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Niños y naturaleza, el reencuentro necesario desde mucho antes del confinamiento

Por La Vanguardia   ·  03.05.2020

En 2005, el periodista estadounidense Richard Louv escribió un ensayo, Los últimos niños en el bosque (Capitán Swing), en el que alertaba sobre un nuevo trastorno que afecta a los menores de este siglo: el déficit de naturaleza. Louv, columnista en San Diego, California, llevaba tiempo detectando en su entorno criaturas cada vez más protegidas, ocupadas, conectadas y recelosas del que hasta no hace mucho había sido su hábitat cotidiano: el aire libre. Nuevas generaciones “para las que la naturaleza es más una abstracción que una realidad”, escribió.

Su ensayo fue un éxito y puso los cimientos de un movimiento internacional que reivindica la vuelta de los niños al contacto con la naturaleza. Un contacto que está directamente relacionado con las funciones cognitivas y el bienestar físico y mental. “Cuando escribí el libro, hace quince años”, explica Louv, “cité sesenta estudios que corroboraban esta relación. Hoy hay más de mil trabajos sobre las consecuencias de la desconexión con la naturaleza y los beneficios que esta tiene en nuestra salud”.

Louv contesta por e-mail al Magazine Lifestyle desde su casa en las montañas, cerca de San Diego: “Hay muchas criaturas por aquí, incluyendo pumas”, cuenta. El escritor y su esposa están confinados con sus dos hijos pero son afortunados: “Porque podemos caminar durante varias millas sin tener un contacto estrecho con otras personas”. Un verdadero lujo y no solo en tiempos de pandemia… En las sociedades modernas el contacto con la naturaleza, incluso la más cercana, es cada vez es más escaso. De hecho, va camino de convertirse en un privilegio. En especial, entre los menores, para los cuales entablar una buena relación con su entorno natural es una asignatura urgente y necesaria.

“Lo peor del confinamiento para los niños debería ser el no poder salir a la calle pero es mentira porque, lamentablemente, tampoco antes salían”, con esta contundencia se expresó Francesco Tonucci, pedagogo y pensador italiano que lleva años reivindicando un urbanismo sensible con las necesidades de la infancia.

Richard Louv coincide con esta afirmación: “Sí, en cualquier sitio en el que la urbanización se ha expandido los niños —¡y los adultos!— pasan cada vez menos tiempo en contacto con la naturaleza. También sucede en zonas rurales”. Una carencia que, explica, tiene mucho que ver con algunos de los problemas más habituales en las infancias actuales, como el déficit de atención, la obesidad y la disminución de la creatividad, además de trastornos de ansiedad y depresión. “Nuestro bienestar está directamente vinculado con una buena relación con la ¬naturaleza”, insiste.

Tendencia

En las sociedades modernas el contacto con la naturaleza va camino de convertirse en un privilegio, en especial entre los menores

De hecho, para Louv, potenciar esta relación tras la emergencia del coronovarius ayudará a lidiar con los posibles traumas derivados del confinamiento. Unos traumas, advierte, que pueden surgir más tarde. “Tres meses después del trágico tiroteo en la escuela primaria de Sandy Hook, en Newton, me llamaron para dar una charla. Me explicaron que, normalmente, para los que sobreviven, los problemas aparecen aproximadamente tres meses después”. Louv explica que el contacto con la naturaleza es un recurso cada vez más utilizado para sanar el trauma psicológico. Tanto gobiernos, como escuelas y familias deben de facilitar una relación fundamental, que equipara a una “vitamina” para la infancia; el título de uno de sus libros ( Vitamina N, publicado por Kalandraka).

Lo cierto es que, tras cuarenta días encerrados, la salida del domingo pasado, 26 de abril, de más de seis millones de niños españoles fue una fiesta muy terapéutica. Y los espacios naturales, como parques y playas, los lugares estrellas para miles de niños cuyos padres han redescubierto la importancia del aire libre para su bienestar.

La psicóloga Heike Freirepionera en España de la llamada pedagogía verde , ha sido la impulsora de la campaña para permitir la salida de los niños una hora al día. Una necesidad, la de estar al aire libre “que está reconocida en diversos artículos de la Convención de los Derechos de la Infancia, los que tienen que ver con el interés superior, el desarrollo integral y el juego”. No se trata, recalca Freire, de un capricho sino “un derecho; el de estar al aire libre, poder moverte, jugar… Son necesidades esenciales y básicas”.

Esta educadora es muy consciente de que los niños, en España, salían muy poco antes del confinamiento, pero no hasta los extremos de esta cuarentena: “Aunque adoro a Tonucci, aquí no estoy muy de acuerdo con él: no es que no salieran, es que salían ‘poco’. No creo que ningún niño o ninguna niña que tenga una familia medianamente saludable haya estado en su vida un mes y medio dentro de casa”.

Motivo de reflexión

Nuestro bienestar está directamente vinculado con una buena relación con la naturaleza”

RICHARD LOUV Ensayista estadounidense

De todos modos, tanto ella como otros expertos llevan tiempo alertando de esta falta de tiempo al aire libre de tantos menores. Niños y niñas con agendas atiborradas de extraescolares, competiciones de fin de semana y tardes a cubierto en el centro comercial. “Los niños salían, sí, pero no para hacer juego libre, sino para meterse en un coche o en un polideportivo o en una instalación en la que no tenían, por así decirlo, nada que opinar… Creo que es un fenómeno que nos resultará familiar a todos”, reflexiona la bióloga Katia Hueso, autora de Somos naturaleza y Jugar al aire libre, ambos de Plataforma editorial.

Tanto ella como Freire confían que estas semanas de encierro sean un cambio de paradigma, en positivo, en las familias. “Creo que servirá para que los padres se den cuenta de lo importante que es que sus hijos salgan y que estén en contacto con la naturaleza. Si esto era evidente, ahora lo es mucho más. En estas semanas de confinamiento ha habido un proceso educativo colectivo para tomar conciencia, que se va a quedar”, sintetiza Freire.

En los países del sur de Europa, como España, Italia e, incluso, Portugal, el confinamiento de los niños ha sido especialmente severo. ¿Son razones de salud pública, estrictamente, o aquí el déficit de naturaleza es más agudo? “Creo que las causas son una mezcla de un mayor adultocentrismo o cultura patriarcal combinado con la idea de que los espacios abiertos son más peligrosos para la salud que los cerrados… ¡Y es al revés!”, explica Freire. Lo cierto es que conceptos extendidos en nuestra sociedad mediterránea, como que la naturaleza es “sucia” y “peligrosa”, son acicates del síndrome descrito por Louv.

Este experto también cree que la cuarentena producirá más ganas de naturaleza pero, también, un mayor recelo. “Tendremos que estar atentos a una posible consecuencia de esta pandemia, que puede ser el aumento del miedo a los animales salvajes debido a las noticias sobre su relación con el virus. Es algo paradójico, lo sé, pero puede pasar”.

Enseñanzas

Creo que el encierro servirá para que los padres se den cuenta de lo importante que es que sus hijos salgan y que estén en contacto con la naturaleza”

Katia Hueso considera que, para que esto no ocurra, “tendremos que explicar muy bien lo que está pasando, para que esto no sea una manera de generar temor a salir fuera o a los animales salvajes”. Porque en realidad, insiste, la culpa no es el del murciélago —unos animales fundamentales; si no existieran, el planeta estaría cubierto de insectos—, sino al contrario: “Es el murciélago el que tiene la respuesta. Vamos a estudiarlo y saber qué lecciones positivas nos puede transmitir. Si lo que damos es un mensaje de culpabilidad hacia el animal, nos equivocaremos. El problema no es la fauna”, resume.

Fundadora de la primera escuela infantil al aire libre de España, Hueso cree que esta crisis también podría ser una oportunidad para que las familias redescubran la naturaleza más próxima. “Porque no hace falta ir de vacaciones a destinos lejanos y exóticos: lo que hay que hacer es valorar esta naturaleza pequeñita y cercana. Descubrirla con nuestros hijos”. El conocimiento es la mejor herramienta para evitar la biofobia (el miedo a la naturaleza) de la que alertaba Louv y para empezar a amar un entorno que, además, les va a tocar defender a las nuevas generaciones.

Recuperación

A más tiempo, mejor juego

Una de las pocas cosas buenas de este emergencia ha sido que, por lo menos en casa, los niños han recuperado el tiempo para una actividad fundamental: el juego. Un derecho que en el primer mundo ha disminuido drásticamente debido a las ya mencionadas infancias hiperocupadas. Varios estudios corroboran este déficit, pero en 2016 llamó la atención uno, Ensuciarse es bueno, que concluía que los niños jugaban menos al aire libre que los presos de máxima seguridad. En 2019 el Instituto Tecnológico de Producto Infantil y de Ocio (AIJU) alertaba que, en España, el 82% de los menores de 12 años juega al aire libre menos tiempo del recomendado por los expertos, que es, como mínimo, de una hora al día.

Pero durante estas semanas de confinamiento han tenido, por fin, todo el tiempo del mundo para la que debería ser su actividad principal: “Sí, de repente han caído todas esas actividades añadidas no obligatorias y, caray, pues hemos visto que juegan y están bien”, dice Katia Hueso.

Madre de tres hijas, lo que ha observado en su casa es “un incremento en la intensidad y la calidad del juego”. Las niñas inventan “historias cada vez más complejas, que continúan en el tiempo. No hay ‘trocitos’, como era habitual. Están más concentradas, son más creativas”, resume Hueso. Porque el buen juego, tanto en casa como al aire libre, también se entrena. Y que dispongan de espacios y de tiempo para ello es una de las tareas más importantes de los padres.

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