10º Aniversario
¡El capitán cumple diez años!
descúbrelo

“No puede ser que la psicoterapia sea lo único que tengamos para enfrentarnos a los problemas”

Por Vogue  ·  15.11.2022

“Estoy deprimida”, “tengo ansiedad”, “necesito terapia”. Son afirmaciones que se escuchan cada vez con más frecuencia. Marta Carmona, psiquiatra en la salud pública y coautora de Malestamos, el nuevo ensayo breve editado por Capitán Swing, lo sabe. Lo que le preocupa de esta ola de autodiagnósticos y de la creciente terapeutización de la vida es que se esté achacando a trastornos individuales un malestar que es colectivo, heredado de un sistema cada vez menos compatible con el bienestar personal. 

Esto es lo que ha llevado a esta psiquiatra, miembro de la Asociación Madrileña de Salud Mental, junto al médico familia y diputado en la Asamblea de Madrid por Más Madrid, Javier Padilla, a escribir este libro. Una original propuesta de enfoque sobre los problemas que oprimen nuestro pecho cada noche, y que nos hacen pensar que a lo mejor fallamos al organizar bien el tiempo, el dinero, o incluso las ganas. El ensayo aborda una crítica al relato meritocrático que responsabiliza a las personas de la suerte que corren en la vida, y reflexiona sobre cómo la terapia como solución para todo solo refuerza un sentimiento de individualismo que puede habernos conducido, de inicio, hasta este problema.

¿En qué momento os dais cuenta de que había que hablar de cómo la conversación sobre salud mental estaba empezando a invisibilizar problemas colectivos?

Hay una base de muchas conversaciones previas. Javi es médico de familia pero con mucha formación en salud pública y a mí, que soy psiquiatra, el tema de la salud pública y la mirada salubrista siempre me ha interesado mucho. Habíamos hablado mucho de algo que me irritaba un poco, que es que la gente hable de sus sentimientos utilizando únicamente términos clínicos. A veces tiene sentido, dices que estás deprimido y realmente lo estás, pero para cualquier tipo de tristeza o disgusto se utilizan palabras clínicas, aunque es cierto que la frontera entre qué es patológico y qué no siempre es difusa. Cuando estos comportamientos los intentas ver desde el ámbito de la salud pública hay que preguntarse por qué la población está utilizando este tipo de términos y, a partir de ahí, pensar de qué manera se está afrontando el malestar colectivamente. Constatamos que había un agujero de discurso. La intención del libro no es la de lanzar una mirada clínica a todo este malestar, sino aportar otro enfoque.

¿Crees que este boom de preocupación por la salud mental ha legitimado algunas formas de explotación económica de los malestares? 

Yo en general soy bastante bien pensada. Por supuesto hay riesgo de que al hablar tanto de salud mental esta se convierta en algo banal y cotidiano, como hablar de qué tiempo hace, pero aun así siempre es mejor que salga a la luz, y luego reconducir si se está generando un discurso perverso. Siempre es más fácil reconducir que sacar a la luz algo que tiene una carga de tabú tremenda, que era lo que pasaba previamente. No creo que el poner la salud mental bajo el foco se haya producido bajo una intención de mercantilización. Creo que es algo que ha venido a raíz de la pandemia y de la evolución que está teniendo el capitalismo tardío en el que vivimos, en el que el sufrimiento psíquico es cada vez más frecuente y está presente en vidas que aparentemente tendrían que estar razonablemente bien (gente joven y trabajadora, ajustada al mantra capitalista). Hay una necesidad social de hablar de esto y de encontrarnos unos con otros. Pero claro, inmediatamente después de poner el foco sobre ello, se mercantiliza. Es una consecuencia inevitable. Y se mercantiliza precarizadamente, se uberiza, mediante plataformas que ofrecen psicoterapia low cost pasándose por el forro todos los principios básicos que necesita una psicoterapia, tratándola como un producto de consumo y convirtiendo en plástico cualquier tipo de reflexión social que se pueda producir. Es inevitable que haya una corriente así, el resto tenemos el deber de llevarnos el debate a otros sitios. 

Habéis empleado una extensa bibliografía feminista para este libro (Audre Lorde, Sarah Ahmed, Remedios Zafra…), ¿ha sido un gesto intencionado?

Para poder criticar este marco capitalista, ultraindividualista y formado a imagen y semejanza de un estereotipo que en realidad es caricaturesco de cómo son los hombres, o cómo debería ser el sujeto universal del capitalismo, era necesario partir de esta bibliografía. El feminismo es uno de los movimientos que más ha cuestionado esta fantasía del individualismo y todo el trabajo reproductivo que oculta. Permite criticar esa mirada hegemónica absurda pero, al igual que el ecologismo, es una brecha por la que entra aire fresco, otra forma de pensar. Esta cosa que dice mucho la filósofa Marina Garcés de que en el siglo XX se hablaba mucho del siglo XXI, pero en el XXI no se habla nada del XXII. Esa cosa de que no hay futuro. No miramos más allá. Pero el feminismo y el activismo contra el cambio climático sí lo hacen, y son capaces de pensar en el futuro en clave no individualista. Los activistas del cambio climático saben que ellos no van a ver los efectos de su lucha. El feminismo rompe ese horizonte sin futuro, habla del sufrimiento que genera el sistema e imagina un futuro colectivo mejor. Para nosotros es la clave para acabar con el malestar. El feminismo ha sido punta de lanza al plantearlo así. 

¿Crees que el despertar feminista sí ha sabido apuntar la responsabilidad del capitalismo patriarcal en los problemas de salud mental?

Creo que sí, pero para hablar del sufrimiento seguimos manteniendo una mirada muy clínica, incluso dentro del feminismo. Los roles de género nos hacen sufrir. También a los hombres, a quienes colocan muchas veces en la soledad de no saber comunicarse si no es a través de la violencia, y eso les genera problemas. En el libro lo hablamos cuando decimos “los hombres no lloran pero sí se suicidan”. La identidad de cryptobro o de gymbro es otra forma de expresar el arquetipo del triunfador. Con el feminismo hemos podido hablar de ello y de problemas femeninos como la carga mental o la invisibilización de los cuidados. Pero yo tengo la sensación de que están todas estas cosas y luego, por otro lado, los trastornos mentales. Incluso dentro del feminismo parece que está el sufrimiento y, luego, lo patológico. La vida de una mujer diagnosticada con esquizofrenia tiene una carga de estereotipo de género y de violencia simbólica. Detecto desde el feminismo cierto respeto y prudencia a la hora de evitar hablar de trastornos mentales, y los trastornos mentales son construcciones diagnósticas que están tan atravesados por el género como cualquier otra vivencia subjetiva. Alguien con esquizofrenia, que escucha voces o delira en situaciones tensas, está tan atravesado por el género como alguien que sufre ansiedad en el trabajo o alguien que no tiene algo de ser susceptible de ser diagnosticado como patológico pero que aún así no se encuentra bien. Al feminismo le falta algo de soltura para atreverse a incluir esta parte. Hay que dejar de pensar que las opresiones de género dejan de actuar en el momento en el que hablamos de un trastorno mental grave. Y si eres una persona racializada, y además eres pobre, acumulas más capas de opresión.

En el libro señaláis que escoger entre terapia y sindicato es un falso dilema pero, ¿crees que la terapeutización de los movimientos sociales ha dañado un poco a la lucha activista?

Abogamos por huir de ese falso dilema porque no son comparables. No todo el mundo necesita psicoterapia, pero sí todo el mundo necesita que los sindicatos sean potentes y fuertes, incluso aunque tú nunca recurras individualmente a ellos. Porque además de ayudarte a litigar la barbaridad que te hayan hecho tienen una función más importante, que es evitar que ocurran esas barbaridades. Pero sí me parece una idea muy importante. Estuve hace poco en la Asociación Madrileña de Salud Mental, hicimos una charla y un asistente habló de la terapeutización de los espacios de activismo. Al final, el marco psicopatológico y el clínico, y por ende el terapéutico, es epistemológicamente muy pobre. Una psicoterapia bien hecha en el momento adecuado puede ser tremendamente beneficiosa para la salud, pero se tienen que dar unas condiciones para que eso funcione bien, y desde luego no puede ser ese marco el que nos sirva para entender todas las relaciones. No es que llamemos depresión a cualquier tipo de sentimiento malo, que eso bueno, es muy pobre, pero las palabras las vamos reconvirtiendo, sino porque entender que la única forma de relacionarnos en colectivo es como un grupo terapéutico creo que empobrece la idea que tenemos de grupo y de encuentro. No puede ser lo único que tengamos. Este lenguaje está pudriendo de alguna manera los activismos. Es cierto que las feministas a veces nos reunimos porque necesitamos vomitar toda la violencia que sufrimos, pero la militancia son más cosas además de eso. El hype de la terapeutización de las cosas puede consumir mucha energía. Hay un riesgo de  que esta forma de relacionarse colonice todas las demás, no porque sea mala en sí misma, sino porque tiene mucha capacidad de arrasar.

¿Puede reforzar el individualismo, que de por sí señaláis como el problema de una sociedad orientada hacia el consumo y la productividad?

El marco psicoterapéutico, por definición, te lleva al individualismoEsto no significa que la psicoterapia sea mala, pero sí es una crítica que hay que hacer, porque no puede ser la carta a la que fiemos todo.

La cuestión de clase está muy presente en el libro, las posibilidades de cada persona de acceder a cuidados profesionales para su salud mental. ¿Hay que reivindicar más psicólogos en el sistema de salud público?

Los equipos tienen psiquiatras, psicólogas clínicas, enfermeras de salud mental y trabajadoras sociales. La ratio, en todo el Estado, es peor que otros países de nuestro entorno. El problema no es solo que falten psicólogas clínicas, la falta más acuciante son trabajadoras sociales y enfermeras de salud mental. Esto es llamativo porque la mayoría de la gente no sabe a qué se dedican las trabajadoras sociales y las enfermeras de salud mental, que es, fundamentalmente, a atender a personas con trastorno mental grave, que suelen tener un nivel socioeconómico bastante más bajo. Es muy llamativo porque faltan los tres perfiles profesionales, pero de alguna manera parece más importante que falten psicólogas clínicas que los otros dos perfiles, cuando su trabajo es imprescindible. Se centran en población aún más vulnerada. Además del eje de clase tienen otro discriminatorio que es el de tener un trastorno mental grave. La reivindicación de demandar más psicólogas clínicas me parece legítima y la apoyo, pero también hay que reclamar los demás perfiles, algo que ni siquiera suele estar presente en las reivindicaciones.

Hoy vemos a muchas celebridades aconsejando ir a terapia, e incluso montando sus propias iniciativas y plataformas de salud mental. ¿Qué piensas cuando ves estos mensajes?

El tema de las celebridades presumiendo de su psicoterapia –sin juzgar el sufrimiento psíquico de cada uno y teniendo en cuenta que muchas habrán pasado por las experiencias que sean para las que la psicoterapia les ha venido maravillosamente bien, y eso me parece sagrado– indica que hay un punto de que esto es un signo de lujo. Este boom de la psicoterapia que tenemos ahora ya ocurrió en su día con el psicoanálisis, que a mí, como marco epistémico y diagnóstico, me parece superinteresante y lo utilizo mucho, y creo que una base psicoanalítica ayuda a todo terapeuta a tener un enfoque integrador. Pero sí que es llamativo que cuando se puso de moda, sobre todo en Estados Unidos, se puso de moda el psicoanálisis cura-tipo, que implicaba estar 4-5 días a la semana, tres o cuatro horas con el terapeuta, algo que muy pocos podrían pagar. De alguna manera se ha convertido en algo con lo que ostentar nivel socioeconómico, eso siempre ha estado ahí, y es difícil hacer una reivindicación de este tipo de marcos sin que se te cuele algo de eso.

Si no podemos atajar el malestar colectivo con soluciones individuales, ¿qué podemos hacer?

Cuando empezamos a hablar con la gente del contenido del libro la sensación inicial era “dios mío, qué difícil, si lo malo que nos está pasando en realidad no tiene que ver con nosotros sino con lo colectivo es totalmente inasumible e imposible de resolver”. En realidad nosotros no lo vemos así, ni muchísimo menos. En la presentación del libro Elizabeth Duval dijo lo de “sola no puedes. Con amigas, sí”. Es más fácil hacer las cosas con amigas. No podemos responder al sistema individualmente, tenemos que hacerlo en colectivo. Lejos de ser algo agobiante, vamos a enfrentarnos juntos a ese dragón, que no tiene forma de dragón sino de Ibex 35, juntas. En el libro apuntamos a apostar por medidas redistributivas, luchar contra la desigualdad, reparto diferente de roles de género… Pero aparte de eso, cualquier cosa que implique cargarnos el relato meritocrático me parece buena. Los humanos merecemos vivir todos bien, con unas mínimas condiciones garantizadas y deseables, y tiene que ser para todos, no solo para gente muy blanca, muy hetero, muy discreta o muy del Elías Ahúja. Apostar por lo colectivo no desde la idea de qué puedo sacar de aquí, abandonar la idea extractivista continua, pensar qué tienes tú para aportar, reclamar tiempo y soberanía sobre nuestro tiempo. No puede ser que se nos vaya la vida en jornadas laborales absurdas y en recorridos larguísimos hasta el trabajo, porque tan importante como eso es que nos podamos encontrar con nuestras amigas, nuestra familia, que disfrutemos de planes de ocio y culturales. Todo lo que implique apostar por más control sobre nuestro tiempo y más soberanía sobre con quién queremos estar son cosas que rompen esta deriva individualista. Qué es más fácil: ¿vivir en este individualismo terrorífico o ser más dueños de nuestro tiempo, trabajar de otra manera? Solo hay margen de mejora. Cualquier camino que rompa esta lógica hostil nos va a llevar a algo mejor. 

Ver artículo original