Capitán Swing publica La vuelta al mundo en 72 y otros escritos de Nellie Bly, que recoge los dos principales reportajes y varias entrevistas y artículos de la periodista norteamericana
Ahora, hasta los anuncios del Canal Disney les dicen a las niñas aquello de: “Tú puedes ser lo que quieras, bonita”. Pero, no hace tanto, los modelos femeninos realmente autónomos eran un mirlo blanco. “Nellie Bly -comenta Maureen Corrigan en el libro sobre la periodista norteamericana que publica Capitán Swing- era uno de los pocos referentes realmente independientes, junto con Amelia Earhart y Jo de Mujercitas”. Para las niñas norteamericanas, Nellie Bly ha sido -con justicia- un icono. Su imagen más conocida, con el conjunto con el que dio la vuelta al mundo -“un abrigo de cuadros que recordaba a Sherlock Holmes, y un maletín como el de Mary Poppins”- es imborrable. Uno la observa y comprende que esa chica con rostro de camafeo antiguo, sin duda, anda tramando algo. Debía ser alguien inusual.
Y lo era. La antología de publicaciones de Nellie Bly que aparece ahora en nuestro idioma reúne varios de sus artículos y entrevistas y sus dos reportajes más famosos. Los dos reportajes, de hecho, que la convirtieron en lo que hoy entendemos como una figura mediática: 10 días en un manicomio y La vuelta al mundo en 72 días. El primero, le valió un puesto fijo de redactora en el New York World de Pulitzer; el segundo, con el que pretendía enmendar la plana a Julio Verne, fama mundial.
Se la vende como la primera practicante del periodismo gonzo antes de que este fuera siquiera el ectoplasma de una idea en la mente de Hunter S. Thompson. Y es cierto que el periodismo que hacía Nellie Bly resulta tremendamente moderno por subjetivo: ¿qué es ese sopor de las 5W y la asepsia? Tengo los datos y te voy contar una historia con ellos. Será mi historia, y no querrás que nadie más que yo te la cuente.
Y nadie quería escuchar historias, en efecto, de otra voz que no fuera la de Nellie.
Sorprende muchísimo, aun desde ojos actuales -apunta también Maureen Corrigan-, el arrojo del que hacía gala Nellie Bly. Su seguridad en sí misma y en sus propias capacidades. Su piel de rinoceronte. A ello debió contribuir, no poco, el hecho de que su madre volviera a casarse con un borracho desastroso. ¿Esto era el salvador?, debió pensar la adolescente Nellie. Los hombres eran la redención, el milagro, la solución a nada. Si queremos ver cuán adelantada a su época estaba Nellie Bly no hay más que echar un vistazo a su conciencia de los problemas de género. Su primera contribución periodística (con veinte años) fue una carta, y posterior artículo, que publicó en el Pittsburg Dispatch. Ambos textos eran una respuesta a la misiva desesperada de un padre que tenía a cinco hijas casaderas. ¿Trabajo femenino y temporalidad? ¿Precariedad laboral y género? ¿Feminización de la pobreza? Nellie lo contó: “El patrón medio discrimina a las obreras con enaguas”, subtitulaba, tan pancha. ¿Techo de cristal? También lo chivó Nellie: “¿Cuántos hombres ricos y notables que empezaron desde más abajo podríamos señalar? Pero, ¿dónde están las mujeres?”. ¿Brecha salarial? Nellie Bly lo explica clarito: “Las chicas son igual de listas que los chicos y aprenden mucho más rápido. Sé de un patrón que contrató a una mujer para un puesto desempeñado hombres. Nunca había tenido a nadie tan bueno como ella pero, como era mujer, le pagaba la mitad. Hay quien a eso lo llama igualdad”.
¿Doble jornada? ¿Trabajo invisible? Sin problema: Nellie Bly detalla la servidumbre de las muchachas en las grandes casas -las Kellys del momento- y apunta que la vida en las fábricas no es mucho mejor, con un horario extenso e intenso que les hace llegar deslomadas a casa: “¿Qué les parece esto a ustedes, mariposas de las élites, damas de la ociosidad? -relata-. Pobres chicas que no ganan notoriedad por escaparse con un cochero ni posan abrazando a su carlino”.
Nellie Bly, está claro, nunca hubiera trabajado para el Hola.
Manicomio Blackwell
Su experiencia en el manicomio de Blackwell´s fue consecuencia de ese intento de no ser encasillada escribiendo loas para señoritas que posaban con sus perritos de bolso. El New York World le preguntó si sería capaz de pasar unos días encerrada en el sanatorio para mujeres. “Dije que podría y que lo haría. Y lo hice”.
En la época de Nellie Bly, la institución albergaba a 1600 enfermas. No todas, desde luego, respondían a los perfiles agudos que podemos suponer. Aunque lo único que necesitabas para perder la cabeza en un lugar así, según testimoniaba Bly, era tener una salud delicada y un par de semanas de reclusión. “Tengan en cuenta -repite a menudo- que dejé de fingirme loca en el mismo momento en que atravesé las puertas de Blackwell´s, y ningún médico fue consciente de mi condición”. Era muy fácil terminar en el abismo. ¿Hay una mujer delirando por la fiebre? Al manicomio. ¿No habla inglés? Al manicomio. ¿Está desorientada? La mandamos a Blackwell´s. ¿Tiene un ataque de ansiedad? Pues está claro.
Diez días en un manicomio es un relato del infierno conciso y sin sensibilería. Los baños fríos, las palizas, la dejación, la comida en mal estado son una constante. Hay muestras de sadismo dignas de peli de terror, como la anciana ciega a la que nadie ayuda, a la que le ponían las manos heladas por el cuello. O una paciente, aún convaleciente, a la que castigan dándole una ducha fría y metiéndola mojada en la cama, y que muere de convulsiones.
El reportaje de Nellie Bly sirvió para que se aumentaran en un millón de dólares las ayudas oficiales a instituciones benéficas.
Y un hito igual de grande -aunque no siempre cuenta con el relato de primera mano de Nellie Bly, pues la celeridad del trayecto se lo impedía- fue su vuelta al mundo batiendo a Phileas Fogg (el mismo Julio Verne dudaba de que fuera capaz, aunque la recibió en su casa y la felicitó cuando terminó su aventura). Una propuesta ante la que el periódico tenía sus dudas: una mujer no podía viajar sola, lo primero; e, igualmente, como era sabido, no podía hacerlo sin doscientos baúles. “Mande a un hombre -fue la respuesta de Nellie Bly-. Saldré a la misma vez para la competencia y le ganaré”.
Por suerte para Joseph Pulitzer, al que hizo aún más rico, no fue así. Había seguimiento constante del recorrido de Nellie Bly por el mundo, se lanzó un concurso oficial, apuestas, incluso imprimieron una especie de juego de la oca con su redactora como protagonista. Fueron, en total, 34 986 kilómetros que Nellie Bly engulló en 1734 horas y 11 minutos, o lo que es lo mismo: 72 días, seis horas y 11 minutos. Llamó la atención poderosísimamente que sólo viajara con un traje, un abrigo y un bolso de mano -lo justo para guardar mudas, material de escribir, artículos de aseo, un camisón, gorros y un frasco de crema hidratante-.
¿#LoveYourself? ¿Campaña por las mujeres “reales”? Nuevamente, Nellie: “Critiquen el estilo de mi sombrero o mi vestido, no lo que no puedo cambiar”. ¿Ironías sobre el ser una supermujer? “Como madre de familia de un hombre pobre, Kali habría tenido gran éxito”, reflexiona ante una representación de cuatro brazos de la diosa. Nellie Bly podría tener una mente a varias fincas por delante de los que la rodeaban, pero no dejaba de ser un producto (etnocéntrico) de su tiempo. Por eso, no extraña que pueda llegar a ser tremendamente racista: sobre todo, con los chinos. Aunque es justo decir también que perfectamente podría haberse quedado a vivir en Japón, “el pueblo más limpio, alegre, elegante y encantador del mundo”.
“La única cosa del viaje de la que me arrepiento -concluía nuestra moderna favorita- es no haberme llevado una Kodak”.
Porque, cuando tú vas, Nellie Bly ya ha vuelto maquillada.
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