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“No eres tan tonto como pareces”. Muhammad Ali: profesión, bocazas

Por El Confidencial  ·  02.01.2023

Tómense este artículo como una defensa de la lengua afilada, y de eso nadie supo más que el icono del boxeo, del autodenominado “más grande de todos los tiempos”, Muhammad Ali

Me encantan los bocazas.

Me encantan porque son divertidos, porque dan juego, porque encierran historias. Me encantan porque entienden que esto (el deporte, la vida) no es sino un ratito mal echao donde mejor tomarnos el tema por lo lúdico, que es lo suyo. Me encantan porque, sí, esconden una enorme fragilidad, porque cada comentario bravucón, cada sonrisa de lado, lleva tras de sí inseguridades, miedos e incertezas. Y eso nos ocurre a todos, amigos, eso nos ocurre a todos.

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(Ojito, no me vayan a confundir a los bocazas con los ególatras. No, no… estos últimos solo piensan en sí mismos y realmente se creen las barbaridades que dicen cuando hablan en tercera persona. Vamos, que revisten cero interés, al menos desde el punto de vista literario, estético y cuchufletero. Y aquí hemos venido a contar cosas literarias, estéticas y cuchufleteras, así que… Por cierto, pongan ustedes el nombre que quieran bajo al título “ególatra”. Pero sean originales, que no salga solo ese futbolista portugués. Hay un montón). 

Por todo eso he disfrutado enormemente leyendo Vida de Ali, de Jonathan Eig, traducido por Noelia González Barrancos (Capitán Swing, 2022), que es, como pueden ustedes imaginar, una biografía bien gorda (y bien completa) sobre el mayor bocazas que haya dado el mundo (quitando, quizá, al Corso, pero de eso hablamos otro día). Sucede, además, que con Ali te sorprendes a ratos, porque su figura en asuntos extrabocachanclescos ha sido tan fértil (también en asuntillos no muy edificantes, que de todo se ocupa el autor) que tendemos a olvidar su indiscutible puesto como número uno del ranking en estos pormenores tan poco menores. No en vano, de él opinó Andy Warhol que “Ali se limita a repetir la misma simpleza una y otra vez y taladra los oídos de la gente con ella, pero puede decir las cosas que dice porque es muy guapo”. Que, también te digo, manda narices que se venga Andy Warhol con ese discursito, colega, que no cuela, Andy Warhol, que eres un don nadie, Andy Warhol, que eres el rey de los simples, Andy Warhol, venga, ya…

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Ali, junto a varias amigas. (Tony Gibson/Daily Express/Hulton Archive/Getty Images)

Pero vayamos al meollo. Porque ustedes han venido aquí buscando hostias. No hostias con los puños, no… Eso es cosa de salvajes, y te deja un pelín tarumbela para los restos. Nah, aquí declinamos tales invitaciones. Hostias verbales, que duelen menos y escuecen más. Y también dejan moratones que persisten toda la vida.

Veamos… A ver, por dónde empiezo… Sí, mira, esto es adecuado. Cuando era un chavalín, apenas desconocido con cinco combates profesionales a sus espaldas, el aún Cassius Clay fue invitado a comparecer como sparring de Ingemar Johansson, antiguo campeón del mundo que mantuvo rivalidad con Floyd Patterson. Aquello se hizo con público, unas mil personas que pagaron para ver tres asaltos de “entrenamiento”. Al muchachito de Louisville le dijeron que iba a cobrar veinticinco pavos, lo que no está mal para una tarde pegando golpes no muy fuertes. “Deberían darme una parte de lo que se recaudase”, contestó. Tenía diecinueve años. Toma ya.

Después le tocó el turno a Archie Moore. Archie no sabía qué pensar sobre el bocazas. “Es como un hombre que escribe con gran belleza pero no sabe colocar los signos de puntuación”. Con eso triunfas en el deporte o escribes un thriller que vende miles de ejemplares, oigan. Sucede que Ali era más de ripios sabineros (existía el dolor antes de Sabina, solo que era un dolor con menos carraspera), y respondía a serventesios dignos de Lope. “En el cuatro Archie cae como un pato”. Ok, igual no eran endecasílabos, pero nos puede valer… Por cierto, tenía fijación con ese round. “¿Cuánto mides?”, preguntó en otra ocasión, a un tal Doug Jones. Es para saber cuánto debo retroceder cuando caigas en el cuarto. Ya ven, un corderillo. O sus rolletes chungos eran hacia la gente alta, ojo, porque en otra ocasión se topa con Wilt Chamberlain, hace gesto de atacarlo y grita “árbol vaaaa”…

Estaba en ascenso. Tanto que, dicen, suena para enfrentarse al campeón. Oh, sí, Sonny Liston, nada menos. Sonny Liston con sus pintas de estibador de doble vida (bueno, de triple vida, que la doble ya se le presupone a un estibador). Sonny Liston con ese sentido del humor tan suyo, con ese bonachismo de quien te va a poner mirando a Medinaceli con el primer golpe. “El siguiente eres tú”, dijo el joven cuando ambos coincidieron en un restaurante (sin respuesta conocida).

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Lino Vargas. Barcelona Fotografía: Joan Mateu Parra

Sucede que nadie le dice “oye, tío, para un poco”. Primero porque muchos lo idolatran (solo los grandes quieren vérselas con los grandes… “No eres tan tonto como pareces”, dijo Ali a John Lennon tras una sesión de fotos; “no, pero tú sí”, contestó el de Liverpool, que tenía la lengua bastante suelta). Segundo porque no le afeas conducta a alguien con semejante jab. Y luego porque… A ver, cómo explicarlo… Que se había hecho su camarilla. Igual que ahora hacen los futbolistas con youtubers de entrevistas cándidas… Pues eso, pero más. Venía de antiguo, ¿eh? El séquito de Sugar Ray Robinson, nos cuenta Eig, estaba compuesto por un barbero, un profesor de golf, un masajista, un docente de interpretación y un instructor de voz (sí, joder, un instructor de voz). Ah, también un enano a modo de mascota. Y Frank Sinatra, que aparecía por allí a veces para echar unos cachis de cubata. Clay también tuvo lo suyo, no vayan a pensarse. Ferdi Pacheco, por ejemplo, médico personal (apodado Doctor Gonorrea por… Bueno, no creo que haga falta explicarlo). O Bundini, el negro literario detrás de los (malos) versos de Ali. Que manda huevos, tú, necesitar un negro literario para estas cosas, pero prefiero no meterme en problemas, que todo eso me deja sabor a hiel…

(Este Bundini será quien compre, retirado el campeón, una placa para poner en el campo de entrenamiento de Ali. Recordar los buenos tiempos, ya saben, qué jóvenes fuimos, etcétera. Encargó una lápida. A lo mejor sí que era un genio, el tal Bundini)

Ali improvisó unos versos que compiten con los de Jorge Manrique: “Mi pobre autobusito rojo. Fuiste el más famoso de cuantos autobuses hubo” 

Y así, claro, pasan las cosas que pasan. Como irte a Inglaterra para un combate, decir que el Palacio de Buckingham es “una chocita muy maja”, anunciar que el país ya tenía una reina y ahora contaba con un rey (mientras se ponía una corona de cartón a sí mismo, sin aparente intención irónica) o señalar que su oponente, Cooper, solo era un calentamiento antes de zurrarle al “oso feo y grandote de Sonny Liston”.

De aquella, Ali estaba obsesionado con Liston. Seguramente por puro terror (vean lo que comentamos en la introducción sobre los bocazas), pero es que el tío no dejaba descanso. Cuentan que si acampa su autobús frente a la casa de Sonny para gritarle consignas todo el tiempo. Vuélvanlo a leer, por favor. El vehículo en cuestión se llamaba Little Red (ejem), y cuando falleció en acto de servicio, cerca de Fayetteville, Carolina del Norte, Ali improvisó unos versos que compiten con los de Jorge Manrique: “Mi pobre autobusito rojo. Fuiste el más famoso de cuantos autobuses hubo en la historia del mundo”. Estremecedor. Pero hablábamos de Sonny. Del acoso a Sonny. Dicen que si un día Ali mandó a un amigo suyo (un amigo tartamudo, porque todos los detalles importan) a tocar el timbre, como si fuesen críos de doce años. Que Liston salió, que Ali empezó a gritar, retándole (pero desde prudencial distancia, ojo). “Ven aquí, te voy a dar unos azotes”. En su descargo diremos que el otro llevaba una chaqueta de esmoquin dorada, por lo que, a todas luces, se merecía el menosprecio…

Era como un calentamiento para él. Mamón, imbécil, feo. Todo eso en el pesaje. Que si te voy a dar una paliza, que si te han engañado. Y feo. Y otra vez imbécil.

Ali vence aquella primera pelea. De forma rarísima, con Liston que no puede levantarse de su esquina entre un asalto y otro… Pero vence. Y llega, claro, el momento culmen. Combate de revancha. Sonny entrena más fuerte que nunca, dicen que si está en un estado físico superior, jamás nadie lo vio así. Motivación, potencia. Odio, por qué no. Lo que no inmuta a Ali. “Le voy a conceder tres asaltos más, porque está en mejor forma”. El otro traga bilis, entrena. Ascético, vida de monje. Hasta que llegan noticias. Faltan tres días y el joven es hospitalizado. Una hernia, aplazar todo. Sonny sonríe, amargo, y se pone un destornillador. Qué importa. “El tonto ese. El tonto ese”.

La fortuna estaba de su lado, y la fortuna es algo muy importante.

Tardará años en rastrearse un ápice metaficcional a su discurso de agresiones y humor. Cuando se examinó para ver si era apto de cara al ejército. Que si anduvo comiéndose el coco durante casi media hora y, claro, se quedó sin tiempo. “Yo solo he dicho que soy el más grande. Nunca dije que fuese el más listo”. Solo alguien bastante listo diría eso, creo yo. Suspendió aquella prueba, por cierto, pero luego dijeron que sí, que vale, que a ponerse uniforme. Olió un pelín a racismo. Eso o que dejaban entrar a cualquiera…

(Esa es otra historia, amigos. La del Ali activista. Aquí vinimos por las bravuconadas, recuerden).

Ah, en ocasiones son otros quienes le hacen ver su autoparodia de la forma más efectiva posible: siendo ellos mismos aún más autoparódicos. Aquí el gran jefe es Idi Amin. Sí, el de Uganda. Ese Idi Amin. El que corría los cien metros en nueve segundos pelaos. El que retó a Muhammad: “Peleemos, Ali, creo que puedo tumbarte. Te ofrezco medio millón de dólares. En efectivo”. “Mira, Idi, colega, no lo veo yo muy clarete, mejor me piro al hotel”. Y nuestro dictador cleptócrata preferido saca una pistola, apunta a Ali… “¿Qué dices ahora?” Mamarrachismo al cubo. Muhammad abandona Uganda en cuanto vio ocasión. 

También gustaba de referirse a sí mismo. Oh, no, mejor… adoraba referirse a sí mismo 

(A veces el de la pistola era él, como cuando apuntó a Joe Frazier con un arma descargada y apretó dos veces el gatillo. “Una pistola de plástico, colega”, dijo Ali. “Sé reconocer una de esas cuando la veo, y te puedo garantizar que aquel revolver era de los buenos”, contestó Frazier).

También gustaba de referirse a sí mismo. Oh, no, mejor… Adoraba referirse a sí mismo. A su belleza, a su talento. “Tengo un titular para vosotros”, dijo a los periodistas antes de pelear contra Charlie Powell. “Bello bate a bestia”. La verdad es que guapo, lo que se dice guapo… Para aburrir. “Soy tan bello que me deberían cincelar en oro”, declara humildemente a Sports Illustrated. Impagable. A veces mezclaba eso con alusiones políticas. Mientras lo maquillaban para la mítica primera Esquire en la que aparece como un San Sebastián, Muhammad iba poniendo nombre a todas aquellas saetas. “Lyndon Johnson, general William Westmoreland, Robert McNamara”. Sabía dar en el punto justo. También sobre sus cualidades fuera del cuadrilátero. Cuando pensaba hacer una peli sobre su vida basada en un libro sobre su vida. “Va a ser grande, como El Padrino o Los siete magníficos”. Al menos tenían base de calidad, porque su editora durante el proceso de “escritura” en la autobiografía fue nada menos que Toni Morrison… Años después, Ali vuelve a coquetear con el celuloide, y la boca sigue funcionando a la perfección. “Esta cara vale miles de millones. Siempre tengo que interpretar al número uno. No puedo hacer de chico que está en la cocina”.

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Curiosamente (o no) Ali utilizaba mucho el elemento racial para meterse con sus contrincantes. Curiosamente, digo, porque esos siempre eran negros, como él. Pero no importa… Sabía por qué lado iniciar estoques. Lo de decirles “Tío Tom”, por ejemplo, en referencia a su supuesta connivencia con los opresores blancos (tengan presente las fechas de todos estos asuntos y verán). Se lo hizo a Floyd Patterson, se lo hará también a George Foreman. Con este culmina su ascenso a lo más grande del trash talking histórico, codeándose con tíos como, no sé, Atila el huno y Alejandro Magno. Antes de partir hasta Zaire para pegarse de hostias, Muhammad pregunta: “Oye, ¿a quién odian los de allí?”. “Pues mira, a los belgas”. Dicho y hecho, nada más bajar del avión hace declaraciones a reporteros locales. Que George Foreman es amigo de los belgas. Experto en marketing. Tampoco pareció gustarle la religión de Foreman. “Te voy a patear ese culo cristiano que tienes”. Y, antes de aquello, se describió a sí mismo como alguien… En fin, bastante fuerte. “¡Me he peleado con un caimán, he luchado con una ballena, he atrapado un relámpago, he metido al trueno en la cárcel! ¡Eso es de tío duro! ¡Sin ir más lejos, la semana pasada maté una roca, herí una piedra y mandé un ladrillo al hospital! ¡Soy tan peligroso que conmigo la medicina se pone enferma!”. ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! Ta, ta, ta…

(Luego que si “Ali boma ye!”. Pero cómo no va a ser “Ali boma ye!”, macho).

Lo de Frazier fue distinto, porque quiso atacar en aspectos puramente personales. Vale, decía todas esas cosas de Tío Tom y tal, pero ya eran como clichés sobados en sus labios. Con Frazier la opción era, sencillamente, el ridículo. Mira, te he escrito un poema, Joe. Y recita. “Joe saldrá humeando / pero yo no andaré bromeando, / estaré pinchando y picando. / Puedes asombrarte y sorprenderte, / pero ¡pienso jubilar a Joe Frazier!”. Joe, que era mucho más pragmático, respondió. “El humo que humea es humo que humea”… 

Impagable. 

Antes del Thrilla in Manila, por ejemplo. “¡No es solo que sea feo! ¡Es que huele desde otro país!” 

Y más, con su toque mesiánico. “Él no tiene nada, mientras que yo… Yo tengo una causa”. Respuesta de Frazier, escueta. Voy a martillear las entrañas de Ali hasta que se le salgan los riñones. Dos estilos de lírica bien diferenciados, ya ven. Pero… Vuelta a lo personal, que es más directo (y escuece, vaya si escuece). Antes del Thrilla in Manila, por ejemplo. “¡No es solo que sea feo! ¡Es que huele desde otro país! ¿Qué va a pensar la gente en Manila? El campeón no puede ser un gorila. Cuando lo miren van a pensar que todos los hermanos negros son animales, ignorantes, estúpidos, feos. Si vuelve a ser el campeón, otras naciones se reirán de nosotros”. Aquello fue una masacre, una orgía de sudor y violencia que dejó tocados, en varios sentidos, a los protagonistas para siempre. Fue, también, el último gran momento de Ali. Sin duda. Después…

Después siguió siendo grande, después siguió siendo todo. Se reinventó varias veces, renació otras tantas. Continuó, sí, con la lengua afiladísima. Pero parecía irónico, un sabor del pasado. El de aquel chavalito que miraba a las cámaras de la tele, ponía su mejor sonrisa, y empezaba a gritar:

“Soy el más grande de tooooooodos loooooooooos tieeeeeeeeempooooooos”.

Y quizá lo fue. Al menos en lo de hablar yo no voy a negárselo…

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