Noemí López Trujillo es periodista. Actualmente escribe en Newtral y antes pasó por las redacciones de ABC, 20 Minutos y El Español. También ha colaborado de manera habitual con medios como Eldiario.es, La Marea, El País, Jot Down, Onda Cero o La Ser. Noemí está en la treintena, lleva tiempo trabajando mucho y, como mucha gente de su generación, no tiene niños, pese a que siempre había creído que los tendría. En El vientre vacío (Capitán Swing) habla sobre esa generación que ha visto cómo la precariedad en la que nos instaló la crisis la obligaba a replanteárselo todo. Son mujeres que, como ella, quieren ser madres, pero que no encuentran el momento adecuado para ello. “La incertidumbre que ha generado la crisis es un escenario donde plantearse tener hijos da pánico. Pero no tenerlos cuando lo deseas tanto, también”, asegura.
España es uno de los países del mundo donde las mujeres tienen su primer hijo más tarde.
Sí, esto afecta, por un lado, a la pirámide demográfica y a la sostenibilidad del estado del bienestar, que es el análisis más puramente económico, el que suelen hacer los políticos, pero a mí me interesa más otro relacionado con el bienestar de la ciudadanía. Una baja natalidad, cuando encuestas como el INE indican que la preferencia de la mayoría mujeres sigue siendo tener hijos, indica que hay una parte de la ciudadanía que es en ciertos aspectos infeliz, porque quieren tener hijos y no pueden. Querrían hacerlo, pero están aplazando esa decisión.
¿Y qué se puede hacer para revertir la tendencia?
Eso me lo preguntan mucho y no tengo respuesta. Creo que la tendrían que buscar los políticos. Y hablo en masculino porque los candidatos actuales son todos hombres. Ellos son los que tienen que pensar qué políticas implantar a corto o medio plazo, como la gratuidad de las guarderías para niños de 0 a 3 años, solucionar el acceso a la vivienda, favorecer un mercado laboral donde no se penalice al trabajador… Son cuestiones que se repiten tanto que casi se han convertido en un mantra. Pero también hay que pensar un poco más a largo plazo y replantear el mantenimiento del estado del bienestar, que no puede basarse solo en que las mujeres sigamos pariendo. Los estilos de vida han cambiado, las preferencias han cambiado, muchas cosas están cambiando. Igual el estado del bienestar actual se ha quedado obsoleto para esos nuevos estilos de vida. Hay que pensar en las necesidades y las preferencias de la población y no en que el modelo que había hasta ahora servirá siempre.
Para ti, ¿la maternidad es un deseo o una necesidad?
Creo que es un deseo. No me gustaría planteármelo como una necesidad, porque ese bebé, aunque todavía no exista, no tiene como misión en la vida hacerme a mí feliz. El propósito de su existencia no puede ser paliar una necesidad mía. Mi miedo es que desplazar ese deseo de tener hijos, que es un proyecto que tengo en la cabeza, lo acabe convirtiendo en necesidad. Porque, al final, las restricciones o los impedimentos le dan un pátina de ultimátum y lo convierten en un decisión que hay que tomar de manera casi inmediata: o los tienes ya o no los tienes, porque si no te vas a arrepentir. Me parece un marco muy jodido para tener hijos, porque entonces sí es una decisión que se toma para cubrir una necesidad.
¿Dejaremos de posponer la maternidad en algún momento?
No me atrevo a hacer diagnósticos a futuro. Las investigadoras con las que hablado para el libro dicen que si no se empiezan a tomar medidas ya, la situación se puede volver irreversible y las expectativas de la generación se adaptarán. La gente no puede vivir esperando eternamente. Al final terminamos por adaptar nuestros proyectos vitales y expectativas a la situación, lo que es muy duro porque tienes que desestimar ciertas elecciones. Algunas expertas advierten de que aunque dentro de cinco o diez años se empiecen a tomar medidas para favorecer la natalidad, mucha población joven va a restructurar sus expectativas y decidirá no tener hijos, por lo que no está tan claro que la situación se vaya a revertir.
Vinculas la decisión de retrasar la maternidad con la precariedad del mercado laboral. ¿Hasta tal punto determina el trabajo nuestras vidas?
Es el centro de nuestras vidas, vivimos para trabajar. Puede sonar a cliché, pero es el modelo que nos han vendido: tenemos que ser seres productivos y esa productividad se alcanza a través del trabajo. No de cualquier trabajo, sino del trabajo profesionalizado y remunerado. Nos han dicho que en el mercado laboral es donde vamos a ver realizadas nuestras aspiraciones vitales. Posponemos la maternidad porque priorizamos nuestra carrera y sabemos que la maternidad nos penaliza. A lo mejor aunque la retrasemos no vamos a llegar a donde aspiramos, pero desde luego nos han dicho que es algo a tener en cuenta si queremos tener un contrato indefinido o ir escalando en una empresa. Es una trampa que hemos comprado.
A nuestra generación se la acusa de no querer crecer, pero ¿es culpa nuestra o es la sociedad la que no nos deja?
Se nos ha colgado etiquetas como ‘la generación blandita’ o ‘la generación que lo quiere todo’. Cuando decimos que somos una generación precaria es muy fácil responder que generaciones anteriores lo pasaron peor. Se nos infantiliza y no se nos toma en serio, y esa deslegitimación hace que nuestras demandas no se estén escuchando. No es que no queramos crecer, sino que parece que la madurez implica asumir que tu vida va a estar llena de conflictos, como si fuese una guerra. Queremos vivir con una serie de seguridades y garantías, pero también viajando más o teniendo presencia en redes sociales. Eso no significa que no seamos adultos. Nuestra forma de vivir es el ser adulto actual. La generación marcada por la crisis ya tiene entre 30 y 35 años y hablan de nosotros como si tuviésemos 17 y no supiésemos nada de la vida. ¿Cuál es el mandato para que nos tomen en serio? ¿Vestir con traje, no quejarnos y dejar de usar el filtro del perro de Instagram? Me parece muy caricaturesco, como si no pudiésemos ser adultos porque no somos como los de la generación anterior. Hay que empezar a pensar que no vamos a ser esos adultos. Seremos otros.
Todos los padres quieren dar a sus hijos una vida mejor, pero ¿qué pasa cuando sabes que probablemente no será así?
Ahí es donde está el conflicto. Parece que nos están pidiendo que traigamos hijos pobres al mundo. Madres pobres, hijos pobres. Me parece injusto, es un riesgo que no deberíamos tener que asumir. No deberías tener que elegir entre lo malo y lo peor. El miedo ahora no es solo a que tu vida se precarice en términos de tiempo y dinero, sino a abocar a tus hijos a la precariedad. Ya no concebimos los hijos como mano de obra, trabajadores que en un momento dado puedan sacar adelante la familia. Ahora tener hijos es un deseo y no queremos que ellos hereden nuestra precariedad. Parece casi una decisión egoísta tener un hijo a pesar de que a lo mejor no tienes las condiciones adecuadas y el día de mañana va a estar en desventaja respecto a otros niños de familias con más poder adquisitivo. Eso aterra un poco.
Reproducción asistida, congelación de óvulos, vientre de alquiler… ¿Cuándo ser madre se convirtió en un privilegio?
Al final el embarazo y la maternidad son un trabajo, aunque no está remunerado. Es lo que permite que la humanidad tenga continuidad y es un bien muy fácil de capitalizar. Las clínicas de reproducción asistida han sabido ver la ausencia de soluciones y políticas sociales por parte del Estado y la posibilidad de paliar esa carencia a cambio de dinero. Es una de las tantas formas que hay de convertir la maternidad en algo rentable. Ya se empieza a decir que ser madre es un privilegio y creo que es la línea en la que vamos. La maternidad va a terminar por convertirse en algo que solo las familias con determinado poder adquisitivo podrán permitirse: las que puedan conciliar, externalizar las tareas o que uno de los padres deje su trabajo para cuidar al bebé. Quien tenga esos recursos va a poder permitirse tener hijos más fácilmente.
Ver artículo original