Comenzó hace treinta años a analizar miles de pronósticos de todo tipo de expertos. ¿Resultado? Las predicciones apenas superaron a las hechas al azar
Convoque a una legión de curtidos expertos de todos los ámbitos: economistas, politólogos, sociólogos, geoestrategas. Pídales pronósticos de futuro acerca de sus respectivos ámbitos de trabajo. Sin ningún rubor: les encanta hablar. Consultarán innumerables documentos, sacarán humo al Excel y ofrecerán detalladas apuestas para los próximos cinco, quince o veinticinco años. Mientas los expertos trabajan duramente, llene una habitación de chimpancés, dele un cubilete de dados a cada simio y póngalos también a “pronosticar”. Y después compare. ¿Resultados? Las predicciones de los expertos superarán muy ligeramente a las de los chimpancés… Y entonces, ¿por qué nadie pide cuentas a unos “expertos” que no son capaces de pronosticar mejor que una habitación llena de monos?
El profesor Philip Tetlock (Toronto, Canadá, 1954) decidió a finales de los 80 poner a prueba los juicios políticos de tantos expertos charlatanes a los que nadie jamás les había exigido rendir cuentas. Durante dos décadas registró 82.000 pronósticos de 284 expertos. Los resultados de tantos cerebros acelerados a la máxima potencia apenas superaron, como ya avanzamos, a los del azar. ¿Por qué somos tan malos cuando oteamos el futuro? ¿Por qué nuestros juicios de probabilidad resultan tan pésimos? ¿Qué extraña niebla mental nos impide, además, darnos cuenta de las tremendas limitaciones de nuestros pronósticos? Y, al fin, ¿de qué forma podemos mejorarlos y mejorar, al cabo, la política futura?
Tetlock decidió escribir un libro para responder a estas preguntas y el resultado es considerado como uno de los más imponentes trabajos sobre la inteligencia humana y sus fantasmas. En la línea de otros eminentes desencantadores de nuestra seguridad intelectual como Nassim Taleb, Daniel Kahneman o Amos Tversky. Ahora, Capitan Swing publica por fin en España ‘El juicio político de los expertos’. Y todo comienza con una división tan sutil como crucial acuñada en su día por el filósofo Isaiah Berlin: la que separa a los seres humanos entre “zorros” y “erizos”.
¿Usted es un zorro o un erizo?
“La distinción entre zorros y erizos capta una de las diferencias más profundas no sólo entre grandes escritores y pensadores, sino entre los seres humanos en general. Pues hay un abismo enorme entre, por un lado, quienes lo relacionan todo con una única visión, con un sistema más o menos congruente e integrado, en función del cual comprenden, piensan y sienten y, por otro, quienes persiguen muchos fines distintos a menudo inconexos y hasta contradictorios ligados si acaso por alguna razón de facto sin intervención de ningún principio moral y estético”.
saiah Berlin trazaba así la línea divisoria entre los tozudos erizos, siempre fieles a una idea, y los difusos zorros, adúlteros del pensamiento. Dante, Platón, Lucrecio, Pascal, Hegel, Dostoievski o Proust fueron erizos. Heródoto, Aristóteles, Montaigne, Erasmo, Molière, Goethe y Joyce, zorros. Y ahora… ¿quiénes pronostican mejor, los erizos o los zorros? ¿Usted qué cree?
Sí, como ha podido adivinar, los zorros aciertan más y mejor que los erizos. Aciertan más pero no mucho más. Los zorros derrotan sistemáticamente a los erizos -aunque sea por los pelos- gracias a su peculiar estilo cognitivo: su espídico afán autocrítico y su flexibilidad para conciliar las inevitables contradicciones de la realidad les inmunizan contra los excesos de entusiasmo que acaban por conducir al abismo a los erizos mejor informados, siempre concluyentes y arrogantes. Philip Tetlock descubrió zorros y erizos reales en su criba de esos 82.000 pronósticos de 284 expertos. Restaban dos problemas, sin embargo. Por un lado, y como ya advertimos, los expertos zorrunos acertaron sólo un poco más que sus pares erizados de dogmáticas púas: pronosticar bien parece ser muy difícil y sería recomendable averiguar por qué. Por otro lado, nos gusta mucho más, ay, ser erizos que zorros.
Cero de catorce en la quiniela
Rusia no resistirá a la caída del comunismo, se disgregará y vivirá el ascenso de un dictador fascista. La India y Pakistán sufrirán un imparable aumento de la tensión militar y se abocarán a una guerra nuclear inevitable. El final del apartheid conducirá a Sudáfrica al caos y a la guerra civil. La crisis económica japonesa no será profunda, el gigante nipón se recuperará pronto y logrará alcanzar a Estados Unidos en unos años. Sadam Hussein guarda en Irak gigantescos depósitos de armas de destrucción masiva. La China comunista es capaz de crecer indefinidamente al 10%. La China comunista es un imperio con pies de barro que se desmoronará irremediablemente. ¿Es posible lograr cero de catorce en la quiniela y aún así ganar el premio gordo de la respetabilidad académica? De hecho, es lo normal.
Tales son algunos de los pronósticos que Tetlock recogió y falsó en sus investigaciones, granjeándose así, por cierto, la animadversión asesina de la academia. “Me advirtieron”, escribe, “que de todos los campos posibles, al optar por el buen juicio político demostré un juicio científico dudoso. En su opinión no podía haber elegido un tema más claramente subjetivo y menos apropiado para el análisis científico. Los futuros guardianes de la profesión deberían hacer mejor su trabajo a la hora de detener a los intrusos que, como el autor, se disponían a dilapidar su tiempo, y el de todos, colocando quizás la señal admonitoria que usaban los cartógrafos medievales para impedir que los exploradores zarparan a territorios peligrosos: ‘hic sunt dracones'”.
¿Y cómo acertar mejor?
“Los expertos afirman saber más de lo que realmente saben acerca del futuro, se resisten a cambiar de opinión a la vista de las pruebas en su contra y defienden de manera dogmática sus explicaciones deterministas del pasado”. Tal es el resumen que el propio Philip Tetlock hace de su investigación. Pero tan tétrico escenario tiene una cura aparentemente sencilla: ser un poco más abiertos de mente. El programa de autocorrección, la vacuna contra el error incorporaría los siguientes ingredientes: desprenderse de nuestras ideas preconcebidas acerca de lo que puede suceder, ejercitarse en la imaginación de todo tipo de escenarios, aceptar que somos mucho más exigentes con la evidencia que nos contradice que con la que la que nos refuerza, ensanchar, en definitiva, nuestras concepciones de lo posible transportándonos a otros mundos donde se disipe nuestra perniciosa ilusión de certidumbre.
Pero la tarea es tan sencilla como esforzada porque nada nos gusta más que tener razón, a nada nos aplicamos con más tesón que a evitar la disonancia cognitiva, nos confunde una tupida enredadera de perniciosos sesgos y nos motiva un sentido probabilístico nefasto.
Concluye Tetlock brindando su trabajo como parte de la solución, una suerte de policía del buen juicio que ‘persiga’ a quienes hablan ‘al pedo’: “Defiendo que todos nosotros como sociedad nos beneficiaríamos si los participantes en el debate sobre políticas públicas presentaran sus creencias de formas que pudieran ser contrastadas, monitorizarán su actuación haciendo pronósticos y se hicieran cargo de sus apuestas”.
Autor del artículo: Dani Arjona
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