo excitante o emocionante, se convierte en una caducidad extraña, unos cimientos sobre los que no puedes construir.

¿Cuáles son los datos que más te han impactado de todos lo que has manejado para este ensayo? ¿Y el testimonio que no te puedes sacar de la cabeza?

Yo creo que para mí lo más llamativo ha sido ver cómo antes de la crisis ya había un montón de indicios de que las cosas no iban bien. Luego la crisis agrava el malestar, empeorando algunas condiciones vitales o manteniendo otras que una sociedad progresista debe aspirar a corregir.

El otro día me explicaba un economista británico que están los recortes presupuestarios que se aplican directamente, y que son los que, en general, la gente como yo tiene en la cabeza, y que afectan por ejemplo a partidas destinadas a educación o sanidad. Pero luego están los recortes indirectos, aquellos presupuestos o prestaciones que se congelan y se mantienen a lo largo del tiempo. Cuando la inflación va variando a lo largo de los años, que en España, de media, ha subido, pero tu prestación se mantiene igual, también te están quitando dinero. Es como ese dinerito ahorrado en el banco que se devalúa. Y ocurre un poco lo mismo con otros aspectos. Hay quienes dicen, bueno, es que antes de la crisis ya había temporalidad en el mercado laboral. Bien, para mí, la congelación de esos estados que deben ser corregidos ya implica un aumento de la precarización. Aunque esta no sea la única o la causa principal de la precariedad, me parece muy significativo que hayamos normalizado una latencia dañina. O que se intenten desligitimar discursos sobre la precariedad diciendo que antes de la crisis ya había cosas mal.

Respecto a los testimonios, creo que no hay uno solo, sino la suma de todos ellos. Ese malestar conjunto agrava la sensación propia, la mía, de malestar. Por un lado, sientes alivio al ver que estás creando un nuevo relato más allá del “invierno demográfico”, uno en el que nosotras contamos nuestra propia experiencia y con el que construimos una semántica común, la de la vulnerabilidad. Pero, por otro lado, escuchar constantemente a otras mujeres que sufren es como algo pegajoso que no consigues limpiarte.

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¿Qué le dirías a aquellos que consideran que aspirar a ser madre en un escenario de estabilidad laboral y personal es un lujo, algo que se acerca más a un privilegio que a una necesidad?

Creo que el propio hecho de formularlo en esos términos casi tan antagónicos ejemplifica hasta qué punto el relato está distorsionado: la maternidad no es, o no debería, ni un privilegio ni una necesidad, sino una elección (o así debería ser). Pero cuando entra en juego una variable tan condicionante como es la economía, que facilita o imposibilita ese deseo o elección, es muy difícil no caer en esos conceptos.

¿Cómo hacemos para no estar obligadas a elegir entre la carrera o la maternidad en edad fértil? ¿Qué papel juega el feminismo en todo esto?

El feminismo, diría, no juega un papel, sino que es el marco desde el que estamos intentando construir una nueva estructura. Una, precisamente, en la que no tengamos que elegir entre nuestro trabajo y los cuidados. Y siento, con tristeza, que yo ya no estaré para cuando esas nuevas estructuras existan, pero aspiro a que se las dejemos a las futuras generaciones y que ellas las defiendan o sepan mejorarlas.

En cualquier caso, ahora mismo me parece que el propio hecho de denunciar la trampa que supone habernos incorporado al mercado de trabajo no como trabajadoras sino como mujeres, con la carga de género que conlleva, ya es un paso importante. Si conoces al enemigo puedes combatirlo.

Otro concepto interesante del libro es el de la infantilización de la treintena. ¿Podrías elaborarlo brevemente?

Creo que se infantiliza a la gente joven, y que esto es algo habitual en generaciones más mayores. Parece que siempre ha habido un desprecio hacia quienes tienen menos años. Como si cumplir años te otorgase una especie de inmunidad o una capacidad inherente de tomar mejores decisiones. No solo eso, sino que también se toman la molestia de decidir por nosotras y nosotros. Es como este meme de “old man yells at cloud”. Intentan explicarnos su posición en el mundo y su visión de las cosas así como muy enfadados y minusvalorando nuestros propios diagnósticos y nuestras propias visiones.

En el ensayo apuntas que el retraso en la edad de maternidad encaja a la perfección con el sujeto productivo que hace feliz al sistema capitalista. ¿Qué tienen que ver las clínicas de fertilidad con esta idea?

El otro día pensaba en los términos “retraso en la edad de maternidad” o “maternidad aplazada” como parte de una narrativa que sitúa la culpa o la causa en las mujeres. No existe la maternidad aplazada, existe la maternidad imposibilitada. Lo aplazado nos remite a un estado de temporalidad, casi como si hablásemos de que tu vuelo se ha retrasado o has perdido el metro. Y se me ocurría que el poder siempre tiene un lenguaje amable que nos arropa y nos convence. Se me ocurría que, en cierto modo, la nómina es algo parecido, ¿no? Esto de la “paga extra”. Como un dinero extra que se te da y que no es tuyo, que de repente aparece en tu cuenta bancaria en junio y diciembre y te alegras como si hubiese un ente bondadoso que antes de verano y navidades se ha acordado de ti. La paga extra en realidad es nuestro dinero aplazado. Es nuestro salario prorrateado, no es ningún extra a no ser que la empresa reparta beneficios entre sus trabajadoras y trabajadores al margen del salario bruto que hay en tu contrato. Igual que prorratean nuestra nómina, prorratean nuestro tiempo. Y creo que el papel de las clínicas de fertilidad es precisamente ese: guardar nuestro tiempo como si nos hiciesen un favor.

¿Por qué has querido exponer en el texto tu intimidad emocional en cuanto a tu propio deseo de ser madre y todos los miedos e inseguridades que se derivan de ello?

La experiencia personal era para mí casi una ubicación, una geografía conocida. Como un punto de partida. La intimidad es algo muy potente cuando la compartes con otra persona, precisamente porque hacerlo con alguien implica confianza; es como un cordón umbilical. El libro no era un tema que me resultase ajeno y si quería que otras mujeres colectivizasen sus dudas, miedos y quejas, creo que primero tenía que hacerlo yo.

Tú eres periodista, ¿hay alguna pregunta que aún no te hayan hecho sobre el libro a la que te gustaría contestar?

Como periodista, ¡en realidad odio contestar preguntas!

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